El ltimo sueo del abuelo
Publicado en Jan 24, 2016
“EL ÚLTIMO SUEÑO DEL ABUELO”
-¡Tuve un sueño maravilloso!- dijo, emocionado, el abuelo. Sus cabellos blancos parecían recobrar por momentos su antiguo color. Su rostro estaba lleno de frescura, como la montaña cuando es acariciada por la brisa de la mañana. -¡Tuve un sueño maravilloso!- volvió a decir el abuelo, sus pestañas jugueteaban graciosamente con sus ojos, ojos de estrella, ojos de planeta, ojos de luna, ojos de amor. Sus cejas parecían pedacitos de algodón colocados, con mucho cuidado, por encima de sus ojos. Su sonrisa no se eclipsaba con su avanzada edad. Su voz nunca se enfriaba, a pesar de que él ya estaba en el invierno de su vida. Cómo le admiraba yo. Cómo le contemplaba. Cuánto me gustaba visitarle. Cuánto me contentaba escucharle. Él era un viejo “nuevo”, cargado de sueños y esperanzas. Cuando alguien le preguntaba su edad, el abuelo solía responder que su querida madre la sabía con exactitud, pero que, desafortunadamente, ella había muerto mucho tiempo atrás y, por eso, él ya no podía decir su edad con confianza, con certeza. El abuelo recordaba los juegos de su niñez de una manera muy vaga en su mente, pero en su corazón guardaba, como en un cofre, las más bellas y tiernas sensaciones que en él despertaron esos juegos. -¡Tuve un sueño maravilloso!- dijo otra vez el abuelo. Estaba en la mecedora. La mecedora era su “cuna”, “cuna” de su vejez, refugio de sus largos años. Sus manos blancas y arrugadas, como papel “Bond” maltratado, le temblaban ligeramente. Sus orejas todavía oían el murmullo del río de la vida. Por su boca siempre decía hermosas y sabias palabras. Él era, sin duda alguna, un monumento de sabiduría, de serenidad, de felicidad. El abuelo se mecía al ritmo de la paz. El antiguo reloj de cuerda, que siempre le daba la hora, pronunciaba su tic tac desde el bolsillo de su pantalón marrón. El viejito se había quedado dormido en la cuna de su vejez y había estado soñando con un mundo diferente, de igualdad, de justicia, de fraternidad, con los hombres dándose la paz unos a otros, tal como en la misa. Había estado soñando con hombres y mujeres que se perdonaban las ofensas y que lloraban de felicidad. Tal como en la “oda a la alegría”, veía en su sueño que todos los hombres eran hermanos. Tal sueño de amor se acomodó en su corazón y por sus venas se extendió una paz, una armonía. Afuera de la casa, arriba en el cielo, el sol brillaba con mucha intensidad. ¿Acaso el astro rey sabía que el abuelo estaba cruzando la última esquina de su vida y, quizás por eso, le brindaba, con mucho amor, lo mejor de sus destellos? Afuera de la casa, los pájaros cantaban alegres melodías. El antiguo reloj de cuerda se iba apagando, poco a poco, paso a paso. El cuarto movimiento de la sinfonía de la vida estaba llegando a sus últimos compases. Quizás ese reloj, su inseparable compañero, metido en el bolsillo de su pantalón marrón, sabía que al abuelo se le acababa el invierno y que después vendría otra primavera. Y quienes estaban presentes en su casa aquel día- entre los cuales me incluyo-, se consolarían luego al recordar que el invierno siempre termina con el deshielo y que después viene la primavera, la alegre, eterna y hermosa primavera. El corazón del abuelo y su antiguo reloj dejaron de funcionar hace mucho tiempo. Cómo extraño su sosiego. Cómo añoro su paz. Cómo echo de menos su sonrisa, su mirada, sus canciones, sus cuentos, sus palabras, su poesía, su sinceridad, su sabiduría. Abuelo, sé que andas ahora en otro lugar. Pienso que no te fuiste del todo, porque tus maletas nunca arreglaste, porque tus cosas siguen estando aquí, intactas. Pienso que te has ido de vacaciones y que mañana quizás, o un día de los muchos que vendrán, estarás de vuelta, como el sol en cada amanecer, como el canto de los pájaros en las mañanas, como el cometa Halley. Viejito, aquí está tu mecedora, tu habitación, tu cama, tu almohada, tus pipas, tus pantuflas, tus discos, tus retratos, tu ajedrez de madera, tus seres queridos, tu nieto, y está también tu inseparable compañero, tu antiguo reloj que ahora tengo entre las manos y con el que recuerdo tantos momentos que vivimos. El sueño que tuviste, algún día, debe de hacerse realidad. Quizás haya sido un adelanto, una premonición, una visión de lo que será. Porque los sueños están para que se hagan realidad.
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Jefferson
hermosas palabras.
Gracias por compartir un abrazo.
Ibrahim Fajardo
solimar
Ibrahim Fajardo