Qué triste es la vida de un hombre que conoce su destino
Publicado en Sep 20, 2009
“Qué triste es la vida de un hombre que conoce su destino… Ahí tienes al padre de Edipo, que supo que moriría a manos de su hijo y lo mandó a matar ¿y en qué acabo todo? En que de todas formas murió a sus manos. No sirve de nada luchar. Yo digo que lo mejor que se puede hacer es solo sentarse y esperar. Si vivimos en una tragedia, ¿para qué hacer lucha? ¿para que alimentar el morbo de quién nos lee y darle con que entretenerse, a costas de nuestro sufrimiento? No… Yo por eso prefiero venir a sentarme aquí y conversar contigo. Es más tranquilizante oler el café que bebo y mirar como se desvanece el humo del cigarrillo que fumas, mientras espero paciente que culmine todo. Que poco a poco todo se vaya oscureciendo.
El silencio reinó por varios minutos y el hombre reanudó su plática. “Sabes, anoche soñé que se me caían los dientes. Que iba en un carro (creo que iba con mi padre) y sentía flojo un diente, succionaba el poco aire que había en mi boca, haciendo presión ahí dentro y sentía como el diente se despegaba de a poco de mi encía. Todavía tengo la sensación del agujero, que tocaba con la punta de mi lengua. Por un momento recordaba cuando hacía eso de niño, que me gustaba esa sensación, porque, era chistoso, al caerse diente, sentir mi encía con la lengua. Pero casi al instante volvía al mundo, en apariencia real, en el que no era un niño que mudaba de dientes. Era ya un adulto y me daba cuenta que no estaba bien que eso pasara. Pensé en todas las posibilidades que pudieron haber causado eso, pero no pude dar con ninguna y encima, no sentía dolor. Ya tenía el diente a medias de desprenderse y no sentía nada. Era como si en verdad fuera a volver a mudar de dientes, solo que esta vez no estaba seguro de eso. En un arranque de no sé qué, tal vez impulsado por el recuerdo de que eso lo hice en mi infancia, succioné el aire en mi boca otra vez, haciendo que el diente se desprendiera de mi encía hasta donde pudiera y forzándolo otro poco más y ya que estaba seguro que estaba fuera de su lugar, cerraba la boca con fuerza, para sentir como el diente se movía y apretaba entre los dientes de abajo y como sus raíces se desprendían por completo. Aflojé la mordida y sentí como colgaba ya solo de una patita. Succioné una vez más y lo sentí sobre mi lengua. El mismo orgullo que de niño me inundaba, hasta que lo escupía en mi mano y notaba como otro diente se aflojaba mucho. Esta vez me daba algo de miedo, pero aún así, hice lo que ya había planeado y sonreí. No sé cómo ni con qué, pero al momento de sonreír, me veía a mi mismo sonriendo, pero no tenía ningún espejo frente a mi. Era como si cambiara el modo de vista de un videojuego de carreras. Veía mi cara y veía como el diente que acababa de perder era de los que saltan a la vista cuando uno sonríe. Me sentí terrible. Nunca me ha gustado como se ve eso, a menos que seas un niño entres los 6 y 11 años. Me sentía fatal y me llenaba de desesperación. No quería tener un agujero entre mis dientes. Y sin embargo, volvía a succionar el aire en mi boca y esta vez con eso bastó para que se cayera, no uno, si nos dos o tres dientes más. Los escupí en mi boca y esta vez venían con un poco de sangre, pero seguía sin llegar el dolor. Volvía a sonreír y veía como a mi sonrisa le quedaban solo tres o cuatro dientes y al hacerlo sentía como una pequeña brisa de aire se metía entre mis dientes y llenaba mi boca, pero no solo me faltaban los dientes del frente, sino también algunos de los lados, tal vez dos muelas… Estaba horrorizado. Empezaba a llorar. Nunca me ha gustado la idea de quedarme sin dientes, o tal vez no a una edad intermedia, o antes de llegar a los a los 50. Lo que sí sé es que mientras me veía a mi mismo con esa asquerosa sonrisa sin dientes no paraba de repetirme ‘lo estoy soñando, lo estoy soñando, es un sueño, es un sueño…’ Al despertarme lo primero que hice fue sentir mis dientes y dar una mordida al aire, firme y fuerte, para ver si algún diente se aflojaba o algo así… “¿te estoy aburriendo con mi monologo, verdad?” sorbió un poco de café, miró con una leve sonrisa seca a su oyente y agregó: “Dime, ¿qué hay de ti?” Aquel sujeto sin apariencia llamativa llevó su cigarro a la boca, aspiró fuerte una gran bocanada y sacó el humo por su nariz y boca. Aquel humo blanco se desvaneció a unos centímetros de haber salido y lo que quedaba del humo salieron de la boca del hombre mientras empezaba a hablar. “No hay mucho de que hablar. Solo me dedico a trabajar para comer y comer para vivir, no más. No necesito más.” Calló e intermitentemente soltaba fumarolas de humo por la nariz mientras el otro sujeto lo miraba profundamente. “¿Y nada más?” “Sí. Y nada más.”
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