Joanna en 40 fotogramas: 30-Un teclado y el vaco que lo sobrevuela
Publicado en Jul 15, 2016
La historia que urdí se deshace en mis manos, los personajes se van marchando de ella y los paisajes quedan con un mínimo color: Enfermas pinceladas de acuarela. Joanna Dufromont debía abrirme puertas a experiencias que yo deseaba conocer, pero no es así. Todo está saliendo mal, me olvidan y el relato es en si mismo una confesión de tanta soledad e impotencia.
También siento en mí el peso de la manipulación de los seres creados. El vasallaje que rinden a quien los escribe. Su imposibilidad de crecer y transformarse a su deseo, de adquirir libertad. No son tan solo invenciones en la cabeza de alguien, ni siquiera vidas de papel que se van contando. Creo en ellos y en su realidad. En el plano donde conviven, porque creo que el valor de la fantasía es tan importante como el que padecemos en las carnes. Son más mías las vidas que invento que no la que me dio la Naturaleza. Y en eso mismo radica la frustración: Las utilizo a mi conveniencia. Yo no entro en ese plano tan subjetivo. Puedo escribir que si, contar línea tras línea que he logrado transportar mi propio yo a los creados. Pero entonces, cuando hago eso, ciertamente si que todo es mentira. Y la historia no vale nada. Por eso los personajes se van y deshacen el nudo del argumento. Y Joanna resta al desamparo sin nada en que enraizar su senda. Si lo que cuento -por fantástico que sea- no es creíble, entonces no vale nada y someto a mi personaje principal a una muerte lenta. Tenía mil historias para contar mi historia. Pero algo falló y sufro ahora de dos soledades. No sé como seguir, ni siquiera inyectándome en mitad de la noche surgen de mi mente las imágenes necesarias para construir escenas que me animen a seguir. Las voces que hablen de lo que yo quisiera hablar y sin embargo estoy siempre callado. Ahora solo puedo contar porqué no sé como contar algo.
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Gustavo Adolfo Vaca Narvaja
Saludos