Panocho (Cuento)
Publicado en Mar 13, 2017
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En el País de Los Caramolines los tiempos eran de tragedia; una tragedia que tenía a todos ellos sumidos en una tristeza que se estaba haciendo crónica. Los caramolines, que siempre habían sido tan felices que cantaban aun cuando estaban trabajando, ahora eran solamente lamentos tras lamentos. Nadie vivía feliz porque el viejo brujo Perleches, que únicamente ansiaba tener cada vez más poder sobre todos ellos, había expulsado del Castillo de La Amada al príncipe David gracias a la fuerza bruta de su ejército de grifos y habia encerrado en la torre del castillo a la princesa Irene. El viejo brujo Perleches tenía prohibido, por la "Ley de Camochi", casarse con alguna princesa si es que vivía algún príncipe para casarse con ella; así que David, para salvarse de su maldad, se había refugiado en la casa de la familia de Panocho, un chaval de tan sólo quince años de edad que era conocido por todos y por todas como el jovencito más valiente del mundo; por lo menos hasta que la suerte no cambiara su destino,
 
- ¿Cómo fue que el viejo brujo Perleches pudo derrotar a un príncipe tan joven y fuerte como tú?
 
El príncipe David le contó lo sucedido.
 
- Escucha, Panocho... no fue una batalla justa entre él y yo cara a cara sino que tuve que huir porque nos atacaron doscientos grifos dirigidos por el horrible Dragón Peco.
 
- ¿Es cierto que los grifos son seres voladores y feroces, mitad león y mitad águila, con plumas doradas, un afilado pìco y poderosas garras en sus patas?
 
- Sí, Panocho. Es cierto. Y miden más de tres metros de longitud,
 
- ¿Y que fue de todos los soldados que debían defender el castillo?
 
- Tuvieron miedo y huyeron más rápidos que el viento. No les culpo de nada porque tienen familias que alimentar y sacar adelante y, además, también huí yo. ¡Es espantoso ver a docientos grifos dirigido por el todavía más horrible y espantoso Dragón Peco!
 
El príncipe David estaba tan desolado que no podía hacer otra cosa nada más que llorar y las lágrimas corrían por su rostro.
 
- No llore, príncipe David, porque yo sé cuál es la manera de acabar con tanta desgracia.
 
- ¿Tú eres capaz de encontrar una solución?
 
- ¡Tengo una solución!
 
- ¿Puedo saber cuál es?
 
- ¡Enfrentarme yo mismo cara a cara con el viejo brujo Perleches!
 
- ¡Jajajajaja! ¿Tú, un simple chaval de tan sólo quince años de edad, eres capaz de enfrentarte a todo un viejo brujo con más años que una tartana?
 
- ¡Claro que soy capaz!
 
- Perdóname si me río, Panocho. Me han llegado rumores de quienes aseguran que eres el jovencito más valiente del mundo, pero yo creo que eso no puede ser cierto.
 
- ¿Qué tengo que hacer para demostrarle que sí es verdad, príncipe David?
 
- Hay una prueba que no serás capaz de superar...
 
- ¿Qué clase de prueba es esa?
 
- Pasar un noche entera dentro de La Calle Negra.
 
- ¿Dónde está La Calle Negra?
 
- ¿Has oído hablar alguna vez del pueblo de Los Tostados?
 
- ¿Ese pueblo infernal donde hace tanto calor durante el día y tanto frío durante la noche que todos sus habitantes lo abandonaron definitivamente y ya sólo es un pueblo fantasma?
 
- Veo que conoces bien la historia de nuestro país.
 
- ¿Dónde está ese pueblo?
 
- A doscientos kilómetros de esta Ciudad Nueva.
 
- ¿Y cómo puedo ir hasta allá cuánto antes sea posible?
 
- ¿Te atreves, de verdad, a pasar la prueba de La Calle Negra y poder volver vivo para contarla?
 
- ¡Por supuesto que sí! ¡Sólo dígame cómo puedo ir hasta allí lo más rápido posible!
 
- Si te atreves a intentarlo puedes montar en mi caballo Equimur pero vas a necesitar llevar un abrigo.
 
- ¡Nada de abrigo! ¡Pasaré toda la noche tal como voy vestido!
 
- Está bien... si quieres morir con tan sólo quince años de edad... es tu problema y no el mío... 
 
- Para ser un príncipe tienes demasiadas dudas.
 
- Es que soy un ser humano,
 
- Pues el peor pecado de los seres humanos es no creer en lo imposible.
 
- ¿Cómo dices?
 
- Escuche, príncipe. También fueron seres humanos nuestros antepasados y vencieron a todos los peligros con los que se tuvieron  que enfrentar.
 
- Ya no estamos en épocas legendarias, Panocho... y además dicen que allí, dentro de La Calle Negra, al llegar la noche se escuchan los espeluznantes aullidos de los hombres lobos y entran miles de zombis que te comen hasta los huesos...
 
Panocho ya no estaba escuchando...
 
- ¿Es verdad que puedo montar en tu caballo Equimur?
 
- Pero yo no soy responsable de tu muerte...
 
- No me dé por vencido antes de que lo vea con sus propios ojos...
 
- ¡Coge a Equimur y que Dios te acompañe porque lo vas a necesitar de verdad!
 
Sin decir nada más Panocho montó en Equimur y, pocos minutos después, ya estaba de camino hacia el pueblo de Los Tostados.
 
- ¿Tú crees toda esa macabra historia de La Calle Negra, Equimur?
 
- Panocho... yo no me atrevería a hacerlo...
 
- Pero tú sólo eres un caballo.
 
- ¡Jajajajaja! Y tú sólo eres un niño.
 
- ¡Tengo ya quince años de edad!
 
- No discuto con ningún ser humano porque todos sois demasiado necios.
 
Después guardaron silencio hasta que llegaron a la entrada del pueblo de Los Tostados.
 
- ¡Vamos a buscar La Calle Negra, Equimur!
 
- ¡Ah, no! ¡De eso nada! ¡Yo no entro en este pueblo infernal ni por todo el oro del mundo!
 
- ¿Me dejas solo ante el peligro?
 
- Comprende, Panocho, que deseo vivir todavía muchos años más...
 
- Está bien, Equimur, te comprendo.
 
- Si mañana, cuando salga el sol, no has vuelto es que estarás tan muerto que yo solo regresaré a Ciudad Nueva para contar todo lo sucedido.
 
-¡Mañana, cuando salga el sol, estaré de nuevo contigo!
 
Y así fue cómo Panocho bajó del caballo Equimur, se introdujo en el pueblo de Los Tostados y lo recorrió de punta a punta hasta que encontró la tétrica Calle Negra que, ya cuando comenzaba a anochecer, era mucho más tétrica todavía porque algún anònimo grafitero, antes de irse del pueblo, había pìntado un esqueleto completo en la misma entrada de la calle y, cual sarcástico humorista, había escrito una frase: "El último que se vaya que apague la luz",
 
- Vaya. Se ve que el terror hace despertar la inteligencia de algunos... y hasta son capaces de reír antes de morirse de miedo...
 
Panocho no lo dudó ni un instante y entró en aquella especie de "boca de lobo" hasta que, llegado hasta el ecuador de La Calle Negra, se tumbó en el suelo y quedó profundamente dormido. Nadie supo si se escucharon o no se escucharon espeluznantes aullidos de hombres lobos y nadie supo si hubo zombis o no hubo zombis comiéndose el cuerpo de Panocho hasta sus huesos pero, a la mañana siguiente, cuando salía el sol, el chaval de los quince años de edad se encontraba ya frente al caballo Equimur con el letrero de La Calle Negra bajo el brazo izquierdo como demostración de que había estado allí cumpliendo con el reto al que le había llevado la arrogancia del príncipe David.
 
- ¡Hola, Equimur! ¡Me debes una cerveza!
 
- ¡De acuerdo! Yo sí te creo porque lo he visto pero... ¿cómo vas a poder demostrar al principe David que has llevado a cabo la prueba y la has superado?...
 
- ¡Con dos razones muy poderosas, Equimur! ¡Una de ellas es esta placa de La Calle Negra pero la otra es mucho más convincente todavía!
 
- ¿Cuál puede ser?
 
- Perdona que me la reserve si es que el príncipe duda de mí. 
 
Volvieron en silencio hasta Ciudad Nueva y, efectivamente, el principe David dudó...
 
- ¿Cómo puedo saber que me estás contando la verdad?
 
- ¿No te hes suficiente con la placa de La Calle Negra?
 
- Eso no quiere decir que hayas dormido dentro de ella...
 
- ¡Ya me estás cansando con tus dudas de incrédulo, príncipe soberbio!
 
- ¡No soy incrédulo pero necesito saber la verdad!
 
- ¡Aprende lo siguiente, príncipe David: es mi palabra contra tu palabra pero has de saber que la palabra de un chaval de sólo quince años de edad que no le da miedo lo que digan los demás es mucho más valiosa y verdadera que la palabra de un príncipe maduro que tiene miedo hasta de lo que los demás piensen de él! ¿He estado o no he estado toda la noche dentro de La Calle Negra?
 
- Esto... reconozco que llevas razón y me has dado una verdadera lección de valentía y de sabiduría popular... ¡Ahora sé que es verdad lo que dices!...
 
- ¿De acuerdo, príncipe?
 
- De acuerdo, chaval... ¿pero tú que opinas, Equimur?...
 
- ¡No quiero problemas con nadie porque sólo soy un caballo pero tengo que decir y afirmar que es cierto y verdadero lo que cuenta Panocho! Espero que mi sinceridad no sirva para que me quede sin comer toda una semana por culpa de ser honesto.
 
-¡Si el príncipe es justo tú no pasarás hambre!
 
- ¡Yo soy un principe justo y sé que mi caballo nunca me ha mentido ni me mentirá jamás!
 
Todos los caramolines que se encontraban alrededor del príncipe David, el chaval Panocho y el caballo  Equimur fueron testigos presenciales de lo hablado.
 
- ¿Dónde está El Castillo de La Amada?
 
- ¿Es que te vas a atrever a ir allí? ¡Aunque seas el chico más valiente del mundo no podrás vencer a todo un ejército de doscientos grifos dirigidos por el horripilante Dragón Peco!
 
- Pues como estoy dispuesto a enfrentarme cara a cara con el viejo brujo Perleches no tendré más remedio que combatir contra todos ellos y derrotarles para que no vuelvan jamás a este país!
 
- ¿De verdad tu valentía no tiene límites?
 
- ¡Puede que tenga límites pero yo no los conozco!
 
- ¿Puedo saber cómo aprendiste a ser tan valiente?
 
- Lo aprendí leyendo las historias legendarias de nuestros antepasados. Es verdad, príncipe David, que nunca he dejado de leer dichas hazañas. Y mientras leo siempre me imagino todo lo que leo hasta convertirlo en una realidad que todos puedan verla.
 
- ¿Es verdad que puedes conseguir hacer eso?
 
- ¿Necesitas alguna prueba para que te des cuenta de que es cierto?
 
- ¡Necesito una prueba, Panocho, porque soy un príncipe!
 
- ¡Eres demasiado caprichoso, príncipe David, y quizás por eso no te merezcas ser el esposo de una princesa tan bellísima como Irene!
 
- ¡No es capricho sino admiración!
 
- Está bien. No discutamos por nada. Imagina lo siguiente: un muchacho natural de Churra es apresado y llevado ante el rey moro Mustafá El Chaladino, dueño de un castillo donde el muchacho vive allí como un criado a su servicio y le enseña al citado moro las oscuras artes de la hechicería. Un buen día aparece en la casa de su padre y éste le recibe lleno de entusiasmo pero el muchacho tiene la obligación de regresar al castillo de Mustafá El Chaladino, que está bastante chalado del todo. El castillo está en los más alto de una montaña  y cuando el muchacho lo divisa grita tres veces la frase mágica de ¡Ábrete Sésamo! y todo el monte tiembla saliendo de sus entrañas oscuras criaturas como cuervos negros, murciélagos voraces, vampiros sedientos y toda clase de mosquitos cuyas picaduras son temibles. El muchacho, temblando de miedo, vuelve a pronunciar tres veces seguidas la frase mágica de "¡Ábrete Sésamo!" y entonces una poderosa luz azul proveniente del cielo engulle a todo el monte dejando sólo visible al castillo encima de una peña sin que quede ningún musulmán vivo ya que El Chaladino, tan chalado como todos sus seguidores, ha sido tragado por las entrañas de la tierra.
 
- ¡Eso es increíble!
 
- Pero es verdadero porque lo has imaginado y lo has visto con tus propios ojos mientras yo lo estaba contando.
 
- ¿Quieres dar a entender que sigues empeñado en intentar enfrentarte tú solo contra todos los grifos, el Dragón Peco y el viejo brujo Perleches?  
 
- ¡Más que nunca! ¿Cómo es fisicamente ese viejo brujo?
 
- ¡Horroroso, Panocho, horroroso!
 
- Horroroso no quiere decir nada. Necesito detalles.
 
- Su rostro es verdaderamente cadavérico, tienes los ojos hundidos del todo, una nariz enorme como si fuera un nabo y está totalmente desdentado. Su pelo consiste en una maraña de greñas pegajosas y toda su barba, que le llega hasta el pecho, es de color rojo. De su pecho cuelgan unos colmillos de jabalí que los usa para convocar fuerzas oscuras y llenarse de una maldad infinita. Cuando mata a sus víctimas, recoge la sangre de sus enemigos en un cuenco y se la bebe mientras quema los cuerpos en un pebetero hasta que se convierten solamente en cenizas. Para producir más terror en sus enemigos lleva una armadura cubierta de calaveras antiguas, y se adorna la cabeza con plumas de aves salvajes y cuernos de búfalo; además de placas puntiagudas en sus dos piernas y hombreras llenas de pinchos muy afilados.
 
- ¿Y usted cree que eso me da miedo y no voy a ser capaz de enfrentarme cara a cara con él?
 
- Quizás seas tan valiente como para hacerlo pero debes cuidarte, si luchas contra él, de no mirarle fijamente a los ojos porque tienen poderes diabólicos que convierten a quienes los miran de frente en estatuas de piedra.
 
- ¡Le mataré antes de que le dé tiempo a mirarme!
 
- Lo mejor que puedes hacer, y esto es un sabio consejo de alguien que empieza a admirarte de verdad, es atraparlo cuando esté dormido, dándole un porrazo en la cabeza para, antes de que pueda despertar, lo metas en un costal de patatas y le das tantos palazos que lo mates sin que se dé ni cuenta. Después llévalo a un cementerio y será él quien se convierta en estatua de piedra porque los cementerios les producen a los viejos brujos tanto pavor que quedan transformados en piedra para toda la eternidad.
 
- ¡No necesito hacer esa clase de trampas porque ningún viejo brujo, por muy viejo que sea y por muy brujo que diga ser, me produce miedo alguno! ¡Lucharé cuando esté completamente despierto para que nadie diga de mí que fui un cobarde aprovechando que estaba dormido!
 
- Panocho... ¡no puedes ir sin ninguna clase de arma!... y yo sólo conozco una con la que puedas ser capaz de vencer a todos tus enemigos...
 
- ¿Cuá es esa arma?
 
- ¡La Espada Musamuna!
 
- ¡Un momento, príncipe David! ¿Se está usted refiriendo a la espada de Camochi cuando, junto con todos sus caramolines, derrotó definitivamente y para siempre a los Hijos de la Noche, esos  salvajes musulmanes que nunca jamás volvieron a intentar conquistarnos porque nunca jamás quisieron ni quieren vivir aquel desastre que los descuartizó por completo?
 
-¡Exacto, Panocho! ¡Esa espada existe! ¡Pero ya nadie quiere intentar apoderarse de ella!
 
- ¿Por qué, príncipe David?
 
- ¡Porque es necesario tener un corazón cien por cien noble para poder sacarla del Monumento al Viento donde está empotrada! ¡Muchos lo han estado intentando pero nadie lo consiguió! ¡Ya nadie se atreve a insistir!
 
- ¿Dónde se encuentra el Monumento al Viento?
 
- ¿Es que tú crees que tienes un corazón tan noble como para poder conseguir lo que nadie jamás ha conseguido?
 
- ¡Si no lo intento nunca sabré si lo tengo o no lo tengo!
 
- ¡Veo que eres de verdad muy valiente pero puedes estar siendo engañado por un espíritu del mal!
 
- ¡Yo no conozco el mal y nunca lo voy a conocer! ¡Si fuese verdad lo de ese espíritu maléfico no tendría tanta paz como tengo y dormir tan feliz como duermo! ¿Dónde se encuentra ese monumento, príncipe David?
 
- En La Cueva de Los Búhos, en plena Sierra de La Batalla nombrada así porque fue allí donde Camochi y nuestros antiguos caramolines derrotaron definitivamente a todos los Hijos de la Noche dirigidos por Mustafá El Chaladino, que es verdad que estaba chalado del todo, cuyo cadáver fue quemado para que no quedase nunca ningún recuerdo de él. Dice la leyenda que mientras iba convirtiéndose en cenizas expulsaba un humo de color caqui completamente apestoso.
 
- ¡Iré a La Cueva de Los Búhos! ¿Cómo se llega hasta ella?
 
- No dejes de montar en mi caballo Equimur, pero para llegar hasta dicha cueva sólo puedes guiarte por tu intuición.
 
- ¿No existe ninguna pista?
 
- Sólo sé que es necesario llegar hasta el Río Quipares y pasar por el Pantano Judimoro para poder encontrar La Cueva de Los Búhos. Pero nadie puede decirte la forma de llegar hasta dicha cueva porque hace ya mucho tiempo que se nos ha borrado de la memoria colectiva de todos los caramolines.
 
- ¿Y qué distancia hay entre Ciudad Nueva y El Castillo de La Amada?
 
- ¡Dos mil kilómetros!
 
- ¿Equimur es capaz de resistirlo?
 
- ¡Equimur es un caballo incansable! ¡Desciende directamente de la familia de Pegaso! ¿Sabes comer de lo que encuentres por el camino?
 
- ¡Sé buscar la comida!
 
-¡Es que a Equimur no puedes cargarlo con nada para que sea ligero y no pierda sus poderes de resistencia ilimitada!
 
- ¡Repito que sé buscar la comida!
 
- Está bien, Panocho. ¡Ponte en marcha y que Dios te proteja siempre!
 
- ¡Príncipe David! ¡Quemaré el cuerpo de Perleches y le traeré la cabeza cortada del Dragón Peco!
 
- Empiezo a creer en lo imposible...
 
- ¡Eso es, príncipe David! ¡Eso es lo que nos hace invencibles!
 
Así fue cómo Panocho, montado en Equimur, salió pocos minutos después por la puerta principal de Ciudad Nueva.
 
- Equimur... ¿de verdad puedes aguantar dos mil kilómetros caminando?...
 
- Si sólo es ir caminando puedo aguantar muchísimo más de dos mil kilómetros porque no tengo límites. Lo que me preocupa no es la distancia sino cómo vamos a combatir el hambre y la sed.
 
- No te preocupes por nada, Equimur. No tendremos que matar a ningún animal. Todo nuestro país está rebosante de frutas y verduras y todas las frutas y verduras tienen líquidos... así que comeremos y beberemos cuando tengamos hambre y tengamos sed...
 
- ¡Pero son propiedades privadas, Panocho!
 
- ¿Y no sabes tú que, según la "Ley de Camochi", si no nos llevamos nada podemos comer y beber todo lo que deseemos?
 
- Algo de eso había oído yo... pero no estaba seguro...
 
- Pues la ley es la ley y la ley nos protege. ¿Por dónde crees tú que debemos caminar, Equimur?
 
- ¡Ah, yo de eso no opino nada! ¡Aquí el humano eres tú y yo sólo soy un animal que cumple lo que el humano le pide!
 
- ¡Jajajajaja! ¡Está bien, Equimur! ¡Mira esa larguísima fila de hormigas! Unas vienen y otras van... así que deduzco que hacia algún lugar se dirigen...
 
- ¿Y tú crees que esa puede ser una buena ruta?
 
- Las hormigas saben lo que hacen, Equimur. No son como muchos hombres que, pudiendo, no quieren saber. ¿Comprendes la diferencia?
 
- Comprendo, Panocho.
 
Y empezaron a caminar lentamente siguiendo la ruta de las hormigas viajeras; hasta que diez kilómetros más adelante encontraron lo que las hormigas buscaban: un bellísimo lugar de la Naturaleza donde abundaban todo tipo de frutas y verduras y, en el centro de la gran extensión, un desarrapado y ya deshilachado espantapájaros.
 
- ¡Panocho! ¡Yo conozco a ese tipo!
 
- ¿Te refieres al espantapájaros?
 
- ¡Sí! ¡Le llaman el Tío Betoni! Le he visto en varias ocasiones paseando con el príncipe David, pero nunca ha respondido a nuestros saludos aunque... espero... y sólo es una suposición nada más... que tendrá al menos un mínimo de inteligencia... y nos podrá ayudar en algo...
 
- ¿Tú crees que tendrá un mínimo de inteligencia?
 
- ¡Sí! ¡Jajajajaja! ¡Eso espero o estamos perdidos!
 
- ¡Está bien, Equimur! ¡Acércate al Tío Betoni!
 
El espantapájaros tenía un rostro inexpresivo y, como era de paja, parecía no dispuesto a hablar con nadie cuando Equimur y Panocho se acercaron hasta él.
 
- ¡Oiga, espantapájaros Betoni! ¿Vamos bien por aquí mi caballo y yo para llegar al Río Quipares?
 
El huraño y antipático espantapájaros conocido como Tío Betoni no quiso responder.
 
- ¿Qué sucede con este maleducado, Panocho?
 
- No te preocupes, Equimur. Debe ser que tiene hambre porque no han debido darle de comer en mucho tiempo... así que antes de que se convierta en un muerto de hambre para siempre voy a arrancar un par de tomates de esas varillas que tanto vigila... y voy a ver si, comiendo, nos dirige la palabra...
 
El espantapájaros Betoni puso cara de disgusto cuando vio que Panocho se bajó del caballo y se acercaba ya a las varillas; pero el chaval no se dio por aludido y arrancó dos grandes tomates dando de comer, después, al espantapájaros que, a pesar de su rostro de amargado, los devoró con ansiedad inaudita haciendo crujir las pajas de su cerebro, que estaba cubierto con una boina de paleto serrano, hasta que hizo un gesto de asco para decir que no quería comer más.
 
- Bueno... ya has comido hasta que te has hartado, Tío Betoni... así que supongo que tendrás la suficiente inteligencia... aunque sólo sea escasamente mínima... para que respondas a mi pregunta...
 
- ¡Yo no quiero hablar con nadie porque todos se ríen de mí y mucho más cuando hablo!
 
- Pero Equimur y yo no somos todos. ¿Puedes entender eso?
 
- ¡Odo, odo y odo! ¡Me da en igual que seais o no seais! ¡Me da en igual! ¡No pienso en deciros nada de nada! ¡Odo, odo y odo!
 
- ¿Y si te quito la boina de paleto y el chaleco de ganapán y te congelas de frío cuando llegue la noche? ¿Te gustaría que yo fuese tan cruel como lo eres tú con los demás?
 
- ¿Tú en serías capaz de hacer esa maldad?
 
- No sería una maldad sino un acto de justicia. Si deseas tanto ser un muerto viviente creo que sería justo que te convirtieras en un muerto viviente ya que tanto lo deseas.
 
- Esto... óstenas... odo... bueno... me en parece que...
 
- No podemos perder todo el día escuchando tus tontas ideas, Tío Betoni. ¡Si nos quieres hablar nos hablas y si no nos quieres hablar que te zurzan!
 
- ¡Espera! ¡En supongo que el Río Quipares pudiérais encontrarlo siguiendo arrejuntados con los ciervos que vienen por acullá!
 
-¡Bien, Tío Betoni! ¡A la vuelta te podremos dar otro buen par de grandes tomates de esas varillas que, al parecer, amas tanto y si las amas tanto yo no voy a quitarte ese mal gusto!
 
- ¡Odo, odo y odo!
 
- ¡Unámonos a los ciervos, Equimur!
 
Panocho volvió a montar en el caballo y siguieron su marcha en dirección a la manada de ciervos.
 
- ¡Pero en la inteligencia en que si hubieráseme equivocado, y me se da lo mismo en tanto que sí como en que no, yo no soy el culpable!
 
- ¡Nadie te está culpando de nada, espantapájaros estropajoso! ¡Si quieres tener muy pocos amigos en esta vida, o si no quieres tener ninguna clase de amigos salvo tus tan amadas y poco atractivas varillas, Equimur y yo tampoco somos culpables!
 
- ¡No necesito amigos para perder el tiempo!
 
- ¡Tampoco Panocho y yo necesitamos gentuza a nuestro alrededor y quiero que sepas que tampoco somos culpables de que haya gentuza como tú!
 
Y ya sin más que decirle al espantapájaros conocido por todos como Tío Betoni, los dos siguieron su camino junto con los ciervos que no pusieron ninguna dificultad en que fueran parte de todos ellos.
 
- Estoy seguro, Equimur, que si todo sale bien muy pronto encontraremos el Río Quipares.
 
- Tengo que informarte, Panocho, que el Río Quipares es muy largo y podemos estar todavía muy lejos de la Sierra de La Batalla.
 
- Tú has dicho antes que no te importaban las distancias,
 
- Y es cierto.
 
- Pues si es cierto no vayas a rajarte ahora y te eches para atrás.
 
- ¡Nunca, Panocho, nunca! ¡Yo nunca hago eso con un amigo de verdad!
 
- Pues algunos hombres están muy acostumbrados a hacerlo.
 
- Pero yo soy un caballo y un caballo siempre es fiel.
 
- ¡Mira al horizonte, Equimur!
 
- ¡Es una sierra! ¡Puede ser que estemos mucho más cerca de lo que yo estaba creyendo!
 
Panocho había tenido muy buena intuición al unirse al grupo de los ciervos porque, efectivamente, estaban buscando el río para beber agua. Llegaron al río y todos los ciervos comenzaron a saciar su sed mientras Panocho bajó del caballo.
 
- Bebamos, Equimur. Si ellos lo hacen y siguen vivos es que es agua potable.
 
Ambos saciaron también su sed y fue entonces cuando Cervato, el líder de toda la manada, se acercó a Panocho.
 
- ¡Me llamo Cervato y soy el líder de todo este grupo! ¿Sois de verdad amigos o sólo un espejismo falso?
 
- Somos de verdad amigos.
 
- ¿Nos acompañáis con buenas intenciones o nos estáis preparando una trampa para que vengan los cazadores y nos maten a todos?
 
- La muerte no tiene sentido, Cervato,
 
- ¿Quién te ha dicho a ti que la muerte no tiene sentido?
 
- Si somos compañeros de viaje es que somos compañeros de la vida.
 
- Curiosa frase... ¿de dónde las has sacado?...
 
- Si te dijera que de mi alma no lo entenderías,
 
- Está bien. No te entiendo pero te creo. Podéis seguir con nosotros.
 
- ¿Vais hasta el Pantano Judimoro?
 
- Vamos hasta el Pantano Judimoro pero te vas a decepcionar porque no es una maravilla turística ni nada parecido a una maravilla turística.
 
- No viajamos de turismo pero supongo que por allí habrá comida y bebida.
 
- Supones bien.
 
- Entonces seguimos todos juntos aunque no seamos un grupo de turistas.
 
- ¡Jajajajaja! ¡Tienes buen sentido del humor aunque sólo seas todavía muy niño!
 
- No tan niño... ya tengo quince años de edad... y te puedo demostrar que, a pesar de ello, sé pensar lo que digo...
 
- ¿También sabes pensar lo que haces?
 
- Sé pensar lo que hago todavía mejor que pensar lo que digo.
 
- Pareces muy valiente.
 
- ¡Soy muy valiente!
 
- ¿Y lo eres sin llevar ninguna clase de arma?
 
- La valentía no se mide por la violencia de los disparos sino por la paz de los sentimientos.
 
- ¡Me va a gustar ir a tu lado hasta llegar al Pantano Judimoro!
 
- Yo también voy a gusto a tu lado hasta que lleguemo al pantano y tengamos que decirnos adiós, Cervato.  
 
- ¿Y no os gustaría a tu amigo caballo y a ti formar parte de nuestro grupo para toda la vida? ¡Yo te cedería con mucho gusto el liderato porque demuestras ser lo que eres! ¡Descubro en ti a un gran lider ya formado mucho antes que los demás líderes que he conocido!
 
- Toda nuestra vida es demasiado tiempo y tanto Equimur como yo necesitamos mucho tiempo para ser lo que deseamos ser.
 
- ¿Un caballo ejemplar y un héroe humano?
 
- O un caballo heroíco y un humano ejemplar, El orden de los factores no altera el producto cuando se trata de una suma.
 
De nuevo Panocho montó sobre Equimur y todo el grupo siguíó la marcha. Veinte kilómetros más adelante encontraron un paraje casi desértico y, en medio de él, al pie de una sierra, un pantano más bien deprimente por la falta de belleza natural a su alrededor.
 
- Es el Pantano Judimoro. Como ves, muchacho, no tiene nada de atractivo.
 
- No me llamo muchacho sino Panocho.
 
- Bien, Panocho. Si hubiéseis venido hasta aquí para gozar de un bello paisaje ya véis que os habeis equivocado del todo.
 
- Equivocados del todo es mucho decir, Cervato... porque no es este nuestro destino...
 
- ¿Es que vaís hacia la sierra?
 
- ¡Exacto! ¡Vámonos, Equimur! ¡Adiós, Cervato! ¡Despídenos de todo el grupo y no te enfades por no haber querido ser vuestro líder! ¡Encontraréis a otro mucho mejor que yo!
 
- Lo dudo...
 
- Mientras lo dudas es que os queda la esperanza....
 
Rodeando el Pantano Judimoro estuvieron buscando alguna senda con la que poder subir cómodamente por la Sierra de La Batalla en busca de La Cueva de Los Búhos.
 
- Si se llama de los búhos por algo será, Equimur.
 
- Si usamos la lógica eso es cierto, Panocho.
 
- A veces hasta la lógica es necesaria para resolver misterios.
 
- Se está haciendo de noche, Panocho.
 
- Por eso precisamente es importante escuchar bien.
 
El chaval y el caballo escucharon, de repente, el ulular de los búhos.
 
- Provienen de aquel lugar escarpado, Panocho.
 
- ¿Cuánta altura puede tener desde donde nos encontramos, Equimur?
 
- ¡Calculo muy bien las distancias! ¡Hay exactamente el mismo número de metros que los años que tienes tú!
 
- ¿Quince metros, Equimur?
 
- ¡Exacto! ¡Y tú tienes quince años de edad!
 
- ¿Qué quieres decir con eso?
 
- Que yo no creo en ciertas clases de casualidades... luego estás llamado a ser grande... 
 
- ¡Hay que llegar hasta allí! 
 
- Yo soy un caballo y no puedo escalar montañas, así que te espero aquí mientras tú subes y deseo que tengas mucha suerte con tu corazón.
 
Panocho midió la distancia y, efectivamente, eran quince metros de altura imposibles de escalar sin equipo apropiado y él no llevaba dicho equipo así que, pensando en lo dificilísimo que resultaba resolver aquel problema, dio un pequeño rodeo y, ¡de repente!, encontró una solución perfecta: una escalinata magníficamente elaborada y con anchas y cómodas losas que servían  para subir a pie sin ninguna clase de esfuerzo. Regresó donde estaba el caballo para avisarle de que esperara su regreso.
 
- ¡Equimur! ¡No te pongas nervioso si tardo un poco pero te doy mi palabra de que volveré a tu lado! ¿Te dan miedo los búhos?
 
- ¡Los búhos me hacen reír!
 
- Por favor, no te rías ahora. No sé que hay allá arriba y es mejor no llamar demasiado la atención por si tengo que pelear contra alguien.
 
- De acuerdo. No me voy a reír mientras le pido a Dios que te acompañe y no te abandone.
 
Dicho todo esto, Panocho se alejó de Equimur y subió toda la escalinata canturreando una canción que él adaptó a su gusto.
 
- Capitán de madera, hoy tendrás que caminar. Capitán de madera debes subir al altar. Capitán de madera no te eches nunca atrás. Capitán de madera, hoy tendrás que confesar. Capitán de madera, tú no vives sin amar. Capitán de madera tú no puedes abandonar. 
 
Al terminar de subir encontró lo que buscaba. ¡Era La Cueva de los Búhos! Entró, sin ningún miedo. Resultaba ser una muy amplia estancia pero dentro de ella no había absolutamente nada salvo una enorme cantidad de búhos que se llevaron tal susto que, abriendo sus alas, huyeron a toda velocidad de la cueva pasando muy cerca de la cabeza de Equimur.
 
- ¡Vaya! ¡Resulta que es cierto que los búhos sólo asustan a los cobardes!
 
Mientras esto decía el caballo, Panocho se sentía desolado comprobando que no había ninguna clase de monumento dentro de la cueva pero volvió a recobrar sus esperanzas.
 
- No podemos haber llegado hasta aquí para terminar fracasando; así que alguna respuesta debo encontrar porque esto tiene que tener una explicación y no puedo volver a Ciudad Nueva con las manos vacías.
 
Buscando lentemente  por todos los rincones de La Cueva de Los Búhos, al fin halló algo sorprendente: una cajita de madera depositada por alguien sobre una piedra en forma de cilindro.
 
- Esto no es producto de la Naturaleza luego alguien ha debido hacerlo con alguna intención.
 
Cogió la cajita de madera, la abrió y descubrió que contenía un pergamino enrollado sujeto con un cordel de color azul. Desató el cordel desenrolló el pergamino y se encontró con un mapa hecho con lápiz de carboncillo.
 
- ¡Caramba! ¡El príncipe David está completamente equivocado! Como sólo sabe ir por los caminos reales da un enorme rodeo de dos mil kilómetros para llegar al Castillo de La Amada pero, según este mapa, la distancia que hay desde esta cueva hasta dicho castillo es solamente de cincuenta kilómetros. Esto sí que le va a dar risa a Equimur. Pero de nada me sirve saberlo ni tampoco haber encontrado este pergamino si no encuentro la Espada Musamuna. Y supongo, si sigo estando acertado, que en este pergamino debe estar la respuesta.
 
Salió de la oscuridad de la cueva hasta la entrada y allí, bajo la luz de la luna llena, siguió escudriñando el mapa hasta que descubrió una pequeñísima cruz que se encontraba pintada sobre lo que debía ser la pared más profunda de la Cueva de Los Búhos. ¿Era esa la clave que tanto estaba buscando?
 
- Si no confío en mí mismo no puedo ser confiable para nadie...
 
Se encaminó hasta dicho fondo y tocó una especie de losa grande que no correspondía a la misma materia que el resto de la cueva. ¿Era una entrada a alguna sala especial? Puso su mano derecha sobre la losa en el lugar exacto donde descubrió que, efectivamente, había una minúscula cruz  pintada de color amarillo y, de repente, la gran losa se deslizó gracias a un mecanismo oculto y una deslumbrante luz roja le nubló por completo la vista; pero él no retrocedió ni dio un paso atrás sino hacia delante y, cuando recuperó toda la visibilidad, se encontró con lo que tanto habían olvidado ya los caramolines. 
 
- ¡Es el Monumento al Viento!
 
El Monumento al Viento consistía en una pirámide de diamante verde, de tan sólo un metro y medio de altura, de cuyo vértice superior sobresalía la empuñadura de una espada.
 
- ¡La Espada Musamuna!
 
No se equivocaba Panocho puesto que aquella era la famosa espada invencible que estaba empotrada dentro del monumento sin que nadie hubiese podido sacarla porque nadie tenía el corazón cien por cien noble.
 
- ¡Tengo que intentarlo aunque fracase, porque un perdedor puede tener tiempo para cambiar de vida pero un fracasado ha perdido su tiempo para siempre! ¿Seré yo el elegido?
 
Aquella pequeña duda hizo que los dos primeros intentos de Panocho resultasen dos completos fracasos porque la espada no se movió ni un milímetro, pero Panocho sabía que la verdadera valentía llega cuando no abandonas nunca a pesar de cualquier clase de dificultad y, de repente, aquella extraordinaria fe cristiana de Panocho resultò milagrosa porque, al tercer intento con su mano derecha, la espada salió suavemente de la pirámide de diamante verde. ¡Panocho había conseguido, a pesar de tener solamente quince años de edad, lo que ninguno de los adultos más fuertes de los caramolines habían logrado hacer!
 
- ¿Y ahora?
 
La pregunta se la hizo mirando fijamente a la espada que tenía en su mano derecha.
 
- O me estoy volviendo loco o estoy hablando conmigo mismo...
 
Siguió observando la Espada Musamuna mientras no dejaba de hablar.
 
-  Cuando sacamos a relucir el pañuelo de las despedidas es como si estuviéramos desalojando fantasmas de nuestro pensamiento. ¿Qué estamos pensando en esos largos minutos en que parece que la despedida nunca va a tener lugar? Algunos creen en el nerviosismo, otros creen en la incertidumbre y hay quienes hablan de inquietud. Ninguno de estos tres grupos de personas aciertan. La verdad es que toda despedida es una sensación. Esa sensación de la que casi nunca se habla porque se lleva por dentro y se procura evitar que salga a la luz pública. Sólo quienes entienden esta curiosa circunstancia saben lo que de verdad se siente cuando se dice adiós a una persona, un animal o una cosa; puesto que en las tres situaciones se experimenta la misma sensación: una especie de vacío que está llamado a convertirse en olvido.
 
Descubrió que la espada era tan ligera que apenas se notaba su peso y, ya dejando de hablar de despedidas y de olvidos, volvió a la realidad y. saliendo de La Cueva de Los Búhos, vio a muchas decenas de ellos observando desde los riscos más cercanos. Así que les retó a todos blandiendo la Musamuna con su mano diestra,
 
-¡Os reto a todos vosotros a que intentéis robarme el arsenal de vida que llevo siempre dentro de mi alma!
 
Todos los búhos observaban desde los riscos lejanos sin atreverse a atacar mientras Panocho seguía amenazándoles con la Espada Musamuna en la derecha y el pergamino enrollado en la izquierda.
 
- ¡Que os zurzan a todos vosotros!
 
Los búhos, ya completamente asustados ante la visión de la espada, huyeron a toda velocidad pasando por encima de la cabeza de Equimur.
 
- Pues es verdad que la Musamuna tiene poderes mágicos...
 
Y ya completamente decidido a seguir adelante bajó las escalinatas de piedra y llegó hasta donde se encontraba, esperando, el caballo.
 
- ¡No te asustes, Equimur, que soy yo!
 
- ¡Madre del Amor Hermoso! ¡Vaya susto que me han dado tanta cantidad de búhos volando sobre mi cabeza! ¿Y esa es la Espada Musamuna?
 
- Sí. Ya la ves. Parece una espada muy vulgar pero no te fies nunca de las apariencias porque la realidad me dice que es tan poderosa que los búhos han debido de creer que yo soy la reencarnación de Camochi.
 
- La verdad es que parece una espada muy vulgar pero debe ser cierto todo lo que se dice sobre ella. ¡Por favor, no la acerques demasiado a mis orejas!
 
- ¡Jajajajaja! ¡No te preocupes por tus orejas, Equimur! Todavía no te has portado mal y te puedo contar algo que te hará reír.
 
- ¿Algún chiste más o menos tonto?
 
- Puede ser un chiste pero es una realidad. Resulta que el príncipe David, que como bien sabes es zurdo, se ha enamorado tanto de la princesa Irene que se está volviendo tonto de verdad.
 
- Eso es un chiste que no tiene gracia...
 
- No, Equimur, No quiero insultar a tu amo. Lo que te quiero decir, al llamarle atontado por culpa del amor, es que, como sólo sabe usar los caminos reales, siempre camina dos mil kilómetros desde Ciudad Nueva para llegar al Castillo de La Amada. ¿Sabes cuántos kilómetros exactos hay desde aquí?
 
-¿Tres mil? ¿Cuatro mil? ¿Cinco mil?
 
-¡Jajajajaja! ¡Esto parece una subasta para ver quién da más! Pero no es nada de eso. Estamos a una distancia exacta de tan sólo cincuenta kilómetros nada más.
 
- No me lo puedo creer...
 
-¿Sabes leer mapas?
 
-¡Por supuesto que sé leer mapas! ¡Soy un caballo pero no un burro!
 
- ¡Jajajajaja! ¡Mira este pergamino!
 
Panocho desenrolló el pergamino y se lo puso delante de los ojos a Equimur
 
- ¡Caramba! ¡Es cierto que sólo hay cincuenta kilómetros desde La Cueva de Los Búhos hasta el Castillo de La Amada! Pero, una vez conocida tan grata noticia... ¿no sería una buena idea buscar un lugar seguro donde poder dormir?... yo no estoy cansado pero tengo mucho sueño...
 
- Yo también. Busquemos ese lugar idóneo.
 
Lo encontraron en forma de cabaña abandonada.
 
- Esto debió de ser en su día alguna vivienda de familia humilde, Panocho.
 
- ¿Te molesta la humildad, Equimur?
 
- Es cierto que estoy acostumbrado solamente a dormir en establos de lujo, hasta con aire acondicionado y sauna incluídos, pero si sólo es por una noche... no tengo problema alguno en ser humilde...
 
Durmieron los dos tan profundamente que sólo los primeros rayos del sol les hicieron despertar.
 
- ¡Vamos, Equimur! ¡Levanta! ¡No podemos perder ni un solo segundo!
 
- ¡Esta vez no vamos a ir caminando sino a todo galope!
 
- ¿Puedes hacerlo?
 
- ¡Claro que puedo hacerlo! ¡Desciendo directamente de Pegaso!
 
Y una vez que Panocho montó de nuevo sobre Equimur a éste, de manera milagrosa, le surgieron dos alas como a su antepasado mitológico y. volando por los aires, viajaron hasta que divisaron el castillo y Equimur volvió a bajar a la tierra. Estaban tan extasiados contemplando tanta belleza arquitectónica que no se dieron cuenta de la llegada del ejército compuesto por los doscientos grifos al servicio del viejo brujo Perleches.
 
- ¡Dios mío, Panocho! ¡Estamos perdidos!
 
Panocho bajó del caballo siempre empuñando con su mano derecha a la Espada Musamuna.
 
- ¡Ponte detrás de mí y no tengas miedo, Equimur! Recuerda que tengo empuñada a la Musamuna. 
 
Aquella vulgar espada resultó ser, en verdad, todo lo mágica e invencible que se decía y se comentaba de ella porque se movía de manera tan rápida y tan efectiva que, con el mínimo esfuerzo de Panocho, iba matando continuamente, uno tras otro y directamente entrando en el corazón de todos ellos, a los grifos quienes, viendo que en pocos segundos ya habían caído muertos cincuenta de ellos, los ciento cincuenta restantes decidieron huir para siempre del País de Los Caramolines sin volver jamás. Así lo hizo saber el jefe de todos ellos que se llamaba Cretino.
 
- ¡Vamonos de aquí si no queremos morir todos! ¡Juro que, como me llamo Cretino y soy Cretino de verdad, nunca jamás volveremos, para nada, al País de Los Caramolines!
 
Todos los grifos, viendo que morían de una sola estocada, hicieron caso a su jefe Cretino y se perdieron volando hacia más allá del horizonte y sabiendo que nunca jamás volverían a aquel lugar,  
 
- ¡¡¡Traidores!!! ¡¡¡Cobardes!!! ¡¡¡Volved a la lucha!!!
 
- ¡¡¡Que vuelva a la lucha tu Tía Ruperta!!! ¡¡¡Nosotros no somos calabazas sino grifos y sabemos pensar cuándo es mejor desaparecer del mapa de los humanos!!!
 
- ¡¡¡No seas cretino, Cretino!!!
 
- ¡¡¡Seré todo lo cretino que tú creas que soy pero no soy un ignorante y jamás volveremos a un lugar donde se encuentre la Espada Musamuna!!! ¡¡¡Hasta nunca, energúmeno!!!
 
El energúmeno que estaba lanzando gritos contra los ya sensatos grifos era el viejo brujo Perleches que, subido en una almena, y producto de los nervios, se había olvidado de cerrar la puerta del castillo.
 
-¡Vamos, Equimur! ¡Entremos antes de que se dé cuenta!
 
- ¡Ah, no, Panocho! ¡Yo no doy ni un paso más! ¡Yo sólo soy un caballo y en las peleas entre humanos, cuando son un cara a cara, no participo nunca!
 
- Está bien, te comprendo una vez más. Sé que no tienes miedo pero sabes lo que es la prudencia. Mas yo voy a seguir combatiendo contra las fuerzas del mal y eso no voy a dejar de hacerlo por culpa de un caballo.
 
El viejo brujo Perleches había desaparecido ya de la almena y Panocho intuyó, por lo que le había contado el príncipe David de que siempre preparaba un fuego para quemar a todos sus rivales, que se había dirigido a alguna especie de plataforma en el patio de armas del castillo. Sería, por ejemplo, la Plataforma de Los Sacrificios. Y movido por una extraña e inexplicable intuición se dirigió hacia el pàtio de armas porque resultaba ser cierto lo que estaba imaginando. 
 
- ¡¡¡Voy a acabar con ese niño miserable!!!
 
Panocho estaba ya tan cerca de la Plataforma que escuchó claramente la amenaza de Perleches, el cual estaba deseoso de mirarle a la cara, mientras ya había encendido el fuego, para convertirle en estatua. Después se encargaría, con sus poderes diabólicos, de atarle fuertemente para que no pudiera escapar y, volviéndole de nuevo humano, echarle directamente a la hoguera para convertirlo en cenizas que se las llevaría el viento. Serviría de sacrificio para colocarle en un lugar de superioridad y convencer a la bellísima princesa Irene que sería mucho más conveniente para ella casarse con alguien tan poderoso como él y no con alguien tan miedoso como el príncipe David.
 
- ¿Dónde te has metido, bribón?
 
Panocho había logrado situarse detrás de Perleches aprovechando que este estaba centrado en sus planes que le convertirían en el ser más poderoso de todo el País de Los Caramolines y, por eso, no se había dado cuenta de la maniobra del chaval.
 
- ¡Aquí estoy, Perleches!
 
El viejo brujo dio la media vuelta para fulminar a aquel atrevido jovencito con su horrible mirada; pero Panocho tenía unos reflejos tan prodigiosos que fue mucho más rápido y hundió la Espada Musamuna en el podrido corazón de Perleches, que cayó fulminado, como si un rayo le hubiese partido por la mitad, en la hoguera que él mismo había preparado; mas Panocho tenía unos reflejos tan prodigiosamente desarrollados que, con un fuerte tirón, usando su mano izquierda que la tenía libre porque el pergamino ya estaba en el bolsillo interior de su cazadora, arrancó las llaves del cinturón que usaba el brujo.
 
- ¡Tú mismo has caído en tu propia trampa, brujo de las tinieblas!
 
Una horrenda humareda de color caqui llenó la atmósfera de la Plataforma de Los Sacrificios mientras el viejo brujo Perleches se iba convirtiendo en cenizas.
 
- Tengo que sacar a la princesa Irene de su encierro.
 
Subió hasta la torre lo más rápìdo que pudo y usando la llave de la puerta la abrió para encontrarse, cara a cara, con la princesa más bonita que podría él imaginarse. Y eso que Panocho era un enorme chaval imaginativo.
 
- Qué lástima que sólo sea un chaval de quince años de edad...
 
- ¿Quién eres tú?
 
- ¡No temas, princesa! ¡Me llamo Panocho y el viejo brujo Perleches acaba de convertirse solamente en cenizas que se las ha llevado el viento!
 
- Entonces... ¿eres mi salvador?...
 
- Sí, pero sólo tengo nada más que quince años de edad y no puedo besarte como yo quisiera hacerlo. Además eres la novia de uno que es príncipe.
 
- ¿Y tú qué eres?
 
- Solamente un chaval que está todavía estudiando la mejor manera de ser mayor sin dejar de ser valiente.
 
- Pero yo sí puedo besarte a ti porque para eso soy una princesa.
 
Y sin que Panocho pudiera evitarlo, la princesa Irene le dio un largo beso en la boca.
 
- ¡Caramba! ¡Es mucho mejor de lo que yo siempre he imaginado!
 
- No se lo cuentes a nadie, Panocho.
 
- En estos asuntos soy una tumba y, hablando de tumbas, vamos a la Plataforma de Los Sacrificios y verás por ti misma que es cierto que el viejo brujo Perleches ya sólo es un montón de cenizas que se las está llevando el viento.
 
Ambos llegaron, cogidos de la mano, hasta el lugar del patio de armas donde se encontraba la Plataforma con el fuego y el viejo brujo convertido ya en cenizas.
 
- ¡Aquí huele que apesta, Panocho!
 
Panochó soltó la mano de la princesa Irene.
 
- Es mejor no pensar en ello. Cuando pensamos en algo malo estamos perdidos.
 
- ¿Te estás refiriendo al mal olor?
 
- Esto... sí... claro...
 
La princesa Irene sonrió.
 
- ¿Seguro que te estás refiriendo al mal olor?
 
- ¿Qué entiendes tú por estar seguro de algo?
 
La princesa Irene no quiso contestar de forma directa.
 
- ¿Y eres feliz de esa manera?
 
- Mucho más que si pensara más de la cuenta...
 
En ese momento aparecieron en la Plataforma el príncipe David y un grupo de seguidores del príncipe David.
 
- ¡David! ¿Qué haces tú aquí?
 
- No pude evitar mi arrepentimiento por haberle dejado venir solo a Panocho y. junto con los más fieles de mis seguidores, le hemos estado siguiendo durante todo el camino a una prudente distancia.
 
- ¿Y a estas alturas de la hazaña reconoces que le habíais dejado solo? ¡Ha podido morir por mi culpa!
 
- Espera un momento, princesa. Yo no he podido morir por nadie. Musamuna no lo permitiría jamás.
 
- ¿Esa es la Espada Musamuna?
 
- ¡Exacto, príncipe David! ¡Y te la entrego a ti porque es digna de ser la espada de un príncipe!
 
Fue una fatal decisión de Panocho porque, en aquel mismo instante y sin que nadie pudiera reaccionar a tiempo, apareció el monstruoso y horripilento Dragón Peco, que había estado escondido a muy corta distancia de la Plataforma, para atacar ferozmente, y con toda maldad propia de una venganza, a quien había derrotado a todos los grifos y al viejo brujo Perleches.
 
- ¡¡¡Maldito niño malcriado!!! ¿Quién te mandó meter las narices en todo este asunto?
 
El monstruoso y horripilante Dragón Peco agarró, con las afiladas garras de sus patas delanteras, el pecho de Panocho y, levantándole del suelo, lo estrelló contra el muro protector de la Plataforma de Los Sacrificios; después, sin que nadie pudiese reaccionar todavía, volvió a agarrar de la misma manera a Panocho, subió hasta una altura de cien metros y lo soltó para estrellarlo contra el suelo de la Plataforma de Los Sacirficios, Cuando iba a volver a agarrarle por tercera vez fue cuando, por fin, reaccionó el príncipe David que blandía la Espada Musamuna en su mano izquierda, ya que era zurdo, y ésta se hundió sin que el príncipe hiciera más que un minúsculo esfuerzo, en el corazón del Dragón Peco que murió instantáneamente pero lanzando un espantoso alarido.
 
- ¡¡¡Grrrrraaaaaaggggggg!!!
 
El príncie David aprovechó la ocasión para cortarle la cabeza de un solo tajazo dado con la Espada Musamuna.
 
- ¿Qué has hecho, David?
 
- ¡Cortarle la cabeza a este monstruoso animal en nombre de mi gran amigo Panocho!
 
- ¿Pero no ves que Panocho puede estar muerto?
 
- ¿Muerto Panocho?
 
- ¡Sí! ¡Puede estar muerto por culpa de tu cobardía y la cobardía de todos los demás que dejaron y permitieron que viniera a luchar él solo!
 
- Pero si lo hicimos para que nos demostrara a todos que es el chico más valiente del mundo...   
 
- Si Panocho ha muerto por culpa de todas vuestras necedades yo me marcho del País de Los Caramolines y ya me buscaré a otro príncipe de otro país para casarme con él.
 
La princesa Irene se arrodilló ante el cuerpo yaciente de Panocho y le quitó la camisa dejando su pecho al descubierto.
 
- ¡Panocho! ¡Panocho! ¿Estás vivo?
 
Como Panocho no decía nada ni hizo ninguna clase de movimiento para dar a entender que estaba escuchando, ella se puso nerviosa del todo.
 
- ¡Rápido! ¿Ha venido con vosotros "El Pacheco"?
 
El viejo cirujano llamado por todos con el sobrenombre de "El Pacheco" estaba entre ellos.
 
- ¡Si, princesa Irene! ¡Estoy aquí!
 
- ¿Y a qué esperas para intervenir?
 
- Dudo mucho que esto tenga ya solución.
 
- ¡De todas maneras realiza una revisión completa a todo su cuerpo!
 
- ¡Lo haré con toda la ciencia de la que soy posible!
 
El viejo cirujano revisó competamente a Panocho.
 
-  ¡Como me llaman "El Pacheco" que esto parece un verdadero milagro! 
 
- ¿Qué sucede, "Pacheco"? ¿Tiene todavía vida?
 
- ¡No tiene ninguna clase de lesión externa ni interna! ¡No muestra ni tan siquiera un pequeño rasguño en ninguna parte de su cuerpo! ¡Pero no da señales de vida! ¡No lo entiendo ni la Ciencia lo puede entender!
 
- Quizás sólo sea que está profundamente desmayado...
 
- ¡No, princesa, Irene! ¡No está profundamente desmayado! ¡Es algo mucho peor!
 
- ¿Quedará sin poder hablar para el resto de su vida?
 
- ¡Tampoco es eso, pero no late para nada su corazón! ¡Parece como si ya no lo tuviera!
 
- ¡Eso es imposible, "Pacheco"!
 
- ¡Lo siento, princesa Irene, pero no acierto a escuchar nada! ¡La Ciencia no lo puede explicar! ¡Panocho no tiene corazón!
 
Pero la princesa Irene no perdía la única esperanza que le quedaba...
 
- Hay quienes dicen que hay que creer en lo imposible... y yo creo en lo imposible... viejo cirujano...
 
- ¡Hay que ser realistas, princesa Irene! ¡Panocho ya no tiene corazón! ¡La Ciencia no puede entenderlo pero nunca se equivoca!
 
- ¡Eso es una contradicción, "Pacheco"! ¿Cómo es posible que la Ciencia no pueda entenderlo pero, al mismo tiempo, no se equivoque?
 
- Pues tampoco sé explicarlo... yo sólo soy un viejo cirujando realista nada más...
 
- Pero yo no soy ninguna cientifica sino solamente una princesa.
 
- ¿Qué se puede hacer ante una realidad tan evidente?
 
La princesa Irene dio una orden que a todos les pareció absurda.
 
- ¡Pronto! ¡Rápido! ¡Sin perder ni un sólo segundo! ¡Traed todos los dulces y golosinas que teníamos preparados para mi boda con David y repartirlos por toda la Plataforma!
 
- ¿Dulces y golosinas repartidos por toda la Plataforma? ¿Te has vuelto loca, Irene?
 
- ¡Tú no entiendes nada, David! ¡Deja que mi inteligencia haga lo que quizás debiera haber hecho antes la tuya!
 
La orden de la princesa Irene fue rápidamente cumplida.
 
- ¡Ahora quiero que todos guardéis silencio mientras llamo a Adasau!  
 
- ¿Adasau? ¿Quién es Adasau, Irene?
 
- ¡Adasau es la hada protectora de los chavales valientes pero tú, David, no puedes comprender ciertos misterios de la vida; porque tú sólo eres real y sólo crees en lo real!
 
- Pero yo... yo no puedo creer nada más que lo que veo...
 
- ¡Y yo te ordeno a ti y a todos los aquí presentes que guardéis silencio!
 
En medio de un silencio absoluto, la princesa Irene se limitó solamente a decir una cortísima oración con toda la fe que le era posible.  
 
- ¡Adasau te necesito!
 
Todos pudieron observar que no sucedía nada pero de repente, cuando se encontraban totalmente perplejos, apareció la hada más bella y sensual que ninguno podía imaginarse. Traía una cajita de oro en sus manos y se quedó observando toda la plataforma llena de dulces y golosinas, antes de dirigirse a la princesa.
 
- Veo que sabes muy bien cuáles son mis gustos...
 
Ante la admiración y la incredulidad de todos, la princesa no perdió ni un solo segundo en dar explicaciones a nadie.
 
- ¡Adasau te necesito!
 
- También veo que eres generosa por todos tus regalos. ¿Qué deseo quieres que se cumpla?
 
- ¡Panocho no tiene corazón!
 
- ¿Panocho es este chaval que está tumbado en el suelo?
 
- ¡Sí! ¡Es el chico más valiente del mundo pero el viejo cirujano "Pacheco" dice que parece que está muerto!
 
- Parecerlo no es estarlo...
 
- ¿Es que hay algún tipo de esperanza?
 
- ¿Tú crees en la Fantasía?
 
- ¡Desde que soy muy niña he jugado con la Fantasía sin darme cuenta del tiempo!
 
- ¿Crees que el tiempo se puede detener por unos minutos para volver a ser de nuevo quien se era?
 
- Yo creo que con la Fantasía se puede conseguir,
 
- Entonces espera un momento.
 
Adasau abrió su cajita de oro.
 
- ¡Yo no necesito ningún regalo, Adasua! ¡Tengo demasiados! ¡Yo necesito que Panocho viva!
 
- No es ningún regalo para ti, Irene. Es un regalo para Panocho.
 
Ante el asombro de todos la magia estaba haciendo su labor porque la hada protectora de los chavales valientes sacó una estrella de color rosado; mientras otras muchas estrellas diminutas, y de todos los colores del arci iris, se extendían por la atmósfera de la Plataforma de Los Sacrificios.  
 
- ¿Amas a Panocho, princesa Irene?
 
- ¡Le amo más que a nadie en este mundo pero me voy a casar con el príncipe David!
 
- Si es cierto que le amas más que a nadie aunque te vayas a casar con otro puedo intentarlo... porque eso sí es amar de verdad...
 
Adasau colocó la pequeña estrella de color rosado sobre el pecho desnudo de Panocho y apretó con su mano derecha.
 
- ¡Panocho! ¡Escucha Panocho! ¡Te pongo un Corazón de Fantasía!
 
Y Panocho, sonriendo, despertó.
 
FIN.  
 
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Foto del autor Jos Orero De Julin
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Descripción

Cuento de Fantasa.

Palabras Clave: Literatura Prosa Cuento Fantasa Narrativa.

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Fantasa



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