Literatura deportiva (Ensayo) Capítulo 3: Primeros críticos.
Publicado en Sep 21, 2016
También había quienes escribían, en la Antigua Grecia, en contra de los deportes. Hubo una corriente crítica que valoró muy poco a los atletas pensando que eran superiores los sabios e intelectuales. Esta corriente se inicia con uan composición de Genófases titulada "mejor que la fuerza de los hombres o de los caballos es nuestra sabiduría". Estos intelectuales de la corriente crítica insisten en que los triunfadores de los juegos no aportan ningún beneficio a sus ciudades, en todo caso si lo aportan es menor que el que aportan los penadores y los filósofos. Otro testimonio en este sentido es el de Diógenes el Cínico. Él y sus seguidores dicen que los atletas son unos comilones y unos groseros. El deporte estuvo no muy presente en el mundo griego, en el etrusco y en el romano, Teodórico I el Grande prohíbe en el año 393 después de Jesucristo los juegos olímpicos de tal manera que se interrumpen durante la Edad Media. Y todo ello por la insistencia del moralista e hipócrita San Bartolomé que acusa de degenerados paganos a quienes practican el deporte.
Genófanes (o Jenófanes) Nació en Colofón, Asia Menor. Dejó su ciudad natal en el 545 antes de Jesucristo para convertirse en un poeta errante y rapsoda en Grecia y Sicilia. En el 536 antes de Jesucristo, según la tradición, se estableció en la colonia fenicia de Elea, al sur de Italia. Allí, según dicen, fundó la escuela eleática, cuyos conceptos filosóficos fueron más tarde ampliados y sistematizados por su discípulo, el pensador griego Parménides. En sus obras Jenófanes satirizaba con inteligencia las creencias politeístas de los primeros poetas griegos y de sus contemporáneos. Ridiculizaba sus deidades como dioses creados a imagen de los mortales que los adoraban. En un famoso pasaje afirmó que si los bueyes pudieran pintar y esculpir, pintarían dioses que parecerían bueyes. Los humanos, sentía, debían rechazar el antropomorfismo politeísta y reconocer en su lugar una única deidad no humana oculta y unificadora de todo fenómeno universal. En otras obras ridiculizó la doctrina de la transmigración de las almas y deploraba la preocupación griega por el atletismo y la vida lujuriosa a expensas de la sabiduría. Sólo perduran escasos fragmentos de sus poemas. Jenófanes aplica el caudal filosófico a la eterna misión educativa de la poesía, y en nombre del neuvo universo justo, se enfrenta coni el antropomorfismo caprichoso y el incoherente politeísmo de Homero y Hesíodo. La "areté" filosófica del espíritu corrige la "areté" aristocrática del deporte o mero vigor corporal. El primer servicio cívico no es ya la espada, sino la inteligencia. Diógenes de Sínope, también llamado Diógenes el Cínico, fue un filósofo griego perteneciente a la escuela cínica. Nació en Sínope, una colonia jonia del mar Negro, hacia el 412 antes de Jesucristo y murió en Corinto en el 323 antes de jesucristo. No legó a la posteridad ningún escrito; la fuente más completa de la que se dispone acerca de su vida es la extensa sección que su homónimo Diógenes Laercio le dedicó en su "Vidas, opiniones y sentencias de los filósofos más ilustres". Diógenes de Sínope fue exiliado de su ciudad natal y se trasladó a Atenas, donde se convirtió en un discípulo de Antístenes, el más antiguo pupilo de Sócrates. Diógenes vivió como un vagabundo en las calles de Atenas, convirtiendo la pobreza extrema en una virtud. Se dice que vivía en una tinaja, en lugar de una casa, y que de día caminaba por las calles con una lámpara encendida diciendo que "buscaba hombres" (honestos). Sus únicas pertenencias eran: un manto, un zurrón, un báculo y un cuenco (hasta que un día vio que un niño bebía el agua que recogía con sus manos y se desprendió de él). Ocasionalmente estuvo en Corinto donde continuó con la idea cínica de autosuficiencia: una vida natural e independiente a los lujos de la sociedad. Según él, la virtud es el soberano bien. Los honores y las riquezas son falsos bienes que hay que despreciar. El principio de su filosofía consiste en denunciar por todas partes lo convencional y oponer a ello su naturaleza. El sabio debe tender a liberarse de sus deseos y reducir al mínimo sus necesidades. En la era del consumo por atragantamiento, el cinismo puede ser una escapatoria, al menos si se toman sus orígenes, las enseñanzas de Diógenes, que podrían y deberían servirnos para dejar de lado lo superficial, en favor del cultivo de las potencialidades singulares. Al momento de pensar en Diógenes viene a las mentes indefectiblemente el recuerdo de "El Chavo del 8", con quien crecimos y a quien seguimos disfrutando de vez en cuando. Hoy no hablaremos de la producción televisiva de Roberto Gómez Bolaños, hoy toca hablar de otros muchachos que vivían en un barril o, al menos, el barril era su única propiedad inmobiliaria. Unos cuantos siglos se han dedicado a difamar y transformar a su conveniencia un término que hoy está muy alejado de sus orígenes. Cuando hoy hablamos de cinismo, quizás lo primero que nos viene a la mente es alguno -o varios- de nuestros parlamentarios, ese coordinador o jefe de cierto lugar donde coexistimos o trabajamos, ese oficial de tránsito que quiere hacernos una multa sin que sepamos bien el porqué. Tampoco la Real Academia Española le ha dado una mano al cinismo, porque si buscamos el término en su diccionario, podemos ver que la definición que encabeza la palabra 'cínico' es: que muestra desvergüenza, impúdico, procaz. El término 'cínico' llega a nosotros desde el griego 'cainós' o canino, es decir, perro. Llamaban a "los perros" a quienes defendían un estilo de vida desprendido de lo material pero arraigado en lo inmaterial, el mundo de las ideas, donde encontraban las premisas para solucionar los problemas materiales de la sociedad, donde uno de sus representantes más ilustres se llamó Diógenes Laercio: "El loco del barril". El cinismo de Diógenes, oriundo en la Grecia del siglo tercero de esta era, es antes bien una receta médica para tratar el cinismo vulgar, el del término que usamos de vez en cuando en el barrio para maldecir a alguien. El cinismo real, el de Diógenes, propone una ciencia, un alegre saber rebelde y una sabiduría para la vida: Tras su aspereza y su intención de provocar, de cuestionar aquello que le parecía absurdo, ridículo y a su vez injusto, percibimos una actitud filosófica para quitarse el sombrero. Si se dedicó a hacer caer una tras otra las máscaras de la sociedad y a oponer a la hipocresía en favor las costumbres del perro, esto se debe a que Diógenes proponía a los hombres un camino que los condujera a la felicidad, que solamente puede ser construida en la sinceridad y en la acción. Aparece entonces este ingeniero que busca enmendar los problemas estructurales de la sociedad cuando el malestar rebosa las copas y satura la actualidad. Hoy, es un imperativo del tiempo que aparezcan nuevos cínicos, cínicos de la vieja escuela, esta escuela: a ellos les correspondería la tarea de derribar las máscaras, de denunciar las fechorías de los gobernantes, del jefe corrupto, del profesor ignorante, de destruir a los falsos ídolos y hacer explotar al sedentarismo generalizado, justificado por la eterna espera que un Estado Paternalista que da solución a nuestros problemas endémicos, Estado que en realidad nos ha dejado huérfanos a todos. Bastión de la resistencia, el nuevo cínico impediría que las sublimaciones sociales y las malas virtudes colectivas, transformadas en ideologías y en conformismo, se impongan como moneda corriente. No hay mejor remedio contra la democracia de pocos que cultivar la energía de las potencialidades singulares, de los individuos. Podemos decir que la escuela cínica sostuvo en sus inicios la regla de oro: "no ser esclavo de nada ni de nadie en el pequeño universo donde uno halla su lugar". Hablamos de una voluntad que se reconoce a sí misma como estética: la ética como una modalidad del estilo y proyecta la esencia de este en una existencia que se vuelve un juego. Todas las líneas de sabiduría cínicas convergen en un punto focal que distingue al filósofo, no cómo un pensador más del montón, sino como un artista. Diógenes es uno de estos experimentadores de nuevas formas de existencia. En las tierras de Diógenes, las costumbres estaban invadidas por rituales coloquiales que nadie quebraba. Él, en cambio, aturdía a los obtusos quebrantando la cabeza a una sociedad obsesivo-compulsiva y, ante estos atropellos, respondía a quienes lo criticaban diciendo: "Me esfuerzo por hacer lo contrario de lo que hacen ustedes en la existencia". En esta época de los indignados digitales, del conformismo y de la aceptación por ignorancia de los sucesos que flagelan a nuestra sociedad, un poco de cinismo podría generar un cambio, desde lo actitudinal y lo aptitudinal. Desprendernos quizás (al menos un poco) de lo superficial y dejar fluir las cosas que realmente construyen ciudadanía, que construyen también humanidad. No sé si podemos seguir hablando de una sociedad humana cuando el acontecimiento más esperado por las masas es la nueva versión del sistema operativo de ciertos teléfonos celulares. No sé si podemos hablar de sociedad cuando el amor al deporte se convierte en odio y en muerte a la salida de los estadios y por último, estoy seguro que no podemos hablar de sociedad humana cuando vemos cómo los parlamentarios literalmente juegan con el destino de nuestro país, en un partido donde los árbitros están con los ojos vendados y nosotros, el público, adormecido y con una venda en la boca, En la actualidad, para el sevillano Enrique Figueroa, Diógenes tenía como su mayor posesión un barril, donde guardaba unas pocas cosas, al mejor estilo del "Chavo del 8"; pero no necesitaba mucho más para ser feliz, porque para los ojos de la sociedad griega él era un vagabundo que hablaba mucho, pero para quienes lo escucharon atentamente, el cinismo se volvió una forma de vida. Quizás la anécdota más sólida y atractiva para hablar de Diógenes es la de su encuentro con Alejandro Magno: Al oír hablar sobre Diógenes, Alejandro Magno quiso conocerlo. Así que un día en que el filósofo estaba acostado tomando el sol, Alejandro se paró ante él. "He oído de tí Diógenes y, aunque no comprenda del todo tu actitud hacia la vida, tengo que confesar que tu discurso me fascina. Quiero demostrarte mi admiración, pídeme lo que tú quieras." "Por supuesto. Quiero pedirte que te apartes un poco, que me tapas del sol." Luego de este encuentro, Alejandro Magno comentó a sus generales: "Si no fuera Alejandro, me hubiera gustado ser Diógenes." Diógenes nos demostró, de una manera muy pintoresca, que una vida menos consumista material y de mayor consumismo intelectual y filosófico nos pueden ayudar a vivir más desprendidos, menos pendientes de cosas irrelevantes, atentos a lista de heridas que estamos sangrando como sociedad y darles respuesta. Antonio Sánchez Pato, de la Universidad Católica de Murcia (UCAM) de España, hoy en día se plantea el tema de la siguietne manera: "La búsqueda de la identidad -¿quién soy?- responde a la tradición órfico-pitagórica de la Grecia clásica, representada por el Oráculo de Apolo en Delfos: nosce te ipsum, que nos invita a reconocernos mortales y no dioses. Esta máxima también lo fue de Sócrates, como un examen moral de uno mismo ante dios; para Platón, es el camino hacia la verdadera sabiduría. La tarea que implica el autoconocimiento, la búsqueda del hombre por el hombre, presiden los esfuerzos de la antropología filosófica por desvelar una de las preguntas fundamentales. Nos planteamos la misma cuestión desde el deporte: ¿puede el deporte ayudarnos a entender mejor al hombre? ¿Es la práctica deportiva, en sí misma, un modo de conocimiento para el hombre? Partamos del primer supuesto, de la posibilidad de conocer al hombre a través de sus prácticas deportivas. En este caso, la historia será el punto de anclaje para comenzar a ahondar en la identidad humana. Ambos han viajado en compañía a lo largo de su devenir histórico. Revisando la historia del deporte, podemos entender, por las funciones que ha cumplido en sus vidas, quién fue, quién ha sido y quién es el hombre. Funciones que pasan por tener motivación laboral y bélica (Wolfgang Eichel), o naturaleza guerrera, en actividades tan primitivas como la danza (Ulrich Popplow); también origen religioso, un munus, regalo u obligación que se hacía como ritual fúnebre entre los etruscos, y que dio lugar en Roma al espectáculo de los gladiadores. Termino trayendo aquí un texto de Fernando García Romero (catedrático de Filología Griega en la Unviersidad Complutense de Madrid): En una época como la nuestra en la que el deporte ha alcanzado una importancia social y económica tan extraordinaria (y generalmente tan desmedida), puede ser interesante remontarnos dos milenios y medio atrás, hasta otra época en la que la práctica de actividades deportivas alcanzó una posición social preeminente semejante a la que ocupa en el mundo de hoy. El deporte griego y el deporte actual comparten bastantes rasgos comunes, positivos y negativos. Positivos, por ejemplo, la importancia que se concedió ya en la antigua Grecia a la práctica de la gimnasia como fundamento de la salud física y también como contribución a la formación intelectual e incluso moral de las personas, o la importancia que tuvieron los grandes Juegos, en especial los Olímpicos, como centro cultural, en el cual pensadores y escritores exponían públicamente sus ideas y sus escritos, aprovechando que Olimpia y sus juegos eran la ocasión más adecuada para difundir obras y teorías, ya que en ningún otro momento y lugar se reunían mayor cantidad de griegos. Luciano de Samosata, según dicen dicen varias fuentes recogidas de aquella época, por ejemplo, la tradición del deseo del historiador Heródoto de difundir, a mediados del siglo V antes de Jesucristo, sus investigaciones históricas mediante su lectura pública en Olimpia, de manera que dio a conocer su obra en el opistódomo del templo de Zeus, consiguiendo fascinar al auditorio en el que se encontraba un muchacho llamado Tucídides, que lloró de emoción al escuchar las palabras de Heródoto. Los autores antiguos nos hablan también de lecturas o recitaciones de obras del filósofo Empédocles, de los sofistas Gorgias, Hipias (que había nacido cerca del santuario y parece ser que acudía a todas las celebraciones de los juegos para mostrar sus dotes oratorias), Pródico y Polo, etcétera, e incluso el tirano Dionisio I de Siracusa, como luego haría Nerón, consiguió que sus poemas fueran recitados públicamente en la Olimpíada correspondiente a 388 antes de Jesucristo, aunque, según el historiador Diodoro de Sicilia, hizo más bien el ridículo. Este interés "cultural" de las competiciones deportivas griegas queda bien reflejado en una anécdota que cuenta Cicerón a propósito del filósofo Pitágoras: "Admirado León [rey de Fliunte] de su ingenio y elocuencia,le preguntó que arte practicaba. Pitágoras le contestó que no conocía ningún arte, sino que era ‘filósofo'. Asombrado León ante esta palabra nueva,le preguntó quiénes eran los filósofos y qué los diferenciaba de los demás hombres. Pitágoras le contestó que la vida humana le parecía semejante a ese festival en el que se celebraban los juegos a los que asistían los griegos. Allí, quienes habían ejercitado sus cuerpos iban a buscar la gloria y el premio de una corona famosa; otros, que habían acudido a comprar o vender, iban atraídos por el afán de ganancia; pero también se presentaba allí una especie de visitantes -especialmente distinguidos- que no iban en busca de aplausos ni de ganancias, sino que acudían a observar y contemplaban con gran atención lo que sucedía...De manera semejante, los hombres llegados a esta vida tras abandonar otra vida y otra naturaleza, son unos esclavos de la gloria, otros del dinero, pero hay también unos pocos que desprecian lo demás y observan con empeño la naturaleza; éstos son los que se llaman ‘amigos de la sabiduría', es decir ‘filósofos'". Pero también el deporte griego antiguo y el deporte actual comparten rasgos no tan positivos, como por ejemplo la sobreestimación social y económica de los éxitos deportivos o su explotación con fines ajenos al deporte, lo cual fue ya criticado de manera sistemática por los intelectuales griegos al menos desde Jenófanes de Colofón en el siglo VI antes de Jesucristo y luego por Eurípides, Sócrates, y un largo etcétera, como más adelante comentaremos. Vamos a tratar de desarrollar algunos de estos aspectos en nuestra exposición. Y vamos a comenzar por las diferencias o, mejor dicho, dejando aparte cuestiones más de pormenor, que se refieren, por ejemplo, a la organización de los juegos o al desarrollo de las pruebas, por la diferencia fundamental que separa el deporte griego y el deporte moderno. Es la siguiente: en tanto que el deporte moderno es un espectáculo completamente profano, las competiciones deportivas griegas se desarrollaban en el marco de festivales religiosos, de manera que dos conceptos, deporte y religión, se mantuvieron vinculados más o menos estrechamente en la Antigüedad, mientras que actualmente se encuentran muy alejados el uno del otro (se ha sugerido incluso que, en algunos aspectos, el deporte ha suplantado el papel que antaño desempeñó en la sociedad la religión, como por ejemplo dar cohesión a la masa social ofreciéndole un objetivo común, aunque sea tan poco espiritual como ganar una Liga o una Copa; al respecto de esta relación entre deporte y religión, puede leerse un estupendo cuento, lleno de ironía, de José Luis Sampedro titulado "Aquél santo día en Madrid", que se recoge en la recopilación "Cuentos de fútbol", editada por Jorge Valdano, en el cual un extraterrestre aterriza en Madrid, en las cercanías del estadio Santiago Bernabéu y ve una gran multitud que se dirige hacia lo que él cree que es un santuario, de manera que sigue a la muchedumbre, penetra en el estadio e interpreta todo lo que en él ocurre como una ceremonia religiosa en la que once individuos vestidos de blanco, que representan obviamente el bien a juzgar por el recibimiento de que son objeto por parte del público, se enfrentan a once individuos vestidos de azulgrana, que representan naturalmente el mal, en un ritual dirigido por un sumo sacerdote que se sitúa en el centro del santuario con un silbato en la boca y es ayudado en las bandas por dos sacerdotes auxiliares que realizan una serie de gestos rituales con unos banderines). El carácter religioso de los festivales deportivos griegos, en efecto, pervivió a lo largo de la historia del mundo antiguo, desde la Creta minoica (si, como creemos verosímil, los juegos del toro cretenses tenían un origen y una función cultual) hasta la abolición de los Juegos Olímpicos a finales del siglo IV después de Jesucristo, unos juegos que mantuvieron siempre, en mayor o menor grado, su función religiosa y cuyos momentos culminantes coincidían con actividades rituales: el juramento olímpico ante la imponente estatua de Zeus Hórkios ("protector de los juramentos"); la ofrenda ante la tumba del héroe Pélope, mítico primer vencedor olímpico; la gran procesión que acababa en el altar de Zeus y culminaba con la ceremonia central de los juegos, el sacrificio de cien bueyes ofrecido al dios por los organizadores eleos, etcétera. Esta relación que siempre unió deporte y culto fue precisamente una de las razones que explica la actitud contraria de los primeros cristianos hacia el deporte griego. Ahora bien, ¿cómo debe interpretarse ese vínculo que liga estrechamente, en la Grecia del primer milenio, deporte y religión? ¿Debe buscarse en el ámbito religioso el origen de los juegos atléticos o, por el contrario, su carácter originario es profano y sólo posteriormente fueron incorporados a la esfera religiosa? ¿Cómo, en definitiva, comenzaron los griegos, y los hombres en general, a practicar el deporte y cuál es el origen de las competiciones deportivas organizadas? Muchas y variadas han sido las teorías que se han propuesto para tratar de dar respuesta a esta cuestión, sin duda la que con mayor asiduidad han debatido los estudiosos del deporte en la antigua Grecia, con la frecuente y fecunda participación de antropólogos e historiadores de las religiones. Para muchos, en efecto, los juegos griegos, como el deporte mismo en todas las culturas, hunden sus raíces en actividades ligadas al culto, aunque las discrepancias son notables a la hora de precisar qué tipo de rito está en el origen de los juegos que conocemos en época histórica. Por un lado, numerosos testimonios permiten establecer de manera inequívoca una estrecha vinculación entre competiciones deportivas y ceremonias funerarias. La costumbre de celebrar juegos deportivos durante los funerales de un muerto ilustre es, en efecto, práctica común que cuenta con numerosos paralelos en otras culturas y que en Grecia está documentada desde nuestras más antiguas obras literarias y artísticas (en estelas y vasos micénicos y en los poemas homéricos: prácticamente todo el canto 23 de Ilíada está ocupado por los juegos fúnebres que Aquiles organiza en honor de Patroclo), y además tampoco faltan testimonios que atestigüen la celebración de agones fúnebres de carácter deportivo en época histórica. Quienes pretenden hallar el nacimiento de las competiciones atléticas en ritos funerarios explican por diferentes caminos la relación entre unas y otros. Para Malten, los juegos deportivos serían un último y civilizado recuerdo de antiguos sacrificios humanos ante la tumba de un guerrero, práctica atestiguada ocasionalmente en Grecia, desde la épica homérica hasta la época helenística; tales sacrificios humanos originarios habrían ido atenuándose paulatinamente hasta desembocar en un desarrollo tardío y amortiguado que serían los combates deportivos. Por su parte, el gran erudito suizo Karl Meuli ha sugerido que las competiciones deportivas fueron inicialmente parte de un combate ritual, un juicio de dios, destinado a descubrir y castigar a la persona responsable de la muerte del hombre que era enterrado; el culpable sería, por supuesto, el perdedor del combate, quien expiaba con su propia derrota y consiguiente muerte la muerte supuestamente causada por él, de manera que el muerto era vengado y los vivos quedaban protegidos de su ira. Tales manifestaciones, en principio ocasionales, piensa Meuli que se habrían institucionalizado y organizado como competición deportiva periódica. Otros estudiosos del tema han recurrido a postular como origen de los festivales atléticos no ya ritos funerarios, sino otro tipo de actos cultuales relacionados con ritos de fertilidad, ascensión al trono e iniciación. Hace un siglo, en efecto, Cornford y Jane Harrison quisieron ver en ritos agrarios e iniciáticos el origen de los Juegos Olímpicos y sus ideas han hallado eco posterior en una larga lista de estudiosos del problema. Para Cornford, los Juegos Olímpicos nacieron de un ritual de año nuevo y de iniciación que se celebraba en territorio sagrado, fuera del habitat acostumbrado de los jóvenes, con estricta separación de sexos (rasgos todos ellos que encuentran reflejo en los Juegos Olímpicos históricos). Del rito iniciático formaba parte una carrera cuyo vencedor era proclamado mégistos koûros, "el mejor de los jóvenes", el cual llevaba a cabo una "boda sagrada" con la vencedora de la carrera de doncellas, todo ello con el objeto de propiciar la renovación de la fertilidad (de hecho, en Olimpia, como habremos de ver, se celebraba una carrera femenina en honor de Hera y exclusivamente carreras pedestres formaron el programa de los Juegos Olímpicos masculinos nada menos que durante las diecisiete primeras Olimpíadas). De ritos de fertilidad parten igualmente quienes, desde Cook y Frazer, hacen remontar el origen de las competiciones deportivas a disputas rituales por el trono, que iría a parar a manos de los vencedores, según pudiera deducirse de algunos mitos referentes a la fundación de los Juegos Olímpicos, que nos hablan como aition de los mismos del triunfo de Pélope sobre Enómao, que le dio acceso al reino de éste y a la mano de su hija Hipodamía, o la leyenda menos difundida que nos habla como origen de los Juegos Olímpicos de la carrera que Endimión organizó entre sus hijos, con el trono como premio. Según Frazer, cada cierto período de tiempo el rey debía ponerse a prueba combatiendo con un rival aspirante a su puesto, para comprobar si aún seguía en condiciones de mantenerse en el trono o debía cederlo a otro hombre cuyo mayor vigor asegurase la renovación de la vida. Ese sería el germen de las competiciones atléticas. Frente a las tesis expuestas hasta aquí, que establecen una vinculación directísima, esencial, entre el culto y el origen de las competiciones deportivas, muchos de los más señalados estudiosos del deporte griego en nuestro siglo han defendido para los festivales atléticos un origen profano y meramente "deportivo": habrían nacido sencillamente del placer por competir y mostrar las propias cualidades, de ese "espíritu agonístico" que se considera innato en el ser humano, aunque posteriormente, como no podía ser menos, adquirieron carácter religioso al quedar bajo la protección de alguna divinidad y pasar a desarrollarse en el marco de ceremonias religiosas. Pero ya fuera original ya adición secundaria, el caso es que el carácter religioso de los juegos deportivos se encuentra plenamente arraigado en los festivales griegos de época histórica y en ello radica una diferencia fundamental entre el deporte griego y el deporte actual. No obstante, como habremos de ver más adelante, una adición progresiva de elementos laicos (influencia política, peso económico, creciente carga espectacular) fue gravando paulatinamente el desarrollo de los grandes festivales, que fueron perdiendo poco a poco contenido religioso. No obstante, fuera del programa de las grandes competiciones deportivas y de los estadios, libres del dominio de los atletas profesionales y de las influencias políticas y económicas, se celebraban por todo el mundo griego otro tipo de competiciones atléticas (especialmente carreras pedestres) que mantuvieron de manera más inmediata el sentimiento de su vinculación con el culto. Entre ellas destacan, por su difusión y popularidad, las carreras con antorchas o lampadedromías, carreras de relevos en las que los relevistas debían pasarse unos a otros antorchas encendidas. Las diversas interpretaciones simbólicas a las que una carrera tal se presta (ya encontramos en Platón, Leyes 776b, o en el poeta latino Lucrecio, 2.79, la imagen de la "antorcha de la vida" o "del saber y la tradición" que se transmite de generación en generación) han sido bien aprovechadas por el atletismo moderno, pues no en vano el ritual de la antorcha olímpica fue introducido en los Juegos Olímpicos de Berlín de 1936 a imagen y semejanza de las antiguas lampadedromías, las cuales, sin embargo, nunca tuvieron en Grecia la menor conexión ni con Olimpia ni con ningún otro de los grandes festivales atléticos. Las carreras con antorchas tienen probablemente un origen cultual, en relación, por ejemplo, con el robo del fuego por Prometeo y con el ritual del rápido traslado de fuego nuevo de un altar a otro, de manera que no es de extrañar que fueran uno de los momentos culminantes de las celebraciones que tenían lugar en Atenas en honor de dos divinidades vinculadas estrechamente con el fuego, Prometeo (junto a su altar comenzaba la carrera, según Pausanias 1.30.2) y Hefesto.
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