Las luciérnagas
Publicado en Mar 30, 2009
Siendo muy pequeñita, desde la ventana de casa veía con curiosidad diminutas lucecitas yendo de un lado a otro en el jardín. Recuerdo que me parecían fantásticas y como toda cosa sin explicación para una niña de tres años o cuatro años, me causaban una cierta sensación de temor. Luego supe por los textos escolares que aquellos punticos luminosos eran emitidos por unos animalitos llamados luciérnagas. Sin embargo, debo decir que nunca averigüé en detalle sobre aquel extraño proceso de origen animal.
Posteriormente tuve un encuentro metafórico de tercera y "dura" mano con la luz de las luciérnagas... Un buen amigo me hizo la referencia dentro de una anécdota. Resulta que en su residencia estudiantil, en Bogotá, la dueña literalmente moría por su impenitente y malhadado amor, a quién ella a pesar de todo se empeñaba en llamar "Mi solecito". Un buen día, o mejor una mala noche, a "Mi solecito" se le pasaron las copas, las horas y las manos... y al desayuno de la mañana siguiente la mirada de la querida casera era oscura por dentro, de frente y de perfil... No obstante, como siempre, doña Sarita llamó: "¡Solecito, el desayuno está servido!". Fue entonces cuando mi amigo, quizás autorizado por el malestar colectivo que pesaba en el ambiente y por ser el más antiguo y osado del grupo, parafraseando al poeta(*), le espetó: "¡Doña Sarita, qué solecito ni que solecito, si eso no llega ni a luciérnaga de menguado brillo...!" La danza. (**) Años más tarde volví a encontrarme en primera persona con las luciérnagas. Fue en cierta oportunidad, cuando las circunstancias nos llevaron a recalar en la hospitalaria Maturín, al sureste de Venezuela. Impedida en aquel momento para tomar una casa dentro de la urbe, me vi obligada a buscarla en lugares apartados. Así fue como encontré una casita de campo (lista para mi mente febril de bricolera frustrada...), situada a cinco minutos de la ciudad en el paraje más hermoso posible, que ni aún en los momentos más desvariantes hubiera podido concebir. Lo que para los lugareños era una desventaja por los seis kilómetros que lo separaban de la actividad citadina, para mis dos hijos adolescentes y yo era un verdadero milagro en todo sentido, por lo bucólico del lugar. Desde el comienzo la llamamos nuestro "palomar". El haber carecido al comienzo de televisión, radio y otros equipos de sonido nos hacía buscar distintas formas de entretenimiento cuando el sueño no llegaba temprano. La preferida era contemplar discreta y silenciosamente el firmamento nocturno, mientras escuchábamos el ulular de los buhos, el canto de los grillos y las ranitas y el aleteo de los murciélagos fruteros. Después de muchos encuentros y desencuentros provocados muy a mi pesar con las criaturas del lugar, habíamos aprendido a respetar nuestros respectivos espacios vitales: ellas no entraban a nuestro "palomar" y nosotros no invadíamos su hábitat en las horas nocturnas. Fue así que una de las tantas noches profundas del sur monaguense me sorprendió acostada de espaldas sobre el techo de mi automóvil, junto a mi hijo Víctor Hugo, acostado a mi lado. Recuerdo que había estrellas titilantes y de luz fija, unas quietas y otras móviles y misteriosas cruzando lentamente la bóveda añil... Muchas de ellas a veces caían formando cortinas brillantes en el horizonte de esa extensa sabana ¡Una explosión de luces infinitas nos envolvía! De pronto, no se si por instinto ante algo tan inusual o porque los sentidos se aguzan e integran en perfecta conjunción con esas manifestaciones de la Naturaleza, nuestra visión perimetral nos hizo percibir en el suelo una alfombra de puntos brillantes e indefinibles en aquella oscuridad... Reaccionamos con timidez y nos incorporamos hasta ver que en la punta de cada brizna de hierba había una pequeña luz, y que al detectar nuestros movimientos empezaban a mecerse o a elevarse... ¡Era como si parte del firmamento hubiera descendido sobre el prado! Luego, al cabo de unos pocos segundos y sin todavía tener conciencia de lo que sucedía, mi hijo y yo nos vimos sumergidos dentro de halos de luces celestes y terrestres que se desplazaban en todas direcciones. Nos inmovilizamos. Millones de puntos brillantes surgían de todas partes y lo iluminaban todo: ¡Estábamos presenciando la danza de las luciérnagas! Calculo que duró sólo un minuto, nunca más se produjo. Durante el corto año que vivimos en aquel "palomar", el generoso cielo de las noches monaguenses nos regaló millones de guiños cada vez que la luna no acudió... Pero las luciérnagas sólo volvieron a visitarnos de vez en cuando, de una en una, de dos en dos o de tres en tres, como un recorderis de aquel fenómeno extraordinario e inolvidable. Por: Cecilia Olaciregui Ruiz __________________________________ (*) ..."Le pedí una hoguera de ardor nunca extinto, para que a mis sueños prestase calor. Me dio una luciérnaga de menguado brillo... ¡Yo quería un sol!" (Soberbia - Porfirio Barba Jacob, poeta colombiano) (**)El brillo de los duendes. Varias especies de luciérnagas viven en la India, el sureste de Asia, América del Sur y las regiones cálidas de Europa y Estados Unidos. Las luciérnagas son en realidad escarabajos que emiten luz a través de sus órganos abdominales. La variedad de emisiones abarca desde chispazos aislados hasta sorprendentes exhibiciones colectivas que son un hermoso espectáculo en las noches sin luna. La luz de las luciérnagas es fría y, en términos de energía, muy eficiente. Mientras que el 97% de la energía de las bombillas eléctricas o focos se convierte en calor, una luciérnaga concentra el 90% de su energía para la producción de la luz. El brillo que emerge del minúsculo animal es suficiente para leer una página impresa. Se dice que los estudiantes japoneses pobres usaban estos atractivos insectos para estudiar durante la noche, y en algunas partes de América del Sur se utilizaban para iluminar las casas. Verde para detenerse. La mayoría de las luciérnagas son escarabajos. La común europea es más activa en junio y julio, cuando las hembras, que no tienen alas, suben a los tallos altos de los pastos y cuelgan la cabeza hacia abajo; además, vuelven el cuerpo para exponer las verdes linternas que tienen bajo la parte posterior. Los machos, que están provistos de alas, pueden captar estas señales aun si se encuentran a 90 m de distancia. El verde del "semáforo" le indica: "Aquí puedes detenerte". (Tomado de www.selecciones.com/)
Página 1 / 1
|
Enrique Dintrans A:
Saludos
florencio
haydee
En un espacio abierto para todos y sin restricciones, es posible que no prime la calidad.
Me gustó el comentario anterior, es una crítica dura pero necesaria.
En las noches de verano, en mi casa de las sierras, las luciérnagas, estrellitas cercanas, con su titilante parpadeo, crean una atmósfera irreal en la que suelo sumergirme, cuidando que no se metan en mis oídos.
Nivelemos para arriba, sigue produciendo!
Verano Brisas