Un amigo en el camino (Diario)
Publicado en Jul 03, 2017
Desterrado a Cartonera por ser un trabajador honrado. Desterrado a Cartonera por ser un compañero excelente. Desterrado a Cartonera por ser un amigo fiel. No voy a decir quién fue el culpable porque es muy fácil adivinarlo pero, dejando a un lado a la inmensa mayoría de las chavalas, que siguieron creyendo en mí, cuando más pesada era aquella cruz surgió un amigo verdadero e inolvidable. Él no sabía nada de mí y yo no sabía nada de él. Solamente se presentó ante mí y me dijo: "me llaman Ondaro y mi nombre completo es Alfonso Ondaro Vargas". Nos dimos la mano y sellamos una amistad para siempre. Nunca jamás, ni hasta después de jubilarse, Ondaro dejó de ser un amigo en el camino.
También él era una especie de "solitario" por culpa de las decisiones de un jefe que sólo apoyaba a sus "enchufados" y "enchufadas" (y esto es una gran verdad) mientras que a los demás y a las demás, aunque fuésemos mil veces más y mejores trabajadores que sus "enchufados" y "enchufadas" (que se pasaban todo el día con un par de papelitos nada más y procurando no hacer mucho para tener aseguradas las horas extraordinarias engañando al Banco Hispano Americano con tal de comprarse un buen coche y un extraordinario chalet en la playa o en la sierra) nos arrinconaba allí, en aquella Cartonera donde el tiempo se nos borraba de la mente para no tener que hacer otra cosa sino guardar silencio. Pero no. Ni Ondaro ni yo guardamos el silencio que Magro quería que guardásemos y hablamos lo que teníamos que hablar porque Ondaro y yo éramos dos amigos verdaderos desde el principio de conocernos hasta el final. Inseparables. No como tantos otros amigos anteriores que habían dado la "espantada" a la hora de la verdad. Y en aquel tiempo, en las noches oscuras pasadas en mi ya solitaria habitación, solamente con Dios como testigo y como oyente, yo recitaba (porque sabía que algún día sería verdad) una canción de Nino Bravo: "Dejaré mi tierra por fin. Dejaré mis campos y me iré lejos de aquí. Cruzaré llorando el jardín y con tus recuerdos partiré lejos de aquí. De día viviré pensando en tus sonrisas. De noche las estrellas me acompañarán. Serás como una luz que alumbre mi camino. Me voy pero te juro que mañana volveré. Al partir un beso y una flor un te quiero una caricia y un adiós. Es ligero equipaje para un tan largo viaje. Las penas pesan en el corazón. Más allá del mar habrá un lugar donde el sol cada mañana brille más. Forjarán mi destino las piedras del camino lo que nos es querido siempre queda atrás. Buscaré un hogar para ti donde el cielo se une con el mar. Lejos de aquí. Con mis manos y con tu amor lograré encontrar otra ilusión. Lejos de aquí. De día viviré pensando en tus sonrisas de noche las estrellas me acompañarán. Serás como una luz que alumbre mi camino. Me voy pero te juro que mañana volveré. Al partir un beso y una flor un te quiero una caricia y un adiós. Es ligero equipaje para un tan largo viaje las penas pesan en el corazón. Más allá del mar habrá un lugar donde el sol cada mañana brille más. Forjarán mi destino las piedras del camino lo que nos es querido siempre queda atrás. Al partir un beso y una flor un te quiero una caricia y un adiós. Es ligero equipaje para un tan largo viaje. Las penas pesan en el corazón. Más allá del mar habrá un lugar donde el sol cada mañana brille más. Forjarán mi destino las piedras del camino lo que nos es querido. Siempre queda atrás. Yo trabajaba fuerte desde las 8 de la mañana hasta las 3 de la tarde y después salía rápido para llegar a casa, comer a la velocidad de un rayo y salir hacia la Facultad de Ciencias de la Información, de la Universidad Complutense de Madrid, donde estaba estudiando Periodismo muy lejos de toda aquella "cárcel de cartón" donde el gran y verdadero amigo (dejando a las chavalas aparte porque muchas de ellas seguían confiando en mí) era, sin duda alguna, Alfonso Ondaro Vargas, aquel "pequeño Capablanca español" que demostró ser el que me ayudó a soportar el peso de aquella cruz haciéndome sonreír día tras día y alguna que otra tarde que también llegamos a compartir. Pero ya, al llegar las noches de aquella mi bohemia perenne, yo estaba dibujando en las servilletas de papel, en algún café de barrio y con mis rotuladores de "Carioca", una bandera tricolor: rojo, amarillo y azul. Por supuesto que me estaba refiriendo a Ecuador y no a la Tercera República Española porque jamás fui un republicano aunque a veces defendiera una causa que no era la mía. La mía sólo se llamaba Amor. Un Amor con nombre de mujer: Liliana cuyo acrónimo es Lina. Y esa es la gran verdad de todo aquel misterioso paso por Cartonera donde fui terminando de forjar mi verdadero carácter de conquistador conquistado. Las otras no eran Ella aunque me despidiese de todas las que me gustaban con un beso, un te quiero y una caricia (todo ello imaginario) para decirles adiós. Caballero de Gracia (caballero de gracia mejor dicho) me estaba esperando como escala intermedia mientras a Magro lo sepulté en la indiferencia para no decirle nada más que un "si te he visto no me acuerdo" final. Ni tan siquiera le dije tal cosa porque era totalmente cierto que me era indiferente.
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José Orero De Julián