IDA Y VUELTA - Ida y Vuelta - Jorge Dossi - 1990
Publicado en Oct 26, 2009
"La fe del pueblo es como la ola en el mar: parece que se va pero siempre esta volviendo" Alejandro Dolina Cuanta tinta y cuantas palabras construyeron la aventura que transitamos. El país en carne viva suplicando a las conciencias un poco de altura. Los hombres protagonizando un éxodo amargo hacia el interior de sus vidas. Las generaciones palpitando fracasos que abonarían el terreno para el cultivo de un nuevo pecado: la tristeza. ¿Es acaso la tristeza el detonante que signará un nuevo modo de analizar nuestra historia? La crisis que atravesamos oprime las almas y las empuja al cultivo de opciones. Afirmábamos en estas reflexiones que el pueblo argentino había alcanzado una madurez producida, en gran parte, por la experiencia vivenciada en los años de sometimiento y obediencia. Continuamos considerando que dicha experiencia se erigió en creadora de conductas y comportamientos que orientaron esa maduración tornándola crítica y estimulante. En un artículo titulado "El pecado de tristeza", se afirmaba que "Las crisis, cuando no se las encara de un modo maduro, suelen engendrar dos clases de ilusiones: El salto hacia adelante, en brazos de la utopía, o el recurso a la máquina del tiempo. Este último parece ser el expediente que esta predominando en la Argentina. Hay toda una tendencia que, olvidando la historia real, parece buscar en un pasado idealizado la seguridad que el presente parece negar..." (28) Esta afirmación rescata la síntesis de un proceso profundamente observado sobre el estado de depresión colectiva que ha ganado a los argentinos. Nuestra construcción reflexiva apuntó a trasladar hacia el futuro la factibilidad de una mejoría debido a la incertidumbre constatada en el presente. Para ello concebimos lanzarnos a desmenuzar esta aventura colectiva de la mano de Scalabrini Ortiz, de la tristeza que se enlaza con el "no saber quienes somos". El texto referido nos introduce en una interpretación que desde el presente, asumido como "regodeo en la queja, rezongo y condenación apocalíptica" ante los sueños insatisfechos y las medias alegrías, busca refugiarse en la nostalgia, en la añoranza por un pasado de esplendor, en aquello que tantas veces escuchamos de nuestros mayores cuando referían al gusto que uno sentía de saberse argentino, de pisar la tierra y saber que se pertenecía a una entidad trascendente. Es a partir de nuestra realidad -como regreso al imperativo inexcusable que nos señalara Scalabrini Ortiz-, desde donde partirán las interpretaciones de este candente pecado de tristeza, su influencia determinante en las futuras reflexiones de nuestra historia y su afirmación de esencia maldita vinculada al fracaso y la desilución. Nos preguntamos una y otra vez: si existen los elementos que posibiliten fundamentar una teoría del fracaso nacional; si la asunción de este fracaso determina la imposibilidad de proyectarnos hacia un esquema de esperanza; si la esperanza a la cual nos aferramos sentimentalmente es la última estación del trayecto hacia la consolidación del proyecto nacional. Los argentinos tenemos innumerables defectos escondidos pero no apostamos a la espera de un "piedra libre" salvador. Estamos en un segundo descubrimiento de nuestras potencialidades, quizás prolegómeno de una refundación histórica del país, del sueño colectivo de grandeza. A su vez, y al sólo efecto enumerativo, venimos soportando acusaciones de soberbia que nos endilgan algunas mediocres teorías sociológicas, a saber: los renovados atributos de la viveza criolla siempre a la orden y casualmente desvirtuada por los ladrones de guante blanco jamás tras las rejas, el culto al rigor amasado en los discursos recalcitrantes de los censores, el déficit de memoria rescatado para engrosar la galería de vilipendios contra las causas nobles y justas, y mucho más sin dudas venimos soportando. Parece increíble, pero a la luz del progreso experimentado a lo largo de nuestro proceso histórico, todavía seguimos contabilizando marchas y contramarchas. Todavía, como Atlas, seguimos sosteniendo "nuestro mundo" con sus consabidos lastres y es en esta circunstancia histórica donde aparecen los virtuales expedicionarios quienes luego de explorar, comprueban: Estamos en presencia de un "País de Ida", esto es, un país irresuelto, expectante pero conciente de ello. Los más reaccionarios nos hablarán de naufragios, de tristes derivas, de proyectos inútiles. Pues bien, si estamos de ida, ¿hacia donde vamos? Un interrogante difícil, una respuesta que requiere investigaciones complejas. Aproximamos inquietudes, adivinamos, apostamos. Somos tan jóvenes aún, tan apasionados para dedicar el tiempo a lo que amamos, tan exigentes con la verdad y tan complacientes con la mentira. Nos asusta la novedad, no tanto por la extrañeza sino por el desafío que implica repensarla y porque es mas fácil rechazarla por lealtad a la consigna. Estamos creciendo y nada puede enorgullecernos tanto, pero el crecimiento es doloroso y comporta sufrimiento pero también alegría, es fracaso y esperanza. Es comprobar cuanto daño le hicimos a la imaginación y a la creatividad cuando seducidos por cantos de sirenas nos encerramos en esquemas que desgastaron nuestros instintos mas primarios. En este crecimiento hay triunfos y derrotas, encuentros y desencuentros. Empezamos a transitar un camino que fue torcido para confundirnos, un camino que nunca fue fácil transitar. Pero ahora queremos apostar al cambio, queremos creer en la necesidad del cambio. No podemos admitir la cobardía, el retorno a la reclusión en pensamientos negativos, a los desplantes impulsivos. Nos damos cuenta de esto, una actitud habla de esto. ¿Somos entonces un país de ida? Pareciera que si. Lo confirman la necesidad cotidiana de mostrarnos tal cual somos y la incipiente sensación de nuevos cambios que se perciben. Cambios que auguran nuevos y más encarnados debates. Signos de un tiempo que impone desafíos. Dialéctica pura. Hay otras teorías que también esperan afirmarse y prolijamente concebidas por otros expedicionarios, les gusta seducir para después enamorar. Nos hablan de regresos, de valoraciones, de evocaciones que el alienante tráfico ideológico ha condenado al olvido. Tienen la particularidad del rescate por las tradiciones y un apetito nostálgico que ablanda los corazones. Nos empujan a jugarnos y desenterrar -¿después de la tonta ilusión independentista?- aquellos contenidos que simbolizaron nuestra grandeza, si como suelen afirmar, somos lo que siempre fuimos: "el paisito de morondanga, el granero del mundo, una provincia del Brasil, Fangio, Monzón Maradona y paremos de contar". Las teorías de la vuelta son varias. Algunas se entregan devotamente a la práctica de un conformismo que acepta en silencio los resultados del determinismo histórico. Alientan pasos lentos pero seguros, se resignan a la preservación de un modo de vida "occidental y cristiano" en un paisaje donde nadie cuestiona el reinado de la indiferencia. Por suerte hay otras. Son aquellas que aman darse cuenta de los errores y ejercitan la grandeza de subsanarlos. Las que plantean volver a beber ese licor de vida. Las que se fueron, pero siempre están volviendo. Las que llegaron a comprender que es necesario hermanarse para enfrentar la adversidad. Las que exiliadas espiritualmente en el alma popular se atrevieron a esperar -apretando los dientes- el tiempo del reencuentro. Un bello fragmento del poema del escritor tucumano Francisco "Pancho" Galindez retrata este estilo carnal de sentir la vida y las creencias. "...se trata de captar los infinitos rostros del siglo el llanto de un pueblo la huella de un niño que busca su corazón en las márgenes del alba un incendio atravesado en la garganta una puesta de sol en el fondo de una lagrima en fin, todas esas pequeñas grandes cosas que nos permiten recuperar nuestra identidad avasallada en los espejos demolida en un silencio sin remedio trizada sin memoria en las líneas de la mano o sea que siempre hay que apuntar a un blanco móvil andar a tientas en la oscuridad atropellando soledades y condenas mascullando tempestades y horizontes siempre hay que tirar las redes a mansalva para atrapar la luz en el camino para reflejar los ojos en el agua para amar lo que hay que amar y gritarle al viento nuestro deseo que tiene un nombre verdadero y señalar el daño que le hacen a la vida enamorada en la cruz de su ausencia eso será así no de otra manera núnca terminará esta espera iluminada núnca acabará esta locura sin final núnca se sabrá si es amor, miedo o desolación lo que nos espera en medio de la sangre". Es cierto. Se trata de captar esa inquieta manía de ser argentinos, de ser una contradicción activa debatiendo la crisis, de continuar develando los secretos que impiden el abrazo, la emoción y el amor. ¿Somos un país de vuelta? También pareciera que la respuesta surge afirmativa; porque aún, entre el dolor y la muerte que reivindican los sectarios, renacen las manifestaciones que nos hacen sentir vivos; porque a pesar de tantos oídos sordos que retornan, hay voces que todavía se escuchan; porque entre tantos preservativos pululando para aguar la fiesta, están "los más", los que tendrán un día su propia fiesta; porque a pesar de tanta juventud que aflora mostrándose impaciente, lo vital es observarla crecer abriéndose paso, entre aciertos y errores, pero argentina. Claro que seguiremos por mucho tiempo profesando el culto de los extremos que no alcanzamos a tocar. Nos duele preguntarnos si al final, el gran objetivo consistió en matar la conciencia crítica de una generación, una conducta delictiva no tipificada que constituye el verdadero genocidio apenas analizado, la exclusiva razón por la que se hizo desaparecer, se torturó y se asesinó a tanta gente. ¿Si estamos de vuelta, de donde venimos? También difícil de respondérselo. Seguimos adivinando por no estudiar. Hacemos un culto del copiar modelos impuestos por las políticas culturales del imperio, y a pesar de tantos esfuerzos por descolonizar pedagógicamente esas conductas, nos interrogamos en como no hacerlo en esta Buenos Aires de tango y rock and roll (que no es todo el país), de villa miseria y Palermo Chico, de igualdad consagrada constitucionalmente y discotecas que practican su "apartheid" con la juventud morocha, de Rosas que volvió para quedarse y Sarmiento desde un billete en lucha contra la inflación. Pero como siempre pasa, retornamos a la vida mansa y al desenfreno, a enfrentarnos porque es costumbre, a pagar las cuotas que la memoria atrasó. Retornamos a los pecados de las armas, inmolando vidas en arrebatos inútiles, como si la muerte fuera un lugar común que ya formara parte de este sufriente paisaje finisecular. Pero parafraseando a Miguel Hernandez, no perdonemos a la muerte enamorada y a la vida desatenta, tratemos de sentir que la vida todavía nos merece y podemos hacer un aporte por nosotros y por los que nos necesitan. Que no decaiga un pueblo confundido por las pequeñas miserias del alma, o es que acaso Gonzalez Tuñon quería cuerpos invadidos por la irracionalidad desesperada. Me quedo con las palabras y sólo con las palabras de su "Luna con Gatillo" "...No puedo cruzarme de brazos e interrogar ahora el vacío Me rodean la indignidad y el desprecio; me amenazan la cárcel y el hambre No me dejaré sobornar | No. No se puede ser libre enteramente ni estrictamente digno ahora cuando el chacal esta a la puerta esperando que nuestra carne caiga, podrida Subiré al cielo, le pondré gatillo a la luna y desde arriba fusilaré al mundo suavemente para que esto cambie de una vez". ¿Palabras de eterna manifestación? ¿Palabras que plasmarán algún día un escenario que merezca ser vivido en plenitud? ¿Habrá que seguir apostando a la muerte para cambiar la vecindad acechante de miseria, injusticia y dolor? Duele pensar sin conformarse. El Presidente de la Nación acaba de firmar los decretos de indulto que disponen la libertad de militares e integrantes de las organizaciones guerrilleras. Un gesto culminante de claudicación que agrede la memoria. Ida y vuelta. Destino cruel del argentino que anuncia sus ganas de mamar nuevas alegrías y tristezas. Que busca identificar situaciones donde anclar sus discepolianas reflexiones. Ida y vuelta. Travesía inconclusa que seguiremos forjando para enamorarnos de la vida y el hombre. Aquí. En nuestra Argentina. En la patria chiquita de victorias y derrotas pero con la fe puesta en la ola de la esperanza. Porque como dijera la "Yoli" -nuestra identidad en "Made in Lanús-: "la cosa tiene que ser acá" y porque Argentina al igual que América -como lo expresara Osvaldo Guglielmino- "no fue descubierta, fue conquistada, es decir cubierta". Nosotros tenemos que descubrirla, y en eso estamos.
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