La noche del vestido rojo (Novela) -Captulo 1-
Publicado en Mar 26, 2016
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Gabino Muriarte se alisó el bigote con gesto nervioso. 
 
- Continúe, señora García, por favor. En estos casos todos sabemos alardear de humanitarismo.
 
- Trabaja usted de mala gana, ¿no es cierto?
 
- Si he de serle franco...
 
- Comprendo. Comprendo perfectamente. Supongo que tendrá razones para afirmarlo.
 
- Entiendo, señora García, que Antonio es una persona algo desequilibrada e histérica.
 
- Sí. Le describe usted exactamente. ¿Se funda usted en algún motivo, o en algún hecho, para contarle entre los sospechosos?
 
- Ya veo, señora García, que no cree usted en la intuición.
 
- Conozco el valor de su tiempo. Creo en usted.
 
- Me lisonjea demasiado, señora García. Efectivamente, en estos momentos me encuentro ocupado en muchas otras tareas, pero me voy a centrar en este caso. ¿Tiene usted prisa, señora García?
 
- Temo que usted va a perder lamentablemente el tiempo con este asunto.
 
- ¡Quién sabe!
 
- Creo en los hombres pequeños como usted. Son muy inteligentes.
 
- Pues si mal no recuerdo, Antonio es también de muy corta estatura.
 
- ¡Antonio es un idiota presuntuoso!
 
- ¿Por qué?
 
- No me haga caso. Mi observación responde a una idea. Lo asegura todo el mundo que le conoce.
 
- Tengo entendido que es sobrino de su marido y no de usted...
 
- En efecto. Antonio es el único hijo de una hermana de Rufino.
 
- Tiene un carácter muy difícil, ¿verdad?
 
- Ha tenido muchas compañeras de trabajo; pero todas ellas han acabado siempre por desquiciarle de los nervios.
 
- ¿Sabe quiénes fueron sus padres y de dónde procede?
 
- Su padre y su madre viven en Indonesia, según creo.
 
- Dicen que es un país maravilloso, pero a mí me parece que ejerce una influencia perniciosa sobre determinadas personas que están bastante mal de la cabeza.
 
- Sí, señor Muriarte. ¿Cómo lo sabe usted?
 
- Simplemente lo sé, señora García. ¿Está bien segura de que oyó antes su voz?
 
- No le comprendo, señor Muriarte.
 
- Se trata solamente de una pregunta de tanteo. ¿Es simpático ese tal Antonio?
 
- Es un caballero muy generoso, pero... no muy inteligente...
 
- ¿De manera que, en opinión de la servidumbre, Antonio es el autor del crimen?
 
- A nadie le gusta pensar que ha sido él, pero...
 
- Pero tiene muy mal genio. ¿No es así?
 
- ¡Oh, sí! ¡Ya lo creo que tiene muy mal genio!
 
- ¿Le ha confiado a su esposo Rufino sus sospechas?
 
- No. Creo que Rufino sospecha de mí. Es un absurdo, pero no deja de ser cierto que sospecha de mí.
 
- Comprendo perfectamente su actitud y le reugo que me considere a su entera disposición. Ahora ya nos entendemos. Tenga la bondad de referirme los acontecimietnos más importantes de la noche. 
 
- Antonio no asistió al comienzo de la cena. Había tenido unas serias desavenencuia con su tío; o sea, con mi esposo Rufino. Y se fue a cenar al Club de Golf.
 
- ¿Riñeron la noche del crimen?
 
- ¿Por qué me lo pregunta?
 
- Porque se me ha ocurrido. Eso es todo.
 
- Me parece que sí.
 
- ¿Quiénes más estuvieron cenando?
 
- Además de mie esposo y yo, cuente a Carlos, Luis y Carmen.
 
- ¿Qué hicieron después de cenar?
 
- Pasamos al salón. Antonio regresó del Club de Golf y nos acompañó en la velada. Diez minutos después se armó un escándalo entre él y mi esposo; algo sin importancia relacionado con una carta.
 
- ¿Hizo Rufino algún comentario significativo?
 
- Me dijo: ¡Antonio es un lunático!
 
- ¿Tiene idea de qué trataba esa carta?
 
- No, señor Muriarte. En absoluto.
 
- ¿Y después?
 
- En cuanto a mí se refiere yo estuve trabajando al lado de Rufino por espacio de una hora y media. A las once en punto me dio permiso para que me retirase y salí a dar una vuelta por el barrio.
 
- ¿Tiene alguna idea sobre el tiempo que permaneció Rufino a solas?
 
- No, señor Muriarte.
 
- ¿Qué sabe más de aquella noche?
 
- Cuando volví ya todos estaban durmiendo en las habitaciones del piso de arriba y entonces fue cuando encontré el cadáver.
 
- El crimen se cometió con una pesada maza indonesia. La muerte fue instantánea. Esto afirma mi convicción de que no fue premeditado.
 
- ¡Sí, pobre Carlos!
 
- ¿Y usted encontró, sin duda alguna, el cadáver caído sobre la mesa?
 
- Eso es. No había resbalado hasta el suelo.
 
- ¿Oyó llegar de la calle a Luis?
 
- No, señor Muriarte. Todos dormían ya profudnamente.
 
- ¿Tiene alguna otra luz su habitación?
 
- No.
 
- Bien. Gracias, señora García.
 
- ¡Me estaba olvidando de Jimena!
 
- ¿La futura promesa de la cinematografía española?
 
- Sí, señor Muriarte, de ella misma. 
 
- ¿De qué color llevaba su vestido nuestra querida Jimena?
 
- Rojo, Completamente rojo.
 
- No olvidaré ese dato.
 
- ¿Podría abrir un poco la ventana?
 
- Como guste, señora García. ¿Me permite dos palabras?
 
- Estoy a su entera disposición, señor Muriarte. Soy toda suya.
 
- ¿Fue usted la última persona que vio con vida a Carlos antes de encontrarlo muerto?
 ´
- Creo... creo... creo que sí... pero quizás no... perdone... estoy un poco aturdida...
 
- ¡No se aflije usted tanto, señora García! ¡No se aflije tanto, por Dios!
 
- Perdón, señor Muriarte. No pude remediarlo. 
 
- ¿Cuánto tiempo dice usted que estuvo trabajando al lado de su esposo?
 
- ¡Ya le dije antes que hora y media!
 
- No se enoje tanto conmigo, señora García. ¿Exactamente hora y media?
 
- Es muy posible que algunos minutos menos o algunos minutos más. ¡No puedo ser tan exacta!
 
- Recuerde que nadie la vio.
 
- Todos estaban ya dormido cuando regresé. ¿Quieres usted decir que yo soy sospechosa?
 
- ¡Quién sabe!
 
- Entonces... es algo difícil la situación para mí...
 
- ¡No, no, señora García! Todavía no estoy afirmando nada.
 
- ¿De veras, señor Muriarte?
 
- No pasemos por alto otras alternativa. ¿Se llevan bien Luis y Carmen?
 
- Él está muy enamorado de ella.
 
- Muy bien.
 
- Acaba de llegar en coche un caballero.
 
- ¿El escurridizo Antonio tal vez?
 
- ¡Sí! ¡Es ese maldito idiota!
 
- ¡Caramba!
 
- No tiene nada que ver con el caso.
 
- No estoy tan seguro de ello.
 
- Antonio no conocía a Carlos.
 
- Comprendo. ¿Oyó usted algún ruido significativo?
 
- No, recuerdo que después de ver el cadáver me entró el pánico, subí a mi alcoba y me quedé profundamente dormida.
 
- Antes dijo que Antonio regresó del Club de Golf y les acompañó en la velada.
 
- Sí. Pero es que es sólo un idiota aunque yo no tengo mala opinión de él. Dejando de lado lo imbécil que es resulta ser un muchacho excelente. 
 
- Si hubiese sido él el asesino usted lo sabría, ¿no es cierto?
 
- ¡Oh, sí, señor Muriarte!
 
- ¿Nadie salió al exterior del chalé durante la velada?
 
- Únicamente Jimena.
 
- ¿Con qué intención?
 
- Salió a fumar un cigarrillo.
 
- ¡Es curioso!
 
- ¿Qué quiere decir?
 
- Tengo entendido que a Antonio le molesta mucho la gente que fuma y sin embargo...
 
- ¿Ha encontrado alguna pista, señor Muriarte?
 
- Viéndole llegar a través de la ventana se nota que lleva tabacos en el bolsillo superior de su chaqueta.
 
- Le diré la verdad. Antonio es así de absurdo. ¿Cómo lo ha descubierto usted?
 
- Porque exagera demasiado diciendo a todo el mundo que le molesta el humo. ¿Me equivoco?
 
- No se equivoca. Es su conversación favorita. ¿Cómo lo ha sabido?
 
- Es muy fácil de saber que toda esa clase de histéricos hablan siempre de lo mismo.
 
- ¡Deduce usted fantásticamente bien!
 
- Volvamos a la noche del crimen.
 
- Tengo que decirle que Antonio volvió muy pronto del Club de Golf y si se hubiese retrasado yo hubiera ido a buscarle inmediatamente.
 
- Le creo, señora García.
 
- Tengo miedo de que alguien, por la noche, le ataque o le haga daño.
 
- Es cierto. Sí. Por la noche es muy peligroso caminar por las calles cuando no se es lo suficientemente listo para hacerlo. Y no digo inteligente sino simplemente listo. Lo cual, según su confesión, no sucede con Antonio.
 
- Piensa usted lo mismo que pienso yo.
 
- Pero por causas diferentes. Usted lo mima como si fuera su propio hijo y yo lo analizo como si fuera un desdichado en manos de los demás.
 
- ¿Antonio fuma a escondidas?
 
- Exacto. Y Jimena fuma sin esconderse.
 
- Le repito que Antonio tiene el genio muy vivo pero es inocente.
 
- ¿Me permite una duda razonable?
 
- Antonio no es ningún charlatán, señor Muriarte.
 
- No estoy pensando en eso; sino que alguien como él suele tener el genio muy mudable.
 
- Sí. Pero acusarle por eso es injusto.
 
- No acuso a nadie, pero Antonio volvió demasiado deprisa del Club de Golf. ¿Sabe lo que supone eso, señora García?
 
- ¿Qué quería estar junto a Jimena?
 
- Exacto. Esto marcha muy bien.
 
- Señor Muriarte, se engaña uste a sí mismo.
 
- Lo sé... lo sé... pero es un método que siempre me ha dado muy buenos resultados... y gracias a eso he alcanzado mi alta reputación... ¿qué le parece mi forma de investigar los hechos?...
 
- ¿Me va a seguir preguntando más cosas?
 
- De momento, no. Pero sólo de momento. Gracías, señora García.  
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Foto del autor Jos Orero De Julin
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Novela.

Palabras Clave: Literatura Prosa Novela Intriga Misterio Conocimiento Relatos Narrativa.

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos



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