REFLEXIONES SOBRE EL CONFLICTO GOBIERNO-CAMPO Y EL PERONISMO
Publicado en Nov 03, 2009
Cuando aún no se sabe a ciencia cierta como se definirá el nuevo escenario político surgido a raíz del denominado "conflicto gobierno-campo" deviene ineludible reflexionar sobre la vigencia de los enfrentamientos que construyeron gran parte del edificio en el que reposa la actual sociedad argentina. Es preciso referir la existencia de un escenario para situarse y avanzar en un sentido crítico. En torno al referido conflicto, por un lado se observa un sólido frente conformado por entidades rurales que reconocen -históricamente- una representación de intereses por cierto distintos y que hoy convergen en un discurso unificado para galvanizar el reclamo efectuado al gobierno de Cristina Fernandez de Kirchner, a efectos de retrotraer los aumentos a las retenciones de productos del agro, -especialmente la soja- al estado en que se encontraban antes del 11 de marzo. Por otra parte, un gobierno cuyo mandato apenas estrenado tiene la responsabilidad de instrumentar junto a los sectores reclamantes los acuerdos necesarios para la búsqueda de un consenso que evite profundizar el conflicto. Es lo deseable aunque de dudosa concreción cuando la frontera sectorial es desbordada por animosidades políticas y cuando un déficit de docencia cívica aunado a erráticas políticas de comunicación, no explican como es debido la legitimidad que asiste al gobierno nacional para capturar los beneficios de la renta extraordinaria del campo. En el medio, la sociedad, receptora del fuego cruzado adquiriendo un protagonismo larvado, sometida al bombardeo massmediático de quienes saben que el conflicto devorará actitudes, conductas, personajes y posiblemente desemboque en un nuevo escenario. Para el gobierno se trata de un desafió a su proyecto de distribución de riqueza aunque hoy no sea visible el modo en que éste se llevará a cabo. Para las entidades del campo, de persistir la unidad implicará haber sentado las bases de un nuevo proyecto de acumulación de poder para jaquear la hegemonía kirchnerista. La polémica también se centra en el debate de los detalles técnico-formales respecto al modo de conciliar los intereses sectoriales con los de una política agropecuaria cuyo diseño es resorte del estado nacional. Como en todo conflicto que se precie de sondear la profundidad de sus razones, han surgido inevitables vinculaciones con el pasado. No es de extrañar que además, ello suceda cuando la pugna involucra a un gobierno cuya base mayoritaria esta conformada por el peronismo mientras que el sector reclamante, bajo el término "campo", engloba a las diversas entidades rurales que conforman desde grandes estancieros a pequeños productores. A su vez, merece destacarse el hecho de que por fuera de las clásicas representaciones institucionales del ruralismo, surge un grupo de productores "autoconvocados" que pretende incidir -y de hecho lo ha logrado- en las eventuales decisiones que las dirigencias orgánicas adopten en la discusión de la política sectorial. Se ha señalado con el correr de los días, en los ríos de tinta que procuran explicar el nudo del conflicto -y desde veredas opuestas- que este enfrentamiento tiene un propósito desestabilizador, destituyente, golpista. Que a los sectores del campo sólo les preocupa su avidez de ganancia. Que les sobra vergüenza y les falta solidaridad. Que han desabastecido al pueblo sin medir las consecuencias de sus actos. Que la tregua resuelta en una asamblea no ha sido más que un nuevo modo de condicionar al gobierno para exigirle que revierta su decisión de aplicar retenciones móviles a las exportaciones de soja. Que es preciso modificar el estilo autoritario del gobierno en la toma de decisiones. Se ha dicho también que los primeros cacerolazos promovidos por sectores ligados al campo no tuvieron la espontaneidad que le adjudicaron algunos medios de comunicación. Que el disparador de la protesta no hizo más que revivir la antinomia sarmientina "civilización o barbarie" Que es necesario evitar la "sojización" del país. Hay un sinnúmero de razones -valederas por cierto- que fundamentan la necesidad de intentar explicaciones frente al nuevo fenómeno. Será difícil acordar un equilibrio tendiente a considerar que pueden existir razones que justifiquen las actitudes que ambos actores han llevado adelante hasta el presente. En la búsqueda de una instancia superadora aunque no menos comprometida respecto del futuro escenario al que inevitablemente nos condena la persistencia del conflicto, corresponde abordar la cuestión actual de las identidades sociales que atraviesan a la sociedad argentina. Decía C. Wrigth Mills que "Cuando lo que sucede en el mundo social y lo que se siente y piensa en general no puede ser ya explicado por los principios aceptados, nos encontramos en la muerte de una época y se hace necesario definir una época nueva" (1) Se podrá convenir que esta reflexión no es acertada para explicitar porque no se murió una época cuando el país padeció el diciembre sangriento de 2001. En aquel momento fue cuestionada y no sin alguna razón la crisis de la representación política. Sin embargo, la gravedad de los acontecimientos y la consecuente respuesta social no parieron un nuevo modelo. El estado asambleísta que pareció absorber la representación popular no pudo forzar ni la desaparición ni mucho menos el remozamiento de los partidos políticos como instrumentos necesarios para la formulación y realización de una política nacional. Por el contrario, la crisis de 2001 fue apenas un gran revuelo que provocó leves rasguños en la estructura institucional del país. Hay signos visibles que denotan la carencia de un horizonte superador. Pero la inexistencia de un horizonte no debe confundirse con la muerte de una época. El conflicto no inaugura una época nueva aunque seguramente hay sectores de la oposición política que ya empezaron a frotarse las manos. A su vez, no alcanza con sostener que un escenario macroeconómico favorable posiciona al país para emprender la inclusión de los sectores arrasados por la crisis. La identidad social que hoy expresa el peronismo comienza a ser cuestionada por sus oponentes históricos ligados al poder económico dominante. Con inusual dureza, un reclamo sectorial ha logrado la confluencia de un polo opositor que -aun en pañales- parece desbocado frente a la presión ejercida por los sectores medios que le reclaman un protagonismo sin vacilaciones. No es nuevo el escenario para un gobierno de base peronista atravesado por la impronta de los movimientos sociales pos crisis 2001 que aún debe transitar la mayor parte de su mandato. El peronismo siempre supo cohesionar a la sociedad frente a lo que aparecía -antes sus ojos- como un salto al vacío, como un despeñamiento institucional. Aún en las postrimerías del gobierno de Fernando De la Rua, cuando se le asignaba la autoría intelectual y material del caos, supo encontrar en su dirigencia -entonces una liga de gobernadores- la válvula de escape para encarrilar el timón institucional y forzar una salida decorosa a la crisis. El paisaje de un país desbocado es una postal que no logra imponerse luego del advenimiento de la democracia en 1983 y ello se debe en gran medida al peronismo, cuya vigencia y contradicciones mantienen vivo el enfrentamiento con ciertos sectores que siguen apostando al proyecto de un país para pocos. Esta es la única razón que los impulsa a sostener una puja durante tanto tiempo sin resentir en absoluto su rentabilidad. Alfredo Zait lo ha explicado con meridiana claridad al afirmar que "La respuesta, que evitan los dirigentes de las entidades que representan a un sector del campo y que elude la mayoría abordar, es que la actividad del agro tiene la particularidad de que no se detiene por un lockout. No pierden mucho; más bien, casi nada. La soja sigue creciendo, no se detiene el ordeñe de las vacas y los cerdos siguen engordando. Y esa particularidad del campo no es sólo por la obviedad de que los peones no están parando ni que sus patrones no los dejarían parar. La especificidad del campo, que permite semejante protesta extendida en el tiempo, se encuentra en lo que los economistas clásicos estudiaron y que hoy sus seguidores modernos desconocen o ignoran: el factor tierra y, por lo tanto, la renta de la tierra, que no es como cualquier otro activo de la economía. Se trata de una cuestión compleja que se aleja del lugar común de los economistas mediáticos, pero que si no se estudia provoca confusiones generalizadas, como las que hoy existen. La tierra tiene características propias que la hacen diferente a los otros factores de producción (trabajo y capital), a saber: no es producida por el trabajo humano, no es reproducible, es limitada en cantidad y es de calidad heterogénea. La renta agraria es una ganancia extraordinaria de la que se apropian los dueños de los campos, originada en ventajas naturales (fertilidad del suelo y clima). Argentina, por obra y gracia de la "pampa pródiga", tiene una notable renta agraria diferencial a escala internacional. Por ese motivo la ganancia extraordinaria en la industria, atribuible a una ventaja tecnológica, no es una renta, y sí lo es la que surge de ventajas naturales. Ese avance industrial tarde o temprano puede ser copiado y sumar competidores para aprovechar ese nicho rentable. En cambio, la tierra fértil no se puede reproducir". (2) El cuestionamiento que hoy padece el peronismo -con motivo del conflicto-, en su versión kirchnerista, es el mismo que padeció el menemismo aunque por otras múltiples razones. Acaso es posible negar que estamos en presencia de dos versiones de la misma matriz, de la misma materia prima que los argentinos siguen puliendo y que no terminan de elaborar para concluir un proyecto mejorado. El peronismo salvó al país de los efectos nocivos que produjo la debacle de 2001. Actuó como oposición responsable sin que pueda decirse lo propio de aquellos sectores políticos radicalizados que -montándose en el descontento popular- pregonaban alzamientos inorgánicos apelando al superado infantilismo de autoproclamarse vanguardias esclarecidas de un utópico proceso revolucionario. El peronismo sobrevive, muta, se adapta y sigue dando que hablar. Frente a esa notable evidencia la oposición política no termina de reaccionar. La carencia de un proyecto político serio la lleva inevitablemente a buscar dirigentes o personalidades del peronismo para captar esos votos que nunca llegan. Se incurre así en el error de suponer que uno, dos o más dirigentes de signo peronista en las filas de la oposición política, obrarán el milagro de que votos y voluntades vuelvan a poblar su continente. Elisa Carrió manifestó en la campaña presidencial de 2007 que en caso de acceder a la presidencia incorporaría ministros peronistas en su gabinete. Lo mismo ha vuelto a decir por estos días agregando que tienen que tener una trayectoria intachable. Antes era la campaña, ahora hay que montarse en la bravuconada campera sin por ello dejar de apelar a las profecías apocalípticas. No es la única. Muchos dirigentes sueñan con la pata peronista, que sin dudas constituye algo más que contar con un ex peronista en sus filas. Todos necesitan la materia prima para humanizar sus proyectos partidarios de cara a la gente y vestirlos de algo más tangible que la retórica del prejuicio trillado. Si un peronista o ex peronista o peronista disidente integra un espacio opositor, el espacio le garantiza a la sociedad que no habrá descontrol, esto es, que ese peronista se integrará como parte de un todo sin destellar con luz propia. Es el triste papel que juegan algunos dirigentes como Patricia Bulrich -hoy junto a Carrió, ayer con la Alianza-, maquillados hasta el extremo y operando de saltimbanquis en pos de un cargo que los mantenga en carrera aunque nadie sepa hacia donde. Desde otra postura, Jorge Asís, entrevistado por Mariano Grondona en su programa "Hora Clave", acerca de la realidad política y social de la Argentina de los Kirchner, expresaba que : "La única oposición y cambio que puede haber aquí está dentro del peronismo". Estas palabras enojarían a Carrio quien cuestiona el mito de que solo el peronismo garantiza gobernabilidad. Al menos eso ha quedado demostrado desde 1983 hasta el presente y esa gobernabilidad ha sido legitimada en 2003 y 2007 respectivamente. Luego del estrepitoso fracaso de la Alianza, es notoria la ausencia de una oposición política al actual poder peronista. La crisis de representación y la desconfianza ciudadana asestaron un gravísimo golpe a las estructuras partidarias clásicas. Como un hecho novedoso puede extraerse la aparición de los denominados movimientos sociales -que reconocen orígenes anteriores al 2001- con un importante grado de inserción en los sectores bajos que no surgen para disputarle poder al peronismo sino mas bien, para representar a vastos sectores excluidos por las políticas neoliberales del menemismo y que en esta etapa conviven cercanos al armado político que diseña el kircherismo. La matriz peronista moldea al conjunto de la sociedad argentina. Nos guste o no, su influencia aun persiste en los avatares de la política y saben sus detractores que la única manera de obliterar esa presencia tan fuerte es construyendo un polo de poder superador. No hay percepción social que indique una transformación en el modo de abordar el significado del peronismo. En la dinámica del antagonismo la sociedad se manifiesta dispuesta a enfrentarse con sus propios miedos y fantasmas. ¿Como despojarse de este molde para avanzar en la construcción de un nuevo poder colectivo? La oposición política adolece de liderazgos creíbles. En realidad, esos liderazgos circunstanciales y acotados territorialmente, llaménse Carrio o Macri, no pueden ir más allá de sus propias narices. Hoy se montan en el reclamo rural merced a un oportunismo infame fruto de sus evidentes carencias organizacionales. Necesitan adquirir visibilidad para no ser superados o suplantados por otros liderazgos de tinte corporativo. Sus electorados suelen fluctuar -a veces interesadamente- en la búsqueda de un posicionamiento ocasional que actúe como un escudo protector para evitar el avance del peronismo. Lo expresaba claramente Mempo Giardinelli al referir que "La intemperancia maximalista de algunos dirigentes y personajes del sector agrario, de la mano del oportunismo de la impresentable "oposición" que padecemos en la Argentina, es insuflada de una soberbia creciente que impide ver lo que hay que ver"(3) ¿Y que es lo que hay que ver?, ¿Acaso sortear los obstáculos del presente para acumular y construir poder? Es una posibilidad, pero la propia ceguera de los Carrio, De Angeli, Buzzi, Ripoll, Morales (alguien recuerda que es el titular de la Unión Civica Radical) los lleva a errar el camino. Privilegian apelar al clásico discurso confrontativo para sumar voluntades en vez de aunar criterios de convicción que logren conmover a su base electoral. La furibunda frase de Carrió en cuanto a que "Kirchner quiere sangre" o la pro destituyente de Buzzi referida a que "los Kirchner son el obstáculo para el desarrollo del país" se inscriben en la escalada que busca tornar visible a la oposición política y abrir el juego a nuevos actores que merced al protagonismo que les depara el conflicto buscarán capitalizar la acumulación de poder obtenida. La restauración democrática de 1983 entusiasmo a un gran sector de la sociedad así como a ciertos intelectuales que creyeron ver inaugurado un ciclo de reconstrucción de las ideas, un retorno al debate franco y sincero, despojado de los extremos a los que el propio peronismo acudió para abusar e imponer su lectura de la historia. La derrota del peronismo a manos de Alfonsín significó para Nicolas Casullo, " (...) la muerte de un sujeto político que había sido protagonista de los últimos cuarenta años del país" (4) Es preciso distinguir a la luz del análisis la figura de Alfonsín de la estructura partidaria UCR. En la etapa pos dictadura su liderazgo fue emblemático e inauguró la presencia y la incidencia del carisma como atributos de valoración por encima de la dependencia que el dirigente mantiene con su partido político Sin embargo, aquel carisma que congregaba voluntades por fuera del radicalismo tuvo una vida corta. En efecto, no paso mucho tiempo - cuatro años- para comprobar que el sujeto- peronismo, lejos de morir -si es que acaso se pensó seriamente que ello podría ocurrir- resucitó con ánimo esperanzador y contagió la vieja mística del retorno. Sin embargo, la renovación peronista que supuso un remozamiento de la vieja estructura partidaria no tardó en sucumbir ante la embestida de los sectores ortodoxos que sin escarmentar -luego de la derrota- se instalaron a diseñar el futuro de la nueva conducción. Los sectores medios corridos por la hiperinflación desatada en los finales del gobierno de Alfonsín son seducidos otra vez por las bondades de un discurso cuasi religioso. Aquel "Síganme...que no los voy a defraudar" vociferado por Menem junto al rebaño. Entonces, una sociedad golpeada y herida en su credulidad compró el discurso de una revolución productiva doblemente falaz: ni revolución ni productiva. La experiencia duro diez años y otra matriz peronista de cuño liberal logró una de las transformaciones económico-sociales más impensadas de la historia. Finalmente, el país comenzó a despeñarse. Se hablo de traición a la propia doctrina. Otra lectura no menos crítica de los hechos también apela a la esencia contradictoria de los argentinos Eso es el peronismo, una contradicción permanente, un estado de animo que no puede permanecer inalterable. Un sufrimiento y un goce profundo por los dolores y alegrías del país. Esa construcción del ser argentino no detiene su marcha. Miguel Bonasso señala que "El Partido Justicialista, que había escrito el prólogo laborista con el joven coronel del '45. escribió el epílogo neoliberal con el Converso de Anillaco. Si semejante contrasentido pudo ser posible fue, en gran medida, debido a las debilidades y contradicciones intrínsecas del movimiento de masas mas grande de América latina" (5) La conformación de la Alianza tuvo como principal objetivo impedir la prolongación del menemismo y tanto empeño puso en ello que engendró en su seno la inevitabilidad de su propia derrota. Aún cuesta digerir el sapo de un Frepaso aliado al radicalismo para luego comprobar que la máquina de picar carne de la política fue impiadosa con dirigentes como Chacho Alvarez que habían logrado conmover y concitar la atención de la sociedad pero que luego terminaron siendo devorados por las circunstancias siendo victimas de errores propios y ajenos. En las elecciones de 2003 hubo tres formulas peronistas que obtuvieron en total el 60 % de los votos. A escasos dos años de la gran crisis, la matriz seguía funcionando y a pesar de la consigna "que se vayan todos", Menem consiguió imponerse en primera vuelta. Siempre solemos interrogarnos sobre lo que hubiera pasado. Así como Nicolas Casullo piensa que de haber ganado Luder en 1983 no se hubieran investigado las violaciones a los derechos humanos, de haber ganado Menem en 2003 quizás tampoco hubiéramos asistido a la reivindicación de una generación masacrada por pensar distinto. Esa generación que merced a las luchas fratricidas del peronismo en la década del 70, recién tuvo la posibilidad de conducir una gestión de gobierno en un contexto histórico absolutamente distinto. Cuanta agua corrió bajo el puente de la historia para que el peronismo pase de ser aquel "hecho maldito del país burgués" que definiera tan certeramente John William Cooke a convertirse en una "horda de orcos", como lo bautizan las nuevas generaciones que mutan sus maneras y formas de abordar y vincularse a/con la política, pero que no dejan de mirar con recelo la vigencia de viejas y repudiables practicas a las que se apela para dirimir los conflictos de poder. Hay quienes afirman que ahora vienen por el peronismo. Los enemigos históricos lucen dispuestos a jugar la pulseada hasta el final y se entusiasman. El sueño de un partido agrario es impulsado por la ex diputada kirchnerista Carmen Alarcón. Es incierto aún lo que harán las entidades del campo pero sus dirigentes serán tentados para incursionar en la arena política. Sería ingenuo pensar que desperdiciaran esta formidable oportunidad y no avanzaran articulando esfuerzos con miras a las legislativas de 2009. Un nuevo actor emerge para hacerse oír. Es probable que no se ate como antes a las promesas de los partidos tradicionales. Así como los movimientos sociales construyeron poder para incidir en el reclamo social, los productores agropecuarios, con el apoyo de un partido agrario -que puedan o no integrar-, están en condiciones de construir poder político e incidir en la defensa de sus intereses sectoriales merced al poder económico que detentan. Estas son algunas de las consecuencias políticas del conflicto "gobierno-campo" y nada mas oportuno para ello que hurgar en el pasado para ver que similares consecuencias advertía James R Scobie en su fundamental "Revolución en las Pampas" Historia Social del Trigo 1860-1910, cuando señalaba que "El agricultor de la Argentina muy pocas veces tuvo poder o influencia políticos. Sólo el gran terrateniente con intereses agrícolas contaba con una organización o grupo de presión que lo representara. Aunque la Sociedad Rural era principalmente una organización ganadera, tenía una preocupación periférica por la agricultura y a menudo era consultada por el gobierno en los asuntos rurales. (...) Durante muchos años el pequeño agricultor fue apolítico El aislamiento, el analfabetismo y la inestabilidad dificultaban la organización o la acción políticas, cuando no las hacían imposibles. (...) Como consecuencia de ello el chacarero tuvo poco éxito en lo referente a hacer sentir sus necesidades o representar un papel cívico en la Argentina". (6) ¿Habrá llegado el momento de jugar otro papel? Es prematuro aún extraer conclusiones sobre el desarrollo del conflicto. Lo cierto es que no será fácil para el gobierno de Cristina Fernandez de Kirchner convivir durante el resto de su mandato con un sector que ha mostrado los dientes de una manera tan desafiante. Donde se advierta debilidad gubernativa la oposición política será impiadosa. Ello no debería incomodar si no fuera porque esa oposición tan vacía de contenidos propios puede llenarse con el libreto que le escriban los poderes económicos o los grandes medios de comunicación. De hecho lo hacen a diario. El peronismo deberá revisar su estrategia a futuro. El gobierno aun tiene un mandato por delante. La situación macroeconómica lo favorece para avanzar en su proyecto redistributivo y la proximidad del bicentenario puede oficiar como meta. Un punto de llegada para efectuar el gran balance que merece la sociedad argentina, pero también, un punto de partida que logre convocar en torno a valores como la solidaridad, la igualdad y la justicia social, preciados valores que se humanizan cuando se concretan en la realidad efectiva. Más allá de las identidades sociales, de los espacios políticos, de las representaciones partidarias circunstanciales por las que ha transitado el proceso político argentino, es imperioso reflexionar sobre la necesidad de conformar una gran masa crítica dispuesta a debatir los futuros escenarios que se abren. El ineludible debate sobre la distribución de la riqueza es uno de los que concita mayor interés por ser también el que puede propiciar un cambio cultural en los abordajes de las identidades sociales. ¿Hasta donde está dispuesto a resignar poder el bloque económico dominante en pos de aportar al proceso redistribuidor del gobierno? La persistencia del lock-out agrario es una clara señal que indica la falta de solidaridad que prima en la dirigencia rural. Finalmente, es necesario que el gobierno debata su rol legitimante en el diseño de la política económica. Parece un contrasentido pero las derivaciones del conflicto y el cuestionamiento al modelo que enarbolan los ruralistas, aconseja merituar prudencialmente los pasos a seguir. En lo que va del conflicto, ha estado ajeno el rol legitimante mas allá de quedar perdido en el fragor de los discursos. Es preciso blandir el fundamento intelectual que otorga la legitimación popular. El gobierno debe reforzar sus argumentos y dar una profunda batalla ideológico-cultural. La Carta Abierta en la que un grupo de intelectuales fijó su posición en torno al conflicto es una herramienta sobre la cual es factible trabajar para acercar posiciones e instalar espacios de lucidez donde el pensamiento crítico pueda ser escuchado. En honor a la valentía, honestidad y contribuciones de ese pensamiento concluyo haciendo mías estas palabras de Mempo Giardinelli "Pero también aflojen las entidades del agro aceptando de una vez las retenciones con sentido social y redistributivo; impulsando a que sus afiliados paguen los impuestos en su totalidad; blanqueen todos a sus peonadas; alquilen menos campos a los pools sojeros y oriéntense más a producir que a especular. Y también aflojen con la autovictimización: eso de que el Gobierno los "empuja" a hacer paros, o que el oficialismo los "ataca", no es verdad, como no lo es su declamada "voluntad de no perjudicar" a la sociedad. Por favor, si realmente tuvieran esa voluntad no harían lo que están haciendo: casi 80 días de un lockout nefasto que sólo ellos aguantan porque tienen un resto que la sociedad no tiene"(7) Jorge Dossi - Junio 2008 Notas: 1.- C. Wright Mills, "La imaginación sociológica", (México, Fondo de Cultura Económica, 1969) 2.- Alfredo Zaiat, "El Campo protesta y la tierra trabaja", Página 12, 28 de Mayo de 2008. 3.- Mempo Giardinelli, "Elogio de la tibieza y la media tinta", Página 12, 29 de Mayo de 2008. 4.- Nicolas Casullo, Reportaje en La Tecla, Revista Digital. 5.-Miguel Bonasso, "Perón-Proteo", Página 12, 1 de Julio de 2004 6.-James R. Scobie, "Revolución en las Pampas, Historia Social del Trigo en la Argentina 1860-1910" , Solar-Hachette, 1968, Pag.193. 7.-Mempo Giardinelli. Idem 3
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