El Dolor (Homenaje a Khalil Gibran)
Publicado en Mar 04, 2017
Venancio se encasquetó el sombrero de paja, se arrebujó la bufanda alrededor del cuello, se colocó, cuidadosamente, los lentes quevedescos, tomó la escopeta, se la cargó sobre el hombro derecho y, dando una última mirada a su alrededor, salió de la vivienda sigilosamente, como para pasar inadvertido a los ojos de los demás.
Caminó un par de kilómetros por la carretera que guiaba hasta el pueblo vecino y, en el cruce de Las Alondras, giró hacia el páramo. Aquel páramo le traía a su memoria aquellos tiempos en que era, realmente, el joven más feliz de la Tierra. La tierra estaba seca… Cuando llegó al bosquecillo, detuvo su lento caminar, dejó la escopeta apoyada sobre un enebro y se sentó sobre un mojón para encender un cigarrillo. El aire era fresco y sus ideas se escapaban como fantasmas del pasado. Pasó medio día en el monte por ver si cazaba alguna liebre con la que poder hacer una caldereta y comer caliente… pero ninguna liebre apareció ante su ya gastada vista. Decidió que lo mejor era volver al pueblo y sentarse allí, en el último rincón del bar de Iriondo, para seguir recordándola mientras bebía un carajillo. Ella hacía ya dos largos, infinitos, inolvidables años, que ya no existía sobre la Tierra. La tierra era seca… Al llegar al pueblo todos guardaron silencio. Nadie saludó a Venancio porque respetaban su dolor. Ese dolor que era como una fractura para su pensamiento. Su corazón, quebrado por lo que tenía que soportar, contemplaba su propia aflicción ajeno a todo el resto de la existencia. Servido el vino, Venancio fue bebiendo despacio de la amarga copa y humedeció su ser a través de las lágrimas saladas. Autor: José Orero de Julián "Diesel".
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