El incrdulo Manuel (Cuento)
Publicado en Sep 20, 2016
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Érase una vez un viejo canoso, seguidor acérrimo del célebre mangante Cánovas "El Mechero", quien por haber nacido en Alcántara dábale por buscar la buena suerte en las alcantarillas. De pueblo en pueblo iba el tal Manuel, pues de Manuel se trataba, siempre con la misma cantinela: "¡No creo en los milagros! ¡No creo en los milagros! ¡No creo en los milagros!"; lo cual, por cierto, no le hacía ni poca ni mucha gracia, o sea ninguna gracia, a Milagros, su abnegada y hacendosa esposa que estaba ya hasta el moño de tanta cansina canción.
 
Así que sucedió que un buen día, de esos que despiertan las Musas de todos los poetas, topóse el citado Manuel con un sujeto de los de poco hablar pero de mucho hacer quien, en oyéndole recitar aquella panoplia de sandeces, acercóse hacia donde se encontraba el recitador, dentro de un bar de Valencia, y encarándosele de frente le soltó un latinajo, "gaudeamus seamus", que al parecer significaba algo así como que se trataba de un universitario mientras que Manuel no conocía ni las primeras letras del abecedario español pues hasta para escribir hacíalo solamente con la mano izquierda y a manera de palustre escribano de esos que tanto alardean de conocer a Lebrija mas sin saber, a ciencia cierta, en dónde se encuentra el citado lugar. Hizóle saber el valenciano que Lebrija se hallaba al sur de la península, siendo más concreto en la provincia de Sevilla, y que si el tal Manuel lo dudaba dejarían de hablar las lenguas para entrar en oficio las navajas de barbero, pues largas barbas mostraba aquel Manuel, por no decirle otras cosas de mayor enjundia. Agachó la cabeza el de Alcántara y buscó con la mirada la susodicha buena suerte en la que tanto creía, pero he aquí que en el suelo suelo no halló ningún billete de banco sino solamente, y gracias a Dios, múltiples bolsitas de azúcar vacías como por encantamiento.
 
Manuel, el de Alcántara, quedóse tan cortado que, sin decir "este mundo no lo entiendo", salióse bien salido del local y, compungida su alma de buhonero, decidió dar marcha atrás en sus letanías y desatinos pero, a fuer de tener mala la suerte, topóse ahora con un cura de Gandía, descendiente directo del famoso Duque, que habíase llegado a la capital de Valencia por mor de resolver cierto asunto relacionado con alguna extraña herencia paterna, ya que su familia era precisamente de Paterna, y mirándole de hito en hito, sacando un breviario de esos llamados misales, le hizo conocedor de lo siguiente: "Si los milagros no existen, ¿cómo es que vos estéis todavía vivo? Habéis de saber, viejo octogenario, que el mudo es mejor que esté callado no vaya a ser que por hablar en demasía dijera las mismas sandeces que vos decís. Ido del todo habéis de estar cuando vais pregonando, cual alcahuete desenfrenado, como si fuéseis personaje salido de "La Celestina", tales majaderías mientras deberíais estar dando gracias a Dios por estar tan gordo como todos los de vuesa jaez que, a fuer de engordar gracias al dinero ajeno, parecéis haber perdido el sano juicio. Tanta fortuna deséais hallar en las alcantarillas que hasta en rata váis a terminar convirtiéndoos pues de ganapanes como vos está este mundo lleno que hasta las más lindas mozas se muestran recelosas en viendo cómo coméis a dos carrillos, y veo que sois zurdo en verdad, que hasta huyen de vos como si de la misma peste se tratase. ¡En un molino deberíais estar trabajando para saber si es o no es milagroso el pan de cada día pues hasta mentira pareciese que seáis tan ido ya que la mollera os falla de manera tan sorprendente que ni aún Don Quijote se os puede igualar; aunque, viéndoos bien, más tenéis de Sancho Panza puesto que el señor Quijano érase grande temeroso de Dios, y no como vos que, cual sabandija vais por el mundo en medio de la incontinencia de vuestro mucho hablar!". 
 
En habiendo terminado el cura su jaculatoria, el de Alcántara quedóse perplejo y boquiabierto y, en diciendo solamente amén, salióse de "naja" hacia las huertas cercanas pues el mal de vientre le había entrado y necesitaba cumplir con la emergencia que todos conocemos como "jiñar" por no decir otras cosas de peor gusto. Y hallábase Manuel en estos menesteres cuando acertó, ¡oh casualidad!, a pasar por la cercanía un joven mozalbete de unos quince años de edad quien, soltándosele la lengua, exclamó entre risas: "¡No sabía yo que los monos descendieran de los hombres! ¡Milagroso debe ser este asunto! ¡Bien dice mi abuela materna que yo vería tales cosas increíbles que, a no ser por la mucha fe que tengo, yo diría que son obra de encantamiento y arte de magia!". Cortósele la respiración al íntimo amigo de "El Mechero" quien, de tanto apretón que daba, parecíase contagiado por las iras del dios Eolo, mas no atreviose a decir nada mientras el quinceañero no paraba de soltar tales y grandes carcajadas que hasta los perros vecinos comenzaron a ladrar.
 
Una vez perdido ya de vista aquel muchacho, y en habiéndose callado ya todos los perros, el de Alcántara subiose las calzas ya terminada su perentoria necesidad y juróse a sí mismo ya no decir nunca más, a partir de aquel buen día que despertaba las Musas de todos los poetas, tantas sandeces acerca de los asuntos que sólo le incumben a Dios. Y es que quien con tanta ligereza habla con tales sucesos topa. Y es muy buena lección aprender de los más duchos que tener que recibir una ducha de vez en cuando. 
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Foto del autor Jos Orero De Julin
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Descripción

Cuento.

Palabras Clave: Literatura Prosa Cuento Narrativa.

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Humor



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