Catalejo Mundial -2-
Publicado en Apr 05, 2017
CATALEJO MUNDIAL -2-
Amigos y amigas de Radio Sensación: Acróbata del aire con piruetas hacia la nada. Tragafuegos de la noche. Pasa la mano y algunos le dan unas cuantas monedas. Me lo quedo mirando a los ojos. Son ojos de silencio como los duros sílex de la Prehistoria. No me dice nada. Sólo mueve la boca pero no dice nada. Se ha quedado sin voz y no tiene eco alguno. Se va al rincón de la esquina, junto a la alcantarilla de los desperdicios. Toma su bolsa de pegamento y comienza a inhalar hasta que se queda dormido en la ciega noche. Allí, entre el duro asfalto de la calle de nadie. Es uno más de los habitantes del suelo y me hace recordar tiempos de angustia en las noches de Madrid. Estoy en Quito, pero las calles de los desamparados también abundan por acá. Es sólo un niño. Es un niño de la calle. Y miro sus harapos y el montón de hojas de periódicos con los que ha tapado su dolor. El Código de la Niñez queda pringado de cieno y La Declaración de los Derechos Humanos sigue presentándose tan pisoteada como desde sus inicios. No sé por qué lo hago pero me siento yo también culpable; y sin una culpa real pero sí con una culpa verdadera voy y le pido perdón mientras le acaricio la cabeza. Abre un momento los ojos. Me sonríe y queda dormido en el limbo de su infancia inacabada. Apenas tiene once años de edad. Apenas me suenan sus sonrisas. Y a duras penas sigo el camino recordando… recordando… recordando mientras los diputados y el resto de los políticos siguen en la televisión disputándose, los unos contra los otros, un miserable puñado de votos con su jerga de desconsiderados camaleones de la realidad. Quisiera tener simplemente un cartón para taparle sus somnolientos ojos y que pueda soñar… soñar… soñar con otro Nuevo Mundo distinto y diferente al que se descubre en las noches de América Latina. Y entonces, por fin, habla… Miradme bien… soy ese cúmulo de soledades cuyas tristezas arrojáis, día a día, al basurero de vuestras oquedades, el frío caminar de mis pies desnudos y los harapos de vuestra sinrazón. Tengo un corazón hecho a pedazos de golpes de dolor… de cierzos ventosos abatiendo la imposible sonrisa de mi infancia junto con la infame salvación de los neutrales despertándome un hambre de caricias… Miradme bien… mi sueño no tiene grandezas de ilusiones amando la existencia. Mi sueño es sólo un cerrar de ojos para morir, día tras día, en los caminos saltando cercas para no ser alcanzado por los dardos de vuestra punzante condición. Civilización llamáis a vuestras puertas canceladas… y en los umbrales siempre quedo yo imaginando que abrís una rendija a la conciencia. Miradme bien… sólo tengo un espacio ya vacío de tanto mendigar amores posibles únicamente en mi memoria. Miradme bien porque hoy voy a seguir muriendo un poco más. No miréis los ojos de mi rostro… no hallaréis en ellos nada más que un mudo silencio atrapado en la fría noche de esta ciudad a la que llamáis convivencia. Sé que es sólo una mentira inventada por conciencias ajenas a mi frío… ajenas a mi hambre... ajenas a mi miedo… ajenas a mi soledad… ¿Y tú, chiquitita que estás a su lado sin saber por qué, sin conocer nada más que esas lágrimas que derramas por él y por ti? Deja que te cuente una canción que me llega desde un rincón llamado recuerdo: Chiquitita dime por qué tu dolor hoy te encadena. En tus ojos hay una sombra de gran pena. No quisiera verte así aunque quieras disimularlo. Si es que tan triste estás, ¿para qué quieres callarlo? Chiquitita dímelo tú en mi hombro aquí llorando. Cuenta conmigo para así seguir amando. Chiquitita sabes muy bien que las penas vienen y van y desaparecen, Otra vez vas a bailar y serás feliz como flores que florecen. Chiquitita no hay que llorar. Las estrellas brillan por ti en lo alto. Quiero verte sonreír para compartir tu alegría, chiquitita. Ser niña. Ser niño. Ser persona pequeñita para ser importante. La mayor grandeza que conozco es la de los seres más pequeños. Quizás sea por eso por lo que muchos me llaman niño y que no sirvo para ser mayor. Desde luego que más vale ser niño que perderse en los desamores por mucho que los llamen “amor libre” que, como sabéis bien aunque muchos quieren ocultarlo, se trata de un eufemismo para encubrir y esconder que no saben amar de verdad. Así que si te sientes niña, o te sientes niño, es que estás mejor en cuanto a los sentimientos. Dejar de ser niños o dejar de ser niñas es una de las peores decisiones que tomamos en la vida. No estoy hablando de no crecer, que es algo que necesitamos todos. Tampoco estoy hablando de no alcanzar la madurez en la vida y de no hacer lo que debemos hacer adquiriendo la sabiduría y la cultura propia de cada edad. Me estoy refiriendo a no dejar de abrir los ojos de las sorpresas; a no dejar de jugar, a no dejar de confiar en otros, a no dejar de aprender, continuamente, qué es esto de sentir la vida… Porque cuando dejamos de ser niños o dejamos de ser niñas nuestra vida se está empezando a morir día tras día. Porque cuando dejamos de ser niños o dejamos de ser niñas, perdemos la capacidad de asombrarnos por lo que vemos; las aventuras dejan de tener sentido; nuestra imaginación queda encerrada en una lógica absurda; perdemos el tiempo queriendo llegar a todas partes; olvidamos que podemos jugar mientras vamos por el camino; desaparecen los juegos, los abrazos, los encuentros… Cuando dejamos de ser niños o dejamos de ser niñas ya no escuchamos con la boca abierta los cuentos que nos relatan, ya no examinamos con los ojos abiertos las sorpresas de la vida, nos olvidamos de hablar dibujando una sonrisa en los labios porque tenemos miedo de que nos llamen tontos y nos complicamos la existencia de tal manera que pasamos mucho tiempo, día tras día, pensando en cómo serían nuestras vidas si volviéramos a ser niños. Cuando dejamos de ser niños o dejamos de ser niñas desaparece la Fe, la Confianza, la Ilusión… y queremos racionalizarlo todo creyendo sólo lo que vemos y confiando sólo en lo que está escrito. Sólo nos ilusiona aquello que entendemos que nos va a dar algo que ganar. Cuando dejamos de ser niños o dejamos de ser niñas nos olvidamos de que los juegos se inventan a diario, de que los mejores momentos son los que pasamos junto a nuestra familia y nuestros amigos y amigas. Olvidamos que cualquiera que llega desde muy lejos, independientemente de su etnia, condición social o creencias, puede ser nuestro amigo o nuestra amiga para poder jugar con ellos y con ellas a ser únicamente felices. Audur Ava es una escritora islandesa, profesora del arte en la Universidad de Reyjaviv y directora del Museo de la Universidad de Islandia, que ha dicho: “Si mal no recuerdo, la infancia consistía en tener ganas de aquello que no se podía tener”. Escuchad bien, amigos y amigas de Radio Sensación: Entre lágrimas que se escapan de algún dolor, el color de la sonrisa de un niño o una niña está dentro de su generosa y blanca alma, así que anímate y sigue adelante y no claudiques en tu afán… que yo te admiro mucho y te envío un color de nácar para que lo impregnes en tu sonrisa. Que seas siempre una vez más ese niño o esa niña que no sonreía pero que ahora sí lo hace bajo la luz del sol y de la luna. Siento tu dolor y lo expulso fuera de tu alma. Ahora ya el color de tus sonrisas es infinito. Cuando yo era niño la azotea de mi casa en Madrid estaba llena de flores y yo imaginaba que era el puente de un barco que viajaba cambiando el color de los días y el calor de las tardes… y enfrente, justo enfrente, estaba la princesa asomada y mirando fijamente. Yo me enamoraba del color, del calor y de la princesa. Cuando yo era niño el gato de la vecina, por las noches, se colaba por la ventana y se echaba a dormir a los pies de mi cama. Y aquel gato me hacía abrir un árbol genealógico de los animales de la selva de mis soñadas aventuras a los que yo tenía que ahuyentar para ganarme el amor de la princesa. Y en la heladería del barrio la princesa de la casa de enfrente reía satisfecha y halagada cuando yo le contaba que la había defendido del ataque de un tigre voraz, un lobo hambriento, un alacrán venenoso y una arpía voladora que se la quería llevar, por lo aires, para devorarla en la gruta. Cuando yo era niño el color de los días y la princesita eran los lugares donde me guiaban las cosas nuevas y desconocidas para mí. Y yo las recuerdo como hablándome todavía a los ojos con su lenguaje de cuentos y espejos con historias sin palabras… nada más que con la emoción de entender que era yo mismo quien algún día las escribiría con la caricia efímera de este fuego liviano que es haber crecido dejando ya la adolescencia en el regazo de las lunas hechas resplandores de sueño. Por todo eso es por lo que yo solamente sigo siendo un niño nada más. Que Dios os bendiga a todos y a todas.
Página 1 / 1
Agregar texto a tus favoritos
Envialo a un amigo
Comentarios (0)
Para comentar debes estar registrado. Hazte miembro de Textale si no tienes una cuenta creada aun.
|