Olvid las palabras (Novela) -Captulo 3-
Publicado en Apr 29, 2017
- ¿Te gustó la experiencia, Diana?
- Ha sido muy divertido. Eres un tipo guay. Contigo me lo paso chévere. - Gracias. Siempre es mejor ser chévere que ser carca. - ¿Puedo hacerte una pregunta? - Ya te dije antes que la he olvidado por completo. - ¡Jajajajaja! No te asustes. No se trata de olvidar a nadie. - Entonces pregúntame lo que quieras. - ¿Por qué no dudaste ni un solo segundo para elegir el flan? - Cosas de mi infancia... que se han quedado en mi memoria... - ¿Tanta importancia tiene un flan? - En ciertos momentos es trascendental. Especialmente cuando todos te dejan solo. Diana no quiso hablar de la soledad... - ¿Qué clase de infancia tuviste tú, Joseph? - Tendría que contarte una pequeña historia para que lo pudieras entender - Tenemos tiempo de sobra. - Era cuando mi madre asaba castañas. - ¡Interesante! ¿Qué es lo que pasaba cuando tu madre asaba castañas? Joseph sintió que tenía ganas de contárselo a aquella chavala tan preciosa que era todo un bombón desde la cabeza a los pies como aseguraban quienes la conocían. - Eran fiestas de vida enardecida. Al olor y sabor de las castañas se reunía toda la familia en unos conciliábulos que podrían titularse algo así como “conversaciones alrededor del brasero”. Allí alimentábamos nuestra más tierna infancia mientras mi padre fabricaba sus propios cartuchos de caza, recargándolos de pólvora y perdigones, para salir el domingo en busca de conejos, palomas, perdices y codornices. Por aquel entonces nosotros disfrutábamos de juegos aprendidos en los Tambores Lejanos o El Puente sobre el río Kwai y sólo los vecinos de enfrente tenían un televisor en blanco y negro. Mientras yo oía las voces de los locutores de la radio, la Escala en Hi Fi me sonaba a lejana música hawaiana traída hasta Nueva York. Cuando mi madre asaba las castañas nosotros coloreábamos, con nuestros lapiceros, dibujos de aventuras extraterrestres en tiempos en que los héroes del espacio luchaban contra los extraterrestres y las chicas eran algo así como fantasmagorías mistéricas… excepto La Tania y La Pillar que luchaban entre sí por ser el foco de atención de toda la chavalería del barrio; aquel barrio colgado entre el Harlem y el Central Park en un Nueva York lleno de árboles de “pan y quesillo” hacia cuyas ramas saltábamos con afán de sentir que estábamos creciendo…Cuando mi madre asaba las castañas nosotros nos lanzábamos cuesta abajo por las laderas de la barriada montados en patinetas de madera confeccionadas con la artesanía de la “buena memoria” y arrastrábamos la melancolía de los cánticos escolares. Al olor y sabor de las castañas entonábamos villancicos mientras tocábamos zambombas, panderetas y botellas de anís del mono mientras el tío Pierre "El Olives" siempre se emborrachaba y daba muestras de su excelente humor a la par que hacía equilibrios circenses sobre aquellas sillas de madera en donde yo emulaba a Lance Armstrong cuando iniciaba mi particular Tour por los acontecimientos cotidianos. Entonces, cuando mi madre asaba las castañas, la vida era tan hermosa que sólo era necesario amarla… al igual que a aquella princesa nacida ya y que me tenía desvelado todas las noches en que yo soñaba con peces de colores nadando en las abruptas aguas donde nadaban los animales cocodrilianos que yo había estudiado en los libritos de bolsillo. Y los vecinos de enfrente, para darnos en las narices con su “artefacto” televisivo en blanco y negro, nos contaban que acababan de ver el último gol de Ronaldo o de Zidane en París, ciudad que por entonces a nosotros nos sonaba a queso “gruyere” y “foia gras”. Cuando mi madre asaba las castañas la vida era tan bella que sólo se llamaba Infancia… Diana de Still miró fijamente a los ojos de Joseph Liore antes de decir algo porque se había quedado sobrecogida... - Debió ser demasiado. - Quizás no te lo creas, pero entonces yo tenía muy pocas cosas... - ¿Por eso fuiste tan feliz? - No sé si en realidad lo fui o no lo fui del todo pero no tenía otro remedio que serlo y me esforcé en conseguirlo. ¿Y tú? ¿Qué sucedió contigo?.. - Fui demasiado feliz porque tenía demasiados lujos... - ¿Y es que es malo tener demasiados lujos para vivir una infancia demasiado feliz? - Según se mire la vida... - No pareces muy satisfecha del todo. - Es que todavía no sé definirla bien cuando otros niños y niñas no tienen absolutamente nada. ¿Comprendes ahora por qué estudio Derecho a pesar de que mi padre quiere que sea Doctora en Medicina Preventiva? - ¿De verdad no sabes definir bien lo que es la infancia? - Yo todavía no. ¿Tú eres capaz de hacerlo? - Puedo intentarlo. - ¿Y si te pido yo que lo hagas? - Si me lo pide otra mujer no lo haría... pero tú eres distinta... - Entonces empieza ya. Ahora fue Joseph Liore quien miró fijamente a los ojos de Diana de Still... - Por ejemplo, puedo afirmarte que lo que tenemos de infantiles es la mejor parte de los hombres... y de las mujeres también... - Estoy aprendiendo que quizás eso sea una gran verdad. Al mirarla tan directamente a los ojos, Joseph se volvió más profundo... - En la sencillez está la humildad; en la humildad, está la inocencia; en la inocencia, está el alma soñadora; en el alma soñadora, están la mente y el corazón; en la mente y el corazón, están la dirección y el propósito; en la dirección y el propósito, están la voluntad y la firmeza; y en la voluntad y la firmeza está la belleza absoluta tanto en lo físico como en lo espiritual. Y eso es la Eternidad en este mundo. Esa es la Eternidad de una infancia que nunca deja de serlo. Diana de Still se estaba sintiendo algo así como hipnotizada por la sinceridad tan profunda de aquella especie de joven soñador. Fue acercando su boca a la de Joseph Liore. Pero cuando ya parecía que el beso iba a ser una realidad les sorprendió la presencia de un hombre extraño. - ¿Vengo en mal momento, pareja? Diana sintió deseos de estrangular a aquel inoportuno personaje pero Joseph fue quien tomó la palabra. - ¿Qué es para usted un momento? - De eso qusiera yo poder hablar con ustedes dos. Dígale a su esposa que siento haberla molestado. - ¿Usted cree que es mi esposa? - ¿Es que no es su esposa? - Dejemos la duda razonable mientras me explica usted qué es un momento. - ¿Puede ser algo así como lo que de verdad vivimos? - Buena respuesta. Yo soy de los que afirman que no vivimos años sino que vivimos momentos que nos dejan huella. Acaba usted de romper la huella de uno de ellos. - De verdad que lo siento mucho y pido perdón a Dios por haberla roto; pero es que es muy necesario y urgente que yo hable con esta señorita mientras no se demuestre que es su esposa. Ella seguía molesta con el intruso pero acertó a responder. - Sea o no sea su esposa soy lo suficientemente libre como para que usted pueda hablar conmigo esté o no esté él presente. Espero que lo que tenga que decir sea mucho más importante que un beso roto en mil pedazos. - ¿Tanta tragedia he producido con mi aparición? Joseph no tenía muchas ganas de seguir filosofando sobre la vida humana. - ¡Escuche bien, caballero! ¿Por qué nos ha venido siguiendo toda la noche? - ¿Cómo sabes que os estoy siguiendo? - Cuando manejo un automóvil siempre me fijo en los rostros de quienes vienen detrás y el suyo lo tengo tan metido en mi memoria que no lo puedo olvidar. - Está bien. Si he sido ya perdonado... ¿puedo invitarles a unas copas mientras hablo con los dos?... - ¿Tú que decides, Diana? - Que necesito esa copa... - Siéntese frente a los dos. Aceptamos dos de Bloody Mary sin alcohol. - Creo que es una acertada decisión. El extraño personaje con acento caribeño pidió al camarero que les sirviera tres de Bloody Mary sin alcohol y se sentó frente a Diana y Joseph quienes seguían esperando a que hablara. - La verdad es que no sé por dónde empezar para que no os sorprendáis demasiado. - A mi particularmente hay ya muy pocas cosas que me puedan sorprender. - Y yo, aunque sólo tengo veintidós años, tampoco me sorprendo fácilmente. - Perfecto. Eso me hace mucho más fácil la explicación. Joseph era quien hablaba en el nombre de Diana y él mismo. - Si es tan fácil, empiece por decirnos cómo se llama usted. - Sé y estoy totalmente seguro de que van a soltar las carcajadas. Siempre me ocurre lo mismo en todas partes a donde voy. - ¿Tan chistoso es usted? - Les juro que me llamo Armando Guerra Segura. Efectivamente, Diana y Joseph soltaron conjuntamente la carcajada. - ¡¡Jajajajaja!! - Lo sabía. Siempre he sabido que mi padre y mi madre, que en paz descansen los dos, fueron muy graciosos cuando me hicieron bautizar como Armando. Desde entonces llevo esa pesada cruz sobre mis hombros. - ¿Es por eso por lo que va usted tan encorvado? - ¡Jajajajaja! Muy bueno tu chiste... - Me llamo Joseph y no deseo ser muy chistoso en estos momentos. - Ya os pedí perdón por haber roto un momento tan especial en vuestras vidas. - Olvide ya ese asunto. - Está bien. Olvidado del todo por mi parte. Voy encorvado no por culpa de ninguna pesada cruz sino porque tuve un accidente cuando me caí de un caballo. Desde entonces detesto ser caballero. - ¿Seguimos con la guasa o empezamos ya a hablar en serio? - Era necesario contar la verdad para explicar lo inexplicable. - Bueno. ¿Podemos saber ya por qué nos ha estado siguiendo? - Todo tiene un porqué muy razonable. Efectivamente, veo que habéis descubierto que hablo con acento caribeño y es que yo soy uno de los muchos miles de cubanos que pudimos escapar a tiempo de las garras del comunismo castrista. - Siga. Eso a nosotros no nos impresiona nada. - El caso es que, como soy un profesional de los medios de comunicación de masas, en cuanto llegué a Miami muy pronto comencé a trabajar para Televisa Internacional. Soy algo así como un Relaciones Públicas o, dicho de manera más popular, un cazatalentos para la televisión. - ¿Y eso que tiene que ver con ella? - Voy a ver si me explico bien porque estoy bastante emocionado... - ¿Quiere decir usted que está un poco salido? - ¡Mi madre! ¿Cómo has podido adivinarlo? - Solamente ha sido una intuición. Armando Guerra Segura intentó disimular que era verdad que estaba salido haciéndose el interesante ante ella. - Según dijo Leibniz, la reflexión no es sino una atención hacia aquello que hay en nosotros. - Es usted muy claro y directo en sus expresiones pero aquí el que habla soy yo y ella solamente la que escucha. - No quise molestar a su esposa. - Olvidando si ella es o no es mi esposa, porque eso sólo nos interesa a nosotros dos, y centrándonos en la intuición, fue Mallarmé quien la llamaba oscuramente “ecce liber”, que significa que fuera de la literatura no existe otra magia mayor. Supongo que se refería a una mujer tan inspiradora como mi compañera. - ¡Ostras! ¡Eres valiente de verdad! - Dejando de lado lo de si soy valiente o no lo soy, quiero aclararle que en cuanto a la intuición se refiere y para dar por terminado el asunto, la respuesta es que en el lenguaje propio de cada uno de nosotros y nosotras, muy dentro de nuestro propio ser, hay siempre un encuentro y un reencuentro continuo con nuestro pensamiento. Y he ahí la verdad profunda de la esencia del verdadero conocimiento humano. - No puedo rebatir tanta sabiduría pero, por favor, dame la oportunidad de poder deciros por qué os estoy siguiendo toda la noche. - De acuerdo. Un favor con un favor se paga. Como usted nos ha invitado a los cócteles se ha ganado el derecho a explicarnos tal asunto. Espero que sea usted claro y conciso. - Voy directo al asunto. ¡Os juro que ha sido solamente por pura casualidad! - ¿Se puede saber a qué se está usted refiriendo? - Quiero ser todo lo claro y conciso que puedo en este asunto. Resulta que en Televisa Internacional, de Miami, estamos preparando un monumental programa al que vamos a poner el título de "Impacto" y queremos que sea un real y verdadero impacto a nivel mundial. Para conseguir a la mujer más apropiada que dirija todo el programa de tres horas de duración estoy recorriendo, a marchas forzadas, todos los Estados de este país. - Continúe. - ¡Os vuelvo a jurar que ha sido una simple casualidad! - No jure usted tanto, don Armando Guerra Segura, a ver si va a resultar ser usted como Pedro jurando no conocer a Jesucristo hasta tres veces seguidas antes de que cantara el gallo. Armando Guerra Segura ya no hablaba con tanta solemnidad... - Estoy diciendo la verdad. Esta tarde me encontraba descansando dentro de mi Ford Mustang cuando os vi llegar al domicilio de Max Emilington. Rápidamente, y como respondiendo a un sexto sentido tan necesario en mi profesión, me fijé en ella y me di cuenta de que era la mujer más "explosiva" que he visto en mi vida. Su rostro es lo más bello que he conocido y de su cuerpo entero es mejor no hablar porque me faltarían palabras para hacerlo. - Yo cuando veo a una mujer así sólo pienso que me olvidé las palabras; así que olvídelas tambien usted y concrete la cuestión porque quiero seguir estando con ella a solas hasta que ella quiera estar a solas conmigo. ¿Me ha entendido? - Te he entendido tanto que es verdad que la necesitamos para que "Impacto" sea todo un impacto visual para el mundo entero. - ¿No es demasiado eso de decir para el mundo entero? - Está bien. Corrijo. Será un impacto para todos los hombres y mujeres que estén viendo el programa. - ¿Es una oferta de trabajo? - Por supuesto que sí. Le pagaremos lo que cobra el mejor de los presentadores de los canales televisivos de Estados Unidos. - ¿Se está usted refiriendo a Simon Cowell y los 75 millones de dólares que gana al año? - Sí. Veo que no le ha impactado demasiado a su compañera. - Es que está acostumbrada a escuchar barbaridades cuando se trata de ella. - No es ninguna barbaridad sino lo que estamos dispuestos a pagarle. - ¿Tanto como le pagan a Simon Cowell por lo de la equidad de género cuando se refiere a un mismo trabajo de un hombre y de una mujer? - ¡No deseo entrar en cuestiones que no me importan! ¡Creemos que es lo justo y punto! - ¿Algo más, don Armando Guerra Segura? - ¡Necesito una respuesta urgente porque el asunto es de verdad muy urgente! - Esta noche ella no puede darle una respuesta. - ¿No puede ser esta misma noche? Los tres guardaron silencio porque había llegado el camarero con los cócteles y, después de haberse cerciorado de que se había alejado tanto como para no poder escuchar nada, fue Diana de Still quien intervino por primera vez en la cuestión. - Es cierto que tengo mi agenda completamente llena de compromisos sociales pero si tiene usted una tarjeta personal déjemela y, si tiene teléfono, le contestaré lo más pronto que pueda. - Que sea lo más pronto posible, por favor, princesa. ¿Puede ser mañana? - Dice un texto bíblico: no os afanéis por el día de mañana, porque el día de mañana traerá su propio afán. Está escrito, por ejemplo, en Lucas 12.34. - ¿Es que eres cristiana? - Todo lo que usted se pueda imaginar. - ¡Mucho mejor para nuestro programa de televisión! - ¿Me entrega o no me entrega su tarjeta personal? Armando Guerra Segura se emocionó de tal manera excesiva que, al ponerse de pie, derramó todo su Bloody Mary sin alcohol sobre sus propios pantalones. - Esto... que vergüenza... nunca me había pasado nada igual... Joseph Liore aprovechó el incidente para gastar un chiste y romper la tensión. - No se preocupe tanto, don Armando, porque de esta manera usted podrá disimular diciendo que ha sido por culpa del cóctel. ¿Lo ha cogido? - Je...je...je... eres muy simpático tío... - Y usted muy nervioso machote... Armando Guerra Segura sonrió todo lo que pudo, enseñando su dentadura a lo Antonio Machín, sacó su tarjeta del interior de su chaqueta blanca, que tanto resaltaba al ser él un afrocubano, y se la entregó a Diana de Still. - ¡Te suplico que no la pierdas, por favor! ¡En realidad sólo somos 7 hombres los que llevamos todo el peso del programa y necesitamos una mujer tan divina como tú para ser un total de 8! Ella se la pasó a Joseph Liore. - No se preocupe por eso. Mi compañero no pierde jamás ninguna tarjeta y si estamos hablando de 75 millones de dólares al año por supuesto que no la vamos a perder de vista. - Pues entonces... hasta la vista... Armando Guerra Segura se despidió dándoles la mano derecha a los dos y salió a la calle. - ¿Qué te parece, Joseph? - Es una oferta que no puedes jamás rechazar aunque te pierda de vista para siempre y me tenga que consolar con verte solamente por la pantalla de mi televisor que, gracias a Dios, ya no es en blanco y negro sino en colores. Así te podré imaginar mucho más brillante. - Veo que no te gusta demasiado la idea. - De verdad que debes aceptar ese trabajo. Solamente hay algo que no me encaja bien en todo este asunto. Pero es tu vida y no la mía. - ¿Puedo saber qué es lo que crees que no encaja bien? - No tengo por qué influir en tu decisión... pero yo no creo en ciertas casualidades... sobre todo cuando me juran tantas veces que son nada más que casualidades... - ¿Te sientes un poco celoso o estás hablando en serio? - Prefiero no contestar a eso. Se tomaron los dos cócteles sin alcohol de manera rápida. - Te conozco ya lo suficiente como para afirmar que no tienes nada de machista. - ¿Qué importancia tiene eso ahora? - Te lo hago saber porque me apetece pagar a mí la cuenta de lo que hemos cenado. - No soy machista pero tampoco soy un caradura. - Eres un caradura muy simpático. Si todos los caraduras del mundo fuesen como tú el mundo sería verdaderamente feliz. - Gracias, Diana. - No te preocupes por el dinero, Joseph. No es la felicidad. - Pues yo creo que ayuda bastante. - Eso es razonable si sabes cómo se debe usar. - Está bien. De economía no sé lo suficiente. Ella, después de dejar el importe de lo cenado más una considerable propina sobre la mesa, estaba a punto de decirle que su opinión sobre la oferta de Armando Guerra Segura era lo que más la interesaba en aquel momento de su vida, pero se contuvo. - Entonces... lo decidiré yo misma... - ¿Qué vas a decidir tú misma? - Mi próximo futuro de los muchos futuros que pienso vivir. - ¿Te llevo ya a casa? - Si no tienes más cosas que contarme... A Diana de Still no le importaba el día de mañana sino que aquella noche él le contara más cosas de su vida. - Tengo más cosas que contarte pero no son aptas para menores de edad. - ¡Jajajajaja! ¡Llévame ya a casa, tonto! Ninguno de los dos dijo absolutamente nada mientras él conducía en dirección a la Calle Tolosa. Joseph no sabía exactamente como podía controlar sus emociones cuando miraba las piernas de Diana, la cual vestía una minifalda tan corta que era una verdadera tentación hasta para el más estoico de los seres humanos. Aquellas piernas que volvían locos a los hombres, e incluso a algunas mujeres, también le estaban volviendo loco a él. Por eso al llegar a su destino no pudo seguir manteniendo el silencio. - ¿Te han dicho alguna vez que estás como un tren? - ¡Jajajajaja! ¡Pensé que de verdad eras mudo! Muchísimas veces me han dicho que estoy bárbara pero eso del tren nadie me la había dicho hasta ahora. ¿Cómo se te ha ocurrido? - Es que de pequeño estuve por cierto tiempo viviendo en Madrid, la capital de España, con unos parientes lejanos. - ¿Y en Madrid se dicen esas barbaridades? - Y otras todavía mucho más subidas de tono... pero enfín... ya hemos llegado a tu destino... - ¿Y de verdad no tienes nada más que decirme? - Pues no se me ocurre nada en este momento. - Siento curiosidad por saber qué fue lo que anotaste en tu libreta cuando estabas hablando con Max Emilington. Él sonrió antes de responder. - Cuando una mujer te gusta de verdad se debe a que Dios es demasiado generoso. No puedo abusar de la creatividad de Dios. - ¡Jajajajaja! Si te refieres a una mujer como yo tengo que advertirte que nunca me he preocupado por los hombres y nunca he querido saber nada de los hombres. - ¿Es que eres lesbiana? - ¡Jajajajaja! ¡Vaya absurdo acabas de decir sobre mi personalidad! ¡Me gustan tanto los hombres que es mejor no enamorarme de todos ellos! - Está bien. ¿Te acompaño hasta la puerta? - Por un momento pensé que me ibas a dejar sola... Joseph Liore salió de su "escarabajo" Wolkswagen y ayudó a que ella saliera. Estaba chispeando ligeramente y las primeras gotas de la lluvia amenazaban ya con desatar una verdadera tormenta sobre la ciudad de Nueva Orleans. Él la miraba ahora intensamente pero volvió a quedarse mudo. - ¿Vas a seguir haciendo la estatua hasta que llegue el alba o quieres tomar un café en mi compañia? - Exactamente estaba yo pensando en tomarme un café a solas pero si es para que no tengas miedo de cara a tu próximo futuro de los muchos futuros que piensas vivir te acompaño si es lo que quieres de verdad. - ¿Tú sabes lo que yo quiero de verdad? - No me atrevo a pensar en nada. - ¿Por qué no quieres seguir siendo tan sincero como lo has sido durante toda la noche? - No te va a gustar lo que quiero decirte. - ¿Que no soy la mujer de tu vida? ¡Eso no me importa en absoluto! - ¿Es que quieres tener relaciones conmigo? - Tú tienes 29 años de edad y yo tengo 22. ¿Crees que somos ya lo suficientemente adultos? - ¿Para tener relaciones? - Seria la primera vez en mi vida. - Es que no te llego a entender del todo... - Te estoy haciendo saber que si somos ya adultos los dos no tenemos por qué hablar con eufemismos y debemos decir las cosas por su verdadero nombre aunque sólo sea una vez en la vida. - ¿Y eso qué significa? - Que no quiero tener relaciones contigo. - Ya lo sabía. - ¿Tengo que ser más clara? - Has sido lo suficientemente clara. - Te estás equivocando. Llamando la cosas por su verdadero nombre no quiero tener relaciones contigo sino que tú me folles. Aquello fue el chispazo que produjo el incendio y, mientras la tormenta comenzaba a caer sobre la ciudad de Nueva Orleans, ella abrió la puerta de su vivienda en alquiler, él le dio un verdadero beso de amor en la boca y ya, sin poder evitarlo ni ella ni él, se dirigieron hacia el dormitorio.
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