Haz el bien y no mires a quien (Diario)
Publicado en Mar 03, 2016
Haz el bien y no mires a quien es una buena frase cristiana. Significa ayudar y echarle la mano a la gente aunque sea una persona que no te agrada o de la cual no vas a recibir nada. En inglés, para conocimiento de algún ignorante como Benito, se dice "Do good and do not look at who". Pero a veces da mucho que pensar. Sobre todo si se trata de alguna persona como el citado Benito. Y es que tengo una anécdota muy curiosa en este sentido. Me sucedió cuando yo era todavía soltero y gastaba ropa de muy bien vestir. Resulta que mi madre, comprendiendo las necesidades y los apuros que pasaba Benito con esto de la ropa de vestir, me pidió permiso para poder regalarle alguno de mis pantalones, alguna de mis chaquetas o alguna de mis camisas. Le respondí que podía hacerlo con total libertad pero que no se fiase mucho de Benito; porque ya había yo notado en él ciertas miradas de envidia y ciertas maneras de dar a entender que yo me creía más importante qué él porque sabía escribir muy buenos cuentos, relatos y hasta poemas, mientras él no había aprendido ni a hacer la o con un canuto. Lo cual no era cierto, por supuesto, porque yo iba a lo mío y no me preocupaba en absoluto la gente inculta o analfabeta ya que siempre he respetado tales cuestiones.
Pues bien. Con el tiempo resultó que mis sospechas eran ciertas. En más de una ocasión ví vestido a Benito con ropa, en perfecto estado de uso, que me había pertenecido a mí. Yo en ningún momento le pedí que me lo agradeciese a mí o, para ser más exacto, que se lo agradeciese a mi madre que era la que había tenido aquella idea. Tampoco era cuestión de pedirle nada sabiendo que nunca daba nada a nadie. Pero el asunto no paraba ahí. El asunto es que Benito, en lugar de agradecerlo o al menos estarse callado, comenzó a mirarnos con ojeriza, como pensando que mi madre y yo nos las dábamos de importantes delante de él cuando, la verdad sea dicha, el que intentaba dárselas de importante era él diciendo que sabía mucho más de la vida que mi madre y yo juntos; lo cual sólo me producía sonrisas y ganas de echarme a reír a carcajadas. Todo aquello de hacer el bien y no mirar a quien era muy interesante porque demostraba lo desprendidos y generosos que éramos mi madre y yo. Sin embargo, Benito, se sentía cada vez más acomplejado ante nosotros y cada vez nos miraba con mayor recelo, con mayor disgusto, con mayor mala leche. Sobre todo cuando descubrió que mi madre y yo sabíamos de la vida mucho más de lo que él se creía. En cualquier asunto que quería mostrarse superior naufragaba por completo. En cuanto a mi madre porque ella había sido capaz de criar con educación y con esmero a una hija y cuatro hijos mientras que él no había sido capaz ni de casarse. En cuanto a mí porque en más de una ocasión le había dejado con la boca abierta, como de pasmarote, cuando se daba cuenta de las grandes aventuras que llevaba a cabo no sólo en la gran ciudad de Madrid sino en cualquier otro lugar; incluyendo, por supuesto, la propia la ciudad de Cuenca o la misma aldea de Molinos de Papel. Aquello no lo podía soportar y le chirriaba la dentadura cada vez que se lo demostraba sin tener que hacer nada más que dejar que él se comparase conmigo y que las conquistas que decía haber llevado a cabo eran agua de borrajas con las conquistas conseguidas por mí. Y eso que él se esforzaba hasta lo máximo de sus limitaciones para conseguir algún "levante" de los que nadie quería y yo no hacía nada por conseguir "levantes" que muchos deseaban sin conseguirlo; entre los que se encontraba, por supuesto, él mismo. La famosa frase que dice "de desagradecidos está el mundo lleno" tiene mucho de sabiduría aprendida en las batallas diarias. El mundo está lleno de gente buena, dicen algunos, pero también de desagradecidos que nos hacen dudar si tienen sentimientos por dentro. A ninguno de nosotros nos gusta toparnos con este perfil de personas que no te agradecen nada cuando les das de todo o les haces algún favor o trabajo. Que conste que, por nuestra parte, si haces un favor no hay que esperar algo a cambio, aunque lo mínimo que debe hacer la otra parte es agradecértelo. Benito es una de esas personas que ni agradecen nada de lo que le des ni, por supuesto, te da nada sin echártelo en cara. Particularmente, yo no tenía culpa alguna de que Emilín se comiese, a puñados, las fresas que Benito cultivaba en su huerto gracias, y todo hay que decirlo, a unas semillas que le había regalado mi madre. O sea que, al fin y al cabo, Emilín se comía aquellas fresas, a puñados, porque provenían de unas semillas estadounidenses que mi madre le había regalado a Benito. El caso es que, una vez aclarado este asunto de las semillas de las famosas fresas de Molino de Papel, yo no tenía ninguna culpa de lo que pasaba entre Benito y Emilín y de sus luchas internas. Para mí la vida era mucho más interesante preocupándome de mis propias cosas, de mis propias aventuras, de mis propias hazañas y de mis propios éxitos sin tener que compararme ni con Emilín ni mucho menos con Benito. El asunto es que ya le había yo advertido a mi madre que no era buena idea regalarle nada a Benito (ni semillas de fresas estadounidenses ni ninguna otra cosa incluyendo mis pantalones, mis chaqueta y mis camisas) aunque fuese una acción tan cristiana. El tiempo me dio la razón. Y no es que yo quisiera tener más razón que un burro porque el burro de Benito no me interesaba para nada; pero a cada cual lo suyo y cada cual en su verdadero lugar. El burro no dejaba de ser, en realidad, más que un burro y lo demás la vida lo demostró. Nota.- A los pantalones, las chaquetas y las camisas, hay que añadirle los zapatos.
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