Barrachina (Diario)
Publicado en Jul 04, 2016
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Una de las ilusiones más grandes de mi madre era vivir algún día la aventura de volar en avión; pero mi padre, audaz para tada clase de cacerías, sentía pavor ante eso de volar por los cielos en una época en la que todavía perduraban, en España, los ecos de la muerte del gran gimnasta Joaquín Blume precisamente en un accidente aéreo ocurrido en la provincia de Cuenca. Así que pasaban los años y mi padre nunca compraba dos billetes de avión ni para ir a Alcalá de Henares, suponiendo que en aquel entonces Alcalá de Henares tuviera un aeropuerto (que me parece que no lo tenía).
 
Y el sueño de mi madre (aquello de volar por el gusto de verse entre las nubes), se iba diluyendo como un azucarillo dentro de un vaso lleno de agua. Ni mi hermana ni mis tres hermanos varones, ni por supuesto mi abuela materna, estaban por la labor de acompañarla. A mi madre sólo le quedaba el recurso de contar conmigo. ¿Estaría yo dispuesto a viajar por primera vez en mi vida en un avión, junto a mi madre, sin tener miedo a aquella aventura que suponía volar por los cielos? ¿Tendría yo, aventurero por naturaleza, alguna clase de duda para intentarlo? Lo de la duda lo descarté rápìdamente, pero yo no me veía a mí mismo ligando con azafatas en medio de la zozobra de las famosas turbulencias con las que siempre los pilotos se lo pasaban en grande asustando a los viajeros que les temblequeaban las rodillas cuando oían aquello de las turbulencias y se ponían a rezar todos los padrenuestros y avemarías que fuesen necesarios para superar el miedo. ¿Superaría yo el trauma psicológico de las turbulencias o terminaría de rodillas pidiendo a los ángeles que tuviesen piedad de todos mis malos pensamientos o por aquello de haber bajado toda la escalera tocando el timbre de todas las puertas de todos los vecinos cuando vivíamos en Alcalde Sáinz de Baranda? ¿Había sido ya perdonado por aquella chiquillería que ahora me venía a la mente?
 
La respuesta llegó muy pronto; incluso mucho antes de lo que yo pensaba...
 
- José... ¿nos vamos tú y yo a la ciudad de Valencia con billetes de avión de ida y vuelta?
- No hay problema, mamá. No me dan miedo las turbulencias y soy un chico bueno.
 
Dicho y hecho. Pocos días después mi madre y yo nos dirigimos al Aeropuerto de Barajas para volar hasta Valencia. Desde nuestra casa hasta el aeropuerto madrileño tardamos una hora y media mientras que desde el Aeropuerto de Barajas hasta el de Valencia tardamos solamente 20 minutos. Todo ello fue lo que formó en mi pensamiento la idea de la relatividad en cuanto al tiempo se refiere. ¿Qué sentí yo en aquel primer vuelo en avión de mi vida? Placer. Solamente placer y nada más que placer. Yo no sé si mi madre iba nerviosa o pasándoselo bien con aquel primer vuelo de su vida pero yo mantuve una total tranquilidad mientras me fijaba, por primera vez en mi existencia y dejando a un lado lo del tebeo de "Lilian, azafata del aire" (que había yo ojeado más de una vez desde mis primeros años de lecturas), en las azafatas de Iberia. No cabía duda de que eso de viajar en avión era un verdadero placer.
 
En la ciudad de Valencia nos alojamos en el Hotel Barrachina y después recorrimos toda la ciudad para terminar contemplando el puerto marítimo. Ni qué decir tiene que comimos y bebimos opíparamente y no pasamos ningún tipo de hambre ni de sed. Recuerdo, sin embargo, una anécdota graciosa (por lo menos a mí me hizo gracia y no sé si le hizo gracia a mi madre). El caso es que estábamos descansado en el hotel, en la sala del televisor, viendo un famoso programa de formación de palabras en español. Uno de los concursantes cometió el error de un baile de letras y mi madre, que estaba ya al tanto en lo de las lenguas vernáculas y el español, se sintió muy ofendida y dijo en voz alta que aquel concursante estaba escribiendo en catalán. Se hizo un tenso silencio hasta que yo aclaré el asunto.
 
- ¡Ese concursante está escribiendo en catalán, José!
- No, mamá. Está escribiendo en español pero ha bailado una letra y, además, en Valencia no se habla el catalán sino el valenciano como segunda lengua.
 
Al final, cuando nos fuimos de la sala del televisor del Hotel Barrachina de la ciudad de Valencia, a mi madre no le importó nada en absoluto si había hecho el ridículo o qué habrían pensado el resto de los que estaban viendo aquel programa televisivo. A mí tampoco porque, en primer lugar, yo no era quien había metido la pata y, en segundo lugar, tampoco me importaba lo que dijera alguien sobre nosotros dos. Lo único que me preocupó seriamente, durante aquellos dos días que estuvimos en la ciudad de Valencia, era que yo todavía no era muy experto en afeitarme (no hacía mucho tiempo que ya había terminado mi fase de adolescencia) y al hacerlo o la hoja de afeitar estaba en malas condiciones o fue por causa del agua pero me salió un pequeño sarpullido, con su correspondiente escozor, en ambas partes de mi cara. Pero pasó rápidamente un par de días después y no fue nada.
 
Volvimos a Madrid con el sueño de mi madre hecho realidad gracias a mi compañía y yo, mientras tanto, pensé de nuevo en las chapas (después de haber soñado algo más o algo menos sobre las azafatas de Iberia que yo ya tenía imaginadas a través de mis lecturas del tebeo "Lilian, azafata del aire"), porque resulta que Barrachina era un futbolista que estaba entre los cromos que recortábamos precisamente para jugar a las chapas.
 
Efectivamente, Fernando Barrachina ex jugador del Granada, Valencia y Cádiz, falleció en la ciudad valenciana a los 68 tras una larga enfermedad, según confirmó el club valencianista, que en un comunicado oficial mandó un mensaje de condolencia a familiares y amigos. Barrachina, que jugó de defensa central y fue internacional con España en una ocasión, se formó en las filas del Granada de su ciudad natal, equipo con el que debutó en Primera División en la campaña 66-67. Tras tres años en el club andaluz firmó por el Valencia de cara a la campaña 69-70 y permaneció en el club de Mestala durante siete temporadasm hasta el final de la 76-77. Durante ese periodo jugó 215 partidos con la camiseta del conjunto de Mestalla y ganó la Liga en la temporada 1970-71. En Valencia destacó por su corpulencia y sus recursos en el juego aéreo y contribuyó al título de Liga de la temporada 70-71, en la que el equipo solo recibió diecinueve goles con Abelardo como portero y con una defensa que Barrachina compartió con Tatono, Sol, Aníbal Pérez, Jesús Martínez, Vidagany o Antón. En la temporada 72-73 disputó los 34 partidos de Liga con el Valencia y en la temporada 76-77 ya no jugó en el club de Mestalla, tras haber disputado 184 partidos de competición oficial, 145 de ellos en Liga. Del Valencia se marchó al Cádiz y allí permaneció tres temporadas hasta su retirada al finalizar la campaña 78-79 y regresó a Valencia donde residió desde entonces.
 
Así que es totalmente cierto que yo me alojé en el Hotel Barrachina de Valencia cuando tuve mi primera experiencia en lo de viajar en avión y Fernando Barrachina Plo (Granada, 24 de febrero de 1947 - Valencia, 4 de enero de 2016) fue un futbolista español que se desempeñaba como defensa y sí jugó en el fútbol de chapas de niuestro hogar familiar. 
"Lilian, azafata del aire", fue una serie de historietas publicada entre 1960 y 1961 por Ibero Mundial de Ediciones, con guiones de Ricardo Acedo y dibujos de Enric Badia Romero, Gómez Esteban y A. Biosca. "Lilian, azafa del aire" fue el primer tebeo que apareció en España protagonizado por una heroína femenina, aunque se basaba en la serie francesa "Lili Hotesse de l'Air" de Christian Mathelot, publicada por la revista "Florita" desde 1957. El resto de números, del 13 al 43, contaron con la colaboración de A. Biosca. La serie tuvo una corta vida, lo que el historiador Juan Antonio Ramírez explica por la poca adecuación de su protagonista a los cánones imperantes, pues era demasiado independiente para la época. En cualquier caso, la tendencia que había inaugurado fue continuada por "Mary Noticias", de mucho mayor éxito. "Lilian, azafata del aire" presentaba una visión idealizada de la vida burguesa para consumo de las clases populares, dotando a la profesión de azafata de una aureola fascinante. Su protagonista aparecía además como una heroína casi perfecta, que apenas necesitaba la ayuda de su compañero masculino, el piloto Oscar, para la resolución de sus casos.
 
Todavía sigo recordando a la azafata Lilian y a la periodista Mary como ejemplos de chavalas que, de cuerpo entero, se cruzaban en mis caminos durante mi vida cotidiana. Y eran reales y verdaderas. Así que mientras volé en avión desde Madrid a Valencia y desde Valencia a Madrid aprendí bastante sobre chavalas de buen ver; lo cual me sirvió de gran aprendizaje para mi futuro de aventuras sin fin...
 
 
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Foto del autor José Orero De Julián
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