Dcada Prodigiosa (Relato) -8-
Publicado en Jun 28, 2017
Arrodillado en el reclinatorio de la Iglesia del Salvador, juntadas las manos sobre el pecho, mientras contemplaba la Cruz, el cura Nemesio (Neme "El de La Peineta" para las mujeres de la mala vida) masculló unas cuantas oraciones y, de pronto, escuchó el lloro de una niña. Levantándose lentamente, después de haber pedido perdón por todos sus pecados, la encontró. Era una bebé de tan solo veinte días de edad que estaba envuelta en una toquilla de color morado y abandonada al pie de uno de los confesionarios. Se acercó con cuidado y la miró. Tenía unos ojos preciosos, como mirándole pidiendo la vida. Y Nemesio se acordó de sus años en Galicia, cuando de adolescente jugaba al fútbol en el primer equipo de su carrera deportiva, practicando el balompie siempre con una sonrisa en su rostro. Aquel rostro de niña bebé también le sonreía ahora a él, a quien tantos pecados había cometido que si los escribiera alguno de los grandes escritores o escritoras del mundo seguro que ganaría el Premio Nobel. Recordó las muy diversas materias de las que se compone la Historia Humana y, entre ellas, La Pasión de Jesucristo. Alabó al Señor y recogió a la pequeña bebé que seguía sonriendo nada más. Después la protegió contra su pecho y pensó que la pondría por nombre Caridad. Nemesio pensó que no hay mal que por bien no venga, así que le dio las gracias a aquel Jesucristo que tantos pecados le había perdonado y decidió que saldría a la vida en busca del verdadero amor humano (el divino ya sabía lo que era); que se enamoraría de verdad de una mujer pura y buena y que aquella niña bebé sería llamada Caridad para que sirviera de ejemplo a su padre, no un buen padre religioso -que no lo había sido- sino un verdadero y buen padre de hogar.
Con la niña puesta al cuidado de la patrona de la pensión donde vivía; pocos días después Nemesio pidió al arzobispo de la Diócesis de Cartagena, que le diese de baja definitiva en el listado de curas parroquiales porque había decidido ser un seglar al servicicio de las causas sociales y no haciendo asuntos que no sentía de verdad. Tenía la oportunidad de demsotrarse a sí mismo que todavía era capaz de encontrar ese amor verdadero de quien se convierte, de repente, de vicioso a sabio. Descubrió que la solidaridad para con los demás no está en el hábito sino en la costumbre. Para él el hábito y la costumbre eran ya cosas distintas y diferentes. Aquella etapa de futbolista gallego, ahora de corazón murciano, había podido más que todas sus mentiras y se había decidido por volver al camino de su verdad. Compró un balón y se fue al parque a jugar al fútbol con los niños más hambrientos de la calle, con los que no tenían un padre verdadero o una verdadera madre. Lo hacía muchas tardes para poder comparar y saber lo que en verdad es la caridad y lo que en verdad significa tener caridad. Se integró en una iglesia evangélica y allí presentó su niña-bebé a Jesucristo y la bautizó con el nombre de Caridad Fernández Fernández (puesto que Fernández Fernández eran sus dos apellidos y la madre de aquella preciosa criatura no había dejado ningún dato sobre ella) hasta que encontrara a una mujer buena y sana con la que contraer matrimonio por la iglesia y por lo civil -puesto que su compromiso era verdadero, rotundo, total y definitivo- para ser su única esposa para toda la eternidad. Cuando la encontrara y ella le dijera que sí, el segundo apellido de su niña sería el primero de ella que pasaría a ser la madre de su niña. Desde que comprobó que era padre verdadero jamás había dudado en buscar a una madre verdadera para su Caridad porque le pidió a Dios que le ayudara a encontrarla ya que él quería un hogar completo para la niña. Fue al mes siguiente, en una de aquellas ocasiones en que estaba jugando al balón con los chicos de la calle, cuando la encontró. Era bastante más joven que él, al menos siete años más joven, y le miró a los ojos pidiéndole caridad. Él quedó tan deslumbrado que le juró que tendría la Caridad con mayúscula que estaba pidiendo. La joven, que le confesó que médicamente no podría jamás tener un hijo o una hija, se sorprendió de aquello de Caridad con mayúscula pero Nemesio no se lo quiso todavía explicar. Él estaba enamorado de ella pero quizás ella no lo estuviera de él. Se dijeron sus nombres: Nemesio y Ángeles. Él la invitó a un par de empanadas y café en el quiosco de los colombianos y comenzó a fluir el romance. Hablaron de la celebración de la vida como canto de esperanza y no como rezo de muerte; hablaron de fuego particular de dos corazones ardientes y no de llamas destructoras; hablaron de la enhorabuena del encuentro y su continuidad y no del maleficio que rompe las relaciones; y entonces Ángeles se enteró de lo que había sido la vida de Nemesio y sus pecados pero descubrió que era un hombre de los de verdad. Nemesio descubrió que ella era virgen, honesta y sana desde todos los puntos de vista físicos y espirituales. Así que, para seguir descubriendo quién era cada uno de los dos, él y ella -y solamente él y ella y nadie más- se fueron de paseo por Rosales para hablar de cosas tan sencillas como acudir a una biblioteca para leer los mundos literarios que rodean a la vida humana y nos introducen en todo aquello que deseamos elegir o para el bien o para el mal. A ella le gustaba la Poesía y en una heladería se sentaron, pidieron dos de ron con pasas, y él -poeta desde su más tierna infancia- le dedicó uno de los versos más bellos y hermosos que ella había leído jamás, o quizás resultó ser el más bello y hermoso de todos. Así que hablaron de minutos preciosos y de horas tediosas. Minutos alegres, distendidos y siempre provechosos para el bien. Horas aburridas, tediosas y tendienciosas siempre malignas y al servicio del mal. Prefirieron los minutos preciosos. Así fue como se ennoviaron un peón de albañil -pues en eso estaba trabajando ahora Nemesio- y una futura ingeniera industrial -que estaba trabajando como cajera de una empresa de servicios técnicos- y entonces él le contó de la existencia de Caridad y cómo había llegado a su vida. Tras el primer beso de verdadero amor, ella sonrió al decirle que Caridad tenía bien puesto sus dos apellidos pues ella era también Fernández. Ángeles Fernández Fernández para ser exactos. Así que la niña sería ya Caridad Fernández Fernández Fernández Fernández. Aquello les hizo reír a los dos. Se fueron perdiendo las luces del sol y, al aparecer la luna llena, Nemesio le hizo conocer la bohemia de un trovador noble, sano y bueno, cantando por lo bajo una canción creada por él cuando todavía no sabía nada de la vida que le tocaría vivir. Un mes después los dos ingresaron como miembros de una iglesia evangélica y pasaron a ser líderes sin nominación alguna porque ya los dos trabajaban en la Agencia de Viajes que habían abierto como negocio familiar. Asi fue como, sin dejar de ser el matrimonio fiel y firme de un solo hombre con una sola mujer y nadie más, formaron su familia y se convirtieron en líderes cristianos para Dios.
Página 1 / 1
Agregar texto a tus favoritos
Envialo a un amigo
Comentarios (0)
Para comentar debes estar registrado. Hazte miembro de Textale si no tienes una cuenta creada aun.
|