En el combate entre madrileños y vallisoletanos yo sólo era un espectador nada más. Enemigo de las jaranas y los rifirafes lo mío era estar presente tomando notas y anotando el resultado final. Algo asi como un árbitro de la elegancia recordando a Petronio y sin olvidar, tampoco, a Suetonio; mientras que Antonio, el del Bilbao, no ligaba ni a tiros y por eso se arrimó a la primera que encontró. Y es que una cosa es lo que se decía y otra cosa era lo que se hacía. Jejeje. Me entra la risa cada vez que lo recuerdo. Sucedió, un año cualquiera de los 70, en el pueblo de Villalar. Yo estaba de paso tal como el destino me había señalado y en la tarima de las peleas callejeras los unos y los otros se empujaban por ver quiénes eran los más brutos. Yo encendía un cigarrillo tras otro y, observando el humo que ascendía hasta las zonas más lejanas de todo aquel mundillo, recordaba la Historia mientras no dejaba de sonreír. Supongo que el resultado final quedó en tablas porque las tablas de la tarima soportaron todo el peso y la presión del gentío me hizo memorizar a la guapa Mariana Pineda que, miren por dónde, nació siendo granadina y murió siendo granadina. Eso sí que es amar a la patria chica y en cuestiones de chicas yo siempre jugaba a lo seguro. Ya dendría tiempo de echar el órdago a la grande como así sucedió años más tarde. Y gané.