¿Estábamos realmente enamorados? (Diario)
Publicado en Jan 24, 2016
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Año de 1969 después de Jesucristo. ¿Estábamos realmente enamorados Luis, Carlos y yo? Luis se engañaba a sí mismo, Carlos se dejaba engañar y yo solamente soñaba. El término amor, como dicen los enciclopedistas, resulta difícil de precisar por cuanto peca de polisemia. En aquel año de 1969 después de Jesucristo, ni Luis ni Carlos ni yo sabíamos lo que era la polisemia. Porfirio, Plotino y Plutarco. Tres nombres propios para determinar si eran realmente tres amores platónicos. Metafísica de las experiencias amorosas sí que eran los tres. Por eso pasábamos todas las tardes y todas las noches filosofando con los cubalibres para liberarnos de aquel estado hipnótico que nos atraía hacia la axiología del amor. Tampoco en aquel año de 1969 después de Jesucristo, ninguno de los tres sabíamos nada de la axiología. Así que, contemporáneos del desarrollo sentimental, íbamos tejiendo relaciones con el género opuesto. Parecíamos asteroides de órbitas excéntricas paseando nuestra existencia bajo las estrellas nocturnas y esa luna de Madrid que tanto me hacían poetizar en el perihelio de las madrugadas. Igualmente, en aquel año de 1969 después de Jesucristo, nada sabíamos de los perihelios. En nuestras iconografías amorosas lo más interesante resultaba saber que éramos tres jovencitos sorteando las olas de la vida entre el amor y la psique.
 
Teníamos muy bien preparados nuestros esquemas artísticos para atraer las miradas de las chavalas (algo así como Botticelli, Caravaggio y Rafael con aires de flamencos a la madrileña) pero, a la hora de la verdad, teníamos que inventarnos los besos que no habíamos conseguido al fallarnos algo imprevisto en nuestras estrategias. Luis se pasaba de rosca, Carlos se enroscaba pero no sabía salir indemne, y yo iba de rosca en rosca aprovechando el desconcierto general; claro que mis roscas poseían la característica del mito original, algo que ni Luis ni Carlos conseguían comprender por más que se empeñaban en que les contara qué clase de técnica era esa. Así que, para no descubrir mis cartas, lograba hacer que hablásemos de Fórmula 1 para lograr la mayor velocidad a mis acciones de escucha. Y es que yo siempre escuchaba de todo menos de lo que no me interesaba escuchar.
 
Si el amor nace de Eros y Afrodita, el arte de hacerme pasar por néofito es lo que les descomponía los nervios a mis dos compañeros de aventuras porque tanto Luis y Carlos se inquietaban con cada uno de sus fracasos mientras yo intentaba siempre mantener el tipo ante las sorprendidas chavalas que me pedían interpretar mis sonrisas. Eran muy fáciles de interpretar, pero ellas creían que era muy complicado. En definitiva, puedo decir que me servían para acercarme a ellas sin tener que quemarme. Por eso salí siempre indemne mientras que Luis y Carlos (dos años menos jovencitos que yo) naufragaban lejos de la costa. Digamos que de la Costa Fleming por poner un ejemplo. Y es que ellos buscaban afanosamente entre las del montón mientras yo me dedicaba a la apasionante tarea de la selectividad; o sea, ir seleccionando cuáles eran las más interesantes en todos los sentidos físicos y psíquicos. Eso es lo que ni Luis ni Carlos pudieron jamás entender.
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Foto del autor José Orero De Julián
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Descripción

Páginas de Diario personal.

Palabras Clave: Diario Memoria Recuerdos.

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Personales



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