Hubo un tiempo (más allá de la soledad) en que me convertí en el aficionado al tenis que más nombres de tenistas memorizaba a lo largo y a lo ancho de todo el mundo. Poseía yo entonces un listado de más de 3.000 nombres de tenistas. De Ivo Croockenden (Nueva Zelanda) a Ivo Pimentel (Venezuela), aquel listado trepaba, día tras día, pasando por Malta (Gurmi) e incluso la Polinesia Francesa (Augustin) por poner sólo dos ejemplos. El trípode español donde giraban todas las emociones primarias de los patriotas estaba formado por Andrés Gimeno, Manolo Santana y Manuel Oranntes. Yo iba, continuamente, cosntruyendo las pirámides de los 10 mejores de cada país que iba cambiando al ritmo sincopado de los tiempos. En Ecuador, los más prestigiosos y prestigiados eran Pancho Segura (que se fue a los Estados Unidos para hacerse hacerse profesional junto al puertorriqueño Pancho González), Pancho Guzmán, Eduardo Zulueta y Miguel Olvera. Mientras tanto, el mundo giraba y giraba con amores que comenzaban y amores que terminaban. Y es que escuchando a Jimmy Fontana yo me transmutaba en un chico feliz.
 
Década de los 50. Década de los 60. Década de los 70. ¿Qué era el mundo para un chico como yo? Una procesión de años enfilados en las décadas prodigiosas de un tiempo sin final ya que ser campeón sólo consistía en poder seguir soñando. Y mientras tanto, la cultura sólo consistía en saber cómo desarrollar la personalidad en los Círculos de ocasión. Por eso en el Bellas Artes de Madrid dejé las huellas de Pettoruti porque pintando ilusiones se vivía mucho mejor. Tres medallas (oro, plata y bronce) lo confirman mientras las chicas eran guerreras mucho antes de que lo descbrieran los de Coz. Mente sana en cuerpo sano. Jugar a los dados con toda aquella legión de millares de tenistas era un placer. Jugar con Osborne no era tomar alcohol para olvidar a alguna de ellas. Jugar con Osborne significaba estar cada día más sano y la salud siempre fue importante para poder estar preparado a los que sólo  Dios habría de determinar. De Ivo a Ivo yo seguía siendo feliz dentro de aquella burbuja transparente desde la cual observaba, a través de mi "Atalaya", todo un mundo de lúdicas y saludables emociones. Los emoticones vinieron mucho después.