Un autobs llamado Aventura (Relato)
Publicado en Jan 20, 2017
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Eran ya las ocho de la mañana cuando salí, más rápido que un galgo con ganas de cazar alguna sabrosa pieza comestible, del portal número 56. En aquel día del mes de abril de 1960, las chicas madrileñas se habían convertido, por magia de la naturaleza humana que tiene tantos misterios por desentrañar, en "chicas primavera" como dicen los estadounidenses. Pues bien. Yo iba a tratar de captar mis emociones mientras pensaba en cómo explicarle a Don Florencio que mi cuaderno de "limpio" ni tan siquiera existía. Y es que la existencia se me hacía cada vez más laberíntica; así que esperando al autobús, entre las gentes, pensaba en El Laberinto de Creta y la estratagema que usó Teseo gracias al hilo de Ariadna, que estaba total y enloquecidamente enamorada de él. Yo. sin saber quién se había enamorado ya de mí, con las manos dentro de los bolsillos de mi pantalón iba contando mentalmente las bolas. Hice un rápìdo cáculo mental: si en el bolsillo derecho llevaba 4 canicas y en el bolsillo izquierdo llevaba 4 canicas me resultó fácil aprender que llevaba 8 canicas en total. Era un juego mental tan divertido que soñaba con poder contárselo a Gamarra en cuanto le viese en el aula. ¿Aguantaría Gamarra mi explicación o haría oídos sordos a todo aquel rollo que tenía yo preparado para demostrarle que ni él era el novio de la sobrina de Zumalabe ni yo era el Obispo de Roma? Lo más seguro es que Gamarra no entendiera nada de nada pues de números primos tenía menos idea que de pintar a la "Venus dormida" que era algo que yo estaba soñando desde hacía unas cuantas noches.
 
Tan concentrado estaba yo en el asunto de las bolas que no me dí cuenta de que el autobús ya se encontraba con las puertas abiertas y que la cola se movía para ir subiendo; hasta que la voz de un paleto de esos que venían, de vez en cuando, a Madrid me hizo salir de mi ensimismamiento.
 
- ¡Alivia ya, zopenco, que nos van a dar las uvas!
 
Yo no sabía exactamente lo que era un zopenco pero no por ello dejé de contestarle.
 
- Se nota mucho que es usted un poco campestro.
 
El paleto, que llevaba boina con pitorro en todo lo alto, se rascó las orejas que bastante grandes las tenía y soltó una parrafada que yo apenas entendí demasiado.
 
- ¡Ondia con el guacho de la ciudad! No te respondo con un mojicón pero en la inteligencia de que, en aquí, en el mi caletre no cabe el tal dislate.
 
Lo de "en la inteligencia" más lo del "caletre" y el "dislate" me sonó a chiste tan gracioso que, avivando el paso, subí al autobús muerto de risa.  Pagué religiosamente aunque yo de religión sabía menos que del asunto de las abubillas y me senté en el último lugar de la parte trasera. Poco a poco se fue llenando el autobús de gentes que bostezaban antes de ocupar sus respectivos asientos. En los primeros que me fijé fue en un par de señores de ya mucha edad. Uno de ellos era manco y el otro no. Así que agachándome para no ser visto por nadie y haciendo como que buscaba un lapicero que se me había caído, lo cual era mentira por supuesto, alcancé a escuchar parte de su conversación.
 
- ¿Y dónde fue que perdió usted el brazo?
 
- En el frente de Gandesa.
 
Aquello del frente de Gandesa y el manco que lo había dicho, me transportó, mentalmente, a la Batalla de Lepanto por aquello de que me gustaba mucho aprender de la vida de Cervantes. Y mi imaginación comenzó a funcionar.
 
- ¡Don Felipe, Don Felipe, que me han dado los turcos!
 
- ¡Pluguiera a Dios que seréis condecorado por tan alto valor militar pero ese brazo va a desaparecer!
 
- ¿No existe tal vez algún emplasto que lo pudiera sanar? 
 
- Hablaremos con mi médico de cabecera, Francisco Vallés, más conocido como Divino Vallés, que es burgalés de nacimiento y el mayor exponente que conozco, en cuanto a españoles se refiere, de la medicina renacentista.
 
Siguiendo oculto y haciendo como que todavía no había encontrado mi lapìcero, seguí hilvanando imaginaciones y aquello de renacentista me transportó a mi sueño de pintar a la "Venus dormida" creyendo que yo era  Sandro Botticelli, el que había pintado "El nacimiento de Venus" que venía citado en el libro de Historia del Arte de mi hermano mayor que nunca se enteraba de nada de lo que yo hacía. Me imaginé en la Corte de Lorenzo de Médici viviendo en la República de Florencia.
 
- ¡Señor Lorenzo, señor Lorenzo! ¿Le gusta cómo ha quedado finalizada mi "Venus dormida"?
 
- ¡Me gusta, Pipino, me gusta demasiado!
 
Antes de que llegáramos a un acuerdo con el precio, levanté mi vista y me topé con la mirada de una chavalilla de 12 años de edad que me miraba completamente sorprendida. Así que le guiñé el  ojo izquierdo y le hice señas de que guardara silencio. Yo estaba dispuesto a invitarla a pan con membrillo que me había puesto mi madre para que tuviera algo que comer en el recreo del cole. Pero ella hizo un gesto de rechazo aunque conseguí que me dirigiera la palabra y se centrara en mi persona que era, en realidad, lo que yo estaba esperando.
 
- ¡No me gustan los membrillos!
 
- ¡Pero si este es de tres colores! ¿Quieres verlo mejor?
 
- ¡No es necesario! ¡Me creo lo que me cuentes!
 
- ¡Escucha, rubiales! ¡Este membrillo es como un semáforo! ¡Tiene los tres colores indispensable para saber ligar sobre la marcha! ¡El rojo significa que no hay nada que hacer! ¡El amarillo significa que quizás sí o quizás no! ¡Y el verde significa que sí que se puede!
 
A ella le entró la risa y se acabó el encanto de aquel momento porque a su lado se sentó una señora con el trasero más descomunal que yo había visto en mi vida y me tapó toda la visión de la chavalilla rubiales con los ojos azules que me hizo recordar a Marisol. Y como ya estaba yo "metido en harina", como decía mi abuela siempre que me veía soñar con los ojos bien abiertos,  pasé a recordar a Marisol en su debut como artista. Un rayo de luz proveniente de la ventana, me deslumbró la vista, pero recordé que aquel era el título de la película y me imaginé que yo era Anselmo y me había enamorado de ella. Así que canturreé durante varios segundos desde mi asiento estratégico.
 
- ¡Corre, corre, caballito, trota por la carretera, no detengas tu carrera, pa que lleguemos tempranito!
 
El señor manco que iba en el asiento delante de mí se volvió a mirarme de manera amonestadora.
 
- ¿No sería mejor que estuvieras estudiando en lugar de ser un golfo?
 
- Perdone, señor manco, pero el único golfo que yo conozco es uno de Vizcaya. 
 
Se me quedó mirando de hito en hito mientras yo solamente sonreía.
 
- ¿Me estás tomando el poco pelo que me queda? ¿Estás queriendo engañarme haciéndote pasar por vasco? 
 
- Señor manco, yo no tengo la culpa de lo que pasara en Gandesa; pero tengo que informarle de que soy, desde siempre, del Athletic Club.
 
- ¡Jajajajaja! ¡Los del Metropolitano sólo sois unos ignorantes en esto del fútbol!
 
Aquello hizo que me acordara de mi padre y del padre de él. Y me envalentoné.
 
- ¡Usted sí que es un ignorante que confunde al Atlético de Madrid con el Athletic Club!
 
El señor manco se quedó perplejo.
 
- ¿Es que no es lo mismo?
 
- Pues va a ser que no porque los del Athletic Club son de Bilbao y para que sepa usted algo de mi equipo recuerde para siempre esta alineación: Carmelo; Orúe, Garay, Canito; Mauri, Maguregui; Arteche, Uribe, Arieta, Marcaida y Gaínza.
 
El señór manco se vino abajo y se me arrugó...
 
- Perdona por lo de golfo.
 
Terminado el asunto me fijé en un cura que acababa de subir al autobús y, al parecer, quería sentarse a mi lado.
 
- Esto... padre... ¿no sería mejor que buscara usted a otro para ofrecerle ser monaguillo?...
 
El sacerdote me miró fijamente.
 
- ¿Sabes tú lo que es una hostia?
 
- Sé muy bien lo que es una hostia porque mi padre las da muy bien dadas de vez en cuando y yo he aprendido de él.
 
El cura se asustó y se fue hacia uno de los asientos delanteros del autobús mientas yo recordé otra vez a Gamarra y, en voz alta, lo dije.
 
- ¡Vaya usted a mi cole en busca de Gamarra a ver si le convence a él!
 
El sacerdote, que es lo mismo que decir cura, se interesó en Gamarra.
 
- ¿Dónde estudia ese tal Gamarra?
 
- En el mismo cole que yo.
 
- ¿Tal vez en el Sagrada Familia?
 
- ¿Usted me ha visto a mí cara de misionero?
 
- Pues la verdad es que no.
 
- Pues vaya usted a buscarle al cole Lope de Rueda.
 
En esos momento una rueda del autobús pinchó dando una fuerte explosión ante lo cual el señor manco y su amigo se lanzaron al suelo mientras éste voceaba.
 
- ¡Todos al suelo! ¡Nos atacan los fascistas!
 
Me puse a reír con ganas.
 
- ¡Jajajajaja! ¡Están ustedes dos más asustados que dos conejos de pascua delante de la entrada a un colegio de niños!
 
El que había voceado se levantó rojo de ira,
 
- ¡Has de saber que estás habando con un amigo de Benito!
 
- ¿Benito el molinero?
 
- ¿Es que no conoces a Benito Perojo?
 
- ¿Quién? ¿El rojo?
 
El que había voceado decidió que lo mejor era guardar silencio por si las moscas y, efectivamente, un par de moscas habían entrado dentro del autobús y la señora que tenía el trasero más grande que yo había visto en mi vida, comenzó a espantarlas con un abanico. Lo cual hizo que interviniera un mozo que parecía recluta del servicio militar obligatorio.
 
-¡Señora! ¡Haga el favor de no echar las moscas hacia mi lado porque estoy ya harto de aguantar al sargento Mosquera como para tener que recodarle continuamente por culpa de las dichosas moscas!
 
La niña rubia de los 12 años de edad, después de reírse un buen rato, no pudo quedarse callada.
 
- ¡Jajajajaja! ¡Jajajajaja! ¡Jajajajaja! ¡El sargento Mosquera! ¡Jajajajaja!
 
- ¡Niña, no te reirías tanto si las chicas, cuando llegáis a mi edad, también tuvieseis que hacer la mili!
 
Un niño pequeño, de unos 5 años de edad, que iba sentado al lado de su madre siguió con el cachondeo mientras el conductor del autobús con la ayuda de un joven fuerte y robusto, que se había presentado como voluntario, estaban solucionando el asunto de la rueda pinchada,
 
- ¡Sorchi pelao que te han bautizao con agua y meao! ¡Sorchi pelao que te han bautizao con agua y meao!¡Sorchi pelao que te han bautizao con agua y meao!
 
- ¡Señora! ¡Haga usted el favor de hacerle callar a su niño!
 
- ¡Yo no tengo la culpa de que seas un sorchi!
 
- ¡Para empezar no soy un sorchi sino un sorche y para acabar no estoy dispuesto a que su niñato de la eme se cachondee de mi uniforme militar!
 
- ¿Cómo le ha llamado usted a mi niño?
 
En esos momentos entró el revisor de billetes y se acabó la discusión,
 
- ¿Tienes billete, chaval?
 
La pregunta me pareció una tontería y le contesté con otra tontería de mayor calibre.
 
- Desde que tengo uso.
 
El revisor de los billetes no supo bien a lo que yo me refería con aquello de tener uso y prefirió picarme el billete sin añadir nada más al asunto. Así que mientras se cambiaba la rueda pinchada por otra nueva tuve unos largos minutos para pensar en el cuaderno de limpio de Vicente, el número 1 de la clase.
 
- ¿Por qué tendrá Vicente la rara manía de pegar cromos de mariposas en su cuaderno de limpio? ¿No será que de mayor quiere ser entomólogo?
 
El señor manco me había escuchado pues, al parecer, era un profesional de los cotilleos.
 
- ¡Oye niño! ¿Qué es eso de entomólogo?
 
- Si quiere que se lo cuente suelte usted una peseta ya que el saber no ocupa lugar pero hay que alimentarse de algo y si es sabiendo mucho mejor.
 
Al señor manco le caí gracioso y me entregó la peseta.
 
- Un entomólogo, señor manco, se dedica a estudiar a las mariquitas.
 
- ¡Jajajajaja! ¡Jajajajaja! ¡Jajajajaja!
 
Yo no sabía bien por qué el señor manco se reía tanto.
 
- ¿Es que la mariquitas no son insectos?
 
El cura, ya que hablábamos en voz bien alta, quiso intervenir.
 
- ¡A ver si hablamos bien y con educación y respeto hacia los demás, niño! ¡Se dice coleópteros y no mariquitas!
 
- ¿Es que sabe usted tanto de ese tema?
 
El cura, sorprendido por mi respuesta, hizo el disimulado mientras dejaba sentarse a su lado a un jovencito con el pelo pegado con gomina y un vendedor ambulante aprovechó la ocasion para vender sus golosinas.
 
- ¡Gominolas! ¡Vendo gominolas a cinco centimos la unidad!
 
El jovencito del pelo pegado con gomina pensó que se estaba metiendo contra el.
 
- Señor vendedor... ¿tiene usted algo contra las mariquitas?...
 
- ¡Pues no, jovencito! ¡Yo no tengo nada contra las mariquitas pero si contra los maricas!
 
El sacerdote puso su mano izquierda sobre la pantorrilla derecha del gominoso y le intentó apaciguar sobándole descaradamente. Esto hizo que el sorchi tomara la palabra.
 
- ¡Me parece que hay aquí demasiados entomólogos!
 
Yo no sabía qué hacer pero me contuve y no entré en la conversación; así que se me ocurrió una gran ideay voceé.
 
- ¿Quién tiene fuego?
 
Todos se asustaron al ver que un chaval de tan solo 11 años de edad pidiera fuego y el señor que había confundido al Athletic con el Atlético intentó tomarse la revancha.
 
- ¿No me digas que ya te crees tan hombrecito que andas con los Ideales?
 
Pero aproveché la oportunidad para dejarle de nuevo callado.
 
- Si se refiere usted a los de las "Las Mil y Una Noches" por supuesto que ando con los ideales de poder ligar con Sherezade aunque sólo sea en sueños.
 
El amigo del señor manco no tenía ni idea de lo que yo estaba hablando.
 
- ¿Sherezade? ¿De qué pueblo es esa chavala?
 
- De "La Ciudad Encantada".
 
- ¿Es conquense de verdad?
 
La niña rubia de los ojos azules y los 12 años de edad no pudo contenerse otra vez la risa.
 
- ¡Jajajajaja! ¡Jajajajaja! ¡Jajajajaja! ¡Este señor confunde a Sherezade con la Señora Otilia de Palomeras creyendo que es una paloma mensajera! ¡Jajajajaja!
 
El mal momento que estaba pasando el amigo del señor manco terminó, para su bien, cuando el autobús reinició su marcha a cámara lenta, lenta, muy lenta; tan lenta que el sorche se volvió a enfadar y lanzó una especie de arenga.
 
- ¡Marcha ligera, ar!
 
El cura estaba mosqueado.
 
- ¿Lo estás diciendo por mí o es que te acuerdas del sargento Mosquera?
 
- Suiponga usted, sacerdote, que yo soy un acólito de su parroquia. ¿En quién cree usted que estaría yo pensando de ustedes dos?
 
El sacerdote dejó de sobar la pantorrilla del engominado,
 
- Si a usted no le importa puede seguir un poco más hasta que entre en calor...
 
- Es que... estamos en público,.. y los rumores... aunque sean falsos hasta que no se demuestre lo contrario... nos van a hacer pasar un mal rato...
 
Yo ya estaba otra vez lejos de allí pues  estaba pensando en Pocahontas; que entre los niños de edades bastantes curiosas se sabía que era la hija mayor del  jefe Powhatan, de la confederación algonquina en Virginia. Yo rezaba para mis adentros.
 
- Virgencita... virgencita... que no se acabe ahora esta aventura... por favor...
 
Mi aventura era de lo más inocente que un ser humano pudiera concebir pues se limitaba a que yo me estaba imaginando que estaba jugando al escondite con ella por una parte de la selva amazónica de cuyo nombre, como diría Cervantes, no quería acordarme para hacerlo mucho más emocionante. 
 
Llegué tarde al cole y, para colmo de los colmos, como todavía estaba soñando, se me ocurrió decirle a Don Florencio que el libro de "limpio"se me había olvidado en la selva.
 
- ¡Jajajajaja! ¡Esta vez si que te has superado! ¡Ve a tu asiento y pórtate bien porque hoy es un gran día!
 
Yo no sabía que aquel día cumplía años Don Florencio pero, al sentarme junto a Gamarra se me escapó el aviso.
 
- ¡Prepárate, Gamarra, que vienen a por ti!
 
Mi compañero de pupitre me miró sin enterarse de qué le estaba hablando; pero yo miré hacia la ventana y la luminosidad del sol de la primavera sólo me hizo sonreír.
 
 
  
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Foto del autor Jos Orero De Julin
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Descripción

Relato Infantil.

Palabras Clave: Literatura Prosa Relato Narrativa.

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Infantiles



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