Voces de Extremadura (Tesis Doctoral): Sntesis de la cuestin extremea.
Publicado en Dec 17, 2015
Para hacer una síntesis perfecta de la cuestión extremeña a lo largo de la Historia, me encuentro con un documento titulado "Extremadura y el Mundo Contemporáneo" que me parece tan excelente como para transcribirlo.
Extremadura hunde sus raíces profundamente en la Historia. Por su solar han pasado cartagineses, romanos, visigodos, árabes, judíos y cristianos. Dos aspectos han marcado la historia de Extremadura: primero, la existencia de una élite oligárquica que monopolizó la casi única fuente de riqueza existente, es decir, la tierra; y segundo, su carácter fronterizo con Portugal. Esta circunstancia hizo de Extremadura un lugar estratégico, tanto para los Austrias como para los Borbones. La frontera no fue impermeable, hubo intensas relaciones económicas y culturales, pero también produjo dramáticos y reiterados saqueos que lastraron el posible desarrollo de la región. Por tanto, el acaparamiento de la tierra en muy pocas manos por un lado, y las guerras por el otro, han sido los dos factores determinantes de la historia de Extremadura y del sufrido pueblo extremeño. Durante la Edad Media y la Edad Moderna, Extremadura desempeñó el papel de territorio de frontera frente al vecino reino de Portugal. Esa circunstancia marcó la historia de la región prácticamente hasta la Edad Contemporánea. Durante las últimas décadas del siglo XVI, y a lo largo del XVII, Extremadura sufrió una larga y grave crisis demográfica y económica. Las causas fundamentales fueron las guerras, la despoblación, las malas cosechas y las graves epidemias periódicas. Toda mala cosecha provocaba a corto plazo una irremediable carestía alimenticia y una epidemia. También las guerras exteriores de la monarquía hispánica tuvieron una enorme repercusión sobre Extremadura, que se vio sometida a impuestos excesivos para financiar conflictos bélicos y a levas periódicas de reclutas. Especialmente dura fue la guerra de Portugal (1640- 1668), librada en gran parte en tierras extremeñas. Los portugueses, al igual que los españoles en su territorio, hacían continuas incursiones en Extremadura, quemando pueblos, arrasando cosechas y robando ganado. Talavera la Real, Barcarrota, Burguillos del Cerro, El Casar de Cáceres, Montijo, Villar del Rey, Valverde de Leganés, Villanueva del Fresno, Valencia del Mombuey, Alcántara, Badajoz, Alburquerque, la Codosera, Zafra y Feria, entre otras localidades, fueron presas del pillaje. Muchas de estas poblaciones perdieron hasta la mitad de sus casas y más del 40 por ciento de su población. Las nefastas consecuencias de ese conflicto se prolongaron en Extremadura hasta el siglo XVIII. A esta situación se sumaron crisis económicas periódicas, es decir, carestías de alimentos debidas a malas cosechas y epidemias que provocaban bruscos descensos de la población. En general, la Edad Moderna fue una época de crisis para Extremadura. La epidemia de peste que asoló la región entre finales del siglo XVI y principios del XVII diezmó la población, que pasó de 451.000 habitantes en 1591 a 241.572 a principios del siglo XVIII. otro lastre fueron las levas o reclutas forzosas de jóvenes varones para el servicio militar. La guerra de Portugal tuvo consecuencias graves para Extremadura, dada su ubicación intermedia entre los dos países contendientes. En la historia general de España, el siglo XVIII se suele considerar un periodo de crecimiento demográfico, de reformas políticas y de expansión económica. Sin embargo, en el caso de Extremadura, las mejoras fueron menos notables que en el resto del país. En general, la situación continuó siendo extremadamente precaria para el amplísimo campesinado extremeño. En el siglo XVIII disponemos de numerosos censos y padrones de vecinos que nos permiten conocer bien los datos referentes a la población que había en Extremadura. Entre ellos debemos destacar los de Campoflorido (1716), Ensenada (1752), Floridablanca (1787) o Godoy (1797). A lo largo del siglo la población experimentó un considerable aumento. De hecho, de los 240.000 habitantes que había a comienzos de la centuria se pasó a los casi 430.000 que se estimaban en 1797. Este crecimiento se debió a que hubo menos guerras, mejores cosechas y epidemias menos mortíferas. El incremento de la población se concentró, especialmente, en los núcleos urbanos. Aun así, ninguna ciudad de la región superaba los 15.000 habitantes. En el medio rural se mantuvo el hambre, la alta mortalidad y, por tanto, la despoblación. Son datos sacados del Padrón de vecinos: recuento de cabezas de familia, frecuentes en la Edad Moderna. Los solteros solían contar como medio vecino, mientras que quedaban excluidos los religiosos, las viudas, los transeúntes, los mendigos y, en ocasiones, los nobles. El Censo es un recuento de la población general de un reino o de una nación. Antonio Ponz fue un estudioso del siglo XVIII que dedicó una parte de su vida a viajar por España, dejándonos una obra de 20 tomos describiendo los distintos lugares que recorrió. Concretamente, describió la tierra de Extremadura en el siglo XVIII como calamitosa, pobre, escasa y mísera. Aún no se había recuperado Extremadura de la guerra con Portugal cuando, entre 1702 y 1713, estalló en España la guerra de Sucesión entre Felipe de Anjou, nieto de Luis XIV de Francia, y el archiduque Carlos de Austria. En realidad, en este conflicto bélico se ponía en juego la supremacía europea de Francia, que los ingleses no estaban dispuestos a consentir. Nuevamente, como en ocasiones anteriores y a pesar de ser tan ajena a los intereses de los extremeños, buena parte de esta guerra se desarrolló en Extremadura. En mayo de 1704 el archiduque Carlos, apoyado por portugueses e ingleses, partió desde Lisboa en dirección a tierras extremeñas. Felipe de Anjou salió a su encuentro, concentrando en Plasencia a unos 40.000 soldados. En 1705 las tropas del archiduque tomaron Alburquerque y Valencia de Alcántara. Pocos meses después, las tropas mandadas por el portugués Antonio Luis de Sousa fracasaron en su intento de tomar Badajoz que, sin embargo, resultó prácticamente arrasada. Aunque desde 1707 la guerra se inclinó a favor del bando francés, los combates y las devastaciones se prolongaron en territorio extremeño prácticamente hasta 1711. Muchas localidades extremeñas, como Burguillos del Cerro, Alcántara, Valencia de las Torres o Valverde del Fresno, perdieron más de la mitad de sus casas y, en algunos casos, más del 40 por ciento de su población. Se impuso una verdadera economía de guerra en la que el único objetivo era suministrar alimentos y pertrechos a las tropas. Las reiteradas levas militares, la petición de subsidios para las tropas, los saqueos y las muertes volvieron a desgarrar gravemente la región. La reconstrucción de España, que comenzó a partir de la paz de Utrecht, fue especialmente difícil en Extremadura. A lo largo del siglo XVIII hubo algunas mejoras en Extremadura, merced al talante reformador de la nueva dinastía reinante, la de los Borbones. El sector dominante continuó siendo el primario. Según el catastro de Ensenada de 1754, de los 131 millones de reales que rentaba Extremadura, el 70 por ciento lo proporcionaban las actividades agrícolas y ganaderas. En la agricultura se produjo un leve incremento de la producción debido, no tanto a la introducción de mejoras técnicas, como a las roturaciones de tierras en desuso. También la cabaña ganadera experimentó una levísima mejoría gracias a la supresión de los privilegios de la Mesta. El sector secundario apenas aportaba el 9 por ciento de la renta. Lo componían albañiles, curtidores, zapateros, sombrereros, herreros, etc., cuya actividad se desarrollaba en pequeños talleres gremiales. Y finalmente, poco más del 20por ciento de la renta la proporcionaba el sector terciario, no tanto por la actividad comercial o de servicios (médicos, boticarios, barberos, etc.), como por la inclusión en el mismo del clero regular y secular. A nivel social continuó la división entre la élite latifundista, gran parte de ella absentista, y el campesinado, que vivía en una situación deplorable. La burguesía, en cambio, era mínima, casi inexistente en el medio rural. Es entonces cuando más aparece la Mesta: institución que agrupaba a los dueños de ganados trashumantes del reino y que, desde la Edad Media, gozaban de amplios privilegios. En cuanto a la Intendencia es una institución de origen francés, implantada en España en el siglo XVIII, y cuyo titular ostentaba poderes militares, hacendísticos, judiciales y policiales. A finales del siglo XVIII se creó la Real Audiencia de Extremadura (1790), con sede en Cáceres, lo que supuso un hito en la organización territorial. Se daba así respuesta a una vieja reivindicación de las ciudades extremeñas con voto en Cortes –Badajoz, Cáceres, Plasencia, Trujillo, Mérida y Alcántara– que lo solicitaban desde hacía décadas. Por primera vez el territorio extremeño dejó de depender de las chancillerías de Valladolid y Granada para integrarse en una unidad administrativa y jurisdiccional. También se creó en este siglo la Intendencia General de Extremadura, con capital en Badajoz. La región, llamada entonces provincia de Extremadura, comenzó a tener una estructura administrativa propia, subdividiéndose a su vez en ocho partidos, ampliados posteriormente a nueve. Llegamos al siglo XIX. En este periodo Extremadura padeció nuevamente innumerables calamidades, como guerras, malas cosechas y epidemias. Sin embargo, en líneas generales se produjo un ligero avance socio-económico que permitió un cierto incremento demográfico. La invasión de España por las tropas de Napoleón en 1808 dio lugar a levantamientos populares en Extremadura. Aquí se creó una Junta Provincial de Defensa que ostentó el poder desde el verano de 1808, en ausencia de Fernando VII. Casi todos sus miembros pertenecían a las élites eclesiásticas, nobiliarias o militares. Inicialmente su sede estuvo en Badajoz, lugar que se consideraba tan seguro que incluso la Junta Central se trasladó temporalmente allí, desde Aranjuez. En otoño de 1808 comenzó la ofensiva francesa, que llegó a Extremadura en abril de 1809. Y estas tierras resultaron ser nuevamente un enclave estratégico, donde confluyeron las tropas anglo-lusas, llegadas desde Portugal, y las tropas francesas. Manuel Godoy, Príncipe de la Paz y primer ministro de Carlos IV, era natural de Badajoz, aunque su familia procedía de Castuera. Por su relación con la reina María Luisa –se dice que eran amantes– ascendió rápidamente desde Guardia de Corps a teniente general, mariscal de campo y, finalmente, primer ministro. Se casó con la condesa de Chinchón, sobrina de Carlos IV. Vivió su destierro en Bayona, trasladándose luego a París, ciudad en la que murió en 1851. En marzo de 1809 tuvo lugar la sangrienta batalla de Medellín, en la que las tropas francesas derrotaron a las españolas del general Cuesta; allí perdieron la vida cerca de 10.000 españoles. En 1810 casi toda la región estaba ya en manos de los franceses, menos la ciudad de Badajoz, cuya toma había resultado infructuosa hasta entonces. Pero, sin posibilidades de recibir refuerzos externos, el mariscal Soult decidió sitiarla en enero de 1811, hasta que la ciudad se rindió. Pese a la caída de Badajoz, la resistencia continuó. En mayo de 1811 las tropas inglesas y españolas, comandadas por los generales Beresford y Francisco Castaños, derrotaron a los galos en la batalla de la Albuera. El 7 de abril de 1812 las tropas inglesas, al mando del duque de Wellington, recuperaron la ciudad de Badajoz. A mediados de 1812 prácticamente toda Extremadura estaba liberada del yugo francés. La restauración del absolutismo de Fernando VII provocó que casi dos millares de liberales y de afrancesados tuvieran que exiliarse a Portugal o a Francia. Ello provocó la salida de una parte de la más granada intelectualidad de la época, como Diego Muñoz Torrero o Meléndez Valdés. Extremadura entraba en el nuevo siglo XIX asolada, despoblada y expoliada. Su situación de frontera la había condenado de nuevo a la más triste de las miserias. Hay que reseñar que con el nombre de afrancesado se designaba a la persona que había apoyado directa o indirectamente a los franceses durante su ocupación de la Península. Y liberal, en el siglo XIX era persona partidaria de las reformas y de las libertades políticas. Aunque Extremadura estuvo en manos de los franceses entre 1810 y 1812, algunos extremeños, como Diego Muñoz Torrero, tuvieron un papel destacado en las Cortes de Cádiz. Tras el retorno de Fernando VII, y con el breve paréntesis del Trienio Liberal (1820-1823), se restauró la monarquía absoluta. Las ideas liberales se abrieron paso a duras penas durante la regencia de María Cristina y el reinado de su hija Isabel II. Administrativamente, el territorio extremeño quedó prácticamente configurado en el Trienio Liberal (1820-1823). A principios de siglo se habían incorporado a Extremadura las villas portuguesas de Táliga y Olivenza y, antes de finalizar el reinado de Fernando VII, estaba ya estructurada en las dos provincias actuales, con sus respectivas capitales en Badajoz y Cáceres. Las mejoras en infraestructuras fueron muy escasas. Sólo en las ciudades más grandes se comenzaron a pavimentar algunas calles, se hicieron redes de alcantarillado y se suministró agua corriente a las casas. El ferrocarril tardó en llegar a la región. En 1866 se proyectó una línea que pretendía unir Badajoz con Madrid, pero la Revolución de 1868 paralizó su realización. La sociedad siguió encabezada por la nobleza, que mantuvo sus propiedades y las amplió con las sucesivas desamortizaciones. La burguesía extremeña continuó siendo muy débil y los que se enriquecieron terminaron por comprar tierras e imitar las costumbres de la nobleza. 8 ¿Por qué fue Extremadura uno de los principales escenarios de la Guerra de la Independencia? El resultado de las desamortizaciones fue que el latifundismo en Extremadura, en lugar de reducirse, se amplió. Prueba de ello es que los diez mayores propietarios de tierras de la región, en 1875, poseían todos títulos nobiliarios. Se conoce como desamortización a la venta de tierras que estaban vinculadas a instituciones y que hasta entonces no podían venderse. Y el latifundismo es la distribución de la propiedad en fincas de gran extensión, deficientemente explotadas. Extremadura seguía siendo en el siglo XIX, al igual que en las centurias precedentes, una región eminentemente agrícola que empleaba en esa actividad a más del 50 por ciento de la población activa. Pese a la enorme dependencia del campo, las técnicas de explotación apenas habían variado con respecto a los siglos anteriores, sin que desde luego se incorporaran los grandes avances técnicos que se estaban desarrollando en algunos países de Europa en ese siglo. Así, pese a que entre las propuestas de reformas para Extremadura, expuestas por el marqués de Uztariz en 1785, figuraba la mejora de la productividad agrí- cola, lo cierto es que la productividad de la tierra extremeña estaba entre las más bajas de Europa, con lo que eso conllevaba de ruina y despoblación. No en vano, y por citar una fecha muy tardía, todavía en 1925 apenas se disponía en Extremadura de maquinaria como sembradoras y otros útiles que habían aparecido hacía décadas en los campos europeos y estadounidenses, situándose la productividad muy por debajo de estos países. Además, en este siglo Extremadura atravesó por una mala coyuntura, especialmente en la década de los treinta, cuando fue asolada por la epidemia de cólera-morbo que causó en tan sólo un año nada menos que 1.347 víctimas. Una mala coyuntura que se vio acentuada por unos excesivos privilegios de la Mesta, así como por la fuerte concentración de la tierra en unas pocas manos, fundamentalmente nobles e instituciones laicas y seculares. Para empeorar la situación, la desamortización provocó un aumento del latifundismo, pasando las abundantes y ricas tierras de los concejos y de la Iglesia a la oligarquía propietaria, que eran los únicos que tenían la solvencia económica suficiente para adquirir nuevas posesiones. Finalmente, si algo sorprende especialmente en el caso extremeño, es la permanencia de algunas de las grandes propiedades en manos de las mismas familias desde la Reconquista hasta bien entrada la Edad Contemporánea. La industria continuaba siendo totalmente artesanal y se dirigía en buena parte a satisfacer las necesidades del sector primario y el comercio seguía estando muy limitado debido a la falta de infraestructuras viarias. Tampoco varió mucho la situación del campesinado, que seguía representando el 80 por ciento de la población, e incluso vio agravada su situación desde la desamortización de las tierras del común. Algunos tenían pequeñas parcelas o eran yunteros, pero la mayoría no poseía más que sus manos para trabajar, viviendo de la mendicidad en los largos meses de inactividad en el campo. En las dos primeras décadas del siglo XIX el crecimiento de la población extremeña fue escaso debido a las secuelas de la guerra de la Independencia: las bajas en combate, el hambre y las epidemias. Sin embargo, aunque posteriormente hubo algunas otras epidemias, la población comenzó a aumentar. A finales del siglo XIX la población extremeña duplicaba en número a la existente a finales del siglo XVIII, pues pasó de 412.000 habitantes a 853.000. Esto se debió a un sostenimiento de la natalidad y a un descenso considerable de la mortalidad. Las mejoras higiénicas y sanitarias, sobre todo en los núcleos urbanos, contribuyeron a ello. Por el contrario, en el medio rural la mortalidad continuó siendo muy elevada. Digamos que se llamaban tierras del común a las propiedades rústicas vinculadas a los vecinos de un determinado municipio y de las que se aprovechaba todo el pueblo. Los yunteros eran campesinos que poseían una yunta propia de bueyes para trabajar y que percibían un mayor salario. En la ciudad de Badajoz, entre septiembre y octubre de 1833, murieron de cólera-morbo un millar de personas, lo que supuso aproximadamente el 7 por ciento de su población total. En otra nueva epidemia de cólera desatada entre 1854 y 1856, fallecieron 18.852 personas en toda Extremadura. Con el retorno de los Borbones al poder, la situación de la región no cambió sustancialmente. Las viejas estructuras socio-económicas del pasado pervivieron como un fuerte lastre para el posible desarrollo de la región. La Restauración es un periodo histórico que se desarrolla entre 1875 y 1930. En teoría, el Antiguo Régimen hacía casi un siglo que debía haber terminado, pero en Extremadura las estructuras se mantuvieron casi inalteradas hasta bien entrado el siglo XX. La sociedad extremeña continuó siendo dual, formada casi exclusivamente por dos clases: la oligarquía terrateniente y los jornaleros sin tierra. La oligarquía agraria poseía la mayor parte de la tierra y ostentaba los cargos públicos. Esta clase alta seguía formada por la antigua aristocracia, a la que se habían unido comerciantes o banqueros que habían invertido parte de su capital en la compra de tierras durante la desamortización. La clase media era limitadísima, reducida a los pocos núcleos urbanos de la región. La clase baja comprendía a la mayor parte de la población. Se trataba de una masa desheredada de campesinos y jornaleros que vivían en ínfimas condiciones de vida, sometidos a los abusos de la clase alta. Nos encontramos, pues, ante una sociedad injusta, desigual y discriminatoria. En consecuencia, la economía siguió dependiendo en su mayor parte de la tierra, controlada por un reducido grupo de oligarcas, muchos de ellos absentistas, que favorecieron un sistema agrícola poco mecanizado y con un productividad muy baja. A esto es lo que se le llama caciquismo; fenómeno típico de la España de la Restauración por el que las personas más poderosas de un pueblo ejercían una influencia abusiva sobre la capacidad de decisión de la clase trabajadora. Absentista era el propietario que residía fuera de la localidad o de la región donde tenía sus bienes. Y bracero es la persona que no tiene más que sus brazos para trabajar. La situación de algunas zonas, como Las Hurdes, era tan retrasada, que Alfonso XIII, tras visitarla, decidió crear un Real Patronato para mejora la vida de los hurdanos. Por otra parte, el movimiento obrero se había iniciado en Extremadura en la segunda mitad del siglo XIX. Sin embargo, fue a partir de la Restauración cuando la lucha obrera se convirtió en una verdadera realidad. A las asociaciones marxistas, formadas en su mayor parte por campesinos y caracterizadas por su intenso activismo, se unieron los llamados sindicatos católicos agrarios. En 1900 surgió la conocida Germinal Obrera que desempeñó una gran actividad reivindicativa. Entre la primavera y el verano de 1902 movilizaron a miles de campesinos en defensa de mejoras laborales. El conflicto se extendió a la Torre de Miguel Sesmero, donde se celebró un congreso agrícola, duramente reprimido por la Guardia Civil. La organización fue prohibida y sus dirigentes encarcelados. Pero la liquidación de la Germinal no evitó que a lo largo del primer tercio del siglo XX las asociaciones obreras y las casas del pueblo proliferaran por toda la geografía extremeña. Durante el largo periodo de la Restauración mejoraron levemente las infraestructuras de la región. Se completó algo la precaria red ferroviaria con una línea Madrid-Cáceres-Lisboa; otra Sevilla-Zafra-Mérida-Cáceres; Huelva-Zafra y, finalmente, Plasencia-Salamanca. También hubo mejoras en las grandes ciudades con la construcción de alcantarillados, la pavimentación de las calles principales y la conducción de agua corriente y luz eléctrica a las viviendas. Pero, el medio rural quedó al margen de todos estos progresos. La dictadura de Miguel Primo de Rivera (1923-1930), que tantas obras públicas emprendió en el resto de España, pasó casi inadvertida por Extremadura. Entre los pocos proyectos de relevancia que se concibieron estuvo la línea férrea Villanueva de la Serena-Guadalupe-Trujillo-Talavera de la Reina, que quedó inconclusa. La situación retrasada de Extremadura varió poco a comienzos del siglo XX. En las elecciones de abril de 1931, al igual que en el resto de España, los republicanos ganaron en las ciudades más importantes de Extremadura, pero no en el medio rural. La situación del campesinado, en pleno siglo XX, seguía siendo mísera, con paros forzosos durante parte del año, bajísimos salarios y marginación. Por ello, el proyecto de más calado que llevó a cabo la II República fue la Reforma Agraria. La Reforma Agraria se inició en el bienio izquierdista (1931-1933), aunque el mayor número de hectáreas se expropiaron con el Frente Popular en 1936. El 9 de septiembre de 1932 se aprobó la Ley de Bases de la Reforma Agraria, que se debería realizar a través del Instituto de Reforma Agraria (IRA). Se expropiarían tierras, especialmente a los Grandes de España y las tierras de señorío para repartirlas entre campesinos y braceros. Se pensó asentar anualmente a unos 60.000 campesinos. Sin embargo, la realidad no tardó en desesperar a los braceros extremeños ante la tardanza en la aplicación de la ley. Para calmar los ánimos, a principios de diciembre de 1932 se promulgó el Decreto de Intensificación de Cultivos. Los campesinos podrían ocupar las tierras no cultivadas por un periodo de dos años. La tensión se alivió considerablemente, al menos hasta noviembre de 1933, cuando ganó la derecha y anuló todas esas medidas. El balance de la reforma agraria en el bienio izquierdista fue escaso: se expropiaron 63.000 hectáreas y se asentaron 20.000 campesinos. La crispación durante el bienio derechista (1933-1935) aumentó porque los campesinos fueron desalojados de las tierras ocupadas, los salarios agrícolas volvieron a bajar y aumentó considerablemente el paro. A partir de febrero de 1936, con la victoria de nuevo de la izquierda, se reanudó el proceso de reforma agraria. En esta etapa se expropiaron más de 200.000 hectáreas y fueron asentados más de 80.000 campesinos. La reforma agraria supuso un momentáneo alivio para cientos de familias de jornaleros. Sin embargo, conforme iban cayendo los pueblos de la región en manos de las tropas nacionales, se iban reintegrando las tierras a sus antiguos propietarios. Con la llegada de la República, las reivindicaciones campesinas se hicieron cada vez más intensas. Los jornaleros extremeños entendieron que había llegado el momento de reivindicar y luchar de una vez por todas por sus derechos. Por ello, se produjeron afiliaciones masivas de campesinos y jornaleros a sindicatos. La Unión General de Trabajadores (UGT), la Federación Nacional de Trabajadores de la Tierra (FNMT) y la Confederación Nacional de Trabajadores (CNT), entre otras, experimentaron un gran auge. Desesperados por la lentitud de la reforma agraria, muchos jornaleros se echaron a la calle. El 13 de junio de 1936 una masa hambrienta de campesinos intentó tomar el ayuntamiento de Montemolín (Badajoz), siendo duramente reprimidos. Más dramáticos fueron los sucesos ocurridos en Castilblanco (Badajoz), el 3 de diciembre de 1931. Todo este movimiento obrero acabó de forma brusca tras el triunfo del alzamiento militar del general Franco. En 1936 se produjo el alzamiento militar del general Franco. En Extremadura, la provincia de Cáceres secundó el alzamiento, pero no así la de Badajoz. Dada la importancia estratégica de esta plaza, en ese mismo año se inició una ofensiva para tomar la ciudad bajo el mando del coronel Yagüe. La decisión de tomar Badajoz antes de marchar sobre Madrid se fundamentó en el hecho de no dejar en la retaguardia una plaza militar tan importante. Toda la ruta entre Sevilla y Mérida, y luego, entre Mérida y Badajoz, fue tomada por la llamada Columna Madrid, al mando del teniente coronel Asensio. Avanzó desde Sevilla sometiendo los pueblos que encontraba a su paso: Monasterio, Calzadilla, Zafra, Los Santos de Maimona, Villafranca de los Barros, Almendralejo, Mérida, Talavera la Real y Badajoz. El enfrentamiento fue absolutamente desigual porque los milicianos, mal armados y sin formación militar, apenas ofrecieron resistencia. El nombre de Sindicato se refiere a una Asociación de trabajadores para la defensa de sus intereses. Con la II República se produjo el auge del movimiento obrero y con ello el sindicalismo. Después de la toma de la ciudad de Badajoz, la resistencia en Extremadura se limitó al sureste de la provincia de Cáceres y al este de la de Badajoz. La comarca de la Serena se convirtió en el baluarte de la resistencia hasta junio de 1938 en que comenzó la última ofensiva franquista. Tropas al mando del general Queipo de Llano iniciaron una cruenta campaña que finalizó en primavera de 1939, con el sometimiento de los últimos reductos de milicianos. La dictadura franquista tampoco redimió a Extremadura de su secular atraso. La postguerra fue muy dura en la región y el desarrollismo franquista provocó la emigración de cientos de extremeños a otras regiones de España. El Plan Badajoz fue claramente insuficiente dada las carencias crónicas que padecía la región desde hacía siglos. Tras la guerra que desgarró España, comenzó la reconstrucción en medio de la más absoluta penuria económica. Se devolvieron las tierras a sus antiguos dueños y se abolieron todas las conquistas sociales obtenidas por los trabajadores durante la República. La década de los 40 se conoció como los años del hambre, provocada por la estructura de la propiedad, las malas cosechas y el aislamiento internacional. La agricultura continuó siendo la base de la economía. Aunque se roturaron tierras, la productividad continuó siendo muy baja por la escasa mecanización. En el medio rural, el nivel de vida fue aún más precario que en la ciudad, sin infraestructuras, sin servicios municipales y sin asistencia sanitaria. Ante esta situación, casi un millón de extremeños se vio obligado a abandonar su tierra natal en el siglo XX. Un fenómeno que se vio acentuado a partir de la década de los sesenta debido al fuerte crecimiento de la población y a la imposibilidad de encontrar trabajo en la región. Muchos extremeños emigraron a otras regiones peninsulares, la mayoría a Madrid, Cataluña y el País Vasco. Sin embargo, otros muchos tuvieron que marchar a otros países europeos, sobre todo a Francia, Alemania, Suiza, Países Bajos y Bélgica. Esto provocó un estancamiento de la población que todavía en el 2006 era inferior a la que tenía la región en 1930. Entre 1950 y 1977 salieron de Extremadura 645.000 habitantes, es decir, el 45 por ciento de su población. La mayor parte tenía entre 20 y 40 años. La iniciativa más importante que desarrolló el franquismo en Extremadura fue sin duda el Plan Badajoz, aprobado en abril de 1952. Su objetivo era, básicamente, desarrollar la agricultura de regadío, utilizando el agua del Guadiana. Así, se pretendía introducir industrias de transformación de esos productos primarios, es decir, semilleros, mataderos, fábricas de abonos, para asentar a una población que vivía en condiciones precarias y mantenía una economía puramente de subsistencia. Los resultados prácticos del Plan Badajoz fueron muy modestos, sobre todo por la dificultad para comercializar los productos y por el exagerado proteccionismo estatal. Hubo también un Plan Cáceres, pero contó con menos inversión y con objetivos más modestos. En resumen, apenas supuso la construcción de algunos embalses y la puesta de algunas tierras en regadío. La política de polos de desarrollo llevada a cabo por el régimen franquista en los años sesenta dejó fuera a Extremadura. Pese a que en esa época las condiciones socio-económicas mejoraron, en general la región mantuvo unas infraestructuras tercermundistas hasta las últimas décadas del siglo XX. Se conocían con el nombre de Polos de desarrollo a la práctica política económica del régimen franquista que intentó deslocalizar la industria nacional, extendiendo esa industria a algunas capitales de provincia desfavorecidas. La evolución de la población en Extremadura ha sufrido numerosos vaivenes a lo largo del siglo XX. Hoy el panorama de Extremadura es muy diferente: disfruta de una amplia autonomía política, de una sociedad de clases medias, de un desarrollo económico sostenible y de un crecimiento urbano equilibrado. Ello ha generado confianza en el futuro de Extremadura. En 1977 se creó una Junta Preautonómica con el objetivo fundamental de preparar el Estatuto de Autonomía que fue aprobado por Ley Orgánica del 26 de febrero de 1983. El Estatuto es la carta magna que rige nuestras instituciones y que señala nuestros signos de identidad. La Junta de Extremadura tiene varios organismos básicos: la Asamblea, unicameral, que es el órgano legislativo; el ejecutivo, presidido de 1983 a 2007 por Juan Carlos Rodríguez Ibarra; y el judicial, formado por el Tribunal Superior de Justicia de Extremadura. En 2006 la población extremeña ascendía a 1.086.373, lo que suponía tan sólo el 2,74 por ciento de la población española. La densidad es de 26 habitantes por kilómetro cuadrado, muy por debajo de la española, cifrada en 84 habitantes pro kilómetro cuadrado . La provincia de Badajoz está más poblada que la de Cáceres y hay una distribución equitativa de la población en la comunidad. Pese a que Extremadura partía de una situación de inferioridad con respecto a otras comunidades autónomas, los avances en las últimas décadas han sido muchos: mejora generalizada de la calidad de vida y de las infraestructuras, alfabetización de la población y extensión de un sistema sanitario de calidad. Asimismo, su economía es predominantemente terciaria. Extremadura está comprometida con un desarrollo sostenible, fundamentado en las energías alternativas y en la calidad que garantizan sus denominaciones de origen (jamones Dehesa de Extremadura, quesos de la Serena o del Casar, entre otros). El plan de infraestructuras es también ambicioso: la autovía de la Plata, la llegada del Tren de Alta Velocidad a Cáceres y Badajoz y el aeropuerto de Talavera la Real. Hay que aclarar que se llama Desarrollo Sostenible a aquel que permita satisfacer las necesidades del presente sin comprometer la capacidad de generaciones futuras de satisfacer las suyas proopias. Hablemos ahora de un bosquejo sobre la Cultura y el Arte. Extremadura ha aportado grandes figuras al panorama cultural y artístico español. Escritores, bibliófilos, poetas, dramaturgos y artistas han destacado desde el siglo XVIII hasta nuestros días. En el siglo XVIII destacó Extremadura en el terreno literario, dando figuras del nivel del poeta Juan Meléndez Valdés, Vicente García de la Huerta y Juan Pablo Forner y Segarra. También en el siglo XIX, tanto en la corriente romántica como en la realista, encontramos importantes referencias literarias. Dentro del primer movimiento hemos de destacar al almendralejense José de Espronceda, autor del célebre poema "La canción del pirata". Dentro de la corriente realista hay destacar a los escritores Abelardo López de Ayala, Juan Donoso Cortés y al bibliófilo Bartolomé J. Gallardo. A principios del siglo XX destacó el novelista Felipe Trigo, acérrimo crítico de la sociedad de su época en novelas como "Jarrapellejos". Posteriormente, Antonio Rodríguez-Moñino (1910- 1970), se consagró como uno de los más eminentes bibliófilos de su época. Finalmente mencionaremos a Luis Chamizo, autor del poemario "El Miajón de los Castúos". En él utilizó, el castúo, es decir, el lenguaje común de las gentes del campo. En el siglo XVIII no puede hablarse de escuelas artísticas extremeñas. Se construyeron o se remodelaron algunas iglesias y torres, como las de Jerez de los Caballeros, y palacios como el del Marqués de Monsalud en Almendralejo. Pero todas las obras de relevancia fueron diseñadas por maestros llegados de fuera de la región. En el siglo XIX la situación no mejoró demasiado. Se construyeron algunas obras neoclásicas, como la iglesia de la Concepción de Badajoz, mientras que en pintura destacaron maestros costumbristas y academicistas, como Felipe Checa y Nicolás Megía. El panorama cambió sustancialmente en el siglo XX, cuando por fin encontramos a artistas locales que despuntaron a nivel nacional. Arquitectónicamente se construyeron numerosos edificios modernistas y racionalistas en Badajoz, por arquitectos foráneos o por extremeños formados en Madrid o Barcelona. Entre los escultores destacaron Juan de Ávalos y Pérez Comendador. En pintura, ligados a la corriente costumbrista de la primera mitad del siglo XX, despuntaron Eugenio Hermoso y Abelardo Covarsí. En la segunda mitad del siglo encontramos a pintores de proyección internacional que trabajaron en distintas vanguardias artísticas, como Godofredo Ortega Muñoz, Timoteo Pérez Rubio, Juan Barjola y, sobre todo, Eduardo Naranjo. El panorama cultural de la región se completa con una nutrida red de museos. Entre ellos cabe destacar el Nacional de Arte Romano de Mérida, los de Bellas Artes de Cáceres y Badajoz; así como el Museo de Arte Contemporáneo de Badajoz (MEIAC).
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