Dcada Prodigiosa (Relato) -9-
Publicado en Jun 29, 2017
"El Caracoles" y "El Bizcocho" seguían con sus intermianbles peleas sobre quién de los dos era más capaz de enamorar mujeres. Cuando se liaban con el tema, Remedios "La Reme" y Angustias "La Angus" se partían de risa. Cada uno de los dos gritaba más que el otro y el rifirafe que montaban en el Bar "El Cervantino" era digno de pasar a la mejor Historia de Locos porque a los dos les temblaban las manos mientras impedían que el inspector Expósito lograra imponer su autoridad para que hiciesen definitivamente las paces. Habían nacido para ser bronquistas y tanto Paco "El Caracoles" comp Amalio "El Bizcocho" se insultaban sin ninguna clase de consideración. Aferrados a sus ridículas creencias de ser los únicos hombres capacitados para recibir el reconocimineto oficial de ser ejemplos de machos en toda la comarca de Molinares y sus alrededres más cercanos, siempre andaban buscando a quienes quisieran escuchar sus baladronadas, sus fanfarronerías y sus chulerías capaces de arrebatarles el protagonismo a Don Rafael quien, de vez en cuando, acudía a "El Cervantino" para ver si capturaba algún "notición" que se convirtiera en el "culebrón" del verano para el diario "El Cabás".
Entre los parroquianos más asiduos del Bar "El Cervantino" se encontraba el almacenista de bisuterías baratas y artículos de limpieza, conocidos por todos como Ceferino "El Andaluz" por haber nacido en Sevilla y porque todavía le quedaban ciertos aires de "señorito" aunque ya hacía mucho tiempo que había dejado de ser la atención de "La Reme" y "La Angus" que ahora se dedicaban aver si enocontrabna hombres mucho más jóvenes que aquel trío compuesto por los infaltables "Caracoles" y "Bizcocho" y este almacenista de nombre Ceferino y de profesión quincallero. Nadie podía retener en su memoria el día en que este tal "Andaluz" había llegado a Molinares, pero todos los parroquianos de "El Cervantino" no olvidarían jamás aquellos momentos de gozo y placer que les producía ver cómo Ceferino se esforzaba en recitar poemas de Gustavo Adolfo Bécquer que él mezclaba con los de Rosalía de Castro y los de Ramón de Campoamor hasta armar tal "gazpacho" literario que era la risión general al verle esforzarse en llamar la atención de las dos mujerucas sin lograr nada más que algunos torpes balbuceos a la hora de entablar conversación con ellas. Tenía la costumbre de llamar contínuamente por el móvil a sus proveedores y hacía gestos y señales de suma exageración como si fuera un capitán general ordenando a sus subordinados pero, vióndole tan seco de carnes, nadie creía que fuese capaz ni de ordenar a su propio hijastro, Maximino "El Celemín", que rondaba ya los cuarenta sin haber conocido a alguna que le hiciera caso. Era por eso por lo que "El Celemín" andaba siempre mustio y como encogido de ánimo mientras sus mal llamados amigos le sacaban hasta el último céntimos con vermús y copas de coñac que él pagaba sin poner objeción alguna ya que el dinero provenía, en realidad, de su padrastro quien, estando tan ocupado en deslumbrar a las molinaresas, se había descuidado por completo de la educación de Maximino convertido, de la noche a la mañana, en el mayor "primo" de toda la localidad, habiendo puesto la moda del bitter Kas que bebía en cantidades industriales para intentar olvidar que su padrastro era aquel personajillo tan ridículo. Cuando "El Caracoles" y "El Bizcocho" se obstinaban demasiado en querer sobresalir el uno sobre el otro era cuando más se animaban los parroquianos de "El Cervantino" que cruzaban apuestas, ilegales por completo según la opinión del inspector Expósito, sobre quien de los dos se llevaba "el gato al agua" con sus absurdas peroratas sin entender jamás de lo que hablaban pues, faltos por completo de la más mínima cultura general, confundían a los mamelucos con los moluscos y a los cefalálopodos con los gasterópodos; lo cual era motivo de asombro y enfado para aquel maestro de escuela, un tal Simón Culebras, que intentaba intervenir para aclarar sus errores pero que siempre terminaba tan liado él mismo, por tomarse el asunto demasiado a pecho, que al querer decir que lo importante no era la sabiduría sino el talento terminaba por decir que lo importante no era la teneduría sino el aliento. Y es que cuando al maestro de escuela Simón Culebras le enfadaban aquellas algarabías de "El Caracoles" contra "El Bizcocho" y de "El Bizcocho" contra "El Caracoles" siempre caía en la trampa de intentar conseguir que ambos razonaran al menos lo suficiente como para ser personas. ¿Qué era lo suficiente para ser personas según Simón Culebras? Al menos saber distinguir entra las merinas y los marinos. Pero todo era tan confuso en aquel bar que hasta "Chinelo", el perrito chihuahua de Don Rafael, no entendía otra cosa más que husmear y olisquear de un lado para otro por ver si caía alguna tajada de tocino que llevarse a la boca; algo que ocurría muy a menudo y que "Chinelo" agradecía más bien por su condición de animal que por ser de provecho alguno pues no asustaba ni a las ratas de las alcantarillas. Una vez había amenazado Aancleto, conocido como "Quijano", dueño del Bar "El Cervantino", con cerrar el establecimiento, harto ya de tantas broncas irracionales, y marcharse hasta el pueblo de "Algazares" donde se decía que la vida era mucho más aburrida pero mucho más pacífica y que, aunque se ganase mucho menos dinero se ganaba mucho más en salud. Así que "Quijano" se pasaba los días pensando si era mejor tener más abultada la libreta de ahorros del Santander o vivir más años con plenitud de conciencia; una conciencia que, por lo visto, siempre escaseaba en aquel oscuro bar de húmedas paredes donde un joven melenudo, calzado con abarcas de labriego, medio jipi y medio mariquita, o ambas cosas a la vez pues de todo se decía sobre su persona, rasgaba las cuerdas de su guitarra eléctrica lanzando lastimosos quejidos al aire diciendo que alguna vez cambiaría su suerte, que los del Banco no le daban préstamos y que la del estanco no le fiaba ni un real. Nadie sabía, en realidad y con total exactitud, qué era lo que le ocurría a aquel joven melenudo conocido como "Cucaracha" por ir siempre vestido de negro y haber ido predicando que antes de jipi había sido árbitro de fútbol, que tenía una barba tan larga y pintada de marrón verdoso que parecía la cola de un lagarto; a lo cual había que añadir un moño de estilo galés que terminaba por hacerle pasar por monje budista tibetano en lugar de joven agraciado ya que la única gracia que demostraba tener eran sus orejas pintadas de color azul añil para llamar más la atención a la juventud masculina y femenina de Molinares a los cuales, en realidad, les daba lo mismo que se las tiñera de color azul añil o se las tiñera de color verde turquesa puesto quie decían de él, tanto los chicos como las chicas, que estaba totalmente trastornado ya que era solamente un ser obsoleto y "fuera de juego" ya que los jipis y los mariquitas, o ambas cosas a la vez, no llamaban ya la atención de nadie, excepto la del inspector Expósito que los vigilaba estrechamente por ver si tenía ocasión de utilizar la manguera del Cuerpo de Bomberos si es que se les ocurría la infeliz idea de llevar a cabo alguna manifestación pública en contra de su santa voluntad. Expósito jamás lo iba a consentir. Aquel removerse de rincón en rincón tenía siempre ocupado de tal manera al inspector Expósito que se le había hecho costumbre y, cuando comenzaba la ebullición de los habitantes de Molinares, era cuando más se entretenía en sumar y restar, en multiplicar y dividit, y hastas en hallar el máximo común divisor y el mínimo común múltiplo, puesto que en su adolescencia había sido el mejor estudiante de Matemátcias -conocidas por todos como "matracas"- que había tenido el maestro Simón Culebras. Aquello hacía que el inspector Expósito tuviese mucha auto estima de sí mismo; lo cual era una acicate más para su agitada existencia mientras que Simón Culebras le adoraba y le consideraba el más prestigioso intelectual de toda la comarca.
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