Jubilación de mi gran amigo Ondaro. Ayllón se cree muy señor. Tan elegante él. Tan pulcro él.Tan bien hablado él. Tan tildado él por eso de la tilde sobre la ó. ¡Y claro está!, como es tan señor le despididó al sencillo y humilde Ondaro con aquello tan memorable (no se me ha ido de la memoria ni se me irá nunca) de "ni envidioso ni envidiado". O sea, que para aquel tan señor Ayllón, el sencillo y humilde Ondaro no era nada. Pero miren por dónde yo estaba allí. ¡Y claro está!, al muy señor Ayllón se le ocurrió lan pésima idea de dárselas de poeta. Por eso fue por lo que las chicas buenas (sólo las buenas para no caer en el grave error de mezclar las churras con las merinas) acudieron, una vez más, a mí. ¡Y claro está!, hice un poemita por defender el Derecho ya que yo creo que el Derecho está para defender a todos y a todas pero, de manera más prioritaria, a seres humanos tan sencillos y humildes como mi gran amigo Ondaro.
 
- ¡Mecachis en los mengues! ¡No sabía yo que había otro poeta en el Negociado! -exclamó el susodicho señor Ayllón.
 
Y preguntando y preguntando, ninguna de ellas (de las chicas buenas estoy hablando) se lo chivó. Hasta que llegó el momento y el señor Ayllón se puso nervioso y me retó a un combate de resistencia con todo aquello de los listados de los nombrecitos y los listados de los numerajos. Ya estábamos en el ring de Caballero de Gracia (habíamos abandonado el ring de Canalejas) y otra vez le dejé KO técnico mucho antes de llegar yo a mi límite y cuando ya él estaba con la lengua fuera. Así que el muy señor Ayllón cayó desmayado y tirando su plumilla al suelo (pues sólo de un "plumilla" se trataba en lugar de un verdadero poeta) y no volvió jamás a enfrentarse en otro duelo conmigo.
 
Yo. Yo fui el autor del poemita, señor Ayllón. Yo solo y con el don de Dios. Quizás ya aprendió a tener educación y respetar dándoles dignidad a los seres humanos sencillos y humildes -pero totalmente nobles- como mi gran amigo Ondaro.