El pauelo de los "pringaos" (Diario)
Publicado en Apr 04, 2016
Primaria. Colegio Lope de Rueda de Madrid. Don Vicente Ibáñez y mis primeras letras. Época de ir creciendo hacia arriba. Los "pringaos" sudan la "gota gorda" corriendo como "tontarras" alrededor del patio de vecinos. Yo los observo con mi naciente sonrisa de siempre. A mi lado se encuentra Boni que me mira para ver cómo reacciono. Le doy la mano y le tranquilizo haciéndole saber que no muy tarde nos convertiremos en fantásticos futbolistas y, además, atletas de fondo como así sucedió años más tarde. Ahora solamente observo a los "tontarras" del Colegio Lope de Rueda de Madrid dando vueltas como "lelos" para jugar al pañuelo. No se dan cuenta de que están malgastando todas sus energías mientras yo le hago saber a Boni que no se preocupe (Emilín como siempre va a lo suyo y Maxi todavía se encuentra en el Colegio de la Almudena de Madrid) porque estoy acumulando energías para cuando tenga que demostrar lo que llegaré aser (junto con él) en esto de los deportes. Nos ayuda el colacao, las lentejas, las judías y, entre otras cosas más, el pan con cebolla que es muy bueno para la sangre.
Los "pringaos" sudan la "gota gorda" mientras a mi padre, a mi madre, y hasta a mi abuela, les importa menos que un comino que Don Vicente Ibáñez me califique con las más bajas notas de la clase. Confían en mí. Ya desde muy niño siempre confían en mí. Saben que a partir de entonces voy a ir superándome en los estudios hasta alcanzar las más altas notas posibles con Don Florencio Lucas Rojo, después de pasa por los intermedios de Don Miguel Monge y de Don Virgilio del Dedo de los cuales ya casi ni me acuerdo porque no significaron gran cosa para mí. Pero volvamos al patio donde los "pringaos" de la Primaria juegan al pañuelo malgastando sus energías a manera de "tontilocos". Mi abuela los conoce como "mamilotos" y yo no me acuerdo nada más que de uno o dos pero para mí ya desde entonces no me importaban lo que hiciesen y por eso, cogiendo de la mano a Boni, le animaba a permanecer observando desde nuetras "fortaleza" infantil. Éramos dos muros silenciosos, dos chavales despertando en el alba de nuestras conciencias. Ya le dije a mi hermano que no se preocupara porque llegaríamos a ser grandes. El pañuelo era un juego mucho más fácil que aquello de soportar estoicamente los aconteceres de la vida infantil para fortalecernos a la hora de ser los mejores del Esparta de San Isidro. Pero antes de eso ya daríamos pruebas, en los primeros cursos de Bachillerato, de que habíamos acertado de pleno al no mezclarnos con los "pringaos" de la Primaria del Colegio Lope de Rueda de Madrid. Yo tengo 6 años. Boni tiene 5 años. Entre los dos nos valemos para demostrar que aquello de no dejarnos participar en el "tontarra" juego del pañuelo no nos iba a arredrar para seguir creciendo hasta llegar a ser de los más altos del Colegio. Altos en estatura y altos en conocimeintos. Porque lo importante, entonces, era no malgastar inútilmente las energías que luego nos sobraron para alcanzar nuestras metas deportivas. Infancia. Feliz infancia de la inocencia en la que los "pringaos" no hacen más que sudar la "gota gorda" y soltar ridículas proclamas contra nuestro apellido paterno. Le consolé a Boni haciéndole saber que el futuro colocaría a cada uno en su lugar. Éramos dos atletas en formación y no podíamos lesionarnos antes de llegar a serlo. Todavía recuerdo imágenes de los "pringaos" dando vueltas ridículas a un patio de vecinos donde el tiempo parecía haberse detenido por un instante de nuestras vidas para ver quwe el futuro nos iba a sonreír. Mi sonrisa acababa de nacer entre la bohemia de mis sueños. Mi único afán era transmitírsela a Boni mientras esperábamos a que el carrusel de la existencia nos diera las oportunidades necesarias para demostrar que habíamos sido merecedores de grandez hazañas deportivas. Y no me equivoqué.
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