¡Bum! (Diario)
Publicado en Jun 08, 2017
Hubo un tiempo, durante mi infancia, en que los cuatro hermanos estábamos centrados en jugar a los "indios y americanos". Realizábamos aventuras y batallas con vaqueros e indios de goma dura, más algunos de plástico porque el plástico empezaba a aperecer en los juguetes infantiles. Y nos pasábamos horas enteras rememorando a Búfalo Bill y Toro Sentado entre otros muchos héroes legendarios de la Conquista del Oeste. Todavía no estaba en nuestras mentes lo de estudiar el Ingreso a Bachillerato salvo Emilín, el favorito de mamá, que era elogiado por todos como el que llevaría a lo más alto los apellidos familiares. Mi madre le presentaba en la sociedad de los amigos y los conocidos como un genio. ¿Qué diría Dios en el futuro? Delmomento lo que pedía Dios es que jugásemos como niños y dejar en manos de Él la resolucion de todo aquel enigma.
Recuerdo que, además de indios y americanos, introducíamos en nuestras hazañas bélicas, al conejo de la suerte, al pato Donald, a Daisy, a Campanita y hasta a Pepito Grillo. ¿Qué hacían estos y otros personajes (como el Capitán Garfio y su esbirro gordinflón) dentro de las historias de indios contra americanos? A Emilín no le gustaba aquella mezcla tan heterogénea pero yo sonreía mientras le veía enfadarse cada día un poco más. No era que los tres pequeños quisiéramos ofenderle sino que él mismo ofendía a toda la familia porque tenía mal genio desde que nació. Si Emilín era un genio ya comenzaba a no manifestarse como tal en el trato que nos daba a los demás cuando llegaban las horas del juego y si un líder no es capaz de conseguir que todos sean iguales ante sus ojos es que no es un líder: primera señal ostensible que ya iba aclarando la idea. Emilín no era un genio sino un niño al que querían encumbrar a la categoría de los escogidos haciéndole estudiar más de lo que un niño normal podía resistir. Así que en aquellas aventuras de indios contra americanos Emilín y yo formábamos un dúo frente a Boni y Maxi. Lo normal era que, después de haber llevado a cabo alguna aventura, dejáramos para la imaginación ir mejorando la forma de jugar. Y así fuimos adaptando cualquier clase de material que caía en nuestras manos para aumentar el interés y la novedad aventura tras aventura. Pero llegó un día en que Emilín demostró lo que había en su interior y llevó a cabo una acción que mostró a todos su mal carácter y su violencia contra los demás. Estaban luchando Emilín (con los americanos) contra Maxi (con los indios). Como yo estaba viendo lo que sucedía, formando parte de la trama, me dijo que guardara completo silencio pero que todo aquello iba a terminar como la Segunda Guerra Mundial. En otras palabras, que iba a lanzar una bomba contra los indios de Maxi a los cuáles éste ya los tenía perfectamente alineados (pues Maxi, con la ayuda de Boni, era más bien perfeccionista de detalles teóricos) sin que nadie más que yo supiera cuál era la pérfida estrategia que iba a usar. En medio del planteamiento de la batalla, cuando todos estábamos dentro de la aventura, Emilín no esperó a ninguna clase de diálogo ni escuchó ningún sabio consejo sino que, a través de la fuerza bruta y movido sólo por su ansiedad de ser el líder que casi todos mis familiares esperaban que fuera (iniciado por su propia madre) lanzó la bomba con tanta furia, tanta ira y tanto odio (¡BUM!) que los indios ya formados por Maxi para comenzar el juego volaron por los aires y un silencio profundo inundó el ambiente hasta que Maxi, llorando con unas lágrimas de las cuales se reía y se mofaba Emilín, recogió todas sus tropas y las guardó bajo juramento de no volver jamás a jugar con ellas. Y ese fue el final de nuestros juegos de indios contra americanos porque nunca más volvimos a jugar con ellos. A partir de entonces nos dedicamos a otras maneras de ocupar nuestro ocio y a partir de entonces supe que tenía que tomar yo el mando y la obligación de cuidar de Boni y de Maxi frente a los peligros de la vida y estar con ellos ayudándoles a crecer sin traumas en sus infancias, en sus adolescencias y en los primeros años de su juventud. Emilin se lavó las manos como Pilatos y demostró que no valía para ser lo que todos estaban deseando que fuera. En el futuro Dios diría quién de los cuatro era merecedor de la Princesa como señal de liderato y genialidad. Yo solo guardaba silencio mientras me dedicaba a mi labor de educador de Boni y de Maxi como complemento de la propia educación autónoma e independiente de mí mismo. Y me envolví en el silencio esperando las señales de Dios y mostrando mi Fe al conseguir entrar a estudiar Ingreso de Bachillerato en contra de todos mis familiares, excepto mi abuela materna que siempre cofiaba en mí y que hizo que mi padre y mi madre terminaran por hacer lo mismo que ella: observar mi evolucíon siempre hacia delante y subiendo cada vez más escalón tras escalón hasta llegar a liderar a los grupos que me necesitaban. La opinión de los demás me importaba menos que un carajo. Algo así como lo que hago hoy mismo con quienes no son de ese Dios cristiano llamado Jesucristo a la hora de saber cuál es el Camino, cuál es la Verdad y cuál es la Vida. A la hora de todo lo demás convivo con cualquier ser humano pero jamás nadie me va a hacer que vuelva atrás porque no vuelvo atrás, no vuelvo atrás y no vuelvo atrás.
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