Historias de robles: La apuesta secreta
Publicado en Apr 07, 2009
ATENCIÓN: Esta corta historia verídica ahora hace parte del libro EL TIEMPO DE LOS ROBLES, el que se está convirtiendo en el más leído del autor ABEL CARVAJAL.
1 LA APUESTA SECRETA En los albores de los años 20´s en el pictórico pueblo antioqueño de Carolina del Príncipe, vivía don Abel Carvajal Múnera, hijo de un misterioso hombre mulato que había aparecido en el pueblo un día cualquiera de la segunda mitad del siglo XIX llamado Eusebio Carvajal del que poco o nada se supo, a lo mejor esclavo fugitivo o liberto o tal vez hijo de una esclava. Pues bien, don Abel había enviudado prematuramente y quedó de su breve matrimonio una hija a quien bautizó Graciela, quien para aquella época ya era una joven de unos 17 años, próxima a graduarse del colegio. Don Abel, hábil negociante y emprendedor había también labrado una no despreciable fortuna. Cuentan que tuvo una secreta mina de oro en compañía de otros dos socios, quienes al morir los tres, se llevaron el secreto de la ubicación a la tumba tal vez honrando un antiguo pacto de caballeros, pues ni a sus hijos le enseñaron la tal mina. Por lo que la mina quedó en medio de la realidad y la leyenda. Pero lo cierto era que él de vez en cuando se aparecía en su casa con grandes chicharrones de oro puro. Probablemente ese oro fue la base de su riqueza, pues para la época de esta historia, él ya cercano a los 40 años, era dueño de dos fincas una de caña panelera y otra de ganado lechero con buenos caballos y mulas, de una gran casa en el pueblo, además de una tienda de granos y abarrotes situada en la misma plaza principal de Carolina. Así que fácilmente podía costearle a su única hija el mejor colegio de la región, un internado para señoritas en la pequeña ciudad de Yarumal, dirigido por monjas. A donde por lo menos una vez al mes iba a visitarla como padre responsable que era. Un día mientras visitaba a Graciela, ella muy alegremente le presentó a su mejor amiga y compañera, uno o dos años mayor, la bella joven Magdalena Botero, de familia de blanca estirpe radicada en Yarumal cuyos ancestro seguramente provenían de Italia, de acuerdo al apellido, pero con poco oro. El señor Carvajal quedó prendado, pero como en un buen romance la desprevenida presentación traería problemas. El enamorado señor empezó a visitar con más frecuencia el internado, generoso en obsequios para con su hija y su compañera. Muy pronto, como mujer que era, percibió en las cada vez más asiduas visitas de su progenitor el tono de Romeo, más aún cuando andaba cerca Magdalena, su mejor amiga hasta esos días. Sin perder tiempo la perspicaz hija recriminó de coqueta y traidora a la compañera, ordenándole alejarse de su padre, mientras a él le apuntilló la vergonzosa diferencia de edad que los separaba. “Pero el amor cuando llega así de esta manera uno no se da ni cuenta, no tiene horario ni fecha en el calendario…”, versa la canción “Caballo viejo”. Pero más sabe el diablo por viejo que por diablo, reza también el refrán. Don Abel siguió con su cortejo a Magdalena haciendo caso omiso a las palabras de Graciela, que interpretó como pataleos de una hija celosa. Magdalena, presa de angustia no sabía qué decidir, estaba atrapada entre su corazón y la supuesta lealtad que le debía a la amiga. A sus mejores amigos él contó aquel problema en el que se hallaba, por un lado el amor filial a su hija y por el otro el rejuvenecedor sentimiento que crecía hacia la amiga de ella. Ellos no creían que pudiera prosperar ese iluso enamoramiento entre un hombre casi cuarentón y aquella muy joven dama, aconsejándolo olvidarla, sin embargo él estaba convencido de lo contrario. No tardó en lanzarse una apuesta, costumbre muy popular entre los antioqueños aún hoy en día, y el señor Carvajal que se tenía mucha confianza en las lides del galanteo, pues no faltaban los hijos ilegítimos que le adjudicaban una que otra señora del pueblo, aceptó. Se pactó entonces en secreto una apuesta, una grande, don Abel apostó a que antes de un año convertiría a la joven Magdalena Botero en su segunda esposa y los amigos apostaron en contra de tal evento, por supuesto. El amor sumado al orgullo y a la ambición pesó más que los sentimientos hacia su hija. Desplegó el astuto señor toda su artillería, estrategia y tácticas para conquistar pronto el corazón de la hermosa Magdalena. Ante lo que Graciela trató de interponerse amenazando seriamente a su padre con jamás volver a poner un pie en casa si él continuaba con sus ridículas intenciones de cortejo hacia su antes amiga, maldiciendo la hora en que los presentó. Pero ni las bravuconadas ni las amenazas doblaron al roble, antes de cumplirse el año estipulado en la apuesta secreta con sus amigos, Magdalena Botero elegantemente vestida entraba con la bendición de sus padres a la catedral de Yarumal, en donde se casó con don Abel Carvajal. Ganó la apuesta secreta, aumentó su patrimonio y también su familia. Pero Graciela, astilla del mismo palo, era también un roble. Nunca se reconcilió con Magdalena y cumpliendo su amenaza no volvió a poner pie en casa de su padre, a quien pocas palabras le dirigió pese a que él le brindaba holgada manutención y hasta una casa para que viviera le compró. Muy poco tiempo después, no se podría decir si por venganza o por verdadero amor, Graciela se casó con don Arturo Mesa también de Carolina. Vivieron en la misma casa que don Abel Carvajal le había regalado a ella en el pueblo, donde concibieron un hijo y una hija: Eugenio y Socorro. El hijo primogénito, Eugenio Mesa Carvajal, astuto negociante al igual que su abuelo materno haría también fortuna, irónicamente en la productiva región colombiana llamada Magdalena Medio. Tristemente muchos años después, don Eugenio sería de los primeros colombianos en sufrir uno de los mayores flagelos del país: el secuestro, y un hijo de Magdalena negociaría su álgido rescate, pero esa es otra historia de robles*. Doña Magdalena y don Abel concibieron diez hijos, uno por año prácticamente. Un niño y una niña murieron prematuramente, y ocho sobrevivieron saludables hasta la vejez: José, Lucila, Amparo, Alfonso, Aluvia, Francisco, Rafael y Petronio. A los días de nacer este último hijo, ella joven todavía murió de una infección postparto, en la casa situada en la calle Reyes de Carolina a las tres de la tarde del 24 de junio de 1935. Don Abel Carvajal, viudo por segunda vez y con ocho niños bajo su responsabilidad, nunca más se volvió a casar. Sobrevivió a su amada esposa 15 años. Murió a los 66 años de una penosa enfermedad abdominal, la noche del 3 de junio de 1950 en su casa de Carolina rodeado de sus hijos, menos de Graciela, quien había muerto tres meses después de fallecer Magdalena, de la misma causa para más ironía de la vida, de una infección postparto doce días después del nacimiento de su hija Socorro. Y así, de este extraordinario tronco surgió la saga de este bosque de robles. Pero esta no sería la única apuesta que el audaz roble ganaría… Atención amable lector: Ya no se encuentran aquí disponibles en TEXTALE.COM todas las HISTORIAS DE ROBLES, pues gracias a su sorprendente acogida y atendiendo las sugerencias de algunos entusiastas lectores, ahora hacen parte de mi nuevo libro EL TIEMPO DE LOS ROBLES y con fotos originales de los personajes. El que está disponible en: https://www.amazon.com/Abel-Carvajal/e/B00CBKVXDA/ref=dp_byline_cont_ebooks_1
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Verano Brisas
Jhon Herrera
y animo, siga escribiendo, el tiempo es poco y el camino largo... compasion y sabiduria
Abel Carvajal
Abel Carvajal
territorio64@gmail.com
Abel Carvajal
Mara Marta Eliggi de Cazau
¡Qué historia interesante! Digna para la pantalla grande. Felicitaciones por el relato y gracias.
Saludos.
Marta