Dcada Prodigiosa (Relato) -1-
Publicado en Jun 26, 2017
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A Servandín le dieron enormes ganas de ir a la Redacción del periódico "El Cabás" para decirle al Director de Sucesos que todo aquello era una gran mentira. El bulto que había aparecido en el zaguán de la puerta de su chalet no era, para nada, un montón de huesos humanos calcinados, por mucho que lo dijeran todos los vecinos que murmuraban desde que la policía local de Molinares se lo había llevado para investigar aquel extraño caso. Decir nombres no era correcto mientras se mantuvieran las dudas. ¿De qué manera iba él a guardar en una caja de cereales, vacía, un cinturón de púas? ¿Qué relación iba a tener lógica alguna entre el bulto de los huesos calcinados y el cinturón? Todo aquello era solamente un chisme de algún periodista que no tenía otra cosa que hacer más que concebir historias demenciales para entretener a las gentes durante el caluroso verano que atacaba los nervios hasta del más templado de los republicanos. 
 
Por un instante, Servandín estuvo a punto de acudir a la Guardia Civil pero, dando mil vueltas a su cerebro, se le ocurrió que lo mejor era decidirse a tomarse la justicia por su mano. Don Rafael, el distinguido Director de Sucesos del diario "El Cabás", necesitaba que alguien le sobara los morros para que, de una manera más o menos razonable, se diese cuenta de que el honor de un hombre tan serio como él no tenía por qué esconder sus vergüenzas como si fuese un truhán cobijado siempre donde no había luz. ¿Qué era eso de ir siempre a gatas, todos los días, junto a las tapias del cementerio por culpa de aquel periodista de pacotilla que le había denigrado de manera tan cruel? No sabía ni cómo ni por qué el bulto de los huesos calcinados y el cinturón de púas encontrado en la caja vacía de cereales habían sido hallados durante las pesquisas del inspector Expósito. Pero lo que no estaba dispuesto a seguir consintiendo era que todos los del pueblo de Molinares le señalasen con el dedo acusador cuando iba camino de la huerta; aquella huerta que había heredado de su padre Servando que también la había heredado de su abuelo Servandón. La saga familiar no tenía por qué sufrir aquella injusticia social.
 
Servandín se había dicho a sí mismo que no. Que ningún republicano de Molinares iba a seguir llamándole mariquita por el simple hecho de celebrar, año tras año, una fiesta por todo lo alto en honor de la Reina Isabel II de Inglaterra. ¿Qué diablos tenía que importarle a los republicanos de Molinares que él tuviera tanta afición de admirar y adorar a Isabel II de Inglaterra con el lanzamiento de cohetes desde el patio trasero de su hacienda? ¿Acaso él denostaba o insultaba a los que recordaban y adoraban a Buenaventura Durruti cuando en realidad sólo había sido un asesino? No. Aquello resultaba del todo imposible de aceptar. Más de una vez le habían pedido una altísima cantidad de euros a cambio de permitirle seguir lanzando cohetes cada 21 de abril de cada año pero siempre había rechazado la tentación haciendo saber a todos los chantajistas que él nunca iba a dejar de conmemorar de aquella manera la fecha del natalicio de Isabel II de Inglaterra ya que, según Benito Bustos, el viejo veterano de la Segunda Guerra Mundial, el amor no tenía edad alguna y no había por qué tener edad alguna para enamorarse de toda una Majestad aunque fuese inglesa y estuviese más arrugada que una ciruela pasa. Así que todo aquello de los huesos calcinados, que todavía no habían sido reconocidos como de un ser humano, y el cinturón de púas hallado dentro de una caja vacía de cereales por el inspector Expósito, debía de ser alguna macabra broma de Pisonero, el que había estado prisionero de sus propios vicios en lugar de seguir siempre los rectos caminos de los que hablaba, domingo tras domingo, el cura Nemesio es sus prédicas durante las misas.
 
Servandín también estaba dispuesto a que el cura Nemesio, gallego de nacimiento pero murciano de corazón, llegara a descubrir la verdad de todo aquel extraño suceso. ¿Por qué ya nadie le invitaba a jugar al dominó en la Casa de los Jubilados aunque nadie había descubierto nada o, al menos, se mantuvieran las dudas razonables, y le castigasen con el silencio todos los habitantes de Molinares, excepto el borracho Santiaguillo Ronquillo, por culpa de adorar con tanta euforia y fanatismo a la Reina Isabel II de Inglaterra? ¿Qué culpa tenía él por haberse enamorado de aquella manera tan platónica que le hacía soltar cohetes todos los días 21 de abril de cada año desde la Década Prodigiosa que es cuando se dio cuenta de sus antojadizos y extraños amores? Fue entonces cuando, pensando en qué clase de venganza podía llevar a cabo, le dio un repente y se le fue la cabeza y cayó al suelo, mientras se orinaba en los pantalones sin poder aguantar el pis y sin poder contener la risa. ¿Se había vuelto de verdad loco aquel tal Servandín, hijo de Servando y nieto de Servandón?
 
Muchos habitantes de Molinares, especialmente las beatas que acudían a confesarse con el cura Nemesio, más conocido por todas ellas como Neme "El de La Peineta" pues había sido futbolista profesional en un equipo de Galicia antes de meterse a vestir los hábitos religiosos y ahora era un seguidor acérrimo del Atlético de Madrid, hablaban pestes de Servandín; pero de manera muy especial aquel tal Pisonero que había terminado siendo prisionero de sus propios vicios. Casi no había luz, porque el sol se estaba ocultando, cuando Servantín pudo recuperar la razón. Se levantó del suelo y se sujetó los pantalones con aquella soga de cáñamo que había heredado de su tío Benito Bustos, el viejo veterano de la Segunda Guerra Mundial, muerto ya hacía un buen puñado de años, y se metió un puñado de bicarbonato entre pecho y espalda para poder digerir las habichuelas con chorizo y el tocino de magro. Y es que Servantín tenia una incurable úlcera estomacal desde que, siendo joven mozo, le daba por comer cucarachas vivas para apostar que era el más hombre de Molinares; lo cual no estaban dispuestos a consentirle los republicanos de aquel lugar. Ahora todo aquello del bulto de huesos calcinados, todavía no confirmados de que fuesen de un ser humano o de otra clase de animal, y el cinturón de púas encontrado dentro de la caja vacía de cereales, eran la "comidilla" diaria de todas las comadronas y de todos los compadres.  
 
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Foto del autor Jos Orero De Julin
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Miembro desde: Jun 29, 2009
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Descripción

Relato.

Palabras Clave: Literatura Prosa Relato Narrativa Fantasa Ficcin.

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Fanfictions



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