La noche del vestido rojo (Novela) - Captulo 7 -
Publicado en Mar 28, 2016
Gabino Muriarte observaba atentamente.
- Y bien, señor Muriarte... ¿cómo van sus pesquisas?... - Roma no se tomó en un solo día, señora García... y hablando de tomar... me parece a mí que usted toma demasiado... - ¡Oiga, caballero! - ¿Es que no saben todos ustedes decir nada más que oiga, caballero, cuando están enfadados contra mí? - ¡Déjese ya de enredos! ¡Yo no voy a consentirle a usted ni a nadie que me llame borracha! - De mi boca no ha salido, por ahora, la palabra borracha sino que me parece que usted toma demasiado. - Es cierto. Es verdad. Lo reconozco. - Pues entonces reconozca también que una persona que toma demasiado puede cometer un acto de locura aunque sólo sea transitoria. - ¿Como la de asesinar a sangre fría pero sin premeditación alguna? - Eso mismo es lo que pudiera yo decir pero tampoco lo he dicho. - ¡Señor, Muriarte, sólo tomo para olvidar el olvido en que me tiene Rufino pero no por haber matado a nadie! - A no ser que no quiera recordarlo... - Para mí, Carlos era como un hijo. - ¿Me lo está usted diciendo de verdad o sólo para que me lo crea? - ¿Le han dicho alguna vez que es usted bastante grosero? - Me lo han dicho muchas veces pero las he olvidado a todas. - ¡No se tome a broma mis problemas, señor Muriarte! - Es que en cuestión de mujeres sé ya lo suficiente. - ¿Pero es que no me puede comprender o es que no quiere comprenderme? - Si es una orden no tengo más remedio que obedecer. Hablemos ya en serio aunque sólo sea por una vez. Usted tiene múltiples motivos para poder haber asesinado a sangre fría, y sin prémeditaciñon alguna, al desdichado Carlos por muy hijo que pudiera haber sido. Y he visto, en más de una ocasión, a algçun desesperado hacer eso. - Pero Carlos no era mi hijo. - ¿Ve usted cómo tomar demasiado es muy dañino? Hace tan sólo un momento me aformó que Carlos era como un hijo para usted y ahora niega que lo sea. ¿En qué lado del río nos quedamos, señora García? - No puedo dejar de beber, señor Muriarte. - Entonces no me venga con el cuento chino de que usted es un ángel de la caridad. ¿Me está entendiendo lo suficientemente bien? - Yo nunca he dicho que fuese un ángel de la caridad. - No hace falta que me lo jure. La creo. Es usted bastante peor que mi suegra que es, dicho sea de paso, una verdadera santa por la paciencia que tiene para conmigo. - ¿Pero de verdad le han dicho alguna vez que es usted un grosero? - Tantas veces que ya me lo he llegado a creer aunque sea mentira. - ¿Sabe usted por qué bebo tanto? - ¿Quizás porque fue usted la que liquidó del todo a Carlos? - Me está confundiendo del todo, señor Muriarte. - Usted misma se mete en un callejón sin salida. - ¿De verdad cree usted que yo he sido capaz de cometer esa barbaridad? - No hace falta ser un genio para creerlo. - ¿No quiere acompañarme para olvidar? - De buena gana lo haría, pero mi mujer no me lo perdonaría jamás. - ¿Por emborracharse sólo un día? - No. Por tener tan mal gusto. - ¡Es usted insoportable, señor Muriarte! - Quizás por eso resuelvo casos tan difíciles como este. - Escuche bien, señor Muriarte... - ¡No! ¡Escúcheme bien usted a mí aunque sólo sea por diez segundos! - Le escucho. - ¿Usted cree que Carlos se aplastó el cráneo a sí mismo? - Lo dudo porque resulta imposible creerlo. - Pues yo también lo dudo por la misma razón de que resulta imposible creerlo. - ¿Y qué me quiere decir con eso? - Que si lo dudo es que uno de los asistentes a la velada, o una si fue mujer, tenía motivos más suficentes que los de los demás para hacerlo. - ¿Más suficiente que los de los demás está usted diciendo? - Sí. Todos ustedes tenían motivos pero alguien más que los demás. Deje de beber tanto y concéntrese un poco más en el tema. - De acuerdo. Alguien ha aplastado el cráneo de Carlos. ¿Usted cree que Carlos era un inocente? - Supongo que no. Afirmo incluos que no era un inocente precisamente. Pero ya no puedo interrogarle porque está totalmente muerto. - ¡Le he contratado a usted para que encuentre el culpable y no para que me cuente bromas de mal gusto! - Buena manera de quitarse el muerto de encima. - ¿Usted cree que yo le voy a entregar el cheque si sigfue diciendo que yo soy la asesina? - No se ofenda tanto y procure tener una buena coartada. - ¿Es una buena coartada contarle que, después de cenar, me fui a darme una vuelta por el barrio? - Depende de cuánto duró dicha vuelta. - Exactamente una hora y media. - Teniendo en cuenta que el cadáver lo encontró usted eso no me sirve como buena coartada precisamente. - ¿Está diciendo que yo le aticé el mazazo mortal y después di la voz de alarma a todos los demás como si me lo hubiera encontrado de repente? - ¿Y por qué no pudo haber sido así? - Porque yo, y más a mi edad, no tengo tanta fuerza bruta para haberle dado tan fuerte mazazo. - Esa coartada ya me gusta bastante más... - Luego no soy sospechosa dle todo... - Siempre hay una duda que puede ser razonable aunque no todas las dudas lo sean. - ¿Y en mi caso sí lo es? - No puedo decir ni que sí ni que no. - ¡Dígame cuánto tengo que pagarle de más para declararme inocente! - ¿Su esposo y usted lo arreglan todo con el dinero? - ¿Es posible que venga ahora a decirme que el crimen lo hemos planeado entre mi esposo y yo? - No lo había pensado... pero ahora que usted lo dice... - ¿De verdad cree que es posible que yo llegue a un acuerdo de esa naturaleza con mi esposo? - De verdad creo que no es del todo imposible. - ¿Nunca ha escuchado usted eso de "los ladrones somos gente honrada"? - A lo largo de toda mi vida como profesional investigando crímenes nunca me he creído eso porque los ladrones no son nunca gente honrada digan lo que digan los demás y aunque lo diga el msimísimo Enrique Jardiel Poncela. Los ladrones nunca son gente honrada. Se lo digo por experiencia. He tenido que sufrir mucho por culpa de los ladrones y todavïa sigo sufriendo por culpa de los ladrones. - ¿Habla usted por sí mismo o porque tiene una gran altura de conocimientos culturales? - ¿Si le digo que por ambas cosas a la vez se lo cree? - Quizás. - Digamos que existe una duda razonable y siempre que existe una duda razonable allí esto yo para resolverla. - Pero... ¿qué tiene que ver lo de una duda razonable con todo esto de la muerte de Carlos?... - Bastante más de lo que usted misma cree. - ¿Me encuentor en un grave apuro? - Yo diría que tan grande como el de los demás. - ¡Excelente! ¡Ahora resulta que después de todo usted sigue sin saber nada! - Es maravillosa esa manera de pensar, señora García... - ¿Está usted mal de la cabeza? - No. La cabeza la tengo bien en mi sitio y, gracias a Dios, el resto de mi cuerpo también... aunque sea de milagro... - ¿Tiene por costumbre investigar siempre de esta manera? - Me temo que sí. - Suponiendo que usted tenga razón... ¿por qué voy a ser yo la asesina?... - No tengo ninguna suposición clara todavía. - Pero usted me astá acosando... - No. Yo no acoso a nadie. Yo acuso a todos porque todos tenían algún motivo para asesinar a Carlos... aunque es lógico que solo uno o una lo haya hecho... porque esto no es una novela de Agatha Christie demostrando la chapuza de que todos son culpables sino una triste realidad. - ¿Tengo que darle las gracias? - Me conformo con que me dé solamente el cheque. Las gracias me sobran. - ¿Cuándo va a hacernos saber el resultado final? - Disculpe el desorden aparente de mis investigaciones pero hay mucho orden en todo ello aunque a simple vista no lo parezca. - ¿Sabe usted ya quién ha sido? - Están todos ustedes muy excitados... y es conveniente que todos se serenen... - ¡Es que resulta que no estamos jugando al esoncidte inglés por ejemplo! - No. Pero al parecer cada uno y cada una de ustedes me intenta despistar jugando al corta hilos por la manera en que intentan desviarme de mis pistas. Pero yo no estoy dispuesto a segurile el juego a nadie. - Confiéseme la verdad. - ¿Qué clase de verdad, señora García? - ¿Sigue todavía sin saber quién ha sido? - No deseo, para precipitarme y tener el primer fracaso de mi vida profesional. ¿me entiende ahora? - ¿Qué más desea saber para solucionarlo? - Déjeme que lo adivine yo solo. - ¡Yo le puedo decir quién ha sido! - Y supongo que dirá que ha sido su esposo Rufino. - ¿Es que no ha sido él? - ¿Sabe lo que pienso, señora García? - Dígamelo sin rodeos. - Están todos ustedes mal de la cabeza. - ¡Oiga, caballero! - ¡Y dale otra vez con lo de oiga, caballero! Ya he oído demasiadas cosas. - Puede estar usted cometiendo un grave error. - No voy a estar siempre dudando... - ¡La culpa la tengo yo por haber contratado a alguien como usted! - De repente parece usted está verdaderamente arrepentida de haberlo hecho. - Es que pensé que era mucho más fácil. - ¿Ocultar su culpabilidad? - ¿Comprende ahora por qué tomo tanto? - Lo comprendo. Mañana mismo quiero tener a todos ustedes reunidos en el salón donde se celebró la velada en la que asesinaron al desdichado Carlos. - ¿Ya sabe quién cometió el crimen? - ¡Quién sabe!
Página 1 / 1
Agregar texto a tus favoritos
Envialo a un amigo
Comentarios (0)
Para comentar debes estar registrado. Hazte miembro de Textale si no tienes una cuenta creada aun.
|