Priscila (Teatro Cristiano)
Publicado en Jun 23, 2017
Priscila (Teatro Cristiano)
ACTO PRIMERO ESCENARIO.- Fábrica de carpas en la ciudad de Corinto. Pablo se encuentra hablando con Priscila y Aquila en la trastienda porque ya ha acabado la jornada laboral. Están los tres sentados: en el centro Pablo, a su derecha Priscila y a su izquierda Aquila. Pablo.- En el nombre del Señor Jesucristo os doy las gracias por haberme dado alojamiento y vivir con vosotros durante estos largos dieciecho meses de duro y arduo trabajo. Priscila.- Somos nosotros los que te debemos dar las gracias a ti porque nos has enseñado mensajes de Jesucristo que antes no habíamos escuchado en boca de nadie. Pablo.- ¿Cuándo os conocí gracias a que os dedicais al mismo negocio que yo, o sea a vendedores de carpas, érais ya verdaderos cristianos? Aquila.- Cuando vivíamos en Roma ya sabíamo de la existencia de Jesús de Nazaret como Hijo de Dios y, a la vez, Dios mísmo. Pensábamos mucho en el cristianismo pero todavía no nos habíamos decidido a dar el paso del compromiso de cumplir con la Palabra de Dios y. much menos, de predicar como Jesucristo pidió a todos sus seguidores. Priscila.- Nosotros vivíamos muy bien y hasta con lujo en Roma; pero en el año 52 después de Jesucristo, el emperador romano Claudio expulsó a los judíos de Roma porque dijo que estábamos causando disturbios considerables en la ciudad al perseguir a los cristianos. A Claudio le importaba muy poco la causa del problema y tampoco estaba interesado en saber quiénes eran culpables y quiénes inocentes, simplemente firmó un edicto para que todos los judíos salieran de Roma. Entre ellos estaba Aquila, que había emigrado a Roma desde la provincia del Ponto, en el Mar Negro, y que decidió irse a Corinto. Yo no soy exactamente judía sino que tengo la nacionalidad romana; pero no dudé ni un momento en irme a Corinto con mi esposo porque creo que eso es el amor verdadero. Pablo.- Aquila y Priscila, Priscila y Aquila, sois un matrimonio que dejó una profunda huella en mí y estoy seguro de que también dejaréis esa misma huella profunda en los primeros creyentes de la iglesia primitiva. Nunca se os ha visto jamás separados, cada vez que apareceis en público o vemos a los dos, al matrimonio, a la pareja, trabajando codo a codo, cada uno cumpliendo con su papel, pero unidos en la vida y en el ministerio. Representais un maravilloso ejemplo de un esposo y una esposa formando un equipo en la obra de Dios. ¡Qué bendición ver a un matrimonio servir a Dios juntos de esta forma! Priscila.- Cuando llegaste hace dieciocho meses a nuestra fábrica de carpas, siendo tú también un trabajador del mismo oficio, no sabíamos muy bien si éramos creyentes cristianos o sólo admirábamos el cristianismo pero no entendíamos bien lo que era serlo. Tú nos hiciste comprender la verdad y por eso, gracias a ti, somos ya verdaderos cristianos y estamos preparados para predicar cuando sea necesario. ¿Qué haces tanto tiempo en la sinagoga, Pablo? Pablo.- Tratando de convertir en verdaderos cristianos tanto a judíos como a griegos. Lo que sucede es que yo no soy Jesucristo sino un hombre normal y y aestoy cansado de que sean los propios judíos quienes se oponen a mis palabras y quienes me insultan. Aquila.- Para un hombre como tú, que llegaste aser tan importante en el mundo de los romanos, debe ser muy sacrificado que uno simples fariseos te ofendan de esa manera. Pablo.- Tengo olvidado ya todo lo que llegué a ser; pero sí tengo límites; así una vez que Silas y Timoteo se fueron apredicar a Macedonia la tarea de predicar en Corinto me ocupó mucho más tiempo que nunca. Aquila.- Pero todos los hombres tenemos un límite... Pablo.- Sí. Porque seguimos las enseñanzas de Jesucristo pero no somos Jesucristo. Priscila.- Te ha debido de pasar algo muy grave para que digas que has llegado a tu límite... Pablo.- Soy romano y no entiendo bien a los judíos. Me han llegado a insultar de tal manera que hoy mismo he sacudido el polvo de mi ropa delante de todos ellos y les he dicho: "La sangre de ustedes está sobre sus propias cabezas; yo soy inocente. De ahora en adelante iré a predicar a los gentiles". Priscila.- ¿Por qué los judíos son tan duros de corazón? Pablo.- Hay unos pocos judíos que son cristianos de verdad; pero la inmensa mayoría de todos ellos son fatuos, engreídos, vanidosos y sobre todo soberbios. Aquila.- ¿De qué te acusan a ti, Pablo, que eres uno de los que más fieles seguidores de Jesucristo consigues convertir? Pablo.- Me siguen acusando de que, cuando era mucho más joven que ahora, perseguí a esos cristianos a los que ahora defiendo ofreciendo mi muerte por ellos. Pero yo no he mantenido mi boca cerrada sino que les he dicho que fueron ellos los que crucificaron a Jesucristo y no yo. Aquila.- ¡Muy bien dicho! ¡Así hablan los hombres cuando son hombres de verdad! Pablo.- Es debido a la soberbia de Israel por lo que Jesucristo extendió su palabra al mundo entero, sin distinciones de ninguna clase, diciendo que la iglesia era Él mismo y que, desde su resurrección, Israel era toda aquella persona, de cualquier lugar del mundo, que cree en Él como el único Salvador. Priscila.- ¿Qué es la soberbia, Pablo? Pablo.- La soberbia hace que los hombres pierdan lo más hermoso de la vida: El Amor. Yo digo lo mismo que dice una amiga mía: "Dios y Señor, líbrame de los cobardes que no se atreven a enfrentar la verdad, de los perezosos que se conforman con medías verdades y de los soberbios que creen que lo saben todo". Priscila.- Muchos son los sabios de este mundo que sólo son valiosos a la hora de los banquetes; que esto de los banquetes me suena a mí, y es un punto de vista sólo personal, a mucha comida opípara y abundante mientras muchos millones de seres humanos pasan verdadera hambre. Esto está todavía pasando hoy en día: mucha comida en abundancia pero poca espiritualidad y verdadera buena escala de valores éticos y morales. Es cierto, por eso, que los verdaderos cristianos tenemos la obligación de andar, como dice Jesucristo, en la luz e incluso hablar, si es necesario, desde lo alto de las azoteas para que nos oiga el mundo entero. Aquila.- Mirando a las estrellas he recordado siempre que hay personajes así. Soberbios que se creen astros cuando sólo son motas de polvo nada más. Pablo.- Hondo de verdad es ese penasmiento, Aquila. Materia llena de espíritu de sortilegios. Lo blando como hondura de metamorfosis para la memoria. Te felicito. Priscila.- Siento tener que decir que lo siento. Pero estoy sintiendo una misma consecuencia para todos los soberbios. Ha cada uno de ellos yo le diría transfórmate en lo que has aprendido a soñar. Es mejor que no pasar de ser un capullo. Al parecer la mayoría de los judíos no saben interpretar bien el mundo en el que viven. Son capullos creyendo ser mariposas. Pablo.- ¡Jajajajaja! ¡Buen ejemplo, Priscila! La cuestión es que, por desgracia, algunos no pasan de ser simples brotes nada más. No van más allá de ser simples capullos. Y ya se sabe que los capullos que nunca se abren siempre permanecen cerrados por mucho que les quieras hacer meditar. Valga esta semejanza literaria para extrapolar ciertas consideraciones. Priscila.- Hablemos de las consideraciones. Yo encuentro, al escuchar tu voz, una infinita polisemia aximetrial de palabras enlazadas por una ilación abstracta que las haces concretizar en cadenas de epónimas consecuencias. Me gusta por lo que dejar flotar en el espacio de la mente de quien escucha. Por ejemplo, ser cabeza cadena curva y corazón cerrado me suena a la prisión de la razón que se esconde en los pliegues del alma acorazonada y la pausa de quien escribe en un pergamino me suena a partitura lectora para consagrar un paisaje vital. Podría seguir con el color violeta de la vertiente vasija o la vertiente del veneno dentro del corazón o también como un vacío prominente del vigor de las escrituras. Si. Es original y profunda mi reflexión. Pablo.- ¡Habla sin miedo, Priscila! ¡Dios sabe escuchar y sabe comprender! Priscila (sacando unos papiros de entre sus ropajes y leyendo).- El velo blanco de tu mirar silente es sueño de medianoche en la senda de mis caminos místicos de este paisaje en donde entra tu torbellino amar. Un sueño que se queda en mi memoria de estos días en que soy recuerdo vivo en la estela roja de tus labios dulces. Noches. Noches vividas en el poder mirarte siempre brotando en las esquinas de mi alma. En torno a mí aparece y se mantiene este amor de vida creciente y misteriosa. Tu mirar es enigma profundo y emergente que vive en mis latidos mientras vago por los caminos de este soñar ardiente que grita su canto de silencio con estrellas. Soy una especie de sombra que se hunde en tu cuerpo enlazado con mi vida amable y entre versos que escapan de mis avenidas en tu tálamo abierto de corazón caliente soy todo fuego y todo volcán nocturno que vibra y explota en este entero otoño en que las rosas giran para besar tu cuello. Hay un descubrimiento de recuerdos y de horas pensadas en el silencio de toda tu materia y yo, canción de ti, me entretengo en tu profundizar de violetas inquietas. Flor de viento, caricia de mis sueños, te vuelves frescura de besos enzarzados en una batalla sin final posible: una especie de vivir brillando en medio de la noche estrellada y azul. Hay balcones donde los gorriones se quedan mirando tus profundos ojos y en ellos cobijo un horizonte bermejo en esta batalla de amarte sobre la playa… las olas baten a la fina arena y me quedo anclado en la bahía de tu cuerpo. Inmensa inquietud es tenerte entre mis brazos en este ámbito amoroso de mapa con enigmas; pienso en las violetas del campo abierto bajo la luna que nombran las gaviotas. Un vaivén de bosque llamado lecho sobre la fina playa de la espumosa bruma con tus senos volcados en esta fuente en que bebo mis deseos inacabados. Tus ojos me enamoran en el abrazo de cuerpo a cuerpo y de boca en boca: un afán de conquistar el hueco leve de tus muslos convertidos en poemas. Y las palomas de tus curvas enamoradas me convierten en fugitivo atado a tus caderas. Rosa amorosa en la que tanto te abres como capullo de risa en el silencio oscuro de la noche de tus ojos que desgranan mis versos de combate en este loco intento de arder todos mis años en tu boca con el alborozo juvenil de nuestras presencias. En todo lo existente son tus dieciocho claveles un poema que surge como dibujo amado que se hunde en el fondo de tus brazos sin más fatiga que la de seguir entrando en este brillar de nuevo en las alturas mientras las estrellas quedan enlazadas a tu vientre. En esta noche de momento inmóvil donde el tiempo se ha detenido sobre la arena de esta playa amada de espermas y de sangres solamente el mar conoce tus sonrisas que van más allá del horizonte intenso. En las miradas de tu cuerpo mi locura sólo es introducir mis horas en tu pura esencia. Mar. Mar junto a tu boca ardiente para calmar la sed de mis reposos mientras abro tu cuerpo en luminar profundo donde todo lo invisible se inunda de propuestas. Así comprendo yo ahora el mundo unido a lo báquico de tu pecho virgen y repaso todo lo existente en la bahía de tu primavera llena de canto borrascoso. Son los giros de tu cuerpo en mi boca donde el recuerdo se hace afán de adormidera y tus sonidos son el latir de mis pulsaciones en este nuevo mapa de tu bello nombre en que escribimos del mundo un nuevo rumbo. Vivo sólo en esta paz soñada que llega hasta el crepúsculo naranja. Dos pulsos anudados somos tú y yo en estas cruces de materia y de espíritu y sigo conociendo este anochecer sediento mientras se rompe la atrevida ola de tu sonrisa en mi alma ya crecida. Ya no siento nada más que tu mirada clavando tus labios en mi corazón abierto. En esta roja noche no me importa perderme en las inconsciencias vivas de sentirte dentro de mis horas de paisaje bravo y como un rugir de silencio lento voy penetrando suavemente en tus sentidos. Hacemos un mundo de emergente luz como volcanes henchidos de valiente voz y una llama inmensa arde en el paisaje de tu rosa, clavel y jazmín en flor. Suave. Todo es una suave experiencia de entrar más allá de los límites de esta locura que es tu cuerpo entre mis brazos. Mañana el día será sólo un recuerdo de que esta noche vivimos como sueño el enlace de tus ideas con mis versos llenando de amor profundo nuestros cuerpos. Ya sólo queda la música anclada en el exterior de tus sabores en mi boca y compongo un verso en tus labios plenos cayendo en el color de todo lo infinito que es sentirte dentro de mi sueño. Ya sólo la última mirada que se clava en la paz de tus curvas enloquecedoras hacen que la brisa de la bahía entera sea sólo un calor de mi infinito seguir sintiendo tu cuerpo en el mío. Para cuando los mirlos hayan regresado de allá a lo lejos… de la colina... estaremos dentro del amor simplemente. Dos cuerpos sentidos penetrados el uno en el otro como doble vida. Morir no es vivir la existencia de todo el camino andado por las sendas del pálpito de tu corazón caliente. Y siento tu voz cálida y firme en mis entrañas de versos hechos esperanzas porque poseerte hundido en tu cuerpo es tener para siempre tu nombre en las arterias de mi sangre mezclada con la tuya. Dentro de la espuma de tus sentires puedo seguir estando a tu cuerpo amado que es el imán de todas mis vivencias. Ya no queda más que vivir la Eternidad… Pablo.- ¡Maravilloso! ¡Sensacional! ¡Milagroso! ¿Cuándo fue que se te ocurrió escribir todo eso? Priscila.- No fui yo. Yo solamente tenía dieciocho años de edad, no era todavía cristiana y me encontraba en la playa acompañada de mi padre y mi madre. Me lo regaló un poeta errante que estaba buscando al amor. Inmediatamente después apareció Aquila. Inmediatamente después recordé al poeta. Inmediatamente después me acordé de Dios. Pablo.- Yo ya lo tengo firmemente decidido. Abandono Corinto y me voy a Siria. Priscila.- ¿Siria? ¡Qué hermoso lugar para llenarlo de la Palabra de Dios! ¿Te gustaría, Aquila, dejar por un tiempo nuestro negocio en manos de nuestros parientes e irnos los dos a Siria acompañando a Pablo y ayudándole en sus predicaciones? Aquila.- Después de haber escuchado todo lo que he escuchado solo puedo decir que sí. Pablo.- ¡Bienvenidos sois al Camino de Dios! SE BAJA EL TELÓN FIN DEL PRIMER ACTO. ACTO SEGUNDO ESCENARIO.- Púlpito de la Iglesia de Efeso. Pablo se dirige a los que están presentes. Y entre ellos se encuentran Priscila, Aquila y Apolonio. Pablo.- ¡Ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los sodomitas, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los injuriosos, ni los rapaces heredarán el Reino de Dios! ¡Pero habéis sido lavados, habéis sido santificados, habéis sido justificados en el nombre de Jesucristo el Señor y en el Espíritu de nuestro Dios! ¡Palabra de Dios, palabra del Señor! ¿Alguien tiene que interpelar algo antes de que siga mi camino? Apolos.- ¿Por qué, siendo tan brillante orador, no os quedáis con nosotros que tanto necesitamos el alimento divino? Pablo.- ¡Los verdaderos cristianos no desprovehamos nada de lo que está en nuestras manos de extender su doctrina en le universo entero! ¡Para conseguirlo, hay quienes nos estamos dedicando a ir de ciudad en ciudad, de pueblo en pueblo, para llevar a los demás al servicio de Dios! ¡Os dejo a Priscila y Aquila porque son dos de mis mejores y más aventajados alumnos! Y ahora, si me lo permitís, abridme paso porque el tiempo es corto y la mies es mucha! ¡Tengo que ganar más almas y esa es mi misión! ¡Hoy me voy pero algún día voveré! ¡Por eso si os dicen que caí es mentira! Pablo abandona el escenario y sube al púlpito Apolo. Apolonio.- ¡Soy Apolonio pero mis muchos amigos me llaman simplemente Apolo! ¿Por qué consigo tener tantos amigos en el mundo? ¡En esta ciudad de Éfeso, centro de la provincia más populosa de Asia, viven una muy importante colonia de hebreos que gozamos del libre ejercicio de la religión! ¡Tengo tantos amigos porque yo soy el hombre adecuado para suplir a Pablo entre vosotros ya que presumo de ser elocuente y muy versado en las Escrituras! ¡Soy de los venidos de la diáspora y hablo en nombre de la predicación de Juan Bautista! Priscila.- ¡Perdona por lo que te digo y no lo tomes ni como una injuria ni como una ofensa! Apolonio.- ¡Una mujer nunca pude injuriarme ni ofenderme porque no están destinadas a los púlpitos sino solamente al servicio de los hombres de Dios! Priscila.- ¡Pues tengo ya una buena cantidad de predicaciones en mi haber y también he conseguido tantos amigos y amigas como los hayas podido conseguir tú! Apolonio.- ¡Es una blasfemia para quienes seguimos las enseñanzas de Juan Baustista esto de ver a una mujer dirigiendo la palabra de Dios a las masas! Priscila.- ¡Voy a decirte algo que no sabes, oh glorioso orador y teólogo preparado en todas las escuelas cristianas de alta categoría! ¡Muchos como tú termináis por no ser entendidos y ya lo he visto en diversas comunidades cristianas! ¡Empleáis un lenguaje para altos hombre de leyes y otras materias pero os olvidáis de las personas sencillas que vosotros llamáis simplemente gentes! ¿Quién os ha dado ese privilegio de situaros por encima de los demás y anulando la presencia de las mujeres como si fuésemos sólo válidas para prepar las mesas donde coméis y los locales donde dais suelta a todo vuestro verbo que termina por no ser entendido por la mayoría de las multitudes que os escuchan? Apolonio.- ¡Hablo con autoridad emanada de Dios! ¡Como soy natural de Alejandría de Egipto soy un hombre especialmente culto y cultivado puesto que allí se encuentra el centro más importante de la teología cristiana. Es allí donde se profundiza en la relación entre el Logos, la razón creadora del mundo y la Revelación contenida en el Antiguo Testamento. Priscila.- Yo soy una mujer pero también poseo altos estudios aunque sé que los más humildes y los más sencillos, aquellos a los que se dirigía de manera muy especial Jesús de Nazaret, no me entendería si les hablase del sexo de los ángeles. Procuro hacer que todos me entiendan. Apolonio.- ¿Y les cuentas a tus oyentes que fue precisamente por los caprichos de una mujer por lo que a Juan Bautista le cortaron la cabeza? Priscila.- ¿Y tú les cuentas a quienes te oyen que fue precisamente por la avaricia de un hombre por lo que Jesús de Nazaret fue hecho prisionero y muerto en la cruz? Apolo queda sin habla durante unos largos minutos mientras se escuchan multitud de murmurllos por todas partes. Priscila.- ¿No será que muchos de vosotros habláis del bautismo de Juan pero no habéis recibido todavía al Espíritu Santo ni tenéis idea de que existe el Paráclito? Apolonio (muy azorado).- ¿Qué es el Paráclito? Priscila.- Que me lo pregunte una de estas personas humildes y sencilla a las que vosotros los altos y grandes de la oratoria teológica de la comunidad cristiana me parece una verdadera ignorancia. Apolonio.- ¿Qué sabe una mujer que no sabe un varón de Dios? Priscila.- Te lo voy a explicar de forma sencilla por si te sirve de mucho a partir del día de hoy. Y lo voy a hacer en nombre de José y María que, juntos los dos, son José María con el que se conocen a algunos oradores demasiado engreídos en la comunidad cristiana y a los cuales hay que decirles que bajen sus egolatrías, deciendan de sus púlpitos y tarimas y aprendan lo que es ser cristianos de los de a pie y no de los siempre cómodos viajeros subidos en sus pollinos mientras los demás caminan tragando el polvo de sus botas. Apolonio.- Espero que sepas lo que haces... Apolonio baja del púlpito y sube Priscila. Priscila.- Desspués de que Jesús anunció a sus discípulos que los dejaría pronto, les dio una declaración de gran aliento: “Y yo pediré al Padre, y Él os dará otro Consejero para estar con vosotros para siempre: el Espíritu de Verdad". La palabra griega traducida “Consolador” o “Consejero” es parakletos. Esta forma de la palabra es incuestionablemente pasiva y correctamente significa “uno llamado al lado de otro”; en otros términos defensor. La palabra lleva una noción secundaria con respecto al propósito de la convocatoria: asesorar o apoyar a quien lo necesita. Este Consejero, o Paráclito, es Dios el Espíritu Santo, la tercera Persona de la Trinidad que ha sido “llamada a nuestro lado”. Él es un ser personal, y Él habita en cada creyente. Durante Su ministerio terrenal, Jesús había guiado, guardado y enseñado a Sus discípulos. Él promete que el Espíritu de Dios vendría a los discípulos y moraría en ellos, tomando el lugar de la presencia física de su Maestro. Jesús llamó al Espíritu “otro Consolador“, otro de la misma clase. El Espíritu de Dios no es diferente del Hijo de Dios en esencia, porque ambos son Dios. ¿Ha quedado bien entendido, Apolo? Aquila.- He de avertirte, Apolo, que ni yo mismo, siendo el esposo de Priscila, le quito ni un gramo de su autoridad porque ella es diaconisa y sabe mucho más de Dios que yo. Jesucristo no mandó solamente a los hombres a que levantaran iglesias para predicar sus palabras y sus enseñanzas por todo el mundo sino que hizo la llamada a todos los hombres y a todas las mujeres por igual. Y tengo que recordarte que hasta el mismo Pedro, a quien Jesucristo le dijo "tú eres piedra y sobre tu piedra edificaré mi iglesia", le negó hasta tres veces antes de que cantara el gallo mientras que fueron las mujeres las que no dejaron a solas a Jesucristo en su calvario final sino que estuviero siempre a su lado. Lo que sucedes es que, hoy en día, hay demasiados gallitos intentando ser brillantes delante de las gallinas de los corrales de Diiso. Gracias a la fe de Priscila yo tengo la misma fe y el mismo compromiso apostólico de files laicos, de fmailias ganadas para el cristinismo hasta nuestra generación y las genraciones venideras. Para arraigar en la tierra, para desarrollarse ampliamente nuestra fe cristiana, laica pero mucho más cristiana que la de los hobmres religiosos, son necesarias esta clase de familias unidas, estas comunidades cristianas, de fieles laicos que ofrecemo el "humus" al crecimiento de la Fe. Y sól así crece siempre la iglesia. Toda casa, todo hogar, toda chabola, toda cueva, toda catacumba puede transformarse en una pequeña iglesia donde el hobmre casado con su mujer están a la misma altura. Apolonio.- Reconozco que acabo de recibir un buen baño de humildad. Priscila (bajando del púlpito).- Pues ya que la humildad ha entrado de lleno en tu corazón hazte a un lado y permite que Aquila y yo sigamos adelante. Perdona hermano pero era necesario saber la verdad de lo que es el sacerdocio al servicio de Dios. Aquila y Priscila abandonan el escenario. SE BAJA EL TELÓN FIN DEL SEGUNDO ACTO. ACTO TERCERO ESCENARIO.- Iglesia de Cencrea. Completamente sola, sin la compañía de nadie excepto la de su esposo Aquila que está a su dereha, Priscila se dirige a todos los allí reunidos leyendo una serie de papiros que, al parecer, han sido escritos por su esposo que está presente. Priscila.- Llamadme Israel, por favor o sin favor, o llamadme como os dé la gana pero sabiendo que yo soy Israel. Yo siempre estoy firmando mis artículos con el nombre de Israel. Soy un hombre fatigoso pero nunca me fatigo cuando estoy obligado a relatar alguna crónica que siempre firmo como Israel. Tampoco quiero llevar la contraria a nadie que me llame como le dé la gana porque desde mi niñez me he adaptado a ser un camaleón que sabe huir del "bla, bla, bla", para pasar desapercibido, porque siempre he estado convencido, y lo sigo estando, de que me llamo Israel y de que me gusta llamarme Israel. Y ahora que os sentís culpables de mi odisea, os escribo esta crónica marginal para que os sirva de recuerdo y para demostraros que sigo siendo el mismo Israel que siempre habéis conocido y al que siempre habéis querido olvidar. Quizás hasta os sirva para recordarme sentado en el aula y tomando notas tras notas -sinfonía de estudiante- mientras sueño con un mundo donde lo demasiado grande me es insignificante y lo demasiado pequeño me sirve para agigantarme como Israel. Sí. Llamadme, por favor o sin favor, Israel para que podáis recordarme siempre como el eterno aspirante a recibir un premio especial. Pero también puede suceder que me recordéis como un muchacho callado, tímido, introvertido pero orgulloso de llamarme Israel. Y ahora, si queréis o lo preferís para aumentar vuestras egolatrías, apedrear todas mis fotografías, escupir en ellas como siempre hacéis contra todo lo bello, o quemarlas en el fuego purificador de vuestras sucias conciencias para así darlas un sentido preciso a vuestros recuerdos y demostraros que nunca he dejado de ser Israel. Ni antes, ni ahora, ni después. Por eso me permito el lujo de firmar esta crónica como Israel para que sepáis que he dejado de escuchar y de compartir la monotonía de vuestras presencias. Me sigo llamando Israel. Yo adoraba el silencio. Yo adoraba la calma. Yo adoraba la paz. Pero de forma muy distinta y diferente de como queríais vosotros que fuera. Yo adoraba el silencio gritando Israel. Yo adoraba la calma clamando Israel. Yo amaba la paz guerreando Israel. Con mis profundos respetos, para que no digáis que no sé escuchar, vuestras historias no me sirven para nada más que para profundizar en mis ideas. Sé que me evitábais porque yo había decidido ser Israel. Sé que hasta me podíais admirar o temerme o quizás ignorarme para olvidaros de mi sonrisa y de mi mirada y de esa forma de callar escribiendo en las paredes de la escuela “Me llamo Israel”. ¿Qué sabéis vosotros de mí salvo que tenía solamente dieciocho años de edad cuando os dije, por primera vez, que me llamo Israel? Me largué de vuestro lado para buscar una nube en el cielo en donde poder escribir “Me llamo Israel” y que os bullan los sentidos recordándome mucho antes de que yo os conociera de verdad. La verdad es que me llamo Israel aunque me llaméis todos vosotros, si tanto deseáis seguir insultando, lo que os dé la gana llamarme. Puedo seguir gozando de la existencia a pesar de vuestras ignorancias y vuestras insgnificancias para mí. No espero, para nada, tomar un café caliente con ninguno de vosotros en cualquier atardecer porque ya sabéis, de verdad, que me llamo Israel. Este nombre tan sugestivo y este presente tan presuntamente borroso no es para mí ninguna oscuridad sino un rayo de luz celeste que da la apariencia de estar siempre presente en vuestras conciencias. Ya no me importan vuestras conciencias. La pulsación de mi sangre sigue recorriendo por todo mi cuerpo y cuando entra en mi corazón sigo llamándome Israel. Quizás algunos hayáis deseado olvidarme u olvidar aquel silencio de mis miradas mientras mis manos seguían tomando notas tras notas siempre firmando Israel. Llamadme Israel, por favor o sin favor, o como os dé la gana pero sabiendo que soy Israel. Es un dato gracioso. A veces recuerdo el primer día en que os dije que me llamaba Israel. Tenía solo dieciocho años de edad y leía libros para entender que vosotros no escribíais para mí al igual que yo, ahora, no escribo para vosotros sino para los demás. Estáis autorizados -libertad de expresión lo llamáis aunque sólo cuando os conviene- a seguir haciendo como que soy un don nadie y seguir diciendo que soy un don nadie y hasta seguir pensando que soy un don nadie que sólo se llama Israel. Cualquier otro nombre me produce indiferencia. Cualquier otro nombre me produce abandono. Cualquier otro nombre me produce ausencia. Sí. Soy aquel indiferente. Soy aquel abandonado. Soy aquel ausente. Y me llamo Israel. Cuando os conocí a todos os veía sofisticados, continentales, incluso hasta formando parte del universo de las egolatrías. Yo sólo era un átomo nada más. Un átomo de nombre Israel. Pero hablando de nombres os conocí a todos y a todos vuestros grupos. Orbitábais mayoritariamente en esa exagerada galaxia de los elegidos a gusto del consumidor, pero yo era y sigo siendo Israel. Al principio tomaba café aparte, lejos de vuestra secreta envidia, y me sentaba en silencio, con la sonrisa totalmente opuesta a vuestras obscenas risotadas. Y mi carácter evolutivo me hacía disfrutar de lo que contemplaba como Israel. Al principio yo era Nada y me volví para ser Ardan y amaba a mi Ave que se volviño siendo Eva. Mas prefiero seguir siendo Nada amando solamente a mi Ave. Me llamo Israel. Me contásteis muchas veces entre los que no tenían importancia; entre los que estudiaban solamente para pasar el tiempo. Pero el tiempo no pasaba en realidad. El tiempo siempre me configuraba en el sentimiento y mi sentimiento era todo mi mundo. Había que saber amar demasiado para guardar silencio y callar y escribir bajo la luz de la luna o en medio de la oscuridad. Pero siempre firmaba Israel. Al principio era como que yo no existía. Como si yo sólo fuera una inexperiencia sin sentido, sin lugar, sin dirección alguna. Y, sin embargo, todavía camino entre los mundos porque soy Israel. Al principio no me importaban vuestras envidias ni vuestros insultos ni vuestros odios. Yo nunca os envidié, ni os insulté ni os odié. Ahora siguen sin importarme vuestras envidias ni vuestros insultos ni vuestros odios. Ahora siguen sin importarme porque he podido atribuirles a mis sonrisas un porqué, una causa principal, un sentido suficiente. He de haceros constar que escribo esta crónica desde la iglesia de Dios y por eso me llamo Israel. En realidad no planteo ninguna clase de dudas, ninguna interrogación más o menos significativa. En realidad soy lo suficientemente joven para que me guste llamarme Israel escribiendo desde la iglesia de Dios. Recuerdo que me gustaban y me siguen gustando aquellas chicas que reservaban y reservan su sonrisas mientras yo aprendía y sigo aprendiendo a sonreír de la misma manera. Me gustaban y me siguen gustando aquellas chicas que me daban y me siguen dando sus votos de confianza sabiendo que nunca les iba ni les voy a defraudar. El fraude siempre erais y seguís siéndolo vosotros; pero ni a ellas ni a mí nos importaba ni nos importa. Si os he de ser sincero me seguís siendo indiferentes y sin importancia alguna. Erais muy numerosos pero erais muy impotentes. Trabajando. Estudiando. Escuchando. Leyendo. Aprendiendo. Comunicador y escritor. Así vivo yo porque soy Israel. Llamadme Israel, por favor o sin favor, pero no lo hagáis por mí porque para mí me seguís siendo indiferentes y me da lo mismo que me llaméis como os de la gana. Llamadme Israel, por favor o sin favor, solamente porque Dios existe. Aquila.- Gracias, Priscila. Priscila.- ¿Nos vamos ya, Aquila? Aquila.- Nos vamos ya, Priscila. Priscila.- ¿Hacia dónde, Aquila? Aquila.- Hacia el horizonte de Dios. Aquila y Priscila se van del escenario cogidos de la mano. SE BAJA EL TELÓN FIN
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José Orero De Julián
José Orero De Julián