RUTA CORTADA. ANA MARA MANCEDA.(CUENTO)
Publicado en Mar 09, 2017
RUTA CORTADA: CUENTO AUTOR: ANA MARIA MANCEDA
El hombre ni me miraba, daba explicaciones a la nada, indiferente ─ Hasta acá llegamos, no podemos seguir viaje hacia Buenos Aires, hay corte de ruta. ¿Qué hago? No quería regresar, fueron seis horas de viaje, no retrocedería. La Terminal era un ir y venir de gente, autómatas en sus mundos, comían, tomaban café, algunos atendían a sus hijos, mucha gente trabajadora despidiéndose de sus familiares. Yo, sentada en un banco, aferrada a mis bolsos, perpleja y con ganas de ir al baño, ni loca lo haría. ¿Me arrepentiría alguna vez de haber transitado por la vida con tanto peso? No, no, no era un peso cualquiera, en esas tres horas de espera que tendría para tomar un bus de una extraña empresa que me llevaría a Retiro, podría, si quisiera, abrir uno de los bolsos y tomar un libro, mi libreta de anotaciones, lapiceras de distinto colores, algún perfume, chocolates, remedios, ropa, me faltaban las plantas y el loro. El tiempo, rebelde ante mi ansiedad, seguía su inexorable tic-tac, situación insólita, pensé que si pudiera observarme daría pena, pueblerina cordillerana, asustada ante el giro insospechado de mi viaje. Había embarcado desde mi pueblo de montaña en viaje directo a La Plata, un corte de ruta organizado por chacareros del Valle impedía que la Empresa siguiera su ruta, era riesgoso, habían ocurrido situaciones de violencia con otros micros que quisieron ignorar la situación. Sentí un llanto, a mi lado una joven de aspecto estudiantil se tomaba la cabeza, su mochila caída en el piso, le toqué el hombro, no sabía que decirle. Cuando Tania pudo calmarse me explicó, también viajaba a La Plata, la empresa como a mí, le pagaba el viaje de regreso al pueblo o hasta Retiro con otra Empresa que se arriesgara por esos caminos, pero el caso era que no tenía dinero para costearse el pasaje Retiro- La Plata y debía seguir viaje ya que empezaban las clases en la Facultad, había estado de vacaciones. Sentí que era un ángel salvador, yo le pagaría ese viaje, entre las dos nos protegeríamos, yo le tenía terror a Buenos Aires. Me miró agradecida y en su sonrisa vi todas las sonrisas de la vida. Con la charla la espera se hizo corta, al fin llegó el micro que nos llevaría a nuestro destino. Ignorábamos que camino tomaría, al rato se nos despejó la duda cuando nos encontramos paseando por las afueras de las chacras. Desde el camino de tierra se divisaba por algunas chispas de luz artificial los cultivos de manzanas y los valientes álamos protectores del viento. El traqueteo del micro y la dureza de los viejos asientos castigaban enfurecidos nuestros cuerpos provocando un arrepentimiento de haber seguido el trayecto, pero en mi interior brillaba la luz del encuentro con mis seres queridos, el deseo de verlos me daba fuerzas para aguantar mucho más, intuía que el viaje duraría treinta horas desde la partida del pueblo en vez de los veintitrés habituales. En el giro de un sendero nos encontramos con uno de los piquetes, sentimos la tensión. ¿Qué ocurriría? El recorrido se hizo lento, a los costados de los caminos se veían las llamas de unas improvisadas fogatas y las siluetas gigantes de cuerpos sentados en cuclillas, uno podía imaginar la ubicación de las caras por el brillo rojizo de los ojos, la oscuridad de la noche borraba todo otro indicio humano y geográfico. El pasaje entre los piqueteros se hizo eterno, los choferes prendieron las luces internas del micro. Éramos como un barco fantasma, sin rumbo, en un mar de miradas agobiadas por el reclamo. Mi miedo se transformó en compasión, esas personas estarían cansadas y ateridas de frío. No nos pararon, luego de un largo rato de haber dejado atrás el piquete seguimos en silencio, como acompañando la protesta. Los chóferes prepararon mate y pusieron la radio, hacían comentarios jocosos, luego nos ofrecieron unos sándwichs y bebidas, el clima entre los viajeros se hizo distendido y familiar, comparé con la atención de las grandes Empresas en la que la misma era eficiente, prusiana, aséptica. Por supuesto no teníamos televisión, Tania se fue a tomar mate con los choferes, sentada en un escalón charlaba y se reía, daba placer escucharlos. Me acomodé en el asiento y usando de almohada a la campera, apoyé mi cabeza en la ventanilla para mirar el cielo, quizás descubriera algún objeto extraño entre los millones de estrellas que me iluminaban de placer por verlas. Cuando cruzamos el río plateado y violento sentí una opresión, dejábamos la Patagonia y no pude evitar sentir la sensación de fragilidad y abandono que tenía este territorio. Se podía provocar su aislamiento de manera agresiva con el solo desborde de sus ríos, grandes nevadas, erupciones volcánicas o terremotos, o de manera sutil por equívocas e indiferentes decisiones políticas desde escritorios porteños. El amanecer deslumbró mi esperanza, la llanura extensa sin egoísmo nos regalaba un medio sol anunciando de manera dorada su reinado. La vista del horizonte, dividiendo los verdes y el celeste, señalaba la maravilla de la existencia, me sentí feliz, pronto vería a los míos.***
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