Casi le sobo los morros (Diario)
Publicado en Aug 02, 2016
Estaba trabajando ya en el Centro de Operaciones Mecánicas (COM) del Banco Hispano de Madrid, situado entre las calles de Alcalá (puerta principal) y Caballero de Gracia (puerta secundaria) y, entre las muchas aventuras curiosas que tuve que vivir, recuerdo ahora una que sería muy bueno que supiera la traidora Ana María Hernández para saber bien quién es "Diesel" y cómo se porta "Diesel" a la hora de defender la honra de las mujeres sean éstas amigas o enemigas. O traidoras (como sucede en este caso). Quizás nadie se lo haya dicho a Ana María Hernández pero creo que ha llegado la hora de que lo sepa a ver si cierra ya la boca defintivamente y no va por ahí pregonando que me ha dado de comer cuando la verdad es que yo ni a ella ni a nadie más de los Independientes Autónomos les he pedido jamás no sólo de comer, sino de beber y hasta de que me hicieran compañía cuando tuve que soportar la soledad. Allá todos ellos y todas ellas con sus conciencias si les queda un gramo de conciencia o por lo menos un gramo de dignidad.
Voy al asunto. Agüero (el de Comisiones Obreras que tan rápido se bajó los pantalones cuando le ofrecieron una categoría de jefezucho de última categoría traicionando a quienes le habían votado como enlace sindical) se encontraba de visita en el tétrico sótano donde nos habían metido a trabajar. Me saludó, por supuesto, de manera hipócrita y me dijo que dejara de ser amigo de esa tal Ana María Hernandez que había sido una de las "trotaconventos" conocidas en todo el Banco. Yo no sólo no le hice ni puñetero caso sino que estuve a punto de agarrarle por la pechera (me detuvo Andrés Castillo que estaba presente en la charla) y le dije, totalmente serio, que saliese a la calle para ver si en la calle se atrevía a repetirme eso de que Ana María Hernández habia sido una "trotaconventos" fuese o no fuese verdad. Yo estaba dispuesto a partirle la cara con dos hostias bien dadas al fantasmón hipócrita (y luego traidor a la clase obrera) apellidado Agüero que se quedó tan pálido del susto que desapareció de mi vista corriendo más que si le estuviese atacando a su trasero todo un avispero completo. Fue visto y no visto pero desapareció porque sabía que era cierto que le iba a endiñar dos buenos piñazos si no llega a intervenir Andrés Castillo para evitarlo. Todos sabemos, desde que somos solamente adolescentes nada más, que el mundo está lleno de desagradecidos y desagradecidas. Una de esas personas desagradecidas, de la cual ya paso del todo desde que sé que a mi Princesa le importa menos que un comino seco la susodicha señora, es Ana María Hernández. Quizás se entere hoy mismo de lo que sucedió aquella mañana en el COM del Banco Hispano Americano de Madrid. Por defenderla a toda ultranza arriesgué mi propio puesto de trabajo porque estuve a punto de sobarle los morros (o se de fostiarle de lo lindo) a aquel falso e hipócrita de Comisiones Obreras llamado Agüero. Para que sepa ya la susodicha "Gaviota" (ya que se las daba de "Gaviota" para las claves secretas) que yo estuve defendiéndola siempre hasta que ella traicionó aquella amistad porque me había convertido al Cristianismo. Para que vean ustedes lo que entienden por libertad ciertas personas como Ana María Hernández y millones de personas más (hombres y mujeres) que son como ella: pequeños burgueses y pequeñas burguesas viviendo hasta con lujos mientas que los que estamos luchando en las calles por hacer justicia social sudamos a tope solamente por ayudar, sin recompensa alguna, a quienes están necesitados de recibir ayuda y, algo mucho más grande, a notar dentro de sus almas el amor que tenemos a todos ellos y a todas ellas. ¿Sabes ya quién soy y cómo actúo siempre, "amiguita" Hernandéz? Pues nada, que seas muy feliz comiendo alguna perdiz y que duermas con los angelitos para que mañana puedas seguir viviendo "a toda pastilla" (y valga esta expresión de "a toda pastilla" porque viene como anillo al dedo para saber lo que quiero decir) y que la Nada -ya que tú ni crees en Jesucrito ni jamás te atreverías a mirarle a la cara- te haga pasar muchos y felices días aunque al final en la Nada no existe nada de nada de nada. No me des las gracias por hacértelo saber, por favor. Lo hago de manera gratuita y no como otros que quizás te hayan hecho algún que otro "favor" a costa de algún que otro precio de la clase que sea. ¿Cuando me confesaste una vez que bajábamos los dos solos por la madrileña Calle de Segovia que estabas jodida del todo era cierto que ya estabas jodida del todo? ¿No recuerdas que yo te contesté lo de vaya por Dios y yo con estos pelos y siendo todavía virgen? ¿Entendiste bien del todo? ¿Sabes ya cual era la causa por la que yo luchaba y que no era tu misma causa como llegaste a decir en público ante los demás compañeros de aventuras? Exacto. Mi causa era la Princesa y no "a toda pastilla". Por eso me lo tomaba yo con tanta calma. ¡¡¡Navidad, Navidad, dulce Navidad; es un día de alegría y felicidad!!!
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