Con la privatizacin... del libro. Un cmulo de detalles. Fedra Kardeln
Publicado en Oct 15, 2009
En la vieja estación, apenas abandonada en estos últimos veinte años, hoy, parece florecer la esperanza del trabajo. Aunque en estos años nunca hubo actividad, y lo manifiesta el yuyo crecido entre las vías, y la mujer que siguió llegando a sentarse en uno de sus bancos. Cada día y a una misma hora, vestida sencillo, de tacos bajos, de andar lento. Se sienta y mira, mira hacia el cielo y piensa. Pero son cerrados sus pensamientos y es difícil develarlos. Mira y piensa. Después, toma el libro que trae entre sus manos y comienza la lectura, tarda exactamente diez minutos, diez minutos cada día, suspira profundo, cierra el libro no sin antes acomodar perfectamente el indicador de lectura, y abandona el lugar. Lo hace lentamente, al mismo ritmo que llegó. Atraviesa la vieja sala de espera de la estación, cruza la calle sin mirar para los lados como si supiera que a esa hora ningún vehículo interrumpirá su andar. Y así es, nada lo interrumpe. Atrás, queda la estación, como atrás quedó el ferrocarril. Yace inerte y las sombras la inundan con la caída del sol. Cuentan, quienes pasan por ahí, que en las noches se escuchan las voces de los obreros que quedaron despedidos en la última privatización. Un éxodo del que nunca se supo nada pero todos podemos imaginar perfectamente. Vuelve la ilusión con la noticia de que algunos ramales se van abriendo, pero, con quién es la pregunta. Los jóvenes emigran, los niños se entristecen creciendo en el pequeño pueblo. Solo quedan unos cuantos viejos y esa mujer que a diario dice presente en nombre del pueblo, intentando no morir definitivamente dándole cada tarde durante diez minutos, diez minutos de vida a la estación. Es el día siguiente. Se repite la ceremonia, se sienta, mira el cielo y piensa. Es tan cerrado su pensamiento, imposible develarlos, se levanta, cierra el libro, y se retira lentamente hacia la calle desierta, desierta de todo, tras su espalda, gana la noche y se desvanece su sombra. Fedra Kardelén
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