Psicología de un balón (Opinión)
Publicado en Jan 24, 2017
Metáfora subconsciente de un cuerpo esférico que escucha la canción de los corazones convertidos en fervor irrenunciable. Rueda la melancolía que el alma de todos los animosos hace vibrar entre el viento que infiere un destino como consuelo para los sentidos. Jolgorio de ruidos en medio de la imaginaria voluntad; algo así como una canción que se entona sobre las emociones de la razón al límite de sus consecuencias. Nadie pregunta dónde estará, dentro de unas décimas de segundo, el disparo que se propone besar un imposible. Siempre queda esa intensidad de humana condición sustentando la manifestación de una azarosa trayectoria que, en el vacío del aire, dura lo eterno de un suspiro. A mayor intensidad de poética sensación la rima se hace irreversible: entre las redes del recuerdo juega el registro de un intento; por un momento se salva el verbo de lo descrito.
Como la suave brisa de una claudicación efímera puede ser que no valga nada más que para plasmar una idea imaginaria; pero al final siempre se traspasan las líneas para convertir en epopeya el mérito de hacer realidad ciertos imposibles. Ya no vale lo que parecía evidente sino lo que nos hace ensoñar. Acabada la parábola todos apuntan al cielo como acusando a algún rival de entre los divinos seres del Olimpo. Se juega al detalle. Se juega a esa inquietud visual donde todos conocen lo que es el destino capaz de enunciar lo inesperado. Justo es el momento en que la pasión del goleador queda por encima de esa cúspide que forma todo lo que le convierte en jaguar de la espesura a ras de suelo. Los vibrantes e intensos dedos señalan ahora algún lugar del rapídimo instante que sobrepasa la alegoría del trayecto porque no saben nunca dónde designar a quién le corresponde la perfecta maniobra que, partiendo de la verde condición, se convierte en esperanza para el interior de todos los que observan la magia acostumbrada, mañana a mañana, a girar sobre un eje imaginario para demostrar que en un segundo sucede algo para festejarlo alejando las dudas de lo incomprendido. Un relámpago para soñar. Una sensación que eleva la conciencia hasta hacerla ilimitada más allá del territorio de la realidad. Nada está convertido en verdadero. Las manos recogen el balón y se reinicia, de nuevo, la fronteriza posesión del círculo casi exacto. No es posible la exactitud; pero en el interior de cada uno de los protagonistas se recupera esa insistencia en volver a nacer de nuevo con otra parábola de lo imposible. La sombra se hace ausencia en el momento en que cada dedo acusador baja al suelo y allí, a ras del césped de las esperanzas alegóricas, nos llueve el recuerdo de cuando compactábamos con el impulso creador de líneas abiertas convertidas en míultiples disecciones de la mañana. No solo gana la voz vitoreando una conseción inesperada, Lo que importa, en verdad, es poder soñar que la próxima vez esta marioneta llamada fútbol nos haga sonreír de nuevo. Y convertidos todos en hombres de barro nos asimos a ese misterio llamado alma con nuestra propia voluntad de héroes luchadores en busca de hacer real la parábola de los imposibles.
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