1952. Calle de Valderribas de Madrid junto a la Avenida de Barcelona. Historia de una escalera. Historia de una chica jugando al diávolo. Historia de una bicicleta de nadie. Historia de una muñeca destrozada por un golpe contra el baúl de todas las esperanzas. Quizás la crónica parezca demasiado anecdótica pero aquella era la realidad. Algo así como "Conan el Bárbaro" haciendo padecer a una niña que no tenía culpa alguna de sus iras. Despertar. Despertar al mundo para presenciar a una chica lanzando el diávolo hacia un vuelo casi imposible de dominar. Despertar al mundo junto a una estrecha escalera que conducía a algún piso de los misterios. Despertar al mundo observando la bicicleta que no era de nadie pero que, herrumbrosa por el paso del tiempo, estaba olvidada, lo mismo que el arpa de Rubén Darío, en un rincón lleno de polvo. Despertar al mundo viendo el horror del descabezamiento de la muñeca infantil. Infancia nunca olvidada. Sello que permaneció en mi memoria como ese despertar a un mundo donde lo mejor era combatirlo a través de la paz y del silencio.