Hoy marcho al paraje de las ninfas
a verlas salir a la floresta.
Mis ojos se han insubordinado
y mis sentidos andan en lo libérrimo.
Me acerco a las aguas acalladas
y veo a Nereida en el estanque:
No acata órdenes en su demencia.
Es mujer y cadencia silenciosa.
Se tiende en una agónica enramada
y se mira entre los escarabajos.
Es una diosa bella que no lleva escote
y que se repite en los espejos de la fronda.
Los bitúmenes se acercan a su erotismo
y ella los hurga y los deshuella.
Parece que tuviera un puñado de labios
para amar verticalmente y a su antojo.
Los búhos la saludan con un sesgo lozano
y ella los apoda con esmero.
Entre el agua y la orilla no hay traidores
y ella enardece en mi ser el deseo.
Se va desvistiendo en los silencios
hasta hacerse vacuidad y quimera.
Cierro mis párpados para no ver sus húmeros
mas siento su olor de blanca campanada.
Mis sentidos ya van obnubilándose
mientras toco el obóe a los bordes de su abismo.
De repente despierto y soy recuerdo
y sólo hay remembranzas de mi fantasía.