La noche del vestido rojo (Novela) - Captulo 2 -
Publicado en Mar 26, 2016
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Gabino Muriarte se subió las solapas de su gabardina.
 
- Buenos días, Antonio.
 
- ¡Señor Muriarte!
 
- ¿Se puede saber por qué oculta que es fumador?
 
- ¡Oiga, caballero! ¡Yo no fumo jamás!
 
- Ya sé que le interesa guardar el secreto.
 
- Le quedaré muy agradecido si no vuelve a acusarme...
 
- ¿Y usted se llama hombre mintiendo de esa manera?
 
- ¡No me gusta mentir!
 
- Pero miente.
 
- ¿En qué miento yo?
 
- ¿No se excitó usted al verla?
 
- No soy de piedra, señor Muriarte.
 
- Pero es usted excesivamente nervioso por culpa de los porros.
 
- ¡Le estoy diciendo que quiero dejarlo definitivamente!
 
- No se acalore usted tanto, san Antonio. ¿Se cree o no se cree santo?
 
- ¿Está insinuando usted que yo me creo puro?
 
- ¡Un momento! ¡Un momento! Puede ser usted un idiota pero acostumbro a no reírme de nadie cuando estoy trabajando. ¿Me ha entendido?
 
- Sí, si. Lo entiendo.
 
- ¿No entra en el lote de sus feas costumbres acosar a Jimena?
 
- No, señor Muriarte. Jimena me gusta demasiado pero yo soy incapaz de acosar a nadie.
 
- ¿Y qué pensó usted cuando la vio con el vestido rojo?
 
- Una o dos veces la miré demasiado.
 
- ¿Le vio usted bien el rostro?
 
- No, señor. Soy muy miope y a cierta distancia, aunque sea corta, no suelo distinguir bien las facciones de las personas. 
 
- ¿Podría describírmela ?
 
- Sé que es muy guapa y muy sexy. Llevaba puesto un abrigo de piel de vicuña cuando llegó a la cena porque lo vi en el perchero que hay a la entrada de la mansión. Al verla vestida con su elegantísimo vestido rojo me deslumbró por completo.
 
- ¿No sería por casualidad?
 
- ¿Insinúa que soy marica? ¡No lo crea, señor Muriarte! ¡Me gustan demasiado las mujeres!
 
- Ella tiene la misma altura que usted.
 
- ¿Cómo puede saber eso?
 
- Sólo lo he dicho como posibilidad. Usted mismo lo puede confirmar.
 
- ¿Puedo saber a qué viene esto de preguntar cosas tan estúpidas?
 
- Son para saber cómo reacciona usted ante situaciones límítes.
 
- ¡Bien! ¡Reconozco que soy muy colérico!
 
- ¿Y tal vez también violento?
 
- ¿Está insinuando que yo fui el asesino?
 
- Yo no insinúo nada. Sólo afirmo que los porros aturden la mente y con una mente aturdida pueden suceder cosas que normalmente no suceden.
 
- Bien, señor Muriarte. Le deseo mucha suerte en sus investigaciones.
 
- ¡Un momento, Antonio, un momento!
 
- Le deseo un muy buen día.
 
- Celebro que usted me desee eso pero da la casualidad de que todavía no he terminado.
 
- No sé a lo que se refiere.
 
- ¿Tiene usted altos estudios o sólo estudios elementales?
 
- ¿Se refiere a si soy idiota?
 
- Solamente me refiero al grado de cultura que usted posee. Si es usted idiota o no es usted idiota no me preocupa para nada.
 
- ¡No me interesa la cultura!
 
- ¿Y no sabe usted que a menor cultura hay mayor posibilidad de ser violento?
 
- Sí, señor Muriarte. Lo sé. ¿Qué más quiere averiguar?
 
- Si a una corta inteligencia se le suman los efectos de los porros... ¿qué obtenemos?...
 
- Un hombre que no controla sus acciones.
 
- Usted mismo lo ha dicho.
 
- ¡Se está poniendo demasiado pesado, señor Muriarte!
 
 - ¿Está amenazándome, Antonio?
 
- No... esto... no es esa mi intención...
 
- Los bajitos también podemos ser grandes profesionales de las artes marciales y tener mala leche cuando se ponen las cosas muy feas.
 
- De acuerdo... de acuerdo... lo siento...
 
- ¿Conoce usted algo de una carta?
 
- ¿Qué clase de carta?
 
- Eso mismo es lo que yo quiero saber.
 
- No sé nada de la existencia de una carta.
 
- ¿Cómo se explica entonces que usted y Rufino discutieron acaloradamente precisamente por culpa de una carta?
 
- Esto... caramba... se me había olvidado ya...
 
- ¿Olvida usted tan deprisa aunque fuese una discusión tan violenta?
 
- ¿Quién le ha contado esa historia?
 
- ¿Le gusta a usted ser irónico, Antonio?
 
- ¡Me encanta lo irónico!
 
- Entonces digamos que es usted mi ángel de la guardia.
 
- No sé lo que quiere decir... pero en realidad yo no conocía la existencia de esa carta...
 
- Pues yo creo que se enteró a través de alguien. ¿Me puede decir quién fue?
 
- Está bien. Confieso que me lo contó Carlos.
 
- ¿El asesinado?
 
- Exacto. Carlos me contó que existía una carta.
 
- ¿Y no sabe usted nada de su contenido?
 
- Seguro que usted me está declarando culpable.
 
- Un famoso conde dijo: "antes de que transcurra largo tiempo se descubre lo que nadie se figura". ¿Qué le parece la frase?
 
- Es usted muy culto, señor Muriarte.
 
- ¿Quién escribió dicha carta?
 
- La señora García.
 
- ¿La señora García le escribió una carta a su propio esposo, Rufino, en lugar de decírselo en persona?
 
- Yo tampoco lo comprendo.
 
- ¿Quizás porque con dicha carta ponía en conocimiento de Rufino que usted fuma porros y no quería que nadie lo escuchase? ¿Qué hay entre la señora García y usted?
 
- Solamente una noble y sana amistad.
 
- ¿Está usted seguro de que sólo es una noble y sana amistad?
 
- ¡Está insinuando demasiadas cosas, señor Muriarte!
 
- Cálmese, Antonio, o esto termina muy mal para usted.
 
- ¿Por qué insinúa que existe algún secreto entre la señora García y yo?
 
- Porque ella le defiende demasiado a pesar de lo idiota que es usted.
 
- Apenas conozco a la señora García.
 
- ¿Podría decirme desde cuándo la conoce?
 
- Desde hace aproximadamente un año.
 
- ¿Dónde la conoció?
 
- En el cumpleaños de su esposo.
 
- ¿La cena era para celebrar el cumpleaños de Rufino?
 
- Sí. ¿Qué piensa hacer ahora?
 
- En vista de que existe una carta tomaré cartas en el asunto.
 
- ¿Todavía no tiene una solución definitiva?
 
- Nada. ¿Para qué decir más? De todos modos, tarde o temprano, esa carta va a ser conocida.
 
- ¡No fastidie, señor Muriarte! ¡Yo soy inocente!
 
- También parecía inocente Ruperta cuando asesinaron a Lucrecio.
 
- Podría no responder a ninguna pregunta más.
 
- Podría pero no se lo aconsejo.
 
- ¿Por qué?
 
- Porque en todo esto hay una mujer de por medio.
 
- ¿Alguna mujer sirviendo de tapadera?
 
- No es usted tan idiota como parece...
 
- ¡No le falte a mi razón, señor Muriarte!
 
- Solamente acabo de comenzar. Estoy poniendo en orden mis ideas. Lo de idiota lo saben todos así que no hago ningún descubrimiento diciendo que parece usted idiota.
 
- ¡Yo no quiero envejecer en la cárcel!
 
- ¿Quiere que le explique lo que estoy pensando?
 
- Usted cree saberlo todo...
 
- Permítame que lo adivine. Rufino leyó la carta y usted tuvo una gravísima discusión con él. ¿Es razonable o no es razonable que usted sea sospechoso de ejercer violencia de género?
 
- Pero si el asesinado no es una mujer...
 
- He dicho violencia de género pero no he especificado a qué género me estoy refiriendo. También hay hombres que sufren esa clase de violencia.
 
- ¡Creo que ya sé quién es el asesino!
 
- Le repito que deje que yo lo adivine.
 
- ¿Y si le ayudo yo diciendo que fue el propio Rufino?
 
- Eso lo voy a descubrir yo sin su ayuda, Antonio.
 
- Entonces tenga la bondad de no seguir ausándome...
 
- Que yo sepa todavía no he afirmado nada en su contra... salvo que usted es bastante idiota...
 
- ¿Tan idiota como para cometer un crimen absurdo?
 
- Eso mismo estoy pensando. ¿No sabe usted que un idiota que consume porros puede perder la cabeza?
 
- Debo confesarle que tengo una gran deuda.
 
- ¡Caramba! ¡Justo lo que yo estaba sospechando! ¿Con quién tiene usted esa gran deuda?
 
- Con Luis.
 
- ¿Luis le ha prestado dinero para que usted siga con el vicio de los porros?
 
- Exacto. No sé cómo lo adivina.
 
- Es muy fácil. Luis pertenece a una familia de millonarios luego tiene dinero más que suficiente. ¿Cuánto le debe usted?
 
- Más de cien mil euros.
 
- Eso complica el asunto.
 
- ¿Y qué tiene que ver mi deuda con lo de conocer a la señora García?
 
- ¿Se sorprendería si le digo que bastante?
 
- ¡Le repito que sólo me une a ella una noble y sana amistad!
 
- Eso se lo cuenta usted a Rufino a ver si Rufino se lo cree.
 
- ¡Por favor! ¡No le cuente nada!
 
- Mi obligación es descubrir cualquier pista que me guíe a la solución de este crimen.
 
- ¡Me va a enviar al matadero, señor Muriarte!
 
- Buena suerte, Antonio. De momento no tengo nada más que hablar con usted.
 CONTINUARÁ...
 
 
-  
 
 
 
 
- En cierta ocasión fumé bastante...
 
- ¿De veras?
 
- Sí, me introdujo en el tabaco un tal Rocafuerte.
 
- ¿El honorable Rocafuerte?
 
- ¡Pobre señor! ¡Muy pronto se fue a la tumba!
 
- Pero usted sigue fumando.
 
- Esto... sí... lo reconozco... ¿cómo lo ha sabido?...
 
- El pequeño bulto que se observa en el bolsillo superior de su chaqueta le delata.
 
- Tiene usted una vista de lince.
 
- Y también un olfato en perfecto estado de salud.
 
- ¿Es que huelo a tabaco?
 
- No a tabaco exactamente. ¡Usted fuma porros! 
 
- He intentado dejarlo.
 
- ¿Quizás porque sabe que le trastorna la mente?
 
- ¡Señor Muriarte!
 
- ¡Un momento! Sólo afirmo lo que los demás dicen de usted.
 
- Tendría que dejarlo definitivamente. ¿No es eso?
 
- Me parece la única solución razonable.
 
- ¿Tiene usted alguna idea sobre el crimen de Carlos?
 
- De eso quiero hablar con usted. Lo de fumar porros es su responsabilidad. ¿Quién encontró el cadáver?
 
- La señora García. Le habían partido el cráneo con un pesado mazo indonesio.
 
- ¿Y cómo sabe usted todo eso?
 
- Esto... yo... lo supongo...
 
- ¿Dónde pasó usted la noche del crimen?
 
- Cené en el Club de Golf pero estuve invitado a la velada y dormí en el piso de arriba.
 
- ¿Y no escuchó usted algún tipo de pelea?
 
- Me contaron que un tal Luis no apreciaba demasiado a Carlos.
 
- ¿Me permite unas preguntas más personales?
 
- Todas las que usted quiera, señor Muriarte.
 
- ¿Reparó en el vestido rojo de Jimena?
 
- ¡Quién no! ¡Estaba realmente deslumbradora! 
  
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Foto del autor Jos Orero De Julin
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Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos



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