DESERTOR
Publicado en Nov 09, 2009
Del ejército exterminador de indígenas, al que fue incorporado, por la fuerza, contra su voluntad y convicciones, escapa a la primera ocasión. Sabe que está irremediablemente condenado. La muerte acecha desde todos los frentes. Es preferible ser desertor, con todos los riesgos que su decisión implica a empuñar las armas contra esos seres debilitados por las carencias y la marginación, cuyo mayor delito es defender el derecho a la tierra que los vio nacer, la que perteneció a sus mayores. Esa misma tierra inconmensurable que despertó la codicia de quienes decidieron el genocidio, los futuros terratenientes que construirán su riqueza sobre los cadáveres de sus legítimos dueños. La noche es fría y tormentosa, agotado, sin ánimo, deja que su caballo, lo guíe. Como latigazos, los refucilos, cortan el cielo. Entre resplandores, distingue el humo de una chimenea y la luz mortecina de un candil. Un hombre viejo y achacoso, le permite entrar a su humilde rancho. Encomienda a la mujer que le sirve, se encargue del joven y su cabalgadura y se retira a descansar. Silenciosa y embozada, aparta la marmita del fuego, donde borbotea el suculento locro. Mientras arma el catre, él devora la comida. Satisfechas sus necesidades, se derrumba agradecido. Un momento después, eso es lo que piensa, despierta agitado. Junto al suyo, un cuerpo tibio y palpitante, susurra y en melodioso tintineo de cristales, ofrece sus labios y la cálida tersura de su piel. La mano del muchacho, se enreda en la cadena que adorna el cuello que sostiene una diminuta cruz. Un gallo, anuncia el nuevo día. El viejo, junto al fogón, tiene alguien con quien hablar. -Aquí nació y también murió, muy joven, mi única hija, a poco, la siguió mi mujer. Sus cuerpos, sepultados bajo esta misma tierra, me impidieron partir. Pronto estaré junto a ellas. Atrapado por los recuerdos, su mirada acuosa, se pierde en el vacío. -Esto es en pago por su hospitalidad, dice el mozo y lo deja en la mano del anciano. Listo a partir, sus ojos se detienen en la imagen, descolorida por el tiempo, de una joven que lleva como único adorno una fina cadena de oro con una cruz. Sin dudar, levanta el retrato y afirma – Anoche conocí a esta joven. Deseo volverla a ver. Apenas resuelva mi situación, vendré a buscarla. Ella… es Inés, mi pobre hija. Ayer se cumplieron veinte años de su muerte,- contesta el viejo y señala en el patio, una sencilla cruz de madera, carcomida por el tiempo. Cabalga sumido en su pensamiento, de repente, melodioso tintineo de cristales, acaricia su oído.
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trinobanderas(rafaelrbveroes)
Gustavo Adolfo Vaca Narvaja
Un relato emotivo y directo. Tal ves el desertor no sea un traidor a lo largo de la historia
felicitaciones
miguel cabeza
Un abrazo
JUAN CARLOS
Cariños..Juan Carlos..