Los imponderables (Reflexiones)
Publicado en Jun 12, 2016
Somos un país abocado desde siempre, a lo largo de toda nuestra Historia, a lo imprevisible, a todo aquello que parece posible y, de repente, se hace improbable. Hemos sido siempre lo grandes héroes y heroínas de la historia humana, pero con la vitola de inocentes, de ingeniosos personajes introducidos en este planeta para aparecer, siempre, como actores y actrices del espectáculo convertido en teatrillo para andar por casa (en bata por supuesto) y, desde allí, desde esa logística española que nadie puede entender cuando se nos observa desde más allá de los Pirineos y desde más allá de Gibraltar, nos convertimos en esta especie de aventureros y aventureras demenciales que nos abrimos paso a empujones, como cuando tenemos que entrar en el vagón del metro o tenemos que aprovechar la ocasión de recibir algún regalo que otro.
Hablemos de la acción. ¿Cómo actuamos los españoles en nuestros dramas diarios? Desde que somos capaces de levantarnos por nosotros mismos, después de haber tenido sueños de enormes niveles históricos, nos preparamos para hacerlos realidad. Sabemos que nuestra supervivencia depende de ello. Sabemos que si no conectamos las imágenes soñadas con la realidad interpretativa podemos terminar alcanzando un fracaso colectivo; pero ¿interesa lo colectivo a los españoles? ¿No seremos individuos heroicos cuando nos independizamos y obtenemos la victoria por el simple hecho de ser españoles? No es eso. No es ninguna de esas circunstancias. Lo que sucede, en España, es que estamos siempre viviendo los imponderables; esas sorpresas continuas que nos hacen naufragar constantemente pero que no pueden evitar que sigamos navegando hasta alcanzar la costa de lo imposible. Marcar el ritmo de nuestra capacidad de asombro es sorprendente. Continuamente se nos vende humo y, continuamente también, lo reconvertimos en castillos en el aire. La prioridad, para los españoles, no es llegar a salvo hasta la costa sino saber que cuando llegamos a ella puede suceder cualquier cosa menos lo lógico. En España (y la Historia lo demuestra una vez tras otra) la lógica no es, precisamente, el puntal básico de nuestras acciones. Por eso cuando los extranjeros inician la ardua tarea de entendernos, llega siempre un momento inefable en que, incapaces de poder seguir analizando, tiran la toalla mientras que nosotros seguimos, en el ring diario, zumbándonos todos contra todos. A eso, sorprendentemente, lo llamamos disciplina. Y es que somos, como dice Manuel Alcántara, demadiado patriotas. Ni repitiendo elecciones generales somos capaces de superarlo.
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