Tambor
Publicado en Apr 06, 2009
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TAMBOR
 
Cuando entré en la habitación me sorprendió lo amplia y espaciosa que era. En un rincón estaba mi tía Pepita sentada y eternamente vestida de negro, guardando el recuerdo de mi tío Luis que había fallecido hacia quince años; la ventana oscurecida por la persiana, solo filtraba la luz de aquel día brillante que me había recibido a mi llegada en el aeropuerto, por las rendijas superiores.
Avancé, mientras ella se levantaba sin mostrar ningún cambio en aquel rostro lleno de arrugas, que siempre me atemorizó.
-Sigue estable-me dijo, señalando con la mirada hacia la cama- aunque los médicos dicen que está en el final.
Me acerqué al lecho, donde yacía mi padre.
Mi tía seguía hablando, diciéndome que le habían retirado el suero y el oxigeno hacia pocas horas. Ya no había remedio, su final se acercaba.
Su rostro descansaba sobre la almohada y junto a el su mano; bajo las sabanas se adivinaba tímidamente el contorno de su cuerpo.
Lo primero que pensé fue: no es mi padre.
Mi padre era un hombre alto y fuerte, siempre lleno de vitalidad y sonriente que me esperaba en el aeropuerto cuando yo volvía de mis continuos viajes desde países lejanos, no aquella persona de la cama que apenas era piel y huesos.
Su respiración era regular pero ruidosa y cada inspiración parecía ser la última.
-Saldré ha tomarme un café, Cristina.
Oír mi nombre me sobresaltó, me volví pero solo llegué a ver momentáneamente, la espalda de mi tía que salía de la habitación. Nada mas, ni un "como estas" o "necesitas algo", ella nunca me perdonó que eligiera mi destino y no me casara y ampliara la familia, como se esperaba de mí
Cuando cerró la puerta el gris de la habitación me devoró y un frío intenso me invadió, temblé, sintiéndome tan sola...
Había viajado desde África, dos aviones y un coche alquilado, donde descansaban mis maletas, me habían traído hasta él con toda la rapidez que la tecnología moderna me permitió, pero había llegado tarde.
Su enfermedad, escondida desde hacia años, avanzó silenciosa hasta llevarlo aquel estado mientras yo viajaba por el mundo intentando salvar otras vidas. Trabajaba en una ONG y apenas pasaba unos días al año junto a él, ahora se estaba muriendo y yo había recibido la noticia en un remoto poblado de Angola.
Acerqué una silla, había dos en la habitación, a la cabecera y me senté junto a él.
-¿Por que Papá? ¿Por qué no me lo dijiste?-susurre.
Solo su respiración me contestó.
Cogi su mano. Me sorprendió su calidez.
Entonces abrió los ojos y el verde de sus pupilas iluminó su rostro.
-Papá.
No respondió, todas sus fuerzas se concentraban en aquella respiración lenta y cadenciosa. Los mantuvo abiertos durante unos minutos y justo en el momento en que los cerró noté una pequeña presión en mi mano.
Por primera vez desde que recibí la noticia, lloré. Lloré en silencio, dejando que las lágrimas se deslizaran por mis mejillas hasta perderse en el aire.
Aquella leve presión desapareció y volví ha quedarme sola en la enorme habitación, mientras mi corazón se acompasaba al ritmo de su respiración.
Bom...Bom...Bom.
Entonces desde lo más profundo de mi cerebro se abrió paso un recuerdo.
Un recuerdo que había permanecido oculto entre un millón, desde hacia muchísimos años.
Tendría yo seis o siete años y por aquel entonces ya empezaba ha preocuparme por el medio ambiente y le pregunté:
-Papá, ¿desde cuando cortas árboles?
Él estaba cocinando y se volvió hacia mí.
-Hace muchos años, Cris- siempre me llamó así- ¿sabes que es el Sahara?
-Si, un desierto.
-Bien pues antes era un bosque, yo lo corté.
Aquel simple chiste, me hizo llorar. Mi padre era un héroe para mí y creer que había podido cometer tal atrocidad me aterrorizó.
Intenté salir corriendo, pero él me cogió en sus brazos y limpiándome las lagrimas con el dorso de su mano, sonrió explicándome el viejo chiste de madereros.
Después de comer me llevó al monte para enseñarme como lo repoblaban.
Allí sentados cogidos de la mano, permanecimos varias horas hasta que de repente otra pregunta me asaltó.
-¿Papá, los árboles tienen alma?
-¿Que dices pequeña? No, solo los humanos tenemos alma.
-¿Por qué?
-Porque tenemos corazón. Te explicaré una historia:
Cuando Dios creó al hombre, se sintió feliz. Tan feliz que quiso dotarlo de un alma para que cuando muriera se elevara hasta el cielo, a su lado. Pero cuando intentó introducir el alma en el cuerpo del ser humano esta se negó, quería ser libre y seguir en los cielos. Entonces Dios dotó al hombre de la facultad de crear música y el corazón del hombre fue el primer tambor, creando una música secreta que atrajo al alma hasta quedar anclada aquel ritmo. Y así permaneció en el cuerpo del hombre, bailando junto a su corazón hasta que este se detiene. Si quieres mucho ha una persona y escuchas su corazón muy cerca, quizás consigas descubrir esa melodía secreta y entonces estarás unida a ella para siempre.
-¿Tú descubriste el ritmo de mamá?- le pregunté, mi madre había muerto cuando yo nací.
-Sí Cris, por eso ella siempre esta con nosotros.
Aquella noche me quedé dormida sobre él, escuchando su corazón.
Sonreí, notando el salado sabor de mis lágrimas. Entonces mi padre volvió abrir los ojos, sonrió y su respiración se detuvo y mi corazón también.
Fue un momento, apenas unas décimas de segundo pero sentí su corazón, mientras aquellos ojos verdes seguían fijos en mí.
A través de su mano se deslizó el ritmo de su corazón hasta llegar al mío y empezaron ha latir al unísono. Y lo descubrí. Descubrí el ritmo del corazón de mi padrea mano de mi padre muerto.
io y empezaron ha latir al unisono. nclada lo bueno que hu y nuestras almas bailaron por un momento juntas. Entonces supe que siempre estaría conmigo y en ese momento se cerraron sus ojos.
Cuando llegó mi tía, me encontró cogida a la mano de mi padre muerto.
Y nunca entendió porque yo sonreía.
Jason Defman
Olot, 28 de agosto
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Foto del autor Jason
Textos Publicados: 12
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Descripción

Palabras Clave: muerte dolor alivio padre

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos



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