Puerta y Camino (Diario)
Publicado en Apr 12, 2016
Yo, que desde mi más tierna infancia había soñado con ser todo un matador de toros de fama mundial, tuve la gran fortuna de conocer aquella década prodigiosa (1959-1969) donde el duelo entre Puerta y Camino no dejaba a nadie indiferente. Había multitud de "dieguistas" y había multitud de "pacorros". Las luchas toreras mantenidas en los cosos taurinos no pasaban desapercibidos nunca a los que se encontraban en los alberos. Los unos eran incondicionales de Diego. Los otros eran incondicionales de Paco. ¿Quién de los dos era mejor? Recuerdo, ahora, lo que escribió Don Ventura (Ventura Bagüés Nasarre de Letosa para ser más exactos) que había nacido en Torralba de Aragón, en la provincia de Huesca, y que vivió también en Zaragoza y en Bilbao antes de afincarse, definitivamente, en Barcelona.
"Quien con todo se achica, por todo duda y ante todo se encoge, no espere que el mundo sea favorable a sus empresas, pues las de la vida requieren, juntamente, razón que mantenga y brío para defenderla. Y con todo brío defiende Diego Puerta Diane su razón; tanta es su valentía y tanta su vergüenza profesional; es tan alegre su toreo, sin concesiones al mal gusto; tantas son las victorias que obtiene, que bien se le puede considerar como uno de los valores más positivos del toreo contemporáneo". "El elogio presta a las cosas comunes y corrientes cordialidad y ardor humano, pero en aras de este principio no debemos ocultar a la persona que elogiamos los defectos que tiene y callar las censuras que éstos merecen. Paco Camino Sánchez es, cuando esto escribimos, uno de los mejores toreros con que contamos; acaso el primero; sabe cantar romanzas de torero clásico, de torero puro; hay ritmo, hondura y armonía en lo que hace; entretiene y convence a la vez lo mismo a la masa que a la cátedra". En medio de mis faenas diarias, templando el ánimo ante cada tarde de éxito y reconocimiento entre las chavalas, mi labor era observar cómo lidiaban tando Diego Puerta como Paco Camino cuando se enfrentaban, cartel tras cartel, en los redondeles. Y yo daba vueltas por Madrid para sentir la sensación de grandeza después de haber sorteado las embestidas de la vida. O salir a hombros por la puerta grande o salir de camino huyendo del alboroto. ¿Quién era el mejor? ¿Puerta? ¿Camino? Posiblemente una simbiosis de ambos. Arte y gracia y, sobre todo, salero para ligar tras tarde en aquellas temporadas ya inolvidables. Amalgamas de valor, alegría, estilo y deseos de complacerlas pero con el sumo cuidado de no ser empitonado por culpa de algún descuido y caer malherido en cualquier esquina madrileña de Las Ventas. Tener el valor necesario para medir la fuerza del arte y el dominio de los ligues seguidos que, paso tras paso, me iban adentrando, cada vez más, en la historia de las figuras cumbres. Faenas admirables que levantaban multitud de celos por la negligencia de la falta de coraje, de la falta de dominio, de la falta de todo lo que hay que tener para poseer maestría. ¿Era yo un ídolo de barro venerado solamente por las más desesperadas? ¿O era ese triunfador de galanura perfecta y estilo armonioso que encandilaba a las más bellas en todos los sentidos? Sólo sé que, tarde tras tarde, perdía los sentidos humanos para convertirme en un admirable "mataor" popular. ¿Puerta o Camino? Quizás un poco de puerta para salir a la palestra y un poco de camino para continuar triunfando mientras que mi abuela materna, incorregible taurófila, se hacía cruces mientra pensaba: "supera con mucho a lo sobresaliente". Así que me vi dando la vuelta al redondel y seguí soñando. La estudiantina cantaba: "!Si ves al torero pasar, no te enamores esta mañana, y deja al torero soñar, con su lalalalalá!".
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