IDA Y VUELTA - El Fin de la Historia o La Historia sin Fin - Jorge Dossi - 1990
Publicado en Nov 05, 2009
"Fin de la historia ? Para nosotros, no es ninguna novedad. Hace ya cinco siglos, Europa decretó que eran delitos la memoria y la dignidad en América. Los nuevos dueños de estas tierras prohibieron recordar la historia, y prohibieron hacerla. Desde entonces, sólo podemos aceptarla". Eduardo Galeano La Argentina. ¿Un país de ida o un país de vuelta? Nos formulamos esta pregunta desde la travesía que emprendimos para desentrañar algunas claves del país inconcluso que contiene las respuestas al interrogante. Tratamos de abordar una explicación sobre el ser o no ser del país que condensara con suficiente claridad nuestras convicciones. A su vez, procuramos demostrar que el "sujeto-pueblo" había protagonizado la historia, con deudas y acreencias, pero ocupando un lugar al que -desde nuestra visión- no cabía imputarle culpabilidades. Otros no lo entendieron así, el análisis persistió y hoy se ventilan los antagonismos que profundizan el debate. La lucha por la idea es sumamente cautivante y como argentinos, a fuerza de empecinamiento, no pudimos desentendernos ante semejante desafío. Peleamos espacios de reflexión apoyándonos en las investigaciones más relevantes. Nos apasionamos hasta los extremos para fundamentar cada afirmación y nos sorprendimos al comprobar intacta nuestra capacidad de asombro. Así, el país y su gente no pudieron apaciguar esa furiosa obstinación por aprehenderlos. El dolor de la patria humillada nos encolerizó y fuimos poseídos por una extraña fuerza que no supo de agachadas y renuncios. Se nos fue la vida en comprender a esa criatura que se negaba a crecer, que al no asumir su adultez nos condena a sufrir eternos dolores de cabeza. Pero aquí estamos otra vez. Dispuestos a seguir redescubriendo una identidad que nos permita aportarle algo al mundo, insistiendo en la construcción de una argentinidad posible que nos empuje a la trascendencia, discutiendo los métodos, los tiempos, los modelos, las pretensiones; pero juntos, aunque nos despeñemos hacia un vacío sin nombre, aunque ese vacío parezca ser lo que vislumbramos desde esta realidad, como si cada paso tuviera un significado nuevo que ayude a sincerar, a fundar equilibrios maduros, a concluir con la hipocresía, a sentar a los hombres en la mesa del acuerdo para definir de una vez y para siempre lo que queremos ser. En medio de una crisis que devora cualquier pensamiento o reflexión que pretenda comprenderla, intentaremos acercar modestas opiniones al debate que impulsan -y ya los confirma vencedores- los teóricos del fin de la historia y los cultores del posmodernismo. Con respecto a los primeros -y en lo que concierne a nuestra crisis- sus afirmaciones en torno a que nos encontramos presenciando el fin de la evolución ideológica de la humanidad al universalizarse la democracia liberal no puede menos que conmovernos al verificar un nuevo desembarco en nuestras costas, pero esta vez con refuerzos que presagian un acto de ocupación definitiva. En cuanto a los segundos, intentaremos replicarles que nuestra historia aún concibe la idea de consumar un proyecto que nos pertenezca y al cual podamos entregar lo mejor de nuestra voluntad e inteligencia. Al proponernos reflexionar sobre un trabajo como el de Francis Fukuyama que ha despertado una infrecuente polémica en los sectores intelectuales debido a su brillante construcción filosófica, debemos sopesar los medios disponibles, a saber: las ideas que mamamos a lo largo de nuestro proceso histórico, las líneas de pensamiento a las cuales hemos adherido, las fervientes convicciones que abrazamos, la militancia experimentada a través de organizaciones sociales y partidos políticos, la devoción a los maestros que determinaron de alguna manera nuestra vocación investigadora y ensayística.(31) Nos endeudamos con muchas otras fuentes, pero se comprenderá que enunciamos aquellas a las que, en más o en menos, siempre acudimos al internarnos en el frondoso debate de los tiempos, y nos decidimos por Fukuyama porque su polémico ensayo sobre el fin de la historia llegó en el momento indicado. En nuestras reflexiones nos animamos a explicar que la utopía del futuro -en tanto construcción teórica- sobrevino como una consecuencia de la adopción de políticas erráticas, que al fracasar en el presente al cual estaban dirigidas terminaron cifrando esperanzas en los tiempos venideros. La imposibilidad de procurar cambios significativos en el desarrollo humano - al detectarse el crecimiento de la brecha entre las sociedades opulentas y las estancadas en el subdesarrollo- alertó al pensamiento crítico y puso en marcha la revisión de lo acontecido. La visión del futuro enfrentó al liberalismo y al marxismo que no cesaron de fundamentar mediante su arsenal ideológico el rumbo que los acontecimientos iban a tomar. Fukuyama proclama en su ensayo el triunfo de la idea liberal basándose para ello, en el proceso de reformas operado en la Unión Soviética con la llegada de Mijail Gorbachov. Los convulsionados cambios que se desarrollan en los países del este europeo y hasta el sorpresivo resultado de las recientes elecciones en Nicaragua que dieron por tierra con diez años de revolución sandinista parecen confirmar su tesis. Si continuamos atando cabos, la caída del Muro de Berl¡n, el fusilamiento del dictador rumano Nicolae Ceacescu y la invasión norteamericana a Panamá que derroca al general Manuel Noriega, se inscriben en un sentido unidireccional que a primera vista permite afirmar que la libertad del ser humano ha sido invocada para presionar y promover los cambios. Desde una respuesta espontánea no nos cabe simular distracciones cuando de libertad y opresión se trata, pero si nos internamos a explorar los confines apuntados en el ensayo de Fukuyama pronto se comprendera la sutileza y los códigos utilizados por la nueva estrategia de dominación. Este reordenamiento mundial obedece a varias razones entre las cuales podemos mencionar: el peligro que entraña el avance de algunos fundamentalismos, el resurgimiento de los nacionalismos, el problema de las etnias, y como un reaseguro planetario, el afianzamiento de una conciencia ecológica mundial asumida por los nuevos movimientos sociales. Estas y no otras razones nos llevan a suponer que más allá de discutir si la idea liberal ha triunfado o el marxismo ha sido derrotado subyace en el análisis una cuestión vital: la estratégica comunión de intereses que obliga a las superpotencias a establecer vías de entendimiento para unificar los criterios que impone la nueva dominación. A la luz de estos planteos los Estados han comprendido el significado y la importancia que revisten la libertad y la democracia en tanto conceptos irrenunciables de los sistemas políticos que promueven el respeto por la dignidad humana. En 1948, con claridad visionaria, Perón afirmaba: "No creo que las ideas básicas tengan un contenido inconmovible e inalterable, sino que pienso que están en constante evolución y que en el mundo futuro subsistirán los principios de libertad y de democracia y las normas de propiedad privada. Sin embargo, su contenido no será igual al de hoy..." (32) Estas afirmaciones que hoy exhiben una vigencia incuestionable derriban en gran parte la tesis sustentada por Fukuyama quien no admite superación a la idea liberal y proclama el fin de la historia. Perón propugnaba desde una postura más ambiciosa el necesario acceso a una cultura histórica que permitiera a las comunidades tener una visión cósmica de la vida. En su doctrina los sistemas sólo constituyen instrumentos creados por el hombre para cabalgar con mas comodidad en la evolución que marcan los tiempos. En cambio, es dable observar en Fukuyama el discurso de los amos de la tierra que propende a un universalismo organizado para dominar. Perón creía necesario volver a las normas de honestidad en el planteamiento de las doctrinas y de los problemas, en cambio Fukuyama se monta en la soberbia que le produce comprobar la ventaja de su construcción filosófica en esta etapa de la evolución. Sin embargo, tenemos que decirlo: Perón se adelantó cuarenta años a la construcción de Fukuyama al "visionar" un mundo al que la evolución nos condenaba merced a cambios inexorables. La diferencia estriba en que el líder justicialista -sin aludir al fin de la historia y partiendo de concebir la evolución como obra de la naturaleza y el fatalismo histórico- creía en un acuerdo para la defensa ecológica de la tierra, sin dudas, ampliamente superador del propiciado por Fukuyama, meramente contemplativo de aquellos países que pasarán al otro lado de la historia superando el conflicto que ‚ésta crea, pero que condenará a seguir inmersos en ella a los países marginados del tercer mundo. Desde la periferia, la inteligencia argentina no puede pasar por alto los cambios que sufre el mundo. Es necesario aprontar nuestro pensamiento y orientarlo en la búsqueda de soluciones que puedan contrarrestar el defasaje que provocan los procesos de alta concentración económica y la internacionalización del capital. Arturo Jauretche afirmaba en 1974 -en un virtual adelanto a los rumbos que desde el pensamiento crítico, tomarían las economías de las superpotencias y a la relativa incidencia que sobre ellas tendrían el capitalismo y el socialismo- "La nueva sociedad va a ser hija, no del capitalismo o socialismo, sino del hecho de la producción multiplicada y de las posibilidades de poner la capacidad de las masas en relación con esa producción multiplicada". (33) La necesidad que nos urge como país es promover el desarrollo de nuestras potencialidades -llámense recursos naturales y humanos- pero el sentido que le otorguemos a ellas es una prioridad que necesariamente debe establecerse. El futuro argentino no estará marcado por el actual debate que enfrenta a liberales y socialistas para interpretar el fin de la historia, sino por la capacidad que demuestren las clases dirigentes para enfrentarlo con voluntad y firmeza. Estamos convencidos de que hay que continuar aportando contribuciones desde el pensamiento crítico pero desde una posición nacional. No podemos ser tan necios y desconocer que la revolución tecnológica ahondó -como antes no había ocurrido- las diferencias entre los países altamente industrializados con aquellos que aún se debaten en el subdesarrollo. Los bajos niveles del consumo popular que degeneran en pauperización, los ajustes fiscales que a fuerza de ser necesarios soslayan el impacto social y terminan comprometiendo los intereses nacionales; el desguace de las empresas del Estado que merced a la oleada privatizadora son malvendidas con un previsible resultado: pingue negocio para los nuevos dueños y desocupación y miseria para sus trabajadores que no participan, ni conocen ni controlan las operaciones de venta; los magros presupuestos destinados a las áreas de salud, cultura y educación, constituyen golpes bajos a la pretendida valorización de la condición humana y son algunos de los graves problemas con los cuales deben enfrentarse esta suerte de democracias controladas que en la patria grande latinoamericana parecieran resignadas a aceptar lo inevitable. Los viejos teóricos de la izquierda internacional como Regis Debray, que alguna vez supieron emocionarse con las revoluciones del tercer mundo, hoy se baten en franca retirada expresando que la izquierda ha perdido su misión histórica (34). Poco ha quedado también de aquellos movimientos populares de liberación que en algunos casos, bajo el signo de un nacionalismo popular, emergieron con planteos alternativos al juego que proponían las superpotencias. Eran los tiempos de la guerra fría y los estrategas nos dejaban protestar y hasta armar revoluciones que apoyaban tibiamente para desprenderse de algún tirano que les complicaba sus planes, pero luego de superada la etapa revolucionaria, al afirmarnos e imaginar un desarrollo autónomo, emprendían un boicot infame para desarreglar lo que tanto había costado construir, inaugurando así un nuevo ciclo. Esta somera explicación nos inhibe de profundizar en académica exposición lo que vienen planteando prominentes cerebros de la política internacional. Estas páginas apenas insinúan una revisión casera que desde posiciones hoy cuestionadas se resiste a entregar el debate crítico para amoldarse hipócritamente a los cambios. Alain Touraine, en un interesante artículo -cuyo título: ¿Se puede seguir siendo socialista? constituye un ansioso interrogante- parece coincidir con Debray en atribuir a la izquierda el fin de su misión histórica, así como el de su representación revolucionaria de la historia y de la sociedad. Pero a diferencia de aquel, que hoy celebra alegremente la muerte de las ideologías, Touraine se pregunta: "La caída de esta concepción del mundo marca el fin de los grandes enfrentamientos ideológicos y políticos y en ese sentido, el fin de la historia, o acaso vemos ya manifestarse nuevos debates ideológicos y nuevos combates sociales que exigen la reconstrucción tanto de la izquierda como de la derecha? y continúa: "En otros términos, ¿ existe una única salida para los cambios actuales, la salida liberal, más o menos completada por programas públicos de redistribución a través del impuesto y la seguridad social, o la oposición de la derecha y de la izquierda pueden adquirir un nuevo sentido? " (35) Los interrogantes que propone Touraine implican una revalorización de la lucha por la idea, lo cual evidencia un enfoque que se distancia del ensayo de Fukuyama -al que considera arriesgado en sus conclusiones- y del no menos digerible -para los marxistas- artículo de Debray, quien endilga a la izquierda seguir en su "actual desierto de imaginación estéril" y le exige un retorno al socialismo como utopía. La crisis que afecta las ideologías no puede resultarnos ajena. Lo afirmamos en el convencimiento de no haber pensado otorgarles un certificado de defunción. Una cosa es admitir la existencia de una crisis global de las ideas en un mundo que actúa cada vez más en plena interdependencia y otra muy distinta, por cierto, es decretar la muerte de las ideologías por el hecho observable y no negado de reconocer que el pensamiento liberal ha presentado un esquema de confianza económica y respeto de las libertades, que las sociedades del mundo juzgan conveniente adoptar en esta etapa histórica. No será por apelar a ideologías distintas que retrasaremos la evolución del mundo y su historia. Ellas constituyen momentos de enfrentamiento que muchas veces suelen desvirtuar la genuina lucha por la idea. Para muchos pensadores políticos de actualidad no cabe empecinarse y seguir hablando en términos de antiimperialismo, liberación o dependencia, tercer mundo, porque dichos conceptos, a fuerza de no ser revisados y actualizados, han pasado a desvalorizarse y se convierten en reliquias de la museología política internacional. En nuestra Argentina, cuando asistimos a cambios tan trascendentales en el mundo de las ideas, es lógico que pugnemos por arrimar una reflexión que se haga oír, aunque poco importe a los poderosos la lucidez de nuestros pensadores. Durante el año 1985, en un ciclo de conferencias denominado "Pensar la Argentina", disertaron varios intelectuales de reconocida trayectoria (36) Nos interesa destacar la participación de Juan José Sebrelli, quien preguntándose como se podría pensar la Argentina, abordó el tema desde una perspectiva que por supuesto no compartimos. Veamos algunas de sus reflexiones que pueden asociarse a los mentados términos en desuso que antes referimos "Estas teorías (refiriéndose a las antiimperialistas) comienzan por confundir tres formas distintas de dominación: la colonia, la semicolonia y la dependencia económica. Sólo en la colonia y en la semicolonia es válida la consigna de liberación nacional. La Argentina no es una colonia ni una semicolonia es tan sólo un país dependiente económicamente. Es totalmente falso pensar que las vicisitudes políticas de la historia argentina han estado controladas por el imperialismo. En cuanto a la independencia económica no se puede plantear porque es imposible en un mundo en donde la economía está absolutamente interrelacionada...", y prosigue más adelante: "Pero en la etapa de la internacionalización del capital plantear la independencia económica, es aún m s absurdo. Es falso, por otra parte, sostener que el atraso y el subdesarrollo son productos de la dependencia económica". No quisiéramos creer que Sebrelli abusa de la ingenuidad ajena para expresarse en estos términos, pero a juzgar por sus afirmaciones pareciera no dudar ni un ápice por el tenor que otorga a las mismas. Así, es dable resaltar un error soslayado deliberadamente en la utilización de los términos ya que incurre en una construcción reflexiva que decreta la falsedad de otros planteos y termina, como siempre, remitiéndonos a ejemplos que funcionan en las categorías de pensamiento de otros países. Se afirma la falsedad del planteamiento de la independencia económica aduciendo que vivimos en un mundo interdependiente. Es cierto que vivimos en ese mundo, pero además conviven para desgracia nuestra, las políticas de dominación que posibilitan a los países dominantes expoliar las riquezas de los mas desprotegidos, en otros términos, plantear la independencia económica en un país dependiente no significa dejar de depender en lo económico, y renegar de la obvia interrelación sino, por el contrario, anular, impedir y denunciar las perversas intenciones de los grandes y poderosos grupos de poder económico nacionales e internacionales, para evitar que merced al libre juego de la oferta y la demanda, sostenido por los patriarcas del liberalismo económico, se apropien de los frutos del esfuerzo nacional para aumentar su jugosas ganancias. El atraso y el subdesarrollo que Sebrelli descree, que se produzcan en situaciones de dependencia económica -porque no cuenta con el elemento políticas de dominación- también encubre una falacia. Claro que se puede depender económicamente, y no por ello, oficiar de atrasados y subdesarrollados, pero cuando el país dependiente se encuentra en tales condiciones no se lo atribuye al destino, a su desdichada suerte o a una profecía bíblica, sino a situaciones históricas que han permanecido intactas para preservar la explotación de unos y el dominio de otros. La división internacional del trabajo sobre la cual se asentó la dominación de los países coloniales en el siglo pasado, y aún en el que nos toca, si bien estableció esquemas de marcada dependencia económica, instauró además una convivencia salvaje que en los hechos se tradujo en el deterioro de la relación de los términos del intercambio. Todo esto para que, en nombre de la dependencia económica en estado natural -como parece desprenderse del análisis de Sebrelli- y en semántica actitud se fomente el atraso y el subdesarrollo de los países coloniales y semicoloniales. Todo parece reducirse entonces, a una cuestión semántica que no concibe consignas liberadoras porque, como es lógico en ese enfoque, parte de presupuestos que no las admiten. Así, la liberación nacional pertenece a un tiempo que dejamos atrás; podrían esgrimirla San Martín, Bolívar, Martí o los asambleístas tucumanos de 1816 que proclamaron nuestra independencia. De ahí en adelante y hasta el presente, gracias a la independencia formal nos hemos inmunizado de cualquier manipuleo externo. Sólo dependemos económicamente y la liberación nacional constituye un mero gesto agitativo que colisiona contra la semántica de algunas construcciones reflexivas que no ocultan su soberbia. Siguiendo con el entretenimiento, pareciera que el imperialismo nada tuvo que ver con nuestra historia ya que nunca controló -léase presionó, infiltro, inficionó, impulsó- las vicisitudes políticas aquí ocurridas. Quizás padecimos una pesadilla o tal vez, emprendimos lecturas equívocas de textos perniciosos. Se insiste contradictoriamente en afirmar -como si política y economía vivieran en eterno divorcio- que el imperialismo ingles, por ejemplo, provocó un desarrollo capitalista que con ciertas deformaciones nos permitió ingresar al mercado mundial. Ahora bien, ¿la clase política gobernante en esa época estaba en la luna de Valencia o en oprobiosa connivencia ligaba su destino a los designios de la política económica del imperio británico?. Sin dudas, será difícil acordar con Sebrelli el alcance y el sentido que les brindamos a estas cuestiones. Creemos que su opción marcha junto a los que hoy apuestan al fin de la historia. Al menos, así lo vislumbró en su obra "Los deseos imaginarios del peronismo" al percibir que la tendencia predominante es la integración mundial del capitalismo, sendero al cual se encaminan tanto Regis Debray como nuestro socialista solitario. Desde otro enfoque, Norberto Galasso expresa: "Pensar en nacional es, pues, en una semicolonia como la Argentina, pensar revolucionariamente, cuestionando el orden impuesto por el imperialismo, que no sólo es injusto y humillante sino que, además, impide toda posibilidad de progreso histórico, es decir cierra el paso a una auténtica democracia participativa, al ascenso cultural y a las profundas transformaciones sociales. O dicho de otro modo es pensar desde una óptica antiimperialista, no abstracta sino nutrida en las luchas y experiencias de nuestro pueblo (37). Se podrá no coincidir con estas apreciaciones, pero son las que se acercan en mayor grado al análisis que venimos efectuando. Nos hemos exigido un pensar desde nosotros mismos para encontrar la solución a los problemas y hemos tropezado con los encasillamientos que la intelligentzia con precisa sabiduría supo levantar para acusarnos de chauvinistas, patrioteristas, retrógrados y otras alabanzas por el estilo. De nada ha servido explicar que "pensar en nacional" no implica rozar los límites de la deformación nacionalista. Hemos coincidido con estos "civilizados" en que las ideas no tienen patria, pero ellos no quieren reconocer que dicha afirmación no constituye impedimento para construir un pensamiento nacional. La tenacidad con que opera el pensamiento liberal en estos tiempos tiende a convencernos de que la propagación de ideas pensadas desde y para nosotros, terminará constituyendo una siembra en el desierto y ya sabemos lo que es capaz de motorizar una escuela de pensamiento que a la mentira de sus enunciados añade ahora la soberbia de su brillante performance. Decíamos al principiar este ensayo que intentaríamos responder a quienes, montados en la ola posmoderna, no creen en la factibilidad de reflotar proyectos trascendentes, que tanto errores como traiciones tornaron inconclusos. Aclaremos que realizamos esta crítica al pensamiento posmoderno en el marco de su influencia en las relaciones políticas y en la relación que estas mantienen con los procesos culturales de maduración de la conciencia popular, manifestados en formas de sentir y pensar que van modificando los criterios para abordarlas y que señalan un horizonte imposible de menospreciar. Nicolas Casullo afirmaba en un reportaje que lo posmoderno ha servido para jaquear a lo moderno, obligándolo a dar nuevas respuestas.(38). Es posible que en parte haya sido así, pero esas respuestas han privilegiado la continuidad de una búsqueda obsesiva de superación que no ha caído presa de conformismos ni capitulaciones. Uno de los postulados mas interesantes y polémicos de este pensamiento es su visión pertinaz de una historia cumplida donde se lamentan las luchas que terminaron dando todo a cambio de nada engendrando así los inevitables replanteos que coronan los quiebres emocionales y el entierro de las ideas. Obsérvese por qué hemos atribuido una comunión de intereses al romance que protagonizan los teóricos del fin de la historia y los cultores del posmodernismo. El fin de la historia ha llegado con la muerte de las ideologías. Vivimos un presente sin puentes hacia el futuro, entonces hay que adaptar las ideas a este momento y elaborar un discurso apropiado a las circunstancias. Tal parece ser la sugestiva invitación que nos formulan. Casullo afirma que la discusión entre modernidad y posmodernidad es una problemática inventada para ver hacia donde se inclina el debate. Podríamos coincidir si lo atribuimos a una maniobra dilatoria para confundir, pero cabe suponer que se ha montado una estrategia de planificación cuyo primordial objetivo reside en domesticar los instintos que aún conserva el pensamiento crítico. Ese "deseo" que Casullo señala como un símbolo de la criticada concepción moderna y que inspira a las fuerzas de la razón y del espíritu el valor y la decisión para provocar los cambios, es uno de los elementos vitales que debemos resaltar y rescatar si no queremos terminar tuteándonos con la hipocresía y la intrascendencia que nos depara el pensamiento posmoderno. Retomando la tesis que sostiene la imposibilidad de abordar en el presente un proyecto liberador, referiremos en forma somera una excelente nota de Juan Carlos Volnovich, cuyo contenido, si bien se orienta al campo del psicoanalisis, no por ello soslaya las implicancias que la posmodernidad introdujo en el debate crítico de los 80 y que, amenaza expandir a los 90 merced a su exitosa cosecha.(39) Acierta Volnovich en afirmar que los 80 negaron la modernidad y esencialmente los proyectos de emancipación posibles. En un mundo que comenzaba a desprenderse de los fundamentos existencialistas para adscribir a un estructuralismo salvaje, no podía esperarse otra cosa sino que llegara una savia nueva para justificar la dureza que provocarían los acontecimientos. Se comenzó por renegar del pasado y quebrar la memoria colectiva y se crearon argumentos oponibles a las angustias del presente. El pasado constituía un símbolo demoníaco del cual era conveniente alejarse cuanto antes. Existía un temor a revivir fracasos, a retornar al infierno del dolor y de la sangre. Con ello se construyó una teoría del pasado al que sólo era posible retornar desde una concepción que involucionara en la historia. Debido a nuestro maldito y profano deseo de mejoramiento de las condiciones presentes se procuró que no creyéramos en el futuro. Para que íbamos a montar una descabellada aventura liberadora si el futuro, como afirmara Baudrillard, ya había llegado. El futuro estaba aquí y el posmodernismo garantizaría que no se desperdicien esfuerzos en proyectos alternativos o elucubraciones que cuestionaran un tiempo tan precioso. Se nos instó así, a serenarnos y aceptar una convivencia que no podría modificarse. Debíamos resignarnos a compartir el paisaje. Volnovich lo sintetiza así: "El discurso posmoderno de esta democracia deviene en una exaltación del presente y en la negación del futuro que, en verdad, es la conciliación sumisa con un presente: el nuestro". La necesidad de crear una conciencia que justifique el atropello a la dignidad humana es la contribución más nefasta que el pensamiento posmoderno nos ha legado. En su sagrada misión de estructurar el presente cualquier metodología resulta eficaz para doblegar las resistencias que se le opongan. Habrá represión para evitar los desbordes cuando estalle el conflicto social, quien puede dudarlo, pero habrá asimismo un combate crítico por la idea y muchas cuestiones serán desnaturalizadas falazmente para imponer una cultura y una filosofía que se resignen mansamente al porvenir, porque el porvenir, el futuro, ya están aquí, en esta realidad que aunque ingrata no podemos modificar. Estamos pues ante una opción de hierro: aceptamos el discurso de la posmodernidad y abdicamos de los proyectos emancipadores, o apelamos a la superación sostenidos por la honestidad y la pureza del pensamiento crítico A quienes celebran el fin de la historia los invitamos a otra fiesta: la historia sin fin. Eso sí, les pedimos por favor que no falten y por si vale la pena no olviden traer lápiz y papel. NOTAS 31.- "El fin de la historia?" en Babel, N§ 14 de Enero 1990 32.- Juan Domingo Perón. "Los Estados Unidos de America del Sur", Corregidor, Buenos Aires, 1982, pag. 37 33.- Sobre la transcripción textual de unas páginas inéditas de Arturo Jauretche, vease "Perón, Jauretche y revisionismo cultural" de Osvaldo Guglielmino, Ediciones Temática S.R.L. Buenos Aires, 1985, pag. 33 34.- Alain Touraine "El capitalismo no tiene rivales" en Clarín del 13 de Marzo de 1990, pag. 13 35.- Regis Debray "Se puede seguir siendo socialista?" en Clarín del 13 de Marzo de 1990, pag. 13 36.-Jose Isaacson y otros "Pensar la Argentina", Plus Ultra, Buenos Aires 1986, pag 42 37.- Norberto Galasso, "Imperialismo y Pensamiento Colonial", Vera Editor, Buenos Aires, 1985, pag. 13 38.- El Porteño Nº 90 Junio 1989, pag. 68 39.- El Porteño Nº 98 Febrero 1990, pag 12 ____________________________________________________________________
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Jorge Dossi
Espero no haberte agobiado y es un gusto platicar contigo.
Un saludo sureño
Jorge
ANAIS RINCON CARDENAS
SOBRE ARGENTINA, TAMBIEN ENTENDI CUALES ERAN SUS VERDADEROS PROPOSITOS...ANTIIMPERIALISTAS, CON BASE POSMODERNISTA DE ESTRUCTURAS??BUENO TE PEDIRIA QUE ME LO ACLARARAS...Y POR OTRO LADO. BUENO EN ECONOMIA MERCOSUR ES UN PROYECTO O ME EQUIVOCO??...
BUENO TE AGRADECERIA ME RESPONDIERAS..SIEMPRE ME URGEN DUDAS..
POR ULTIMO...LA CLAVE DE LAS MASAS HUMANAS ESTA EN AGARRE DEL PSICOANALISIS...
SALUDOSS!!!
MUY MUY BUEN ENSAYO.
Jorge Dossi
Un abrazo
Jorge