Pueblerino en la gran ciudad
Publicado en Sep 21, 2009
Lo primero que le llamo la atención, cuando estuvo por primera vez en la ciudad más grande del mundo, fue la gran cantidad de niños, mujeres y hombres vendiendo en los vagones del metro chicles, dulces, plumas, rastrillos, lápices, periódicos, desarmadores, pinzas, imágenes religiosas y otros artículos. Naturalmente eran controlados por dirigentes asociados con líderes políticos, los cuales les asignaban sus territorios en donde vender sus mercancías. Este comercio informal era consecuencia de una mala preparación educativa; por consiguiente era más fácil ir a comprar mercancía pirata o robada con los pocos ahorros para revenderla, que buscar un empleo durante meses, era una lucha de riesgo para mantener a sus familias. Entre devaluación y la nueva crisis económica, el desempleo aumentó y los ambulantes también; pues profesionistas que perdían su trabajo se integraban a este grupo de minoristas subterráneos, extendiéndose hacia los pasillos, andenes y en las salidas o accesos del metro, era imposible transitar libremente sobre las veredas peatonales, armándose riñas y discusiones entre el mercante ilegal y el peatón, quien reclamaba su derecho de tránsito y el oponente que se creía dueño de ese espacio público. Lo cierto es que, es una línea curva de problemas sociales sin final entre los beneficiados por este negocio, desde las mismas personas sin posibilidades, los líderes, policías y servidores públicos de cada gobierno y la clase trabajadora dividida a favor o en contra de los informales en el sistema de transporte colectivo.
Cuando se iban acercando a la estación, donde debían bajar, Él casi se queda dentro del vagón, debido a la gran cantidad de burócratas, albañiles, trabajadoras del hogar, estudiantes, doctores, licenciados, maestros, artistas ambulantes, ancianos o delincuentes con distintos pensamiento, preocupaciones y reacciones. Unos, planeando la semana; otros, pensando en sus vacaciones; y muchos, preocupados por no tener suficiente dinero para pagar la renta, las cuentas de agua y electricidad. Además, los de miradas y deseos obscenos, los infieles con amores secretos con caras fruncidas por el olor a sudor, los que daban monedas a los limosneros, mientras otros volteaban con descrédito y desdén, los que cierran sus ojos y pretenden dormir para no dar sus asientos a mujeres embarazadas, ancianos y personas enfermas. Por fortuna uno de sus compañeros lo jaló con fuerza, logrando sacarlo de esa multitud. Riéndose del fantasma gris y espantado que había salido del tren, siguieron en busca de un nuevo horizonte escolar. Con su ficha de admisión, Él no pudo quedarse acompañar a sus otros compañeros el fin de semana para conocer la gran ciudad, pues llevaba sólo el dinero necesario para comer una torta, no queriendo fastidiar a sus compañeros con su problema financiero, regresó por las mismas estaciones recorridas anteriormente, escuchando nuevamente el suplicio de una mujer embarazada, al pedir un asiento a un caballero, y el aludido contestando, que si había caballeros pero no asientos. Antes las sonrisas escondidas de algunos, y el descontento de otras personas, Él sumamente cansado, de pie se perdió en un sueño profundo, recargado sobre el muro divisorio del vagón, moviendo la cabeza, la cual parecía que en cada estación se desprendía de su cuello por el frenado brusco del tren. Casi se queda dormido en el tranvía que no iba hacer un nuevo recorrido, pero otro estudiante lo había visto en estado casi de inconciencia y enseguida lo despertó. Limpiándose la saliva con la camisa, sobresaltado, alcanzó a salir antes de que se cerraran las puertas. Dando las gracias, se dirigió hacia la Terminal de autobuses, y como faltaban todavía dos horas para subir al camión, empezó a comer tranquilo una torta para tranquilizarse de todas esas desconcertantes experiencias.
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solimar
Carlos Campos Serna
Saludos...
solimar
Carlos Campos Serna
Saludos...