Cocoluto El Magnfico (Cuento Africano)
Publicado en Jul 01, 2016
La luna roja lanzaba su luz sangrante sobre el Bosque Petrificado donde los hechiceros de la muerte, y las envidiosas brujas del mal, realizaban uno y mil conjuros para destruir la fuerza de voluntad de Cocoluto quien, en medio del poblado, en pie, no doblaba sus rodillas, por más que ellos y ellas lo intentaban, ante el ídolo de los namaquas. Los magos mandingas habían acudido en masa para ayudar en aquella mascarada de muerte y sangre.
Cocoluto sabía que le quedaban apenas unas cuántas horas de existencia antes de ser quemado vivo. El olor del fuego se extendía por toda la cercana selva y el aire caliente abrasaba la piel, color ébano, de todos los fieros guerreros que bebían y se emborrachaban pintados sus cuerpos por rayas y espirales de color azul. Todo era un Círculo de Muerte alrededor de Cocoluto. La noche avanzaba y el reyezuelo Swapo, junto con el sacerdote tribal Nujoma, hablaban en medio de la borrachera general. - Simplemente haremos justicia -decía Nujoma- haremos justicia por haberse negado a unirse con la princesa Windhoeck. ¡Eso jamás puede ser permitido y se castiga con la muerte! - ¡Está bien, Nujoma! ¡Esperemos a que la luna esté en lo alto del cielo para celebrar el sacrificio! ¡Cocoluto debe pagar con su vida para aplacar la ira del dios Ondangua! - Sí. Y después esparciremos sus huesos por la Costa de los Esqueletos. ¡Allí es donde, como viene siendo costumbre siglo tras siglo desde nuestros primeros antepasados bantúes, los buitres terminarán de roer sus restos! La música de los tambores tronaba en el Bosque Petrificado y en toda la selva donde las lianas parecían danzar una especie de baile infernal, el ulular de los búhos se escuchaba desde un confín a otro y los monos aulladores gritaban atormentando el cerebro de Cocoluto que permanecía de pie ante la expectación de toda la tribu namaqua. Los más jóvenes y jovencitas no ocultaban su admiración hacia él. ¡Aquel hombre jamás doblaría sus rodillas ante el ídolo de Ondangua! Por eso, a pesar de que gozaban con aquella Ceremonia de la Muerte, no dejaban de admirarle ante la crispación de los crueles hechiceros y la desesperación de las envidiosas brujas. Los griots negros comenzaron a cantar poemas de muerte. La noche cada vez era más oscura. Y en medio de todo aquel infierno, los fieros guerreros, extasiados por la danza, las drogas y las bebidas alcohólicas, esperaban ver a Cocoluto de rodillas y aceptando como esposa a la fea y esquelética Windhoeck; pero iban cayendo al suelo... perdidos todos sus sentidos en medio del canto general de los griots negros. Dos horas más tarde, todo era silencio. La tribu completa estaba dormida formando el Círculo de la Muerte alrededor de Cocoluto. - ¡Ahora, Cocoluto, ahora! ¡Escapa ahora! -le chilló la luna roja. Cocoluto sabía que era casi imposible escapar de aquellos namaquas que tanto poder otorgaban a los crueles hechiceros y a las envidiosas brujas... pero si existía Dios... y él creía firmemente en un Dios superior a todos aquellos sacerdotes que ocultaban sus caras bajo las máscaras del terror... aquella podría ser la única ocasión para intentarlo y, sorteando numerosos cuerpos de hombres y mujeres yacientes en el suelo, salió corriendo, como si el viento pusiese alas en sus desnudos pies, hacia la cercana selva. - Sigue... sigue... sigue... -le animaban las aves multicolores que habían despertado ante aquel silencio espectral- sigue y no te detengas pues los fieros guerreros ya se levantan. En efecto, pocos minutos después de que Cocoluto se adentrara en las primeras arboledas de la selva, el sacerdote tribal Nujoma dio la voz de alarma. - ¡¡Levantaos todos, inútiles guerreros, porque Cocoluto ha escapado!! - ¡No te preocupes tanto, Nujoma! -le cortó la voz chillona y discordante del reyezuelo Swapo- ¡Mis fieles guerreros, con la ayuda de los hechiceros, las brujas, los cantos de muerte de mis griots y el apoyo de los magos mandingas, dentro de muy poco tiempo darán con él y, en el nombre de Ondangua, yo te juro que serán los últimos minutos de su vida! - ¡¡Quiero venganza!! ¡¡Quiero venganza!! -chillaba neuróticamente, como producto de las drogas consumidas, la fea y esquelética Windhoeck- ¡¡Quiero ser yo misma, con mis largas y afiladas uñas, la que raje su hermoso cuerpo atlético en tiras de piel, poco a poco, lentamente, para hacer más larga su agonía!! Pocos minutos después, la selva se convirtió en un verdadero infierno de voces estridentes, de conjuros y maldiciones, de ululares de búhos, de gritos de monos aulladores. Un infierno mientras Cocoluto seguía corriendo, cada vez más sudoroso y agotado, por la intrincada espesura. Cayendo. Levantándose. Volviendo a caer. Levantándose nuevamente... - ¡Corre más, Cocoluto, corre más! -le animaba la luna roja. Cocoluto sabía que si conseguía atravesar la selva y la zona pantanosa de Etosha tendría posibilidades de llegar hasta Cuangar y eso sería su salvación. Pero también sabía que era imposible aguantar, por mucho más tiempo, aquella loca carrera contra el reloj de la muerte. Los magos mandingas sabían muy bien por dónde debía ser cercado y daban órdenes a los guerreros namaquas para indicarles por qué lugares debían correr para acorralar a Cocoluto lo más pronto posible. En el poblado se habían quedado los niños, las mujeres y los ancianos que, en el fondo de sus corazones, a pesar de su odio hacia Cocoluto porque representaba lo que ellos nunca se habían atrevido a hacer debido al miedo, lo admiraban tanto que comenzaron a llamarle El Magnífico. Así empezó la heroica leyenda de Cocoluto... quien sería despellejado por las cortantes uñas de la fea y esquelética Windhoeck, sería quemado vivo en la hoguera ante la vista de todos y, para terminar con la Ceremonia de la Muerte, sería arrojado a la Costa de los Esqueletos para ser deshuesado por los buitres carroñeros... pero ya era un héroe admirado como leyenda viva. Cocoluto, mientras tanto, pasaba por entre las víboras y las culebras esquivando sus mordeduras. Eso le hacía perder mucho tiempo, pero si no llegaba vivo hasta Cuangar... no tendría ya ningún sentido para él seguir con vida. Y es que en lo más profundo del interior del corazón de Cocoluto, éste guardaba un misterio. - ¡¡Lo iré despellejando lentamente hasta saber cuál es el misterio que se esconde en su corazón y luego me comeré crudo ese corazón para acabar definitivamente con su misterio!! -seguía chillando la fea y esquelética princesa Windhoeck, hija horrenda del reyezuelo Swapo, mientras soltaba juramento tras juramento y blasfemia tras blasfemia. - ¡No perdáis tanto el tiempo, inútiles! -azuzaba el sacerdote tribal Nujoma a sus guerreros- ¡Es necesario que no salga de la selva y alcance la zona pantanosa de Etosha! ¡En esos pantanos la vida humana es imposible! ¡Y le quiero vivo! ¿Habéis oído bien, inútiles? ¡¡Le quiero vivo o tendré que cortaros la cabeza a todos vosotros!! Los guerreros de la muerte se animaban los unos a los otros, sabedores de que podrían ser decapitados por orden de aquel sacerdote, con gritos estruendosos, todavía bajo los efectos de las bebidas alcohólicas y las drogas, mientras los griots de los cantos fúnebres seguían poetizando a la muerte, los crueles hechiceros continuaban lanzando amenazas y las envidiosas brujas persistían con sus juramentos y conjuros. - ¡No es posible, Cocoluto, no es posible llegar hasta Cuangar! -le gritaba ahora la luna roja. - ¿Qué solución me queda entonces? - Ninguna, Cocoluto, salvo que te internes en la zona pantanosa de Etosha. - ¡Pero eso es morir! La luna roja no siguió hablando puesto que los guerreros de la muerte ya estaban a pocos metros de distancia y la escucharían con total facilidad. Cocoluto no tenía más que dos alternativas: o entregarse vivo a la tribu del reyezuelo Swapo o morir en Ethosa... a no ser que se produjera un milagro de ese único Dios en el que él tanto creía... y cuando ya todos los guerreros namaquas lo tenían casi totalmente cercado sólo le quedó la segunda alternativa; así que, sin pensarlo dos veces, aceleró el ritmo de su carrera dejando de nuevo atrás a todos sus perseguidores. - ¡¡Tengo que saber qué misterio se encierra en el corazón de Cocoluto para acabar con él para siempre!! -seguía juramentando la fea y esquelética Windhoeck entre blasfemia y blasfemia- ¡¡Y odio que todos y todas le estén ya nombrando como El Magnífico!! Cuando éste llegó a alcanzar los pantanos de Etosha fue descubierto por el sacerdote tribal Nujoma. - ¡¡Aquí está!! ¡¡Ya lo he encontrado!! ¡¡Venid todos aquí, inútiles!! Tan potentes fueron sus chillidos que despertaron a una víbora mortífera quien, en una décima de segundo, mordió la pierna izquierda del sacerdote. - ¡Maldita víbora! ¡Me ha matado! ¡Ya no podré ver con mis ojos cómo los buitres carroñeros acaban con sus huesos! Tras la muerte de Nujoma, cuando los fieros guerreros llegaron hasta aquel lugar, ya Cocoluto El Magnífico se había lanzado a las profundidades del pantano Pan convirtiéndose, milagrosamente, en cocodrilo. Nadie lo pudo ver. La luna roja parecía sonreír y el reyezuelo Swapo comprendió que él y su horrenda hija Windhoeck morirían, muy pronto, a manos de los crueles y furiosos hechiceros y las envidiosas e impotentes brujas; no por ser feos por naturaleza sino por ser feos por culpa de las drogas. Los búhos dejaron de ulular. ----------------- Cocoluto El Magnífico, una vez transformado de nuevo en ser humano, anduvo por la intrincada selva buscando a su amada. - ¿Dónde estará Luanda? -preguntó a los frondosos árboles selváticos donde los monos aulladores le respondieron con un ruido ensordecedor. - ¿Dónde estará Luanda? -volvió a preguntar. Y el ruido de la selva se hizo estrépito dentro del corazón de Cocoluto. Pasó el tiempo y la verdadera razón de su existencia se iba diluyendo, poco a poco, en las lagunas, en las estepas, en los montes arbolados, pero siempre continuando con su afán por encontrar a Luanda mientras le seguían atormentando los chillidos desgarradores de los monos. Era como si le estuvieran penetrando mil agujas en su corazón de enamorado. Pero Cocoluto El Magnífico, transformado de nuevo en ser humano, seguía buscando a su amada Luanda más allá del horizonte anaranjado de la sabana africana. El viento soplaba las ramas del viejo baobab que, en un recodo del camino, se erguía enhiesto en medio del atardecer. Cocoluto se apoyó en él y habló con su conciencia... - Si me libré de los crueles hechiceros y de las envidiosas brujas de la tribu de los namaquas, apoyados por los magos mandingas, doy por seguro que la he de encontrar a pesar del odio de aquellas gentes. El baobab se convirtió, repentinamente, en el sabio anciano Kanuté, con largas barbas grises plateadas y mecidas por la brisa del viento. - Cocoluto... - ¿Dónde estará Luanda, sabio Kanuté, dónde estará Luanda? El sabio Kanuté meditó un largo tiempo mientras un alegre grupo de mariposas gigantes y amarillas como rayos del sol se posaron sobre las dos ramas que le servían haciendo la labor de sus brazos. - Si sigues la línea zigzagueante que delimita las riberas del río fronterizo Cubangola encontrarás, tenlo por seguro, y en el país vecino, el territorio de los griots que ya cantan tu leyenda. Ellos te contarán mil cosas de Luanda y, entre ellas, dónde se encuentra. - ¿Cómo puedo estar tan seguro de ello, sabio Kanuté? - Porque he visto ya a tantas personas sufrir, en esta tierra polvorienta, que las cenizas de todos los muertos calcinados bajo el sol abrasador me han enseñado a interpretar la vida. Pero no pierdas más tiempo hablando conmigo, que sólo soy un viejo baobab, un anciano sin futuro, y tú, que eres todavía tan joven, olvida a todas aquellas gentes extrañas y no te detengas para mirar atrás porque no son de tu mundo. Es mirando hacia delante la manera perfecta de encontrar a Luanda. Cocoluto El Magnífico recuperó su aliento, se acercó a la margen izquierda del río Cubangola y no dudó en intentar cruzarlo a pesar de la fuerte corriente de agua que intentaba arrastrarle hacia abajo, hacia Cuangar. Pero era mucho más fuerte y poderoso el amor de Cocoluto por la bella Luanda que ninguna corriente de agua, por muy potente que ésta fuera. Y por eso estaba seguro de que, gracias a la fuerza de su espíritu, no sucumbiría en el intento. Efectivamente, tras un largo tiempo de ir contra corriente, la magia espiritual del alma cristiana de Cocoluto, el espíritu que anidaba dentro de su alma, destruyó todos los ímprobos esfuerzos que, desde la tribu de los namaquas, hacían los crueles hechiceros y las envidiosas brujas para intentar impedirle el regreso a su propia tierra. - No hay hechicería alguna ni tampoco conjuro existente que sea capaz de aniquilar al amor cuando el amor es noble y verdadero -le cantaban las lubinas mientras rozaban la piel de sus dos firmes piernas. Eran como besos que devolvieron toda su fuerza y su energía al intrépido Cocoluto El Magnífico, convertido ya en leyenda del África Austral. - ¡Seguid vuestro camino, amigas viajeras, hacia los pantanos del Morumi, donde Dios me convirtió en cocodrilo para salvar mi vida, y no os distraigáis conmigo porque yo tengo mi meta puesta en la otra orilla ya que he decidido conquistar, sin ejército alguno, los cantos blancos de la vida de los griots de mi propia tierra! Al salir la luz de la luna, ahora blanca en lugar de roja, una vez oculto el sol tras las lejanas montañas, Cocoluto El Magnífico alcanzó la orilla opuesta del Cubangola. - Siempre te recordaré, Cubangola, por tus limpias y bravas aguas, ahora blancas como la paloma de la paz en lugar de rojas como el hacha de la guerra. El río parecía tomar forma de serpiente lánguida y marchita... una serpiente que quedaba ya sólo como un lejano recuerdo nada más... un elemento para añadir a la historia de los griots que, de poblado en poblado, transmitían la noticia... - ¡Cocoluto vuelve! ¡Cocoluto vuelve adornado por el aura de la luna blanca! Y los niños y niñas del País de los Kwanza se dormían soñando con aquellas historias que adornaban las hazañas de Cocoluto El Magnífico; el que fue convertido por Dios en cocodrilo para salvarle de los crueles hechiceros y de las envidiosas brujas... el mismo que ahora, transformado de nuevo en ser humano, llegaba por la pradera, con sus pies desnudos, deslizándose suavemente por entre los bejucos, pisando hierbas buenas y buscando el final de su Gran Sueño. - ¡Bienvenido, Cocoluto! -le saludó el griot Npole. - ¿Dónde estará Luanda? -le preguntó Cocoluto porque esa era la única cuestión que le interesaba saber y no historias ni leyendas, más o menos imaginadas y más o menos reales, que sólo le servían para meditar; pero nada más que para meditar. Y no era hora de meditar con Npole sobre lo posible y lo imposible porque había llegado el momento de su verdad y su verdad sólo se llamaba Luanda. - ¿No estás interesado en ser uno más de nosotros los grandes griots de las palabras blancas que dan la vida y de encantadores buenos que podemos transformar el dolor en alegría? - Sólo me interesa Luanda. - Está bien. Si ese es tu Gran Sueño debes saber que Luanda está en el Reino Ndongo, resguardada de toda clase de mal. Sigue la estepa caliente de las flores y el verde esmeralda de la hierba. ¡Allí está Luanda! Cocoluto El Magnífico, que no necesitaba para nada ser legendario o no serlo ni tampoco pertenecer o no pertenecer al mundo de los héroes vivos, caminó durante siete jornadas hasta que, al fin, entró en el Reino Ndongo. El gran rey Wanchope salió a recibirle. - ¿La buscas de verdad? - ¡Jamás yo, Cocoluto El Magnífico, he mentido sobre esa cuestión! ¡La busco a ella y solamente a ella! ¡Nunca he buscado jamás a otra que no sea ella! ¡Mi Dios sabe que digo la verdad porque también es su verdad! Sin más que decir y sin más que hacer, viendo el gran rey Wanchope que Cocoluto El Magnífico decía sólo la verdad y que aquella era la verdad de Dios, haciendo un gesto con su mano derecha logró que apareciera, como si fuera un acto de magia blanca, su bella y hermosa hija Luanda; y Cocoluto, tomándola de la mano, se adentró con ella en el Bosque de Quiçama, entre los pájaros multicolores, muy lejos, lejísimos, de los insoportables monos aulladores, los locos y crueles hechiceros y la enloquecidas y envidiosas brujas. Para vivir allí su historia de amor interminable. Todavía en toda África Austral se sigue narrando, en las noches de luna roja, la hazaña de Cocoluto El Magnífico que la convirtió en luna blanca para vivir una verdadera Historia de Amor con Luanda. Una Historia de Amor que traspasó todas las fronteras.
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