LADRON DE DESALMADOS
Publicado en Oct 18, 2009
Prev
Next
Image
                                
 "Sentí cierta desilusión. Nadie se ponía de acuerdo en nada. Vivíamos en una bruma de percepciones difíciles  de compartir, poco fiables, y nuestros datos sensoriales estaban deformados por un prisma de deseos y convicciones que también afectaba a la memoria"
                                                 "Amor perdurable" Capítulo 20 - Ian McEwan
A Bautista Savonarola lo quebró el destino, lo asesinó la historia y lo sepultó la indiferencia. Ninguno tuvo el coraje de mirarlo a los ojos cuando los preventores se lo llevaron. Como morbosos hipócritas lo vimos subir en silencio al móvil. Nadie fue capaz de darle una palabra de aliento, una conmiseración, un insulto. De esa actitud mezquina me reprocho, me culpo, me castigo. Acaso Savonarola no era ni mejor ni peor que todos nosotros. Él fue un bizarro sin beneficio. Tal vez en su laberinto no supo ni quiso ser héroe. No sé si en el centro de su confusión alguien sin perseverancia hubiera sobrevivido.
Primero conocí a su hermana, en el grupo terapéutico que se reunía los sábados en la clínica del doctor Vacher. Ella tendría unos 35 años, trabajaba en un anticuario y vivía sola en un departamento modesto. Algunas veces tomamos un café con los otros integrantes del grupo. Solamente una tarde estuvimos juntos más de tres horas. Recuerdo que se animó a contarme que había cursado el profesorado de Inglés y que por un tiempo perteneció al programa de un Centro Internacional de Idiomas. Gracias a su conocimiento fue capacitadora  en Nueva Zelanda. Aquellos dos años de residencia, le permitieron guardar cierto dinero que a su regreso al país lo invertiría en la compra del departamento de la calle Tagle.
Lucía no era una mujer de mucho diálogo. Tediosamente monosilábica. Aterraba su mirada helada. Era poco femenina - me atrevo a decir asexuada-  y desorganizada en el vestir. No teníamos temas comunes de qué hablar y nada que compartir. Sin embargo, nuestra conversación fracturada quedó liberada cuando el doctor Vacher le aconsejó que se acercara más a mí. El mensaje no apuntaba a la doble intención. Quedaba claro que difícilmente Lucía y yo, al menos por el momento, no coincidíamos en nada. Vacher insistía para que ambos nos despojáramos del rigor pacato y dejáramos "que todo fluya", invocando al filósofo Heráclito.
Lucía presionada al extremo, tomó empuje y me invitó a su guarida. Aquel cubil oscuro atemorizaba, olía a madriguera. Una cama y un sillón eran los únicos elementos que participaban del ambiente. En la pared, un óleo de unos 60 x 90 centímetros, mostraba el rostro de un clérigo. Tenía el gesto sufrido, los rasgos duros, casi escultóricos. La mirada parecía perdida, lejana. Me acerqué e intenté tocar la obra. Recibí un grito de rechazo. Irritada Lucía me dijo: "nunca lo hagas, es como si acariciaras el fuego". Le pregunté quién era. Lacónica respondió: "Mi Dios". Repentinamente y antes de provocar otra réplica más aclaratoria, aparecieron en escena dos gatos negros. Los ojos de los felinos se clavaron en mí de manera insidiosa. Le confesé que no me gustaban los gatos, en especial los de pelo negro. Lucía molesta acotó: "son mis hijos, no los desprecies". Me pareció una respuesta absurda que merecía ser cuestionada o al menos advertida de mi parte. Lucía como adivinando mi enojo se apuró a retrucar: "Él es Teseo, mi héroe. Lo adoro porque peleó con ladrones y bestias, mató a gigantes, bajo al Hades y volvió para seguir viviendo. Ella es Ariadna, dulce y tímida como su dueña, juntos vamos a matar al Minotauro". Sólo me restaba huir, salir de esa cueva lo antes posible. El grado de locura de Lucía me había desbordado. Traté de aparentar tranquilidad, algo similar a la forma que Vacher utiliza con nosotros. Fingí cierto interés y busqué llegar más lejos: ¿Quién es el Minotauro?- pregunté -. Lucía me golpeó: "la sociedad".
Dejé el departamento de la calle Tagle con la certeza de no volver jamás. Caminé hasta avenida Las Heras tratando de oxigenar el cerebro. Nunca me había sucedido nada igual. Esta mujer necesitaba otro apoyo, era evidente que estaba peleada con el mundo. Decidí entrar a un locutorio y llamar a Vacher. Ocupado. ¡ Siempre da ocupado!. Esperé. Insistí nuevamente. Atendió. Le expliqué cómo había sido el encuentro y la historia patética de los gatos. Vacher tontamente me sugirió que esperara al sábado para hablarlo en el grupo. Le colgué, estaba más loco que Lucía. Seguramente él ya sabía lo del retrato del monje y las fantasías de los hijos. Es probable que eso de "todo fluye" no era otra cosa que un invento. El "todo fluye" de Heráclito apunta a que no nos bañemos dos veces en el mismo río y la metáfora podría decir que no crucemos dos veces la misma calle, que no hablemos dos veces con el mismo amigo o que no acariciemos dos veces a la misma mujer. Por lo tanto yo no debería regresar a ese escondrijo por mucho tiempo.
Asumí caminar, algo que en mí no era común. A pesar de tratar de borrar el mal momento vivido, las imágenes de los gatos se estrellaban en mi mente. Vacher a esta altura comenzaba a ser un estorbo. ¿ Por qué insistió en el encuentro?.¿ Qué tanto conocía de la vida de Lucía para mezclarme en sus obsesiones ?. Vacher, en verdad, me disgustaba. No sé porqué lo relacioné a él con algún pacto satánico y a Lucía con una bruja que se transformaba en gato. Seguí andando. Las piernas comenzaban a pesarme y una sudor en las manos certificaba mi temor. Tuve miedo, una sensación de ahogo y sequedad de boca. Mi saliva parecía arenosa. Busqué un bar. Pedí una gaseosa con limón. La bebí en dos tragos. Intentaba olvidar pero todo regresaba al espacio de la calle Tagle. Insistí con otra bebida. Fue peor, toda mi boca estaba llena de arena. Levanté la vista buscando un teléfono. Fui hasta la barra e imperativamente solicité el celular del adicionista. Me miró con extrañeza. ¡ Seré breve!, apunté. Digité apurado el número de Jacques. Era el único que podía ayudarme. Al menos su condición de entomólogo lo separaba del círculo misterioso. Jacques parecía un raro cazamariposas que había llegado a Buenos Aires en la década del 70. Venía huyendo desde Chile y gracias a un colega se quedó a vivir en una ciudad que no le brindaba absolutamente nada. Pelirrojo, con unas patillas que le escondían la cara y unos anteojos transparentes, Jacques tenía más de insecto que de humano. En rigor se trataba de una subespecie de Homo naturalistes. Cuando se presentaba insistía con una frase de Pascal que de manera metafórica relacionaba al conocimiento con el radio de una esfera. Jacques demoró en llegar 20 minutos. Ingresó al café como lo que era: un artrópodo. Se sentó, encendió un cigarrillo y esperó mi relato. No me interrumpió. De su rostro no surgió ninguna expresión. Yo no sabía si estaba hablando a un invertebrado, a un escarabajo o a un gusano. Ante mi primer silencio, levantó su mano derecha señalando su turno. "Vacher es un perverso que nos tiene atrapados. Yo vivo los encuentros de los sábados como un juego. Me tomo mi tiempo y no descarto que al igual que en mi profesión, este perdiendo el tiempo. En mi caso esto es entomología humana, como tal, yo me encuentro con un montón de problemas y cuestiones que no puedo resolver y entonces investigo buscando bibliografía, pero a medida que avanzo, más confundido estoy". No entendía nada. Jacques en lugar de darme un alivio me contagiaba sospecha. Ahora empezaba a dudar de todos, de Lucía que me asfixiaba, de Morgana a quién veía estructurada y cerrada como un caracol, de Baustista que resultaba un místico y del propio Jacques que se acercaba al loco de ciudad. Le pedí más precisiones: " Hace un año empecé a investigar cómo éramos grupalmente. En una sesión  comenté que nuestra conducta tenía semejanza con el habitat, con las miserias y con las hipocresías. Inmediatamente Lucía se levantó y se fue. Vacher hizo un ademán que parecía sugerir...¡ siga...siga ¡. Les expliqué que la biología era apasionante y que cada grupo mantenía costumbres y formas de convivencia de enorme singularidad. Con cierto disgusto me escucharon cuando dije que todo el grupo parecía una fauna hipogea. Al instante las miradas se clavaron en el rostro de Vacher. El mensaje de auxilio  se expandía. "Jacques, explíquenos eso"- requirió el doctor -. "La fauna hipogea está integrada por miembros cuyas formas adaptativas les permiten vivir en la tierra húmeda o bajo las hojas en vías de putrefacción que cubren el suelo de los bosques o en las cavernas fraguadas bajo la superficie terrestre. La característica dominante es que no están acostumbrados a la luz y con frecuencia no tienen órganos visuales. Son además estenotermos, es decir amigos de la humedad y por lo general habitan en depósitos de agua. Acaso...¿ esta ciudad no está bajo el agua, nosotros no vivimos escondiéndonos, pudriéndonos de odio y venganza, no somos ciegos ante tanta miseria, ante tanta deslealtad, ante tanta indiferencia. Qué  sabemos del otro, quiénes de ustedes siente culpa o remordimiento por mí, por el vecino, por su amante?. Los únicos que sobrevivirán en este terreno serán las ratas y los gatos. Los roedores ante tanta desolación mudaran y únicamente quedarán los felinos, después de haberse convertido en chivos expiatorios de la brujería, las fuerzas del mal, la noche y la oscuridad". Jacques relataba su tesis con alocada vehemencia. Advertí que todavía faltaba algo más para cerrar su historia, pero en rigor, estaba agotado.
La noche había caído de sorpresa. Mi despedida con Jacques fue cortante. Esperaba otra cosa, no esa forma convulsiva de diagnosticar peste y enfermedad. Sabía que al llegar a mi departamento me iba a seguir castigando con la paranoia de Jacques. Ya conocía que durante años se había entregado a la investigación. Nunca me sorprendió que su dinero personal lo destinara a la compra de animales, algunos incluso muertos. Le agradaba coleccionar estampillas, plantas, mariposas y veleros en miniatura. Tampoco dudé de su trabajo, pero desde que se había inclinado por la psiquiatría, todo cambió. En algún momento dijo que sus encuentros los días miércoles eran más productivos que la rutinaria reunión de los sábados. Justamente en ellos se dialogaba de experimentos, de métodos poco entendibles para el común de la gente. Por mucho tiempo habló de convertir el agua en tierra. Pero Jacques con esta teoría se enfrentaba al esquema aristotélico, a los famosos cuatro elementos de la materia única, aquello de calor, frío, humedad y sequedad. No guardaba lástima ni admiración por él, pero algunas reflexiones eran elocuentes. Una vez me dijo: "Cuando los animales poseen alas ( aves, murciélagos, reptiles voladores de la época secundaria, etcétera ), carecen de manos, y cuando tienen manos carecen de alas. Tal ocurre en la mayoría de los hombres aficionados a la ciencia o al arte. ¿ quién no ha conocido jóvenes desprovistos de imaginación, pero dotados de aptitudes admirables para ejecutar, y peregrinos entendidos incapaces de la más sencilla manipulación?. Misión trascendental del maestro en desarrollar alas en los que tienen manos, y manos en los que tienen alas". Parecía un juego de palabras, pero en Jacques nada era improvisado.
 Intenté descansar. La madrugada no tenía otro misterio que la propia oscuridad. Me dejé caer sobre el sillón como si se tratara de un colchón de hojas secas. Colgué los brazos y estiré las piernas hasta el límite de las posibilidades. El silencio me brindaba la oportunidad de cerrar los ojos y no ver la realidad.
Morgana estaba coronada por la culpa y sus mejores atributos eran la vergüenza y la inferioridad. Tenía más de 50 años. Vestía siempre de oscuro. Nunca se maquillaba. Su cabello no parecía cuidado y su andar resultaba lento. Era una neurótica bibliotecaria que trabajaba en la Biblioteca Nacional. Radicalmente hiperestésica, autocompasiva, con cierto desprecio, falta de confianza y un rictus labial que auspiciaba resignación.
Morgana adhería a ese tipo de personas que rápidamente se sugestionan. Si alguno le decía que tenía mala cara, ella ya estaba enferma. Si se hablaba de dolencia ya padecía un proceso terminal. Pero todo este desorden muchas veces lo enmascaraba con una autosuficiencia desmedida. En varias oportunidades intenté ayudarla y me dijo que "no le gustaba recibir favores de nadie". No aceptaba regalos, un consejo, una invitación. Terminé por creer que esa fórmula encubría íntimos anhelos de dependencia. También era fantasiosa y lamentablemente su conducta la divorciaba de la realidad, de la gente, de los hechos, de las cosas, del grupo. En el fondo tenía una fijación infantil.
Aunque parezca extraño, desdeñaba los libros, su odio llegaba al ultraje. No guardaba respeto, ni la menor angustia por esta vileza. Acaso era una llamada de atención la forma ratonil que le permitía estar viva.
 Por ella yo ingresé al grupo del doctor Vacher, hace escasamente seis meses. El mantener una amistad con Morgana me permitía estar cerca de mi pasión: el robo de libros antiguos. Yo descubrí esta facultad a los 15 años, cuando en un negocio de viejos pude hacerme de "Breve Historia del Mundo" de H. G. Wells, editado por la Editorial Zig-Zag  de Chile, en 1949. Enorme fue mi satisfacción cuando leí en el prefacio del autor: "Es mi propósito que esta Breve Historia del Mundo se lea casi con la misma facilidad que una novela". Desde entonces mi afecto por la historia y mi devoción por el robo no me dieron tregua. En este aspecto Morgana era, para decirlo sin agresión, una confiable colaboradora. Ella tenía acceso a piezas únicas, a enormes mamotretos, a códices, a incunables, a ediciones príncipe. Sistemáticamente le pedía información y ella como una misionera me aportaba todos los datos y referencias que le requería. Así fui armando mi colección, con su refinamiento bibliográfico y mi espíritu de ladrón solitario.
El común de las personas desconoce la importancia de la profesión. Por lo general se piensa que los bibliófilos son unos idiotas que no disfrutan de los placeres terrenales, que viven escondidos en cuevas y que no saben del agrado de un domingo en la plaza o una noche de aventura con una mujer barata. Esta forma de prejuzgar es tan vieja como la misma envidia. En verdad es una manera solapada de discriminación silenciosa, de insulto tenue, de maquillaje tosco. A mí siempre me atrajo  que me vieran distinto. Debí enfrentar en la adolescencia ciertos traumas hasta que pude componer mi personaje. Nunca me preocuparon los éxitos, los veía lejanos, inalcanzables. Creo que en alguna medida mis sufrimientos me otorgaban importancia más allá de las burlas. Mi timidez me hacía renunciar al deporte, no asistir a reuniones, eludir el trabajo en grupo y ser asquerosamente ermitaño. La sola idea de enfrentarme a una situación inesperada me producía pánico y palpitaciones. Aún hoy esta dificultad me oprime. Alguna vez leí que George Bernard Shaw solía pasar varias veces frente a la casa de su amada antes de animarse a tocar el timbre. ¡ Lo respeto don Shaw !, sólo los tímidos sabemos de indecisiones.
Con el tiempo me fui acercando a lo que soy, un señor de mediana edad, soltero, con domicilio en el barrio de Palermo Viejo y un pasar económico decoroso. Durante mucho tiempo tuve una librería en un local interno de una galería comercial del barrio de Flores. Se llamaba "Los libros malditos", en homenaje al prestigioso astrofísico británico Fred Hoyle quién acuñara una frase que siempre me impacto: "Estoy persuadido de que se pueden escribir cinco líneas, y no más, que destruirían la civilización". Hoyle era considerado un "hereje" para los grandes de la ciencia, por sus teorías sobre el origen extraterrestre de la vida. Precisamente su obra "Les livres maudits" reunía un compendio de lo oculto.
Cuando los clientes comenzaron a escasear y las deudas con las editoriales crecía, vendí todo el material sobrante y me quedé con lo más importante. Obviamente mi frenesí se centraba en el hurto, el negocio era una pantalla, así que todo los impulsos apuntaron a ese quehacer.
La primera joya que llegó a mis manos fue el "Modus facendi", un tratado de medicina que se imprimió en Sevilla en el año 1542. A las pocas semanas de retenerlo, recibí un anónimo telefónico que decía: "Tengo el Libro de Horas de la Reina María de Navarra, pintado por el maestro de Baltimore, por encargo del Rey Pedro el Ceremonioso para su mujer María de Navarra, reina de Aragón(1338-1347). Lo canjeo por "Modus facendi" o escucho mejor oferta". Dejé pasar unos días y la misma voz me anunciaba: "Lo mío es serio, si le interesa puedo mostrarle los manuscritos del astrólogo Beroso, quién inventó el cuadrante solar semicircular y avanzó en la teoría sobre el conflicto entre los rayos del sol y la luna". El pecado de mentir cumplía con la  asonada. Ese material era uno de los 700 mil documentos que sucumbieron en la destrucción de la Biblioteca de Alejandría. La voz anónima nunca más volvió a presumir.
Poco a poco mi fondo bibliográfico se acrecentaba. Morgana, entre sus múltiples averiguaciones me había dicho que un investigador americano de apellido Fanelly estaba de visita en Buenos Aires. Tom Fanelly no hablaba correctamente el castellano. Era profesor de literatura inglesa en la Universidad de Princenton y su obsesión apuntaba a negociar las primeras ediciones de  Leopoldo Lugones,  Jorge Luis Borges, Victoria Ocampo y Eduardo Mallea.
Nos reunimos en el pub "The White Rose", pasadas las 20. Morgana me presentó como investigador. Tom era parco, meticuloso, demasiado serio a mi gusto. Fue directamente al grano:" Usted digo Morgana tener primera edición by "La Bahía de Silencio" y "Lunario Sentimental". Podría ver y  acuerdo comprar". No me sería fácil ponerle precio. Liquidar La Bahía de Silencio significaba partir una colección y no deseaba hacerlo. Con Lunario Sentimental la cosa era diferente, se la había comprado a Washington Pereyra hacía más de 15 años y realmente no le tenía mucho afecto. Me jugué: "Lunario Sentimental vale 20.000 dólares". Los ojos celestes de Tom se agrandaron como escarapelas. "¿ Usted queda loco ?"- me inquirió Fanelly. No Tom - respondí - ése es el precio. El yanqui quedó en llamarme más por obligación que por convencimiento.
Después de la despedida, Morgana y yo caminamos hasta Leandro N. Alem. Estaba disgustada por mi oferta, le parecía un valor excesivo. La tonta no entendía cual era el verdadero negocio del pícaro Tom. Seguramente el yanqui colocaría la obra en el mercado negro americano a un muy buen precio. Su estrategia era comprar barato y vender caro. Estaba convencido que Fanelly me llamaría y pediría un último precio. No me equivoqué. A las 23.30 dejó un mensaje en el contestador: "Amigu, pago por Lunario Sentimental 12.000 dólares, única oferta. Tom". Inmediatamente llamé a Morgana. Dormía. Su voz pegada y desligada recitaba: "no puedo atenderlo ahora. Deje su mensaje". No cumplí. Era viernes y la vería al otro día. Con Tom nos citamos en el bar del Hotel Jousten. Cuando nos encontramos le comenté que 55 años atrás, frecuentaba el restorán de ese lugar, nada menos que Eduardo Mallea. Poco le interesó, estaba más preocupado en los números que en la anécdota. En un sobre de papel madera acolchado le entregué la obra. Él hizo lo propio en una carpeta con monograma de la Universidad de Princenton. Compartimos una cerveza negra y nos intercambiamos los e-mail. Los dos estábamos ansiosos por terminar el encuentro. Cada uno sabía que tarde o temprano otra historia nos volvería a reunir.
Vacher presentó a Bautista Savonarola como "enviado a cargo de una misión". No quedó claro cuál era la misión y qué quiso decir con aquello de enviado. Deduje que la estrategia pasaba por una nueva trampa de Vacher. A juzgar por su aspecto, Bautista parecía ser un hombre sereno, reflexivo, cerebral. Su única intervención en el grupo fue para decir que él se encontraba en la misma situación que el Papa Esteban VI en el año 897, cuando sometió al cadáver de su predecesor, Formoso, acusándolo de deslealtad con la Iglesia. El cuerpo fue declarado culpable, por lo que se le cortó una mano que fue arrojada al río Tíber. " Yo creo - continuó- que una bestia apocalíptica pretende destruir a la Iglesia y al hombre utilizando desde la burla y la ironía hasta la persecución frontal. Esa amenaza quiere con la proliferación de la droga, la complicidad de los medios de comunicación social, el poder del dinero, la violencia psicológica, la mentalidad materialista, consumista y hedonista; cerrar los horizontes del hombre, aplastarlo sin razón, fragmentarlo y atomizarlo para regresar a la cultura medieval. Vamos a escuchar el tañido de las campanas del monasterio cuando nos marquen desde los maitines a completas y nos dividan el tiempo entre la oración, los trabajos intelectuales y los manuales. Se acercan las sequías e inundaciones y la enfermedad por los castigos cometidos. Estamos al filo del precipicio de la vida en la tierra y el comienzo del juicio final".
Por unos instantes todos nos horadamos en silencio. El impacto de las palabras de Savonarola sintetizaba un malestar existencial. Aquí no estaba en juego la institución religiosa, la razón de su voz era más profunda. Bautista no tenía condiciones de mártir, tampoco era un loco. A partir de su filosofía, de su discurso fanático, comencé a bucear en mi reserva cultural de ser humano.  A qué distancia estábamos de la salvación. En medio de que tormenta, de que diluvio, de que tempestad; los fuertes y los débiles, los creyentes y los desalmados, los consecuentes y los necios, los brabucones y los pusilánimes, íbamos a seguir vivos. Qué habíamos perdido, con qué premura teníamos que recuperarnos de los males y desmanes. A quién le  íbamos a mostrar la Rosa de los Vientos, la Cruz de Sur, los talismanes sagrados. Qué sería de los palimpsestos, de las poligrafías, de la hoja de 40 líneas de Gutemberg, del alfabeto arábigo. Dónde preservaríamos la cátedra del Sumo Pontífice, el manuscrito de El Aleph, la carta de Federico García Lorca a su amigo inglés, el libro de Chumayel, el soneto "A Cristo Crucificado" de Fray Miguel de Guevara:
       "No me mueve, mi Dios, para quererte,
        El cielo que me tienes prometido;
        Ni me mueve el infierno tan temido
        Para dejar por eso de ofenderte.
        Tu me mueves, Señor, muéveme el verte
         Clavado en una cruz y encarnecido;
         Muéveme el ver el cuerpo tan herido;
         Muéveme tus afrentas y tu muerte.
         Muéveme, en fin, tu amor, en tal manera,
         Que aunque no hubiera cielo, yo te amara,
         Y aunque no hubiera infierno, te temiera.
         No tienes que me dar porque te quiera;
         Porque  aunque espero no esperara,
         Lo mismo que te quiero te quisiera."
Ninguno al cerrar el encuentro propuso tomar un café. Bautista Savonarola saludó a cada uno de nosotros con un gesto de prelado. Me quedé como último hombre para a solas hablar con Vacher. Primero trató de evitar la conversación pero ante mi insistencia accedió. Desde hacia unas semanas tenía deseo de saber en qué medida estas reuniones me enriquecían. Vacher había comenzado a deslucirse, a desteñirse, no era el profesional que yo esperaba. Reconozco que mi permanencia en el grupo nunca fue determinante, sé que soy un aprovechador, un burlador, un ladrón, que todo esto lo tomo como un juego, en cierta medida porque es posible que en el terreno de la soledad vea una salida. No sé que tan terapéutico resulta que un grupo de personas se la pase hablando un sábado en lugar de caminar al aire libre o ver una película. Tengo dudas que un tipo como Vacher me termine por minar las ideas y no creo que sea tan perfecto, tan prolijo, tan reflexivo para calmar las angustias y el ánimo de unos cuantos marginados. Tampoco quiero abandonar, dejar un hueco, excusarme vanamente. Por eso preferí dialogar cara a cara con Vacher.. Fui sincero, le  manifesté que tenía serias dudas sobre las reuniones, que estaba dispuesto a dejar el grupo. Vacher me sorprendió cuando me dijo: "a usted le angustia todo esto, para decirlo más sencillo, le jode". Le dije que sí. Vacher entonces respondió: "Si le jode, es que usted está en crisis y si está en crisis lo mejor es curarse". Le objeté su precaria y anodina contestación. A mí, esa trivial fórmula de consejo de pastor metodista enojado, no me agregaba nada. Como tampoco que me recitara lo obvio. Bien yo sabía qué es un estado de crisis. Esperaba del psiquíatra otra cosa. No un mensaje menguado. Vacher me despidió con total indiferencia. La misma que acostumbraba a desplegar sin esfuerzo al final de cada interminable sesión. Mi actitud lúdica no podía ser más que episódica, por ello desistí de concurrir a los encuentros tratando de limpiar el terreno. Durante un mes desaparecí de escena. No respondí a los llamados y me alejé de los lugares habituales. Morgana parecía la más preocupada. Sus mensajes claramente demandaban una señal de alerta. En el último me decía que Tom Fanelly viajaba a Buenos Aires para realizar una operación y que le había solicitado que se comunicara conmigo porque deseaba encontrarse. Esperé. Si tenía interés él mismo llamaría. No estaba de ánimo para atender a este sujeto, me comprometía la idea que Savonarola había sembrado. No podía divorciar a los hermanos. Lucía con aquello del retrato y el fuego, el Minotauro y los gatos, se correspondía con Bautista y el fin del mundo. Me resistía a pensar que este profeta urbano era la reencarnación del monje que vivió en Florencia en el siglo XV. Sin embargo: ¿cuántos puntos de contacto me acercaban a la odiosa comparación. Acaso Jerónimo Savonarola en medio de un mundo abofeteado por Copérnico con su nueva visión del universo y menospreciada la fe por quienes comenzaban a amarse a sí mismos ultrajando a Dios, no aparece como un comisionado del espíritu?.¿ No es el prior del convento San Marcos, fray Jerónimo, quién a la Florencia de Lorenzo el Magnífico, a la ciudad acostumbrada a la diversión fácil, a la frívola población de mercaderes bien acostumbrados a la corrupción; les cierra las puertas, les dice "mudemos el mal" y el pueblo horrorizado como pecador al límite de la muerte escucha sus palabras ?.
No deseaba que todo esto se transformara en una obsesión, en una imagen perturbadora de la que no pudiera desprenderme, pero la vida misma me llamaba al recelo y al escurridizo sendero de la duda.
Jacques siempre tuvo el delirio de la levitación. Hablaba de la antigravedad como si tratara de una fuerza real. Con cierto apasionamiento me describió que cuando el campo magnético es fuerte como para vencer la gravedad y mover el peso de un cuerpo sólido, los objetos introducidos en un tubo lleno de oxígeno frío realmente flotan. "El secreto - decía -, es que los objetos no toquen el suelo". Creía realmente en la capacidad humana de volar y desafiar a las leyes de la física. Su teoría se basaba en el siglo de la divinidad, la llave del reino para ingresar a la beatificación o canonización. "Que paradoja- reflexionaba- hemos conquistado el espacio exterior pero no el interior".
Jacques recordaba a levitadores famosos como Santo Tomás de Aquino, San Ignacio de Loyola y Francisco de Asís. Aunque para él, San José de Cupertino fue el más grande todos, capaz de volar en público manteniéndose hasta 2 horas suspendido. "Los levitadores son como las mariposas- afirmaba- tienen la membrana de las alas incoloras y recubiertas de escamas coloreadas. A los hombres voladores la boca se les modifica y les aparece una lengua chupadora, los ojos son compuestos, miles de globos simples y dos ocelos sobre la cabeza. Las alas son triangulares y el color es un atractivo para el sexo opuesto". Esta alucinación de Jacques formaba parte de otros tantos aturdimientos. Cuando afirmó que era hermafrodita  no pude contener la risa. Si efectivamente Jacques hubiera logrado esta condición reservada a vegetales y animales, podría decir con toda claridad que una señal de milagro lo había atrapado. Pero cuando ofuscado me respondió que no me burlara de él y con criterio científico me explicó que su anatomía sexual estaba integrada por un testículo y un ovario, además de pene, vagina y útero rudimentario, callé respetuosamente. " Vos estás hablando con un interséxico- enfatizaba- una condición reservada para algunos elegidos. Sábes quién era hermafrodita: Lavoisier, por eso lo ejecutaron en la guillotina".¿ Por qué iba a dudar de estas afirmaciones?. La rareza de todos los síndromes que presentaba el francés podían ser motivo de un coloquio. de un congreso para especialistas. Eran demasiadas tantas anomalías en un individuo. Pero ahí estaba Jacques, con su inteligencia indócil y su insurrección cavilosa.
Necesité de cierta indulgencia para indagar que todos éramos vulgares soportes de una estructura emocional lánguida que ni el propio Vacher, con toda su galanura podría encorsetar.
Por este camino, las rutas y senderos nos reunía en el absurdo cónclave de los sábados.
A pesar de la renuncia, la abdicación y la retirada inexorablemente volvíamos como mosca a la miel.
¡ Cómo quisiera tener la virtud de separar las cosas!. ¿ Por qué siempre me acerco más al embustero, al ladrón, al mentiroso y no al equilibrado?. ¿ Cuál es la frontera entre la paciencia y el miedo, entre la estoicidad y la insurrección, entre el mesurado y el ignominioso.¿ Por qué soy un ladrón de desalmados, quitándole a esos pobres seres la última mirada abatida?.
Por este vacilar posiblemente siga enredado y sometido al manojo de humillados pendecieros que nunca sabrán de glorias, de batallas ganadas, de embocadas simuladas y de engañosas holganzas.
Bautista Savonarola prendió fuego a su habitación mientras decía: "Habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas; y en la tierra, los pueblos serán presa de la angustia ante el rugido del mar y la violencia de las olas. Los hombres desfallecerán de miedo ante la expectativa de lo que sobrevendrá al mundo, porque los astros se conmoverán"
Lo anticipo una semana antes cuando en la mitad de la reunión se puso de pie, abrió sus brazos en abanico y recitó: " Tengan ánimo y levanten la cabeza, porque está por llegar la liberación, exclamaba Jesús".
Durante dos horas el tránsito fue cortado en la Avenida Paseo Colón entre Belgrano y México. Los canales de televisión y el periodismo vibraban de alegría mientras las llamas se escapaban por la ventana del último piso. Al principio los bomberos especularon sobre la hipótesis de una falla eléctrica, después afirmaron que se trataría de un garrafa, finalmente el informe determinó que Bautista había utilizado un bidón de nafta comprado esa mañana en la estación de servicio de Estados Unidos y Tacuarí.
Savonarola no escapó, por largo rato observó como el fuego implacable se apoderaba de su refugio. Tenía una tranquilidad pasmosa, como un alivio, como satisfacción del deber cumplido. Bautista cargaba antecedentes piromaníacos. Ya había intentado en dos oportunidades prender fuego a un edificio que albergaba pacientes psiquiátricos. Su proceder era el mismo; una vez iniciado el incendio quedaba rígido como una estatua. Lo que llamó la atención de los investigadores fue la aparición cercana al lugar de los hechos, de una hierba que al ser analizada, se comprobó que era hipérico o hilos de San Juan, usada en la antigüedad para alejar  al diablo e impedir la entrada de males a las casas. Este hallazgo tenía íntima relación con muchas de las expresiones y pensamientos que Savonarola sabía difundir. Alguna vez Bautista habló de "la muerte por encantamiento" y precisamente este mal se lo relacionaba con la posesión maligna y la brujería. También la creencia decía que a la muerte por encantamiento se la combatía con trébol, verbena, hipérico y eneldo, para privar a las brujas de su voluntad. Pero lo más significativo era que en la Antigua Roma, entre el solsticio y hasta después de la Fiesta de San Juan Bautista, toda la gente colocaba ramitos de hipérico en los dinteles de sus casas. Savonarola evidentemente conocía toda esta historia y casi con seguridad la más patética: San Juan Bautista, el primo de Cristo, el que bautizaba en las aguas de Jordán, el que se retiró al desierto, fue decapitado por orden de Herodes Antipas, a pedido de su mujer Herodías y, según la leyenda, las gotas de su sangre cayeron en las hojas del hipérico. Esta creencia surgió del hecho que, si se sostiene a la luz del fuego las hojas de hipérico, se pueden observar claramente manchas rojas.
Bautista subió al móvil policial cuando aún los bomberos luchaban con las llamas. Nosotros seguimos el rumbo de la unidad sin decir palabra. Era viernes y mañana algún comentario surgiría en la clínica del doctor Vacher.
Américo García logró vender su colección de libros a un oscuro y tramposo mercader de Estados Unidos. La gestión fue realizada por Tom Fanelly.
Morgana Rivera fue separada de su cargo y pesa sobre ella un sumario administrativo.
Jacques Demontue volvió a Francia y  forma parte de un grupo de globalifóbicos que luchan contra el modelo neoliberal del Fondo Monetario Internacional.
Lucía Savonarola  pudo  regresar a su cátedra de Inglés  en Nueva Zelanda.
Bautista Savonarola fue internado en el Hospital Borda.
El doctor Marcos Vacher continúa atendiendo su clínica del barrio de Belgrano.
                                                    
 
                            
                                 
Página 1 / 1
Foto del autor JOSE MARIA GATTI
Textos Publicados: 2
Miembro desde: Oct 10, 2009
0 Comentarios 561 Lecturas Favorito 0 veces
Descripción

Una historia de mi ciudad

Palabras Clave: abandono

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos


Creditos: SI

Derechos de Autor: JOSE MARIA GATTI

Enlace: josemariagatti@terra.com


Comentarios (0)add comment
menos espacio | mas espacio

Para comentar debes estar registrado. Hazte miembro de Textale si no tienes una cuenta creada aun.

busy