Con los dados se pueden hacer multitud de juegos divertidos e interesantes. Dejando aparte lo de jugar al tenis (que es lo máximo de lo máximo en cuanto a dados se refiere), uno de los más apasionantes es el llamado "7, 14 y 21". Consiste este escalofriante juego en lo siguiente: participan 3 jugadores; cuando uno de ellos consigue los 7 puntos pide una consumición en el bar; cuando uno de ellos consigue los 14 puntos se come la consumición pedida; y cuando uno de ellos llega a los 21 puntos paga lo que ha pedido el que llegó a 7 y se ha comido el que llegó a los 14. Puede haber una gran cantidad de combinaciones. Por ejemplo, uno la pide se la come y paga. Por ejemplo, una la pide, se la come y la paga otro. Por ejemplo, uno la pide, se la come otro y otro distinto paga. Por ejemplo, uno la pide, ortro se la come y paga el que la ha pedido. Por ejemplo, una la pide, otro se la come y paga el que se la ha comido.
 
El caso es que, ante este peligroso juego, nosotros éramos 3: Luis, Carlos y yo (citados por orden de antigüedad). Jugamos en ciertas ocasiones más o menos realistas pero siempre románticas por eso de que soñábamos continuamente con ligar princesas (sobre todo cuando caminábamos por Princesa y calles madrileñas aledañas a Princesa o entrábamos en el Sésamo de Príncipe). Y siempre sucedía que Carlos pedía la que más le apetecía, yo me la comía con sumo gusto y Luis tenía que hacer el primo pagando a pesar de hacerlo a regañadientes. Hasta que un día cualquiera, Luis se cabreó del todo y decidió que ya nunca más le tocaría pagar a él la que Carlos pedía con total apetito y me la comía con sumo gusto. Así que ya nunca más jugamos al "7, 14 y 21" y cada uno tiró por su camino en busca de nuestros destinos personales. Fue mejor. Ya lo creo que fue mejor.