IDA Y VUELTA - Muerte y Legado - Jorge Dossi 1990
Publicado en Oct 23, 2009
"Ah, si yo hubiera sabido que la muerte es un país donde no se puede vivir..." Oliverio Girondo Cuantas cosas se murieron en todos estos años. Cuanta muerte fue apropiándose de los recuerdos y las alegrías, acaso como una fatalidad histórica que llegó para dividir las aguas, para anunciar el fin de un ciclo y el comienzo de otro. En esta dimensión cíclica que arriba al circunstancial presente florecen los interrogantes sobre la tesis residual: ¿A pesar de la muerte cuantas cosas quedaron? Se blasfemó demasiado sobre la incertidumbre del devenir histórico. Se trató de asesinar la pasión popular para evitar que despertara la conciencia crítica. Se prohijó una mediocridad alienante para conducir la rebeldía hacia falsas opciones y finalmente, se adaptó la revolución al paisaje estético de la resignación. Ahora, se afirma con énfasis que se murió un estilo; que los grandes maestros nacionales y sus enseñanzas forman parte del lenguaje de un puñado de nostálgicos de otros tiempos en que las realizaciones estaban a la orden del día. Pero ahora, la vorágine postindustrial exige una redefinición de las teorías y entonces, los cuestionamientos al sistema se prefiguran como signos de la vieja "barbarie", inepta para receptar el nuevo rumbo que hoy motoriza la evolución. Se contradijo a Sarmiento en un parricidio vergonzante, porque se ha matado la idea que había triunfado sobre la suya, y tamaña barbarie cometida por sus apologistas no ha hecho más que confundir a los moderados que hoy comienzan a dudar sobre los beneficios de haber invertido en la falacia de la falsificación histórica. La idea emancipadora nacional y popular se fue abriendo paso con empeño intelectual, como diría Roberto Arlt "por prepotencia de trabajo", con grandeza y humildad, conjugando el reservorio de experiencias plenamente vivenciadas con el saber de los grandes maestros, pero además ofrendó a sus mártires, muchas veces silenciados; verdaderos artífices de la fe y la esperanza nacional. ¿Como no aborrecer a los detractores de "lo nacional" si frenaron con su prédica el desarrollo de la conciencia crítica? ¿Como perdonar la infamia que levantaron contra la experiencia colectiva que un pueblo transitó hacia la madurez de su conciencia? Se torna difícil reconciliar el fervor con la traición, la pasión con la indiferencia, y en una desfachatez rayana con la insolencia se pretende adaptar el esfuerzo de las luchas populares de liberación, al advenimiento -nunca operado- de la mentada revolución tecnológica. Que otra cosa, sino esta posición es la que hoy sostiene la dirigencia política tradicional (25) El nudo central de estas reflexiones se ubica en la pregonada inutilidad que hoy revisten los planteos revolucionarios y el "legado" sería precisamente esa inutilidad. En síntesis, nos desayunamos con otra vieja y sagaz argucia del sistema que nos incita a la rebelión pero al mismo tiempo nos explica la inutilidad de la misma, eterno círculo vicioso de la gimnasia política. En el análisis que efectuamos, como es natural, están contenidas las impresiones que las dos corrientes historiográficas argentinas han desmenuzado hasta el hartazgo en el afán de afirmarse en sus posiciones. Como estamos empeñados en avivar el fuego para movilizar los espíritus adormecidos, agregamos algunas consideraciones. Hemos sido consecuentes cuando afirmamos que la historia la hacen los pueblos con su protagonismo, representados en ocasiones por sus líderes naturales quienes interpretando el momento histórico lo proyectan a partir de una simple ecuación basada en la movilización de las conciencias. Desde la otra vereda, esta explicación se concibe como el culto de la demagogia, la teoría del rebaño idiotizado y los cantos de sirenas, la entronización del populismo. Sin embargo, lo que se desnuda, es la profunda subestimación del "sujeto-pueblo". Lo que se persigue es herir susceptibilidades aduciendo el peligro que supone una masificación influida por los liderazgos carismáticos. Lo que definitivamente molesta a esta visión, es la incomprensible comunión del líder con su pueblo, ese ejercicio colectivo que rescata la memoria y al hacerlo recupera el protagonismo para movilizar a ambos en pos de los grandes objetivos. Estamos asistiendo al nacimiento de una nueva visión de la historia que se impone enjuiciar conceptos y comportamientos. Una visión que el pensamiento crítico había dogmatizado subordinándola al antagonismo de los intereses políticos y en la certeza de que su ocultamiento no alteraría el determinismo histórico al que nos condenaba la evolución. Las reflexiones que comienzan a instalarse en los debates de fin de siglo apuntan a resolver como digeriremos la proclamada muerte de las ideologías; como afrontaremos la fatalidad histórica que la evolución de la humanidad viene marcando y hasta donde nos beneficiaremos con esta pretendida armonización de las relaciones mundiales que, dudamos, tenga un similar correlato en las relaciones humanas. Los debates surgen espontáneamente. La gente, aún preocupada en la cotidianeidad de la existencia, en la resolución de sus problemas inmediatos, percibe que hay indicios de sustanciales modificaciones por venir. En su mensaje a la Asamblea Legislativa, el 8 de Julio de 1989, con motivo de su asunción, el presidente Menem expresaba: "Si la Argentina no está donde debe estar no es por culpa del país sino por responsabilidad de los argentinos. De nuestras divisiones, de nuestros lastres históricos, de nuestros prejuicios ideológicos, de nuestros sectarismos. Hemos sido incapaces de formular un balance honesto de los triunfos y fracasos del país. De sus debilidades y fortalezas. De sus errores y de sus éxitos. Esa es la primera lección que hemos aprendido, entre todos juntos. Porque se acabó en el país el tiempo del peor de los subdesarrollos. El subdesarrollo de considerar como un enemigo al que piensa distinto". Con estas palabras se propugnó la revisión crítica de nuestro pasado reciente desde una realidad por demás ardiente. El momento de construir sobre nuestras coincidencias en lugar de destruir sobre nuestras discrepancias no debe motivar dudas; quizás constituya el punto final de nuestros enfrentamientos, el camino hacia la unidad nacional. Pero en tren de sincerarnos, nos asaltan las dudas, porque estamos preguntándonos cuantas cosas quedaron después de la muerte, y nos referimos a la muerte que se apropió de una manera de sentir la patria, la pertenencia a una tierra, la memoria colectiva, la muerte de un estilo, de un pensamiento, de un modelo, la muerte de las creencias y de un destino no exento de luchas y pasiones, devociones y fervor. Entonces, como acomodarnos y observar el paso en retirada de tantos nombres, conquistas y sueños. ¿Como haremos para sacrificar una convicción que no alcanza a explicarse los nuevos aires que se avecinan? ¿Será el tiempo de revisar las consignas y madurar con seriedad su relevo para ajustarlas a las nuevas propuestas? Los vientos que soplan del norte nos transmiten entusiastas el agotamiento de la teoría de la dependencia sostenida por el justicialismo. Aclimatarse al temporal es la decisión adoptada por el propio presidente quien la fundamenta en la existencia de un sólo mundo, una gran patria universal, un hogar para todos. Sin embargo, nos permitiremos disentir al respecto. Si la muerte de un estilo, es la muerte de nuestra revolución justicialista y el legado, es la inutilidad de esa revolución inconclusa y de su doctrina para estos tiempos, creemos desacertada la actual apuesta del presidente Menem. Si por el contrario, la lectura entrelíneas admite un repliegue táctico del rumbo histórico, nos abocaremos a explicar los alcances que tal actitud se propone. El presidente ha sido claro. Estos cambios que tanto conmueven al pensamiento crítico también deben ser explicados con claridad. Quizás el pueblo con su peculiar intuición nos lleva ventaja y esto reafirma su apuesta por la continuidad del sistema democrático, su voto de confianza para quien cree sabe interpretarlo. Será este pueblo el que en un futuro dará testimonio de las palabras de su entonces presidente: "Si la democracia no sirve para hacer feliz a la gente, no sirve para nada". Sobre muertes y legados hay mucha tela para cortar. Las interpretaciones procuran estar a la orden del día, pero en estas humildes reflexiones nos resultará imposible dar cabida a tantos interrogantes que hoy nos asaltan. En torno a la construcción del país posible intentaremos remontar vuelo para alcanzar algunas constelaciones de nuestra historia y preguntarnos si existió, desde siempre, un pensamiento político al servicio de los intereses antinacionales que no reparó en ningún precio para alcanzar sus objetivos. ¿Es posible pensar a Sarmiento, Mitre, Rojas, Videla, Firmenich, Santucho, Martinez de Hoz y tantos otros en tanto protagonistas equivocados, a contramano de su tiempo, para alcanzar una adecuación al discurso que preconiza "reconciliarnos" y así, suturar las heridas del pasado para marchar todos juntos hacia la unidad nacional? ¿Podremos considerar al error histórico como un pecado digno de redimir? ¿Desde tantas muertes que claman por justicia, como podremos admitir una convivencia con quienes se enfrentaron para enfrentarnos? Preguntas que surcan nuestra tierra buscando sacudir un silencio preocupante, preguntas que no quieren contestarse porque las respuestas levantarán acusaciones que es preciso olvidar. ¿Es que acaso seguiremos flotando sin hacer pie en la honestidad de una autocrítica? No será tan fácil hacernos a la idea de que es necesario cambiar algunas cosas. La gran mayoría del pueblo acepta el legado de una crisis potenciada por los desencuentros, lo que no admitirá, serán nuevos atropellos a la madurez alcanzada. Concretamente, el polémico indulto a los militares y a integrantes de las organizaciones armadas no restañara las heridas que aún permanecen abiertas signando un puente con el pasado; por el contrario, demostrará la indiferencia al desdeñar la utilización de vías adecuadas para tensar la madurez popular. El pueblo se preguntará por el sentido de la justicia, cuyas funciones y alcances, se defenestrarán con una medida de tiempos feudales que, siendo privativa facultad del presidente, aún se inscribe como un estigma a desterrar en una futura reforma constitucional. El presidente Ménem ha decidido pagar un alto costo político merced al uso de este mecanismo obsoleto que le impedirá concretar su propósito de encaminar a la nación hacia un destino de grandeza tras la superación de las divisiones y el fin de los enfrentamientos. Aquí esta el pueblo, el verdadero protagonista de las gloriosas gestas de nuestra historia, aguardando ser consultado en esta instancia crucial. Quiera Dios iluminar al presidente para que en el silencio de su intimidad medite esta trascendental decisión. Nos asaltan las dudas cuando se trata de ejercer el pensamiento crítico. Si rumbeamos hacia la autocrítica intelectual surge de imprevisto la carencia de una explicación sobre lo ocurrido en el pasado inmediato, y esta carencia viene a plantearse como una orfandad, como una sensación de enseñanzas desvinculadas al haberse cortado el hilo conductor de la experiencia. Los maestros nacionales ya no están para marcar los rumbos. Sus obras no han sido revalorizadas como es debido y corremos el riesgo de negarnos por ignorancia o por soberbia esa revisión necesaria como fundamento de una epistemología periférica que -al decir de Fermín Chavez-, "...nos conducirá a afirmar que es necesario creer en lo que somos".(26) Frente a la humildad con la que asumimos estos planteos, invitamos al conjunto de la intelectualidad argentina a ejercer su propio examen de conciencia, rasgándose las vestiduras y as¡ contribuir como bien lo indicara Carlos Paz "a reabrir el debate, reinstalar la discusión de algunas ideas fundamentales como son la composición de los sectores dominantes, el carácter actual de la dependencia, la función de la Argentina en la nueva división internacional del trabajo, la misión de las teorías sobre la modernidad y el fin de las ideologías en un país como la Argentina, la posibilidad de liberación que hoy tienen los estados nacionales, los cambios producidos en la estructura social argentina y el papel transformador que le corresponde al Movimiento Obrero, la necesidad de la integración latinoamericana ante el nuevo carácter de los procesos imperialistas. En fin, todas aquellas que sean necesarias para devolverles a los sectores populares la iniciativa ideológica y política. Aparentar que no hubo un pensamiento impugnador del sistema capitalista dependiente sería una hipocresía imperdonable y ninguna sociedad construirá un futuro perdurable sobre la hipocresía, mucho más cuando esa hipocresía se usa para ocultar a las generaciones venideras que aquí existió y existe una inteligencia y un pensamiento nacional al que intentaron arrasar con la represión y el miedo".(27) Nada se construirá sobre la muerte si el legado impone el olvido. La muerte sólo tendrá sentido si nos permite afirmar la vida, y la afirmación de la vida la sostendremos entre todos, discutiendo desde el lugar que nos corresponda, respetando las ideas, proponiéndonos como ejemplo. Hay algunos hombres que han percibido esto. Caminamos. Que así sea. Notas 25.- Esta dirigencia política es la que ha enfatizado -en una perfecta comunión con el pensamiento estructuralista hoy en boga- que debemos aceptar lo inevitable, entendiendo como tal, el fin del protagonismo de los pueblos y sus luchas de liberación nacional, el agotamiento de la teoría de la dependencia y la inutilidad de su cuestionamiento, el entierro de algunas doctrinas y la falsa actualización de otras. 26.- Crear, Nº 14 Junio-Julio de 1983, pag. 50 27.- Idem nota N 19
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