Loco frenes (Diario)
Publicado en Jul 08, 2017
Ya habíamos superado la adolescencia y Emilín había abandonado definitivamente el juego de las chapas. Se perdió lo más emocionante de toda su historia. Cada día Bonifacio, Máximo y yo, pensábamos en nuevos deportes y cómo hacer posible que fuesen jugados utilizando las chapas. Un torbellino de ideas nuevas para adaptarse a una nueva realidad. La juventud elevada a la máxima potencia de un juego que nos movía la pasíon. Y en lugar de buscar la apatía o el abandono preferimos elegir la magia de las emociones. Ya no sólo era fútbol, cicilismo en ruta, ciclismo en pista, ciclocross y boxeo. Aparecieron el balonmano, el atletismo (en algunas modalidades), la pesca submarina, ideas pensadas para el futuro tenis, el futuro baloncesto, el futuro golf, el ciclismo tras moto, incluso las carrera de motos, el esquí y hasta la natación o el casi imposible mundo de los toros. Pero el loco frenesí fue el hockey sobre patines.
Fue algo destellante, espectacular, como si un rayo de luz y de potencia energética nos hubiese aportado toda su carga y nuestras adrenalinas se subieron a lo alto de la cima de lo lúdico, de la emoción intrépida, del corazón galopando a un ritmo de tictac delirante. Porterías medidas para el hockey, una bola de mínimo tamaño y la enorme rapidez de nuestras manos respondiendo a los mensajes del corazón más que del cerebro. Por cada jugada un fogonazo, por cada movimiento una chispa. Valía marcar desde cualquier lado, el contacto físico era permitido como causa de aquella explosión que fue, ay Fabio qué dolor, el canto del cisne de un mundo fantástico. Jugamos un par de y veces y fue tan emocionante, tan esplendoroso, tan espectacular y tan explosivo que a Bonifacio y a Máximo les entró miedo porque no podían entender que una nueva forma de jugar era hacerlo al tope de todas nuestras posibilidades. Así que en la última etapa de una carrera de ciclismo campestre de 1967 dio por terminada una era inmemorable: la Era de los Juegos de Chapas. Aquel loco frenesí que había comenzado en nuestra primera infancia y se terminaba en nuestra primera juventud cuando se presentía tanto entusiasmo, tanta felicidad y tanto desarrollo de la imaginación que a Bonifacio y a Máximo les dio miedo. Yo quedé pensando. Y sé que en un muy próximo futuro hallaré el momento de volver a reír como un niño aunque sea con los ángeles de los juegos inmortales.
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