Razón y Pasión (Homenaje a Khalil Gibran)
Publicado en Mar 06, 2017
Razón y Pasión
Jiménez es vago. Muy vago. Lo que más le gusta a Jiménez es ver pasar la vida por delante de sus ojos y, cuando llega la noche, oír entonar hermosos conciertos a los lunáticos grillos de su pensamiento. Jiménez es tan vago como el tiempo de ocio le permite; pero Jiménez es vendedor de libros a comisión y todas las mañanas, con los tambores del amanecer en sus ojos, el inhumano despertar le toca la diana de la rutina. Y entonces el hermoso concierto de los lunáticos grillos se torna pesadilla. Una pesadilla que se enrosca en su cerebro convirtiéndole en esclavo de esa humanidad que deambula por las calles cuando el sol, la lluvia o el viento, convierten cada día en una galera repleta de soledades: las soledades que Jiménez transporta dentro de su porta folios. Es como si cada uno de sus catálogos fuese un rival de su felicidad. Cuando Jiménez se levanta (sonámbulo de transformaciones), nunca se reconoce a sí mismo. Halla en el espejo una cara transmutada y su escaso cabello le proporciona el discurrir de cada fecha. Por eso apaga la luz para lavarse. Es entonces cuando todos los artilugios del lavabo se encolerizan contra él. Para Jiménez el jabón es la cadena que le sujeta a la decepción; la maquinilla de afeitar es el eslabón que le une a su desesperanza: el cepillo de dientes es la maquinaria que le destruye sus ideas; la colonia es el vapor de sus ilusiones (esfumadas a través de sus falsos idilios con las flores); el peine... ¡ah, el peine!... el peine es la guadaña de sus ancestrales raíces de sueños... Todos los artilugios del lavabo se encolerizan contra él porque Jiménez solo ama sus perfiles y no le inspiran hermosos conciertos. Al peine le gustaría ser el arpegio de sus baladas; a la colonia la letra de una bella canción; al cepillo de dientes un recital de sinfonías; a la maquinilla de afeitar un desfile de poemas y al jabón un suave preludio de violines... Sin embargo son los lunáticos grillos de su pensamiento los únicos amores de Jiménez. Los lunáticos grillos de su pensamiento y esa vecina de la que anda tan enamorado que todos los días, al alborear la mañana, es la primera cliente potencial que visita. Jiménez intenta siempre mostrarle sus catálogos pero ella nunca le deja traspasar el umbral de la puerta, alegando siempre la misma frase entre sonrisas: "Ahora no... quizás cuando vuelva mi esposo". Ella sabe que Jiménez la ama y juega a despertarle celos. Por eso Jiménez anda siempre mustio y cabizbajo. Cuando se dirige a los transeúntes nunca les mira a los ojos, sino a la boca y, salvo aquella muchachita a la que vendió "Historia del Arte Precolombino", no ha conseguido ninguna otra victoria. Hace ya un mes que Jiménez encontró este su primer trabajo y hace ya un mes que Jiménez pulsa el timbre de la casa de su vecina con la ilusión de penetrar en la vivienda. Ella siempre le recibe con la sonrisa en los labios y es por eso por lo que Jiménez siempre mira a la boca de sus hipotéticas víctimas. Jiménez quisiera traspasar los labios de su vecina pero ella sólo sonríe y le niega sus pretensiones. Es un juego en donde siempre sale perdedor y ella victoriosa. Por eso, hace una semana, cuando aquella muchachita le compró la "Historia del Arte Precolombino", Jiménez pensó que la vecina también sería su presa; pero hace ya una semana de aquello y Jiménez sigue perdiendo todas las batallas y lavándose, día tras día, con las luces apagadas. Anoche, sin embargo, sucedió el milagro: - ¿Podría pasar un momento? -Y Jiménez desplegó su catálogo. - Adelante. - ¿Es que está su esposo?. - No. Pero puedes pasar tranquilamente. A Jiménez le pareció que las puertas de la gloria se le abrían de par en par; sin embargo, los pies no le respondían a la llamada. Quedó mirando la sonrisa de ella mientras la puerta se deslizaba suavemente, impulsada por el brazo izquierdo de la mujer. El se atrevió a seguirla hasta el salón: - ¡Siéntate... hombre... siéntate! - No... por favor... usted primero. Ella se sentó en el amplio sofá. El intentó hacerlo frente a ella: - No. Aquí mismo. Junto a mí. ¿No me quieres enseñar el catálogo? Pues aquí... junto a mí... Jiménez se sentó al lado de ella: - Mire...aquí tengo esto que le puede interesar. Es la "Historia del Arte Precolombino". - Pues sí... me interesa bastante. Hacía tiempo que andaba buscando la oportunidad de tener algo así; pero, por favor, explícame un poco la obra y deja de llamarme de usted. ¿Soy acaso vieja? A él se le subieron los colores a la cara mientras los nervios le atenazaban su voz cuando la mujer se le acercó aún más. Pero Jiménez reaccionó y comenzó su lección de siempre: - Los indios fueron maestros en el arte de la cerámica tanto en las formas... - ¿A ti también te gustan las formas? - ... como en la ornamentación de los cuerpos. - ¿Desnudos? Jiménez se controló: - La cerámica india nos es conocida a través de algunos objetos... Ella le enseñó, disimuladamente, los pechos: - ¿Como éstos? Jiménez, con la vista turbada y el acento tembloroso, continuó: - Signos diferenciales de la decoración precolombina son las escaseces de líneas curvas... Ella se puso de pie: - ¿Yo también te parezco escasa? Jiménez quedó hundido en el sofá. El catálogo escapó de sus manos. La cara, falta de color, le hacía parecer un cadáver. Las piernas le temblaban... Ella se le acercó: - ¿Qué te ocurre? - ¡El corazón... el corazón...! - Ven conmigo - le musitó la mujer junto al oído - Verás como se te pasa. Ella se lo llevó a la alcoba y lo tendió en la cama. Repentinamente comenzó a desnudarle. Jiménez parecía un animal en el matadero, apunto de ser degollado. Cada prenda que perdía era un milenio de esperanzas. Cada parte desnuda de su cuerpo era un siglo de ilusiones. Cada movimiento de ella, una década de sueños. Quiso articular palabras pero buscó en su interior y sólo halló un vacío que le asolaba. Y mientras la boca de la mujer penetraba en sus sentidos, parecía que la existencia le agotaba sus imaginaciones. Buscó una excusa para ocultar su propia presencia allí y... sin embargo... los besos de ella le hacían abrir los ojos a un nuevo día. A ese día soñado en que reconquistaba, bajo su piel lúcida, un nuevo vendedor de ilusiones. Ya no eran los libros los que le atormentaban sino que quiso amarrar aquella especie de locura y en su desesperado amanecer sentía que sus falsos idilios con las flores dejaban entrever realidades enteras que no se esfumaban a través de las ventanas, que no se escondían en su oscuro pensamiento... Cuando ella se desnudó, aquel oscuro pensamiento quedó convertido en un sueño de carne y hueso. Por interés y placer lo recibió sin saber qué era el amor, pero dejó de atormentarse por su dolor y reconoció que era una nueva música para su cuerpo. Pensó que actuaba como un ladrón, pero en aquel duelo de semillas germinaba más la pasión que la cobardía. Sintió cómo el corazón se abría para recibir nuevas instrucciones. El polen del amor penetraba entre sus células. No supo, hasta entonces, que ella cabalgaba como crecida flor en su interior, perfumando la estancia y llenando su vacío: - Te quiero hasta la Nada más absoluta -exclamó Jiménez- Te quiero y deseo que traspases mi existencia de formas precolombinas. - No te preocupes. Quiero que sepas que hay más estrellas que luces. - Sigue llenando las monótonas canciones de mi edad y empújame hasta el hálito plateado de tu aureola. - Olvida que fuiste lamento. Olvida que fuiste la vagancia de la Nada. No me quieras hasta esa Nada absoluta que te asola. Ámame y no pretendas poseer las sombras de mi impacto. Deseo que alcances todo mi cuerpo para vivirlo. - Siempre... Siempre... Siempre... Ella continuó con sus movimientos: - Si mis pensamientos tuvieran alas, entrarían a formar parte de tu aroma. He soñado tantas veces con poseerte que podría ser el pájaro que canta tus amaneceres y podría cobijarme en todos los rincones de tu cuerpo. - Sigue... cobíjate en esos mis amaneceres de hembra. Piensa que mi cuerpo es tu nido. - Quisiera anidar para siempre en tu imagen... en esa imagen que todos los vecinos queremos atrapar para saber quien eres de verdad. - Yo soy la estrella de todas tus noches y no te abandono durante el día porque me fundo con el Sol. - Por eso me gustaría ser tu trovador y dejar de repetir tantas canciones de olvidos que dejan impasibles a los ambulantes verdugos de mi rutina. Luego se hizo el silencio y sólo se escuchó el rumor de las respiraciones de aquellos dos cuerpos que se amaban. Jiménez acariciaba la cara de aquella hermosa hembra cuando, repentinamente, apareció el otro: - ¡No! -exclamó ella. No hubo más contestación que una pistola apuntándoles: - ¡No! -repitió ella. Pero en los ojos del otro sólo había violencia mientras avanzaba: - ¡No! - volvió a exclamar ella. Ya era tarde. La pistola estaba frente al corazón de Jiménez. - ¡No! ¡Al corazón no! ¡No le dispares al corazón! !Bang, bang, bang, bang, bang! Fueron cinco disparos certeros. El primero le liberó de su decepción. El segundo le liberó de su desesperanza. El tercero le liberó de sus ideas. El cuarto le liberó de sus ilusiones. El quinto le liberó de sus sueños. Hoy era un día muy caluroso. Jiménez se desplomó sobre la acera después de haber vuelto a perder la batalla de todos los días. Pero esta vez era algo más que la batalla. ¿Había perdido la guerra? Los transeúntes quisieron reanimarle pero Jiménez ya no existía. El paro cardíaco era irreversible y mortal. Nunca más volverá a apagar las luces para lavarse, pero los perfiles de los artilugios del lavabo se le convirtieron en silueta femenina llena de floridos amaneceres. No. No había perdido la guerra. Había sabido salir al Sol y morir bajo sus rayos. Por eso Jiménez había, por fin, triunfado. Lo demás sólo era un sueño del cual había aprendido a salir emergente y pleno de conciencia. Autor: José Orero de Julián (Homenaje a Khalil Gibran)
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José Orero De Julián