Canasta (Minicuento)
Publicado en Oct 11, 2016
Las cuatro habían ya rebasado los 60; pero ninguna de ellas sabía, con total exactitud, cuántos años tenían las demás. Era el secreto de cada una. Y aquello de jugar a la canasta en el Real Casino de Murcia venía a suponer volver a los tiempos de su juventud, cuando la vida era de color rosa y todas ellas habían sentido el palpitar de sus corazones por culpa del amor. Sorteadas las dos parejas resultó que el equipo A estaba formado por Rufina y María, mientras que el B estabva compuesto por Amalia y Vicenta. Las cuatro eran íntimas amigas, algo así como si se tratara de cuatro hermanas viviendo en Ronda Sur de la capital murciana. Las cuatro ya eran viudas y lo de jugar a la canasta todas las tardes, mientras saboreaban el té, era como estar viviendo de verdad.
- No tengo suerte ni en el juego -exclamó Vicenta. - Tú siempre quejándote de todo -respondió Rufina mientras Amalia y María guardaban silencio. - Tú has tenido la enorme suerte de haber criado a una parejita pero nosotras tres nunca pudimos tener hijos. ¿Dios es justo, Rufina? -No sé qué pensarás tú sobre Dios; mas en en cuenta lo siguiente: si no fuese por Dios no sabríamos para qué existe la canastra y la emoción de jugar a ella. Las cuatro volvieron a concentrarse en el juego donde el azar, no la suerte sino el azar, estaba efectivamente del lado de Rufina y María. Amalia y Vicenta se encontraban más nerviosas que nunca. - ¡Sólo faltaría que, además, hoy te tocara la bonoloto! -explotó de neuvo Vicenta. Fue María la que respondió ahora. - Escucha, Vicenta. El hecho de que cada una de nosotras seamos vecinas de una misma calle demuestra que nos conocemos lo suficiente como para poder jugar sin hacer trampas. Los naipes son caprichosos y la bonoloto también; así que no sigas culpando a Rufina porque el azar esté de su lado. ¿No será que lo merece más que nosotras tres? - Claro... como tú vas de compañera de ella... - No es eso, Amalia, no es eso. Y con aquellas luchas internas las cuatro siguieron jugando mientras el bullicio del Casino las había introducido en un viaje a lo desconocido. Al final volvieron a ser de nuevo las mismas: una de ellas con nietros y nietas y las otras solamente viudas. José Orero de Julián (Molina de Segura) 11 de octubre de 2016
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